En el día de su ordenación episcopal
1. El día de hoy, hermanos, me invita a reflexionar con más atención sobre la carga que llevo encima. Aunque debo pensar día y noche sobre su peso, no sé cómo esta fecha de mi aniversario la lanza a mi sensibilidad, de modo que no puedo en absoluto evitar pensar en ella. Y en la medida en que los años aumentan, o, mejor, disminuyen, y nos acercan más al último día, que, sin duda, ha de llegar alguna vez, el pensamiento sobre la cuenta que he de dar a Dios nuestro Señor por todos vosotros me resulta cada vez más penetrante y punzante. La diferencia entre cada uno de vosotros y yo es esta: vosotros casi no tenéis que dar cuenta más que de vosotros mismos, mientras que yo tengo que darla de mí y de todos vosotros1. En consecuencia, es mayor la carga, que, bien llevada, comporta una mayor gloria; pero, ejercida sin fidelidad, precipita en el más terrible de los suplicios. Según esto, ¿qué es lo que, ante todo, debo hacer hoy, sino confiaros el peligro en que me encuentro, para que seáis mi gozo?2 El peligro en que me hallo no es otro que el fijarme en cómo me alabáis, sin preocuparme de cómo vivís. Aquel bajo cuya mirada hablo, mejor aún, bajo cuya mirada pienso, sabe que las alabanzas del pueblo me deleitan menos de lo que me punza y angustia cómo viven quienes me alaban. No quiero alabanzas de quienes viven mal; las aborrezco, las detesto; me causan dolor, no placer. Si dijera que no quiero las alabanzas de quienes viven bien, mentiría; si digo que las quiero, temo apetecer más la vanidad que la solidez. ¿Qué he de decir, pues? Ni plenamente las quiero ni plenamente las dejo de querer. No las quiero plenamente, para que las alabanzas humanas no me pongan en peligro; no las dejo de querer del todo, para que no les falte el agradecimiento a aquellos a quienes predico.
2. Mi carga es la que acabasteis de oír cuando se leyó al profeta Ezequiel. Como si no bastase la invitación que la misma fecha me hace para que piense en ella, se ha leído, además, una lectura que me infunde un gran temor, a fin de que piense en lo que llevo sobre mí, porque, si no la lleva conmigo quien me la impuso, desfallezco. Esto es lo que habéis oído: Si la tierra sobre la cual yo voy a enviar la espada, establece un centinela que vea que llega la espada, lo diga y dé la alarma; si, al llegar la espada ese centinela calla, y al llegar la espada sobre el pecador lo mata, el pecador morirá ciertamente a causa de su maldad, pero yo pediré cuenta de su sangre al centinela. Si, por el contrario, al ver llegar la espada toca la trompeta y lo anuncia, y aquel a quien se lo anuncia no hace caso, él morirá en su maldad, pero el centinela ha salvado su vida. Y a ti, hijo de hombre, te he puesto como centinela al servicio de los hijos de Israel3. Él mismo expuso a qué llamó espada, a qué centinela y de qué muerte hablaba; no permitió que nuestra negligencia tomase excusa de la oscuridad del texto leído. Te he puesto —dice— como centinela. Si yo digo al pecador: «Morirás», y tú te callas y él llega a morir en su pecado, él morirá ciertamente con merecimiento y justicia por su pecado, pero yo te pediré cuenta de su sangre. Si tú, por el contrario, dices al pecador: «Morirás», y él no hace caso, él morirá en su maldad, pero tú has salvado tu vida4. Y añadió las palabras que quería se dijesen al pueblo de Israel: Dirás, pues, a los hijos de Israel: «¿Qué es lo que se dice entre vosotros: "Nuestras maldades pesan sobre nosotros, nos consumimos en nuestros pecados; cómo podemos vivir?" Esto dice el Señor: No quiero la muerte del impío, sino que se convierta de su pésimo camino y viva»5. Esto ha querido que os anuncie a vosotros. Si no lo hago, he de dar mala cuenta en mi condición de centinela. Si, en cambio, os lo anuncio, he hecho lo que me corresponde. Allá vosotros; yo estoy a seguro. Mas ¿cómo puedo estar seguro yo, hallándoos vosotros en peligro y a punto de morir? No quiero que mi gloria vaya asociada a vuestro tormento. Ciertamente, se me ha concedido la seguridad, pero la caridad me hace solícito. Ved que yo doy la voz de alarma, y sabéis que siempre os la he dado, que nunca he callado. Esto dice Dios: No quiero