En el natalicio de los santos mártires
1. Glorificamos a los santos mártires que lucharon contra el pecado hasta la sangre, por encima de los demás hombres; los glorificamos porque sufrieron la muerte por la verdad, y al morir encontraron la vida. No hubiesen muerto si el hombre no hubiese pecado; pues, si el hombre hubiese cumplido con lo mandado, viviría. Dios le amenazó con la muerte en el caso de que pecase1; así, pues, el temor de la muerte debió alejarle del delito; pero dio más crédito a la serpiente que lo engañaba que al creador que miraba por él. No creyó a Dios, y se encontró con aquello en lo que no había creído. De esta manera, la naturaleza, por su propio impulso, camina hacia la muerte. En la medida de sus posibilidades, lucha para no morir; pero muere aunque no quiera, porque pecó queriendo. Ni siquiera el primer hombre despreció la muerte al pecar, sino que creyó que no moriría aun en el caso de pecar. Se le dijo: «No toques, porque, si tocas, morirás». ¿Se dijo él acaso: «Tocaré y moriré»? ¿Acaso reflexionó de esta manera: «Dios me amenazó con la muerte para que no pruebe el fruto de aquel árbol; pero lo probaré y experimentaré lo que hay en dicho alimento; si me sobreviene la muerte, ¿qué me importa?» No fueron estas sus reflexiones; pues, si quería pecar, era por soberbia y curiosidad, pero la naturaleza no quería morir. Finalmente, también aquella serpiente —mejor, el diablo por la serpiente, el persuasor del pecado, el destructor de la fe—, con el desprecio de la muerte, no le quitó el temor a la misma. Para aconsejarle el mal no le dice: «Tienes miedo a morir; pero ¿qué significa el morir? La muerte no es cosa mala; no tienes motivo para temer lo que no es malo». No es eso lo que le dijo, pues sabía cuán lejos está de la naturaleza el deseo de morir. ¿Qué le dijo, pues? No moriréis2. No les persuadió a despreciar la muerte, sino que les quitó la fe en que iban a morir. El hombre hizo lo que el diablo le había persuadido, no porque despreciase la muerte, sino porque no creyó que iba a morir de verdad. Al pecador siguió la muerte. Él nos engendró a nosotros, pero no tales cual había sido creado, sino como se había hecho con el pecado. Nacimos trayendo la culpa y la pena debida a la transgresión. Contra uno vino otro, puesto que por un hombre vino la muerte, y por otro la resurrección de los muertos, Pues como en Adán morimos todos, así también en Cristo son vivificados todos3.Vino, pues, uno contra uno; pero no vino de la misma manera que aquel al que vino a socorrer, sino que vino de una virgen, vino sin concupiscencia, vino siendo concebido no por la pasión, sino por la fe. Contra uno, pues, vino otro. Para socorrer al hombre tomó algo de su linaje, pero no todo lo que tenía el socorrido. Vino, pues, y nos halló yaciendo en la culpa y en la pena; él tomó