En el natalicio de los mártires
1. Sabemos lo que hemos cantado y lo retenemos bien: La muerte de sus santos es preciosa a los ojos del Señor1. La muerte de los santos es preciosa por su precio. Por tanto, nada tiene de extraño que sea preciosa la muerte de quienes fueron comprados a tal precio. De hecho, el mundo no puede ponerse en la misma balanza con la sangre de aquel por quien fue hecho el mundo. Para tener sangre que derramar por nosotros, la Palabra se hizo carne y habitó entre nosotros2. El precio, en efecto, pagado por todos nosotros es la sangre de aquel que la derramó para el perdón de los pecados. ¿Qué valían los pecadores o en cuánto se los tasaba? ¿Era en verdad aquella sangre el precio justo de los pecados? He aquí que Cristo murió por los impíos. Escucha al apóstol: Dios —dice— muestra su amor para con nosotros en el hecho de que, siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros3. Cuando aún éramos pecadores, ¿valíamos tanto? Al contrario, nulo sería nuestro valor en caso de permanecer en el pecado. Aquel nuestro comprador purificó con el precio pagado lo que había comprado. ¿Cómo hubiera sido comprado a tal precio al pecador de no haber sido purificado con su precio?
2. No miremos, pues, lo que éramos antes de que él nos comprase, para no quedarnos en el camino. No centremos nuestra atención en ello; pero, no obstante, retengámoslo en la memoria. En efecto, si nos fijamos en ello, a ello volvemos; si lo olvidamos, seremos ingratos. Por tanto, es cosa buena recordar lo que fuimos y odiarlo en seguida; recordarlo, para ser agradecidos, y odiarlo, para no volver a lo pasado. En efecto, ni siquiera Jesús murió por los pecadores amando a los pecadores. Si consideramos esto superficialmente, sale al paso luego la dificultad del problema. ¿Cómo es que no amó a aquellos por quienes murió? ¿Quiénes son aquellos por quienes quiso morir? Habéis oído al apóstol: Cuando aún éramos pecadores, Cristo murió por nosotros4. Por tanto, si amó a aquellos por quienes murió, si murió por los pecadores, entonces amó a los pecadores. Calle el pecador y hable el Salvador. Sé de dónde procede lo que dices, ¡oh pecador!: amas ser pecador. En verdad, no dirías que el Salvador amó a los pecadores si no quisieras ser pecador. Calle, pues —como dije—, el pecador; hable el Salvador. ¿Qué dice el Salvador? Mira que ya estás sano; no peques más, no sea que te ocurra algo peor5. ¡Con qué amenazas te prohibió lo que amabas! ¿Ama, pues, lo que quisiste ser tú, si te amenaza con tales cosas si vuelves a las andadas?
3. ¿Cómo, entonces, murió por los pecadores, si no amó a los pecadores? Precisamente porque no amaba a los pecadores, por eso murió por los pecadores. Entiéndelo y se acaban tus dificultades. Tú me preguntas cómo no amó a los pecadores quien murió por ellos. Responde primero a mi pregunta, y tú mismo te darás la respuesta a lo que me habías preguntado. Quien ama una cosa, ¿quiere que exista o que no exista? Pienso que, si amas a tus hijos, quieres que ellos existan; pues, si no quieres que ellos existan, no los amas. Sea lo que sea lo que amas, quieres que exista y en ningún modo amas lo que no quieres que exista. ¿Qué quiso, por tanto, el Señor al morir por nosotros? ¿Que fuéramos pecadores o librarnos de los pecados? Si murió por nosotros precisamente para borrar nuestros pecados, ¿amó, acaso, lo que destruyó? ¿Quién destruye lo que ama? Si eres fiel, si has creído en él, si tienes levantado tu corazón, para escribir lo que eres tuvo que borrar lo que fuiste.
4. Mírale a él. Escúchale hablar en el salmo por medio del profeta: Se multiplicaron —dice— sus flaquezas y luego se dieron prisa6. ¿Qué significa: Se multiplicaron sus flaquezas? Vino la ley para que abundase el delito. ¿Qué significa igualmente: Luego se dieron prisa? Donde abundó el pecado sobreabundó la gracia7. ¿Y luego qué? Luego se dieron prisa, puesto que, repletos de enfermedades, buscaron al médico. ¿Y luego? No reuniré —dice—, sus asambleas reunidas en torno a sangres. ¿Qué significa: No reuniré sus asambleas reunidas en torno a sangres8? No los reuniré por medio de aquellos sacrificios de animales, de sangres, sino mediante la sangre por la que es preciosa a los ojos del Señor la muerte de sus santos9. Así, pues, ya no reuniré sus asambleas reunidas en torno a sangres. Aquellas sangres los dejaban convictos de su pecado, pero no los purificaban. Fue entregada, fue derramada una única sangre purificadora en lugar de otras muchas que acusaban. Fue entregada una única sangre; ¿y luego qué? Ni mis labios se acordarán de sus nombres10. Antes de que fuese derramada aquella única sangre, cuando se reunían sus conventículos en torno a sangres, sus nombres no morían: el que era adúltero seguía adúltero; el ladrón, ladrón; el que hería seguía hiriendo; el sacrílego seguía sacrílego. Fue derramada esa única sangre: Ni mis labios se acordarán de sus nombres. No os engañéis —dice el apóstol— pues ni los fornicarios, ni los idólatras, ni los adúlteros, ni los afeminados, ni los sodomitas, ni los ladrones, ni los avaros, ni los borrachos, ni los rapaces, ni los maldicientes poseerán el reino de Dios11.Estos eran sus nombres. Y para que sepas que así es en realidad, escucha lo que sigue: Eso fuisteis ciertamente12. ¿Y dónde está lo dicho: Ni mis labios se acordarán de sus nombres? Mas habéis sido lavados y santificados. Por tanto, ya no sois lo que fuisteis.
5. No cabe duda que Dios ama a los pecadores; no cabe duda tampoco que, por su sangre, los pecadores acordarán de sus nombres? Mas habéis sido lavados y santificados13. Por tanto, ya no sois lo que fuisteis, no son lo que fueron. ¿Cómo son amados, si Cristo el Señor amó a los justos y no a los pecadores? Amó lo que quiso hacer de ellos, no lo que encontró en ellos. El médico, si cumple con aquello para lo que ha sido llamado, ama a los sanos, no a los enfermos. Y hasta me atrevo a decir, y es cierto, que se acercó hasta el enfermo precisamente porque no ama al enfermo. Parece que he dicho algo contradictorio, pero yo pregunto: «¿Por qué se acercó hasta el enfermo?» Para volverlo sano. Entonces no ama al enfermo. Ama lo que tiene en vista hacer de él, no lo que quiere eliminar. Así, pues, recobraron la salud los santos mártires, comprados a tan elevado precio, redimidos por su creador. Siervos dos veces: en cuanto creados y en cuanto redimidos. Y de donde les vino su doble servidumbre, de allí les llegó la libertad: son siervos del creador y hermanos del redentor. Para ver que son siervos, lee el evangelio como documento que lo atestigua; ve en él donde fueron comprados. Fíjate en el contrato: la bolsa que contenía su precio fue colgada del madero, golpeada y derramada. Derramó lo que contenía, y con ello compró. Si lo lees, encuentras en él el documento que atestigua su condición de siervos. De siervos los hizo hermanos, y lo que era documento de su condición de siervos, se convirtió en testamento para hijos. Amén.