la muerte del impío, sino que se convierta de su pésimo camino y viva. ¿Qué decía el impío? Mencionó las palabras de los impíos y malvados: Nuestras maldades pesan sobre nosotros y nos consumimos en nuestros pecados; ¿cómo podemos vivir? El enfermo pierde la esperanza, pero el médico se la devuelve. El hombre se dijo a sí mismo: ¿Cómo podemos vivir? Dios te dice: «Puedes vivir». Si todo hombre es mentiroso6, sólo Dios es veraz; borre lo que dijo el hombre y escriba lo que dijo Dios. No pierdas la esperanza; puedes vivir, apoyándote no en tus males pasados, sino en tus bienes futuros. Borrarás el mal si te apartas del mal. Con el cambio se destruyen todas las cosas, tanto las buenas como las malas. De una vida santa pasaste a una vida mala: eliminaste «los bienes. Desde una vida mala has avanzado hacia una vida santa, eliminaste los males». Mira adónde tiendes y qué vas a recibir; hay dos tesoros preparados para ti; lo que envíes, eso encontrarás; Dios es fiel guardián: te devolverá conforme a tu obrar.
3. Hay, sin embargo, otros que no perecen por desesperación. No se dicen: Nuestras maldades pesan sobre nosotros y nos consumimos en nuestros pecados; ¿cómo podremos vivir?7 Pero se engañan de otra manera: se halagan con la infinita misericordia de Dios, para nunca corregirse. Esto es lo que dicen: «Aunque obramos mal, aunque cometemos iniquidades, aunque vivimos en la lujuria y el crimen, aunque despreciamos al pobre y al necesitado, aunque nos envanecemos de soberbia, aunque en nuestro corazón no hay dolor alguno por los males que hemos dicho, ¿va a dejar Dios que se pierda tan gran muchedumbre y a librar a tan pocos? Dos son, pues, los peligros: uno, el que oímos de boca del profeta, y otro que no calló el Apóstol. En efecto, contra quienes perecen por desesperación, cual si fueran gladiadores destinados a morir a espada, anhelando placeres y viviendo en la maldad y despreciando sus almas como ya condenadas sin remisión, refiere el profeta lo que se dicen así mismos: Nuestras maldades pesan sobre nosotros y nos consumimos en nuestros pecados, ¿cómo podremos vivir? Pero otra cosa es aquello de lo que dice el Apóstol: ¿O desprecias las riquezas de su bondad, misericordia y longanimidad?8 Contra quienes dicen que Dios es bueno y misericordioso y que no dejará que se pierda muchedumbre tan grande, salvando a unos pocos —ciertamente, si él no quisiera que existiesen, ni siquiera vivirían; aunque cometen tanto mal y siguen viviendo, si a Dios desagradara que viviesen, al instante los haría desaparecer de la tierra—, contra esos dice el Apóstol: ¿Ignoras que la paciencia de Dios te lleva a la penitencia? Tú, en cambio, de acuerdo con la dureza e impenitencia de tu corazón, te atesoras ira para el día de la ira y de la revelación del justo juicio de Dios, que pagará a cada uno según sus obras9. ¿A quiénes dice esto? A los que piensan que Dios es tan bueno que no pagará de esa manera. La verdad es que pagará a cada uno según sus obras. ¿Tú qué haces? Atesoras. ¿Qué? Ira. Acumula ira sobre ira, aumenta tu tesoro; se te devolverá lo que has atesorado, no te defrauda aquel a quien se lo confías. Si, por el contrario, envías al otro tesoro tus obras buenas, frutos de la justicia: la continencia, la virginidad o la castidad conyugal; si te alejas del robo, del homicidio, de acciones violentas; si te acuerdas del necesitado, pues también tú eres necesitado; si te acuerdas del pobre, pues también tú eres pobre —por mucho que nades en riquezas, estás vestido con trapos de carne—; si, pensando y realizando estas cosas, las envías al buen tesoro para el día del juicio, el que a nadie defrauda y devuelve a cada uno según sus obras te dirá: «Toma lo que enviaste, puesto que hay abundancia; cuando lo enviabas, no lo veías, pero yo lo guardaba tal como te lo iba a devolver». En efecto, hermanos, todo el que envía algo a un tesoro sabe que lo envía; pero, una vez enviado, ya no lo ve. Supón que tu tesoro está bajo tierra con un solo acceso o una rendija para meter; poco a poco vas introduciendo lo que ganas, pero dejas de verlo. Si la tierra te guarda lo que le das y dejas de ver, ¿no te lo guardará quien hizo cielo y tierra?
