SERMÓN 3421

Traducción: Pío de Luis

El sacrificio de la tarde y, luego, la Palabra encarnada

(Sal 140,2; Jn 1,1-18)

1. Mi sermón ha de tratar sobre el sacrificio de la tarde. En efecto, cantando hemos orado y orando hemos cantado: Suba mi ovación como incienso en tu presencia; el alzarse de mis manos es mi sacrificio de la tarde2. En la oración vemos significado al hombre, y en las manos extendidas, la cruz. Se trata, pues, de la señal que llevamos en la frente, la señal por la que hemos sido salvados. Una señal que fue objeto de irrisión, a fin de ser honrada; objeto de desprecio, a fin de ser glorificada. Dios se deja ver para que el hombre le suplique y se oculta para morir como hombre. Pues, si lo hubiesen conocido, nunca hubiesen crucificado al Señor de la gloria3. Este sacrificio, en el que el sacerdote es la víctima, nos redimió con la sangre derramada del Creador. No nos creó con sangre, sino que nos redimió con sangre. Nos creó en el principio que era la Palabra4, y la Palabra estaba junto a Dios, y la Palabra era Dios5. Por ella fuimos creados. El texto continúa: Todas las cosas fueron creadas por ella, y sin ella no se hizo nada6. Esta es la Palabra por la que hemos sido creados. Escucha ahora con qué hemos sido redimidos: Lo que fue hecho era vida en ella, y la vida era la luz de los hombres; y la luz brilla en las tinieblas, y las tinieblas no la acogieron7. Aún es Dios; todavía se refiere a lo que permanece siempre inmutable, a lo que requiere la purificación de los corazones para ser visto; pero aún no dice cómo han de ser purificados. La luz —dice— brilla en las tinieblas, y las tinieblas no la acogieron8. Mas para que no sean tinieblas y puedan acogerla —pues las tinieblas son los pecadores y los infieles—, para que no sean tinieblas, repito, y puedan acogerla, la Palabra se hizo carne y habitó entre nosotros9. Ved la Palabra, ved la Palabra-carne, la Palabra anterior a la carne. En el principio existía la Palabra, y la Palabra estaba junto a Dios, y la Palabra era Dios; todas las cosas fueron hechas por ella10. ¿Dónde está aquí la sangre? Aquí aparece ya tu hacedor, pero aún no tu precio. ¿Con qué, entonces, has sido redimido? La Palabra se hizo carne y habitó entre nosotros.

2. Prestad atención a lo que dice un poco antes. La luz —dice— brilla en las tinieblas, y las tinieblas no la acogieron11. Como las tinieblas no acogieron la luz, los hombres necesitan de un testimonio humano. No podían ver el Día, quizá podían soportar la lámpara. Dado entonces que no estaban capacitados para ver el Día, soportaban, en todo caso, la lámpara: Hubo un hombre enviado por Dios de nombre Juan. El vino para dar testimonio de la luz12. ¿Quién vino, de parte de quien vino para dar testimonio de la luz? ¿Cómo no era él luz si, al menos, era lámpara? Ante todo, advierte que era lámpara. ¿Quieres oír lo que la lámpara dice del Día, y el Día de la lámpara? Vosotros —dice— mandasteis una embajada a Juan y quisisteis gozar por un instante de su luz; él era la lámpara que arde y brilla13. ¿Qué veía, pues, este Juan para menospreciar la lámpara? No era él la luz, pero venía para dar testimonio de la luz14. ¿De qué luz? Era la luz verdadera que ilumina a todo hombre que viene a este mundo15. Si a todo hombre, entonces también a Juan. El que aún no se quería mostrar como Día, se había encendido su propia lámpara como testigo. Era una lámpara que podía recibir su luz del Día. Escucha cómo lo confiesa el mismo Juan: Todos —dice— hemos recibido de su plenitud16. Era tenido por Cristo, y él se confesaba hombre; era tenido por el Señor, y él se reconocía siervo. Haces bien, ¡oh lámpara!, en reconocer tu humildad, para que no te apague el viento de la soberbia. Era, en verdad, la luz verdadera que alumbra a todo hombre que viene a este mundo, es decir, todo ser animado que es capaz de iluminación o, lo que es lo mismo, todo hombre que posee mente y razón mediante la cual pueda ser partícipe de la Palabra.

3. ¿Dónde estaba, pues, aquel que era la luz verdadera que alumbra a todo hombre que, dotado de mente, viene a este mundo?17 Estaba en este mundo. Pero también la tierra estaba en este mundo, e igualmente el sol y la luna. Escucha lo que se dice de tu Día, ¡oh ojo de la mente humana! Estaba en este mundo y por ella fue hecho el mundo18. Estaba aquí pero no de un modo que no tuviese dónde estar antes de que el mundo existiese. En efecto, cuando Dios habita, es él quien contiene no el contenido. Por tanto, estaba en este mundo de una forma maravillosa e inefable. El mundo fue hecho por él, y el mundo no lo conoció19. ¿Cuál es el mundo que hecho por él? En el principio hizo Dios el cielo y la tierra20, puesto que todo fue hecho por él. ¿Cuál es el mundo que no lo conoció? Hay clases de mundos, como hay clases de casas; se llama casa al edificio y casa a los que moran en él. La casa equivale al edificio, como cuando decimos: «Construyó una gran casa; levantó una hermosísima casa». La casa equivale a sus moradores, como cuando decimos: «Buena casa: bendígala el Señor; mala casa: que Dios la perdone». Así, pues, el mundo fue hecho por él: tanto la morada como los moradores; y el mundo, es decir, los habitantes, no lo conoció.

