La peregrinación terrena, bajo el signo de la fe
1. Recordad conmigo, amadísimos hermanos, que el Señor dijo: Mientras vivimos en el cuerpo somos peregrinos lejos del Señor, pues caminamos en la fe, no en la visión2. Jesucristo nuestro Señor, que dice: Yo soy el camino, y la verdad, y la vida3, quiso que camináramos no sólo por él, sino hacia él. ¿Por dónde caminamos sino por el camino? ¿Y adonde caminamos sino a la verdad y a la vida, es decir, a la vida eterna, la única que merece llamarse vida? En efecto, esta vida mortal en que nos encontramos, comparada con aquélla, aparece ser, más bien, una muerte, pues cambia con grande mutabilidad, no la sostiene ninguna estabilidad y se termina en un brevísimo espacio de tiempo. Por eso el Señor, al rico que le había dicho: Maestro bueno, ¿qué he de hacer para alcanzar la vida eterna?, le respondió: Si quieres llegar a la vida, guarda los mandamientos4. Se encontraba ciertamente en alguna otra vida, pues no hablaba a un cadáver o a un hombre carente de ella. Mas, al preguntarle sobre cómo conseguir la vida eterna, el Señor no le responde: «Si quieres llegar a la vida eterna», sino: Si quieres —dice— llegar a la vida, queriendo dar a entender que la vida que no es eterna no merece llamarse vida, puesto que vida verdadera no lo es más que la eterna. De aquí que también el Apóstol, aconsejando a los ricos dar limosnas, aconsejara: Sean ricos —dice— en buenas obras, den con facilidad, repartan, atesórense un buen fundamento para el futuro, a fin de alcanzar la vida verdadera5. ¿A qué llama vida verdadera sino a la vida eterna, la única que merece llamarse vida, porque es la única que es feliz? En efecto, aquellos ricos a quienes decía el Apóstol que había que ordenarles que alcanzaran la vida verdadera, vivían esta vida en medio de abundantes riquezas; pero, si el Apóstol la hubiese considerado como vida verdadera, no hubiera dicho: Atesórense un buen fundamento para el futuro, a fin de alcanzar la vida verdadera, no advirtiendo otra cosa sino que no es verdadera vida la de los ricos; vida que los necios no sólo consideran verdadera, sino hasta feliz. Mas ¿cómo es feliz si no es verdadera? No se ha de llamar vida feliz sino a la verdadera; ni es vida verdadera sino la eterna, vida que los ricos se dan cuenta que no tienen todavía, cualesquiera que sean los placeres de que dispongan; razón por la cual se les exhorta a que la alcancen mediante las limosnas para oír al final: Venid, benditos de mi Padre; recibid el reino que está preparado para vosotros desde el comienzo del mundo; pues tuve hambre, y me disteis de comer. Que el mismo reino es la vida eterna lo mostró con lógica el mismo Señor poco después al decir: Aquellos irán al fuego eterno; los justos, en cambio, a la vida eterna6.
2. Hasta que no alcancemos tal vida somos peregrinos lejos del Señor, puesto que caminamos en la fe, no en la visión7. De hecho, él dice: Yo soy el camino, y la verdad, y la vida8. En la fe tenemos el camino; en la visión, la verdad y la vida. Ahora vemos como por un espejo, ocultamente: esta es la fe; pero luego cara a cara9, y eso será la visión. Dice además: En el hombre interior habita Cristo por la fe en vuestros corazones10: éste es el camino, en el que conocimiento es parcial. Pero poco después añade: Conocer también la sobreeminente ciencia de la caridad de Cristo para ser llenados de toda la plenitud de Dios11: tal será la visión, plenitud en la que, al llegar lo perfecto, lo parcial será eliminado12. Dice también: Pues estáis muertos y vuestra vida está escondida con Cristo en Dios13: esta es la fe. Luego añade: Cuando se manifieste Cristo, vuestra vida, entonces también vosotros apareceréis con él en la gloria14: esta será la visión. Dice Juan a su vez: Amadísimos, ahora somos ya hijos de Dios y aún no se ha manifestado lo que seremos: esta es la fe. Luego continúa: Sabemos que cuando se manifieste seremos semejantes a él, porque le veremos tal cual es15: he aquí la visión. Al respecto, el mismo Señor, que dice: Yo soy el camino, y la verdad, y la vida, hablando a los judíos, entre los que se encontraban algunos que habían creído ya en él y dirigiéndoles ya sus palabras, dice: Si permanecéis en mis palabras, seréis en verdad discípulos míos, conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres16. Estos ya habían creído, pues el evangelista se expresa así: Decía Jesús a quienes ya habían creído en él: «Si permanecéis en mi palabra, seréis, en verdad, discípulos míos, y conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres». Así, pues, ya habían creído y habían comenzado a caminar en Cristo en cuanto camino. Les exhorta, por tanto, a que, permaneciendo en él, lleguen. ¿Adónde sino a lo que dice: La verdad os hará libres? ¿De qué liberación se trata sino de la liberación de toda vana mutabilidad, de toda mortal corrupción? En consecuencia, esa es la vida verdadera, la vida eterna, que aún no hemos alcanzado mientras dura nuestra peregrinación lejos del Señor; pero la alcanzaremos, porque, mediante la fe, caminamos en el mismo Señor, si permanecemos con toda constancia en su palabra. Pues con lo que dice: Yo soy el camino, se corresponde esto otro: Si permanecéis en mi palabra, seréis, en verdad, discípulos míos. Y a estas palabras: Y la verdad y la vida corresponden estas otras: Y conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres. Así, pues, en esta peregrinación y en esta vida, es decir, en la fe, ¿a qué os puedo exhortar? A lo que dicen las palabras del Apóstol: Teniendo estas promesas, amadísimos, purifiquémonos de toda mancha de la carne y del espíritu, llevando a perfección la santificación en el temor del Señor17. Pues quienes desean que le sea otorgada, antes de creer, aquella luz de la purísima e inmutable verdad, al no poder contemplarla sino mediante la fe, una vez purificado el corazón —dichosos los limpios de corazón, pues ellos verán a Dios18—, son semejantes a hombres ciegos, que desean ver primero la luz corpórea de este sol para curarse de la ceguera, siendo así que no pueden verla si antes no son sanados.