4. Aligerad, pues, hermanos; aligerad mi carga y llevadla conmigo: vivid santamente. Hoy tengo que dar de comer a quienes son pobres como yo, y he de compartir humanidad con ellos; mi manjar para vosotros son estas palabras. No doy abasto para dar de comer a todos con pan palpable y visible. De donde saco para alimentaros a vosotros, de allí saco para alimentarme yo; soy un siervo, no un padre de familia. Os sirvo de lo mismo de lo que yo vivo: del tesoro del Señor, del banquete de aquel padre de familia que, siendo rico, se hizo pobre por nosotros para que nos enriqueciésemos con su pobreza10. Si os sirviera pan, habría que partirlo; cada uno tomaríais un pedazo, y, por mucho que sirviese, no llegaría más que una mínima porción a cada uno. En cambio, lo que digo lo tienen todo todos y cada uno en particular. ¿Acaso habéis dividido entre vosotros las sílabas de mis palabras? ¿Acaso os lleváis cada uno una palabra de este largo sermón? Cada uno de vosotros lo oyó en su totalidad. Pero esté atento a cómo lo oyó; yo soy solo quien os lo da, no quien os pedirá cuentas. Si no lo doy y me reservo el dinero, el Evangelio me aterroriza. Podría decir: «¿Por qué tengo yo que hastiar a los hombres y decir a los malvados: No obréis mal, vivid así, obrad de esta otra forma, dejad de actuar de esa manera? ¿Por qué tengo que ser un peso para los hombres? He recibido cómo he de vivir: viviré como me han mandado y como me han ordenado. Mi asignación es lo que he recibido; ¿por qué tengo que dar cuenta de otros?». El Evangelio me aterroriza. En efecto, nadie me superaría en el deseo de vivir en esa seguridad plena de la contemplación, libre de preocupaciones; nada hay mejor, nada más dulce que escrutar el divino tesoro sin ruido alguno; es cosa dulce y buena; en cambio, predicar, argüir, corregir, edificar, preocuparte de cada uno, es una gran carga, un gran peso y una gran fatiga. ¿Quién no rehuirá esta fatiga? Pero el Evangelio me aterroriza. Se acercó cierto siervo y dijo a su señor: «Sabía que tú, hombre molesto, cosechas donde no sembraste11. Guardé tu dinero, no quise darlo; toma lo que es tuyo, juzga si falta algo; si está todo, no me molestes». Pero el señor le dijo: —Siervo malvado, por tu boca te condeno12. —¿Por qué esto? —Si me llamaste avaro, ¿por qué te desentendiste de que yo obtuviera ganancias? —No lo di por temor a perderlo. —¿Eso dices? Pues la mayor parte de las veces, se dice: —¿Por qué lo corriges? Es tiempo perdido, no te escucha. —Pero yo —dice él— no quise dar tu dinero para no perderlo. Él le contestó: «Debías haber dado mi dinero, para exigirlo yo al volver con los intereses13; te puse, dijo, como dador, no como exactor; tú debías haberte preocupado de dar, dejándome a mí el cobrar». Temiendo algo parecido, vea, pues, cada cual cómo recibe. Si yo temo al dar, ¿debe estar tranquilo quien recibe? Quien fue malo ayer, sea bueno hoy. Esto es lo que os doy: «Quien fue malo ayer, sea bueno hoy». Ayer fue malo, y no murió; en caso de haber muerto en su maldad, hubiese ido al lugar de donde no volvería. Ayer fue malo y hoy vive; séale de provecho el vivir, no viva mal. ¿Por qué quiere añadir a la maldad del día de ayer la de hoy? Quieres