4. Vino a su propia casa, y los suyos no la recibieron21. ¿Por qué vino, pues, como si no supiese de antemano que los suyos no la iban a recibir? Escucha por qué vino: Mas a cuantos la recibieron22. Los suyos no la recibieron y los suyos la recibieron; el mundo no creyó y creyó todo el mundo. De idéntica manera decimos: «Todo el árbol está lleno de hojas». ¿Es que, acaso, se ha eliminado el espacio para los frutos? Ambas cosas pueden afirmarse y comprenderse juntas: que el árbol está lleno de hojas y que está lleno de frutos; se trata de un único árbol, lleno de hojas que han de caer y de frutos que han de recogerse. Por tanto, vosotros sus fieles, sus siervos, sus amadores; vosotros cuya gloria, cuya esperanza, cuya riqueza es ella, cuando oís: Los suyos no la recibieron, no sintáis pena, porque en virtud de la fe le pertenecéis. Los suyos no la recibieron. ¿Quiénes son ésos? Tal vez, los judíos llamados en otro tiempo de Egipto, librados con mano poderosa, pasados por el mar Rojo, libres de enemigos que los persiguiesen, alimentados con el maná, sacados de la esclavitud, conducidos al reino y rescatados con tantos favores. He aquí los suyos que no la recibieron; pero al no recibirla se convirtieron en extraños. Estaban en el olivo, pero la soberbia los desgajó. El acebuche, despreciable y desdeñable por la amargura de sus acebuchinas, se hallaba extendido por todo el mundo, y todo el mundo lo aborrecía por ser silvestre; sin embargo, por su humildad mereció ser injertado allí de donde se desgajó el olivo por su soberbia23. Escucha al olivo orgulloso, merecedor de ser desgajado: Nosotros no hemos nacido en la esclavitud; tenemos por padre a Abrahán. Se les responde: Si fuerais hijos de Abrahán, haríais las obras de Abrahán. En réplica a las palabras: Nosotros no hemos nacido en la esclavitud, oyeron: Seréis verdaderamente libres si el Hijo os libera. ¿Os jactáis de ser libres? Todo el que comete pecado es siervo del pecado24. Así, pues, ¡cuánto más seguro se hallaría el hombre siendo siervo de otro hombre que de un deseo descarriado! Ellos, ensoberbecidos, no acogieron al humilde. Mira al acebuche digno de ser injertado, al centurión aquel, miembro no del pueblo judío, sino del gentil: Señor, no soy digno de que entres bajo mi techo25. Y el Señor: En verdad os digo que no he hallado tanta fe en Israel26. No he hallado en el olivo lo que encontré en el acebuche. Por tanto, córtese el olivo que se ensoberbece e injértese el humilde acebuche. Contémplale injertando, contémplale cortando: Por lo cual os digo que vendrán muchos de oriente y de occidente27: vendrá un gran acebuche a injertarse en el olivo; y se sentarán a la mesa con Abrahán, e Isaac, y Jacob en el reino de los cielos28. Acabas de oír cómo es injertado el humilde acebuche29; escucha cómo es cortado el olivo soberbio: En cambio, los hijos del reino irán a las tinieblas exteriores; allí habrá llanto y rechinar de dientes30. ¿Por qué? Porque los suyos no la recibieron. ¿Y por qué fue injertado el acebuche? Porque a cuantos la recibieron les dio poder de llegar a ser hijos de Dios31.

5. Levanta el corazón, raza humana; respira el aire de la vida y de la libertad plenamente segura. ¿Qué escuchas? ¿Qué se te promete? Les dio poder. ¿Qué poder? ¿Acaso aquel con el que se hinchan los hombres, el poder de juzgar y decidir sobre las vidas de los hombres, de proferir sentencias sobre inocentes y culpables? Les dio poder —dice— de llegar a ser hijos de Dios32. Antes no eran hijos y se convertían en hijos, puesto que aquel gracias al cual se convierten en hijos era ya desde antes Hijo de Dios y se hizo hijo del hombre. Ellos, pues, eran ya hijos de los hombres y fueron hechos hijos de Dios. Descendió hasta lo que no era, porque era otra cosa; te elevó a ti a lo que no eras, puesto que eras otro. Levanta, por tanto, tu esperanza. Gran cosa es lo que se te ha prometido, pero te lo ha prometido quien es grande. Parece demasiado e increíble y como imposible que los hijos de los hombres sean hechos hijos de Dios. Pero por ellos se ha hecho algo más: el Hijo de Dios se hizo hijo del hombre. Levanta, pues, tu esperanza, ¡oh hombre!; arroja la incredulidad de tu corazón. Por ti se ha realizado ya algo más increíble que lo que se te ha prometido. ¿Te extrañas de que el hombre posea la vida eterna? ¿Te admiras de que el hombre llegue a la vida eterna? Extráñate, más bien, de que Dios llegó hasta la muerte por ti. ¿Por qué dudas de la promesa habiendo recibido tal garantía? Considera, pues, cómo te afianza, cómo te robustece la promesa de Dios. A cuantos la recibieron —dice— les dio poder llegar a ser hijos de Dios33. ¿Mediante qué tipo de engendramiento? No mediante el habitual, viejo, transitorio o carnal. No de la carne —dice—, ni de la sangre, ni de la voluntad de varón, sino que han nacido de Dios34. ¿Te causa extrañeza? ¿No lo crees? La Palabra se hizo carne y habitó entre nosotros35. He aquí de dónde ha salido el sacrificio de la tarde. Adhirámonos a Cristo: sea ofrecido con nosotros quien se ofreció por nosotros. Así, con el sacrificio de la tarde36, se da muerte a la vida vieja y al amanecer surge la nueva.