tener una vida larga; ¿no quieres que sea buena? ¿Quién soporta por mucho tiempo algo malo, aunque sea la refección matutina? ¿Hasta tal punto se ha agravado la ceguera mental, hasta tanto llega la sordera interior, que quiere tener todo bueno menos él mismo? ¿Quieres tener una casa de campo? Niego que quieras tenerla mala. Quieres tener una mujer o una casa, pero sólo si son buenas. ¿Para qué pasar revista a cada cosa concreta? No quieres tener un mal calzado, ¿y quieres tener mala la vida? ¡Como si te causaran más daño el calzado malo que la mala vida! Si tu mal calzado te hace daño porque te aprieta, te sientas, te descalzas, lo tiras, o lo reparas, o lo cambias, para no dañar el dedo, y luego vuelves a calzarte. Pero no te preocupas de corregir tu mala vida, que te hace per der el alma. Veo claramente dónde está el origen de tu error: el calzado que te hace daño te produce dolor, mientras la vida que te hace daño te causa placer. En un caso hay dolor y en otro satisfacción; mas lo que de momento produce satisfacción, después causa un dolor más intenso, mientras que lo que de momento produce un dolor saludable, luego causa alegría con placer infinito y gozo inagotable.
5. Ved a uno y a otro: al que vive en el placer y al que vive en el dolor; el rico vivía entre placeres y el pobre entre dolores; el primero banqueteaba, el segundo sufría; aquél, rodeado de su familia, recibía honores, a este le lamían los perros; aquél se indigestaba en sus banquetes, éste ni con las migajas podía saciarse14. Pasó el placer, pasó la necesidad; pasaron los bienes del rico y los males del pobre; al rico le vinieron males y al pobre bienes. Lo pasado, pasó para siempre; lo que vino después, nunca disminuyó. El rico ardía en los infiernos, el pobre se alegraba en el seno de Abrahán. Primeramente había deseado el pobre una migaja de la mesa del rico; luego deseó el rico una gota del dedo del pobre. La penuria de éste acabó en la saciedad; el placer de aquél llegó a su término sustituido por el dolor sin término. Al banquete siguió la sed; al placer, el dolor; a la púrpura, el fuego. Esta es la refección que se vio que tenía Lázaro en el seno de Abrahán; esta quiero que tengáis todos, esta quiero que tengamos juntos. En efecto, ¿qué refección podría ofreceros si os invitase a todos y esta iglesia se encontrase llena de mesas para los comensales? Se trata de cosas pasajeras. Pensad en lo que os digo para llegar a aquel banquete que no tendrá fin. Allí nadie se siente indigesto por comer, ni los manjares serán tales que nos alimenten a costa de su desintegración y nos fortalezcan a costa de su desaparición: ellos permanecerán íntegros y nosotros seremos restablecidos por ellos. Si nuestro ojo se alimenta de la luz, sin que la luz mengüe, ¡cómo serán aquellos manjares consistentes en la contemplación de la verdad, en la visión de la eternidad, en la alabanza de Dios, en la felicidad segura, en una mente estable, un cuerpo inmortal; sin que ninguna vejez consuma nuestra carne y ningún hambre debilite nuestra alma! Allí nadie crece y nadie decrece; nadie nace porque nadie muere; allí tampoco os veréis obligados a hacer nada de lo que ahora os exhortamos a hacer.
6. Acabáis de oír al Señor que decía —que nos dijo a todos nosotros—: Cuando des un banquete, no llames a tus amigos15 —te mostró con quién tienes que ser generoso: no con tus padres, que tienen qué devolverte—; antes bien, llama a los pobres, a los débiles, ciegos, cojos16, necesitados, que no tienen nada que devolverte. ¿Pierdes tú, acaso? Se te recompensará cuando se recompense a los justos17. «Tú da, te dice; yo recibo, tomo nota y te recompenso». Esto lo ha dicho Dios, y por eso nos exhortó a que obremos así, y él nos lo devuelva. Cuando él nos lo haya devuelto, ¿quién nos lo quitará? Si Dios está a favor nuestro, ¿quién estará contra nosotros?18 Cuando éramos pecadores, nos donó la muerte de Cristo; ahora que vivimos justamente, ¿nos va a defraudar? Cristo, en efecto, no murió por los justos, sino por los impíos19. Si a los malvados les dio la muerte de su Hijo, ¿qué reserva para los justos? ¿Qué les reserva? No tiene cosa mejor para reservarles que lo que entregó por ellos. ¿Qué entregó por ellos? No perdonó a su propio Hijo20. ¿Qué les reserva? El mismo Hijo, pero en cuanto Dios para que disfrute de él, no en cuanto hombre para que muera. Ved a qué os llama Dios. Mas de la misma manera que te fijas en el destino, dígnate mirar también al camino, dígnate mirar también el cómo. Cuando llegues, ¿se te ha de decir, acaso: Reparte tu pan con el hambriento; si ves a alguien desnudo, vístele?21 ¿Se te leerá, por ventura, este capítulo: Cuando des un banquete, llama a los cojos, ciegos, necesitados y en penuria?22 Allí no habrá nadie en penuria; ningún cojo, ni ciego, ni débil, ni forastero, ni desnudo; todos estarán sanos, robustos; todos vivirán en la abundancia y todos estarán vestidos de eterna luz. ¿A quién ves allí como forastero? Esa es nuestra patria: es aquí donde somos forasteros; deseémosla. Cumplamos lo mandado para exigir lo que se nos ha prometido, «mejor, no me he expresado bien, corrijo lo que acabo de decir. Lejos de nosotros exigir lo que se nos ha prometido»; acogeremos lo que se nos da de más. Hablamos de exigir, como si Dios no quisiera dárnoslo; con toda certeza, nos lo dará; a nadie defraudará. Reflexionad sobre esto, hermanos míos; ved cuántos bienes otorga Dios nuestro Señor a los malos: la luz, la vida, la salud, las fuentes, las frutas, los productos de la tierra; con frecuencia, honores, dignidad, poder; todos estos bienes los da a buenos y a malos. ¿Pensamos que no reserva nada para los buenos quien da tantos bienes incluso a los malos? Que nadie lleve eso a su corazón. Hermanos míos, grandes son los bienes que Dios reserva para los buenos, pero se trata de lo que el ojo no ha visto, ni el oído ha oído, ni ha subido al corazón del hombre23. Antes de recibirlo no puedes pensar en ello. Podrás verlo una vez que lo hayas recibido, pero antes no puedes ni pensarlo. ¿Qué es lo que quieres ver?... No es la cítara ni la trompeta; no es un sonido que cause placer al oído. ¿En qué quieres pensar? Ni ha subido al corazón del hombre. ¿Qué hago, pues? Ni lo veo, ni lo oigo, ni lo pienso; ¿qué hago? Cree. Magnífica síntesis, gran recipiente en que puedes acoger el gran don; eso es la fe. Prepárate el recipiente, tú que tienes que acercarte a la gran fuente; prepárate el recipiente. ¿Qué significa «prepárate»? Crezca, aumente y afiáncese tu fe; no sea recipiente resbaladizo y de barro; las tribulaciones de este mundo no han de quebrar, sino cocer tu fe. Cuando lo hayas preparado y tengas la fe cual recipiente idóneo, capaz y resistente, Dios lo llenará. Él no te dirá como dicen los hombres a quien le suplica y ruega que le dé un poco de vino: «Te lo doy; ven y lo haré». Este trae una tinaja y le dice: «Heme aquí, como me mandaste», y el otro le replica: «Yo pensaba que ibas a traer un recipiente más pequeño; ¿qué has traído o adonde has venido? No puedo darte tanto; retira ese tan grande que has traído y preséntame otro menor; tráeme uno que se ajuste a mi pobreza». Dios no te habla así; él está lleno, y lleno estarás tú, y cuando te haya llenado, él tendrá lo mismo que tenía antes de llenarte a ti. Copiosos son los dones de Dios; nada semejante hallarás en la tierra. Cree y lo experimentarás, pero no ahora. ¿Cuándo?, preguntarás. Ten paciencia con el Señor, actúa varonilmente y sea confortado tu corazón24, para que cuando lo recibas puedas decir: Llenaste de alegría mi corazón25.
7. Ten paciencia con el Señor, actúa varonilmente y sea confortado tu corazón26; ten paciencia con el Señor. ¿Qué significa: Ten paciencia con el Señor? Que recibas lo que te da cuando él te lo dé, no que se lo exijas cuando se te antoja. Aún no es el momento de dar; él tiene paciencia contigo; tenla tú con él. ¿Qué significa lo que acabo de decir: «él tiene paciencia contigo, tenla tú con él»? Si ya vives santamente, si ya te has convertido a él, si te desagradan tu vida pasada, si ya fue de tu agrado elegirte una vida santa, no te apresures a exigirle nada; él tuvo paciencia contigo para que cambiaras tu mala vida; te paciencia con él para que corone tu vida santa. Si él no hubiese tenido paciencia contigo, no habría a quien él pudiera dar; ten paciencia con él, pues, dado que te aguantó a ti. Pero tú que no quieres que te corrijan, ¡oh tú, quienquiera que estés aquí, que aún no quieres que te corrijan! —¡cómo si se tratase de uno solo! Debí decir más bien: «Tú, quienquiera que estés aquí, si es que estás aquí; tú que aceptaste ser corregido, si es que hay alguno». Con todo, voy a hablar como si se tratase de uno solo—; tú que no quieres ser corregido, ¿qué te prometes? ¿Pereces por falta de esperanza o por exceso de ella? Tú, seas quien seas, que pereces por falta de esperanza, dices en tu interior: «Mi maldad está sobre mí, me consumo en medio de mis pecados; ¿puedo esperar algo de esta vida?27». Escucha lo que dice el profeta: No quiero la muerte del malvado, sino que se convierta de su camino pésimo y viva28. ¿Pereces por exceso de esperanza? ¿Qué significa eso? Decir en tu interior: «Dios es bueno y misericordioso; todo lo perdona, y no devolverá mal por mal». Escucha las palabras del Apóstol: ¿Ignoras que la paciencia de Dios es para conducirte a penitencia?29 ¿Qué queda, pues? Como que hiciste algo si entró en tu corazón lo que dije. Estoy viendo lo que se me va a responder: «Es verdad; yo no pierdo la esperanza, para no perecer por eso mismo; ni espero malamente, de modo que, esperando, perezca. No me digo: Mi maldad está sobre mí; no, no me queda esperanza alguna; ni digo tampoco: "Dios es bueno, y a nadie devolverá males"; no digo ni lo primero ni lo segundo; por un lado me apremia el profeta, y por otro el Apóstol». ¿Qué dices? Por un poco de tiempo viviré todavía a mis anchas. «Estos son los que nos fatigan; son muchos, son molestos. Por un poco de tiempo viviré todavía a mis anchas»; luego, cuando me corrija —es ciertamente verdad lo que dijo el profeta: No quiero la muerte del malvado, sino que se convierta de su pésimo camino y viva—, una vez que me haya convertido, él borrará todos mis males; ¿por qué no añadir todavía alguno más al número de mis placeres y vivir cuanto quiero y como quiero, dispuesto a convertirme luego a Dios?» ¿Por qué dices esto, hermano; por qué? «Porque Dios me ha prometido el perdón, si cambio. Veo y sé que ha prometido el perdón; lo ha prometido por boca del santo profeta, y hasta lo promete por mí, el último de sus siervos». Es cierto que lo promete; lo ha prometido por su Hijo único. Mas ¿por qué quieres acumular días malos sobre días malos? Bástele a cada día su propia maldad30; malo fue el día de ayer, malo el de hoy y malo el de mañana. ¿O piensas que son días buenos aquellos en los que das satisfacción a tus voluptuosidades, cuando nutres tu corazón con la lujuria, cuando acechas la pureza ajena, cuando contristas a tu prójimo con tus fraudes, cuando te niegas a devolver lo que se te ha confiado, cuando juras falsamente por el dinero, cuando te procuras una buena refección matutina? ¿Piensas por eso que estás pasando un buen día? ¿Cómo puede darse que sea bueno el día si es malo el hombre? ¿Quieres acumular días malos sobre días malos? —Pido —dice— que se me conceda un margen de tiempo. —¿Por qué? —Porque Dios me prometió el perdón. —Pero nadie te ha prometido la vida para mañana. O léeme un texto, igual que me lees al profeta, al Evangelio y al Apóstol, donde conste que, cuando te conviertas, Dios borrará todas tus maldades; léeme un texto donde se te prometa la vida para mañana, y vive mal mañana. Aunque, hermano mío, no debí decirte eso. Quizá tu vida sea larga; si es larga, sea buena. ¿Por qué quieres que tu vida sea larga y mala? O no será larga y entonces debe deleitarte la vida larga que no tiene fin. O es larga, pero, en este caso, ¿qué tiene de malo el haber vivido bien por largo tiempo? Tú quieres vivir mal por largo tiempo, no quieres vivir bien; y, sin embargo, nadie te ha prometido vivir mañana. Corrígete, escucha la Escritura. No me desprecies como a un hombre que celebra su aniversario; te hablo con palabras de la Escritura: No tardes en convertirte al Señor31. Estas palabras no son mías, pero son también mías; si las amo, son mías; amadlas, y serán vuestras. Lo que estoy diciendo está tomado de la Escritura; si lo desprecias, se convierte en tu adversario. Pero escucha al Señor que dice: Ponte en seguida de acuerdo con tu adversario32. ¿A qué vienen estas palabras tremebundas? Vinisteis a participar de la alegría, pues hoy es el cumpleaños del obispo; ¿debo presentaros algo que os cause tristeza? Sí, os presento algo, motivo de gozo para quien lo ame y de cólera para quien lo desprecie; mejor es para mí contristar a quien lo desprecia que defraudar al fiel.
8. Escúchenlas todos; cito palabras de la Escritura. O tú, que para tu mal das tiempo al tiempo; o tú, mal apetecedor del mañana, escucha lo que te dice el Señor; escucha lo que te predice la Escritura. Colocado en este lugar, soy un centinela. No tardes en convertirte al Señor ni lo difieras de un día para otro. Fíjate si no ha visto y ha puesto sus ojos en aquellos que dicen: «Mañana seguiré en vida; por eso hoy viviré a mis anchas». Y cuando llegue el mañana, dirás otra vez lo mismo. No tardes en convertirte al Señor ni lo difieras de un día para otro, pues de improviso vendrá su ira y en el tiempo de la venganza te perderá33. ¿Qué es lo que he hecho? ¿Puedo, acaso, borrar tales palabras? Temo ser borrado yo. ¿Es que puedo callarlas? Temo ser acallado. Me fuerzan a predicar; infundo terror porque estoy aterrorizado yo. Temed conmigo para gozar conmigo. No tardes en convertirte al Señor. Señor, toma nota de que hablo; Señor, tú sabes que me aterrorizaste con la lectura de tu profeta; Señor, tú sabes cómo temblaba en la cátedra cuando se leía tu profeta. Mira que lo digo: No tardes en convertirte al Señor ni lo difieras de un día para otro, pues de improviso vendrá su ira y en el tiempo de la venganza te perderá. Pero yo no quiero que perezcas; no quiero que me digas: «Deseo perecer», porque no lo quiero yo; es mejor mi «no quiero» que tu «deseo». Si a tu padre le atacase la enfermedad del letargo entre tus brazos y tú, joven, asistieses al anciano enfermo, si el médico te dijera: «Tu padre se halla en peligro; este sueño es una pesadez mortal; estate atento a él y no le dejes dormirse; si ves que se duerme, despiértalo; si es poco despertarlo, pellízcalo; y, si aun esto es poco, pínchale, para que tu padre no muera». Si estuvieses a su lado, serías un joven cargante para el anciano. Él se entregaría decidido al dulce mal y cerraría los ojos, oprimidos por esa pesadez. Tú, por el contrario, le dirías: «No te duermas». Él replicaría: «Déjame en paz; quiero dormir». Y tú: «Pero el médico me dijo: "No le dejes dormir, aunque quiera"». Y él: «Te lo suplico, déjame; quiero morir». —«Pero no quiero yo —dices como hijo a tu padre. ¿A quién? A quien ciertamente desea morir; y, a pesar de todo, tú quieres diferir su muerte y vivir por más tiempo con tu anciano padre que ha de morir. El Señor te grita: «No te duermas, para no dormir por siempre; mantente despierto, para vivir conmigo, para tener un padre a quien nunca lleves al sepulcro». Pero eres sordo.
9. ¿Qué he hecho yo, el centinela? Libre soy, no os soy gravoso. Sé que algunos han de comentar: «¿Qué quiso decirnos? Nos aterrorizó, nos abrumó y nos declaró culpables». Al contrario, os he querido librar de la culpa. Es cosa fea, es infame «—no quiero decir que sea mala, peligrosa o letal; es infame» engañaros si Dios no me engaña a mí. El Señor amenaza con la muerte a los impíos, a los sumamente malvados, a los estafadores, a los criminales, a los adúlteros, a quienes sólo buscan el placer, a quienes se desprecian, a los que murmuran de los tiempos que corren sin cambiar sus costumbres; el Señor les amenaza con la muerte, con el infierno, con la perdición eterna. ¿Por qué quieren que yo les prometa lo que no les promete él? He aquí que el administrador te dará seguridad; mas ¿de qué te sirve, si el padre de familia no la acepta? Yo soy un administrador, soy un siervo. ¿Quieres que te diga: «Vive como quieras, que el Señor hará que te pierdas»? El administrador te ofreció seguridad, pero de nada vale la seguridad que garantiza el administrador. ¡Ojalá te la diese el Señor, y yo hiciese que te preocupases por ella! La seguridad del Señor es la que vale, aunque yo no lo quiera; la mía, en cambio, de nada vale si él no quiere. Hermanos, ¿en qué consiste mi seguridad o la vuestra, si no en escuchar con atención y preocupación los mandatos del Señor y esperar fielmente sus promesas? En todas estas fatigas en que nos encontramos en cuanto hombres imploremos su ayuda y gimamos ante él. Nuestras súplicas no han de tener por objeto cosas mundanas, pasajeras, transitorias, que se desvanecen como vapor. Nuestras súplicas vayan encaminadas a alcanzar la justicia que ha de cumplirse y a la santificación en el nombre de Dios; hemos de pedir no la victoria sobre el vecino, sino sobre la concupiscencia; no saciar la avaricia, sino domarla. De aquí han de brotar nuestras súplicas. Que nos ayuden interiormente en la lucha y nos coronen en la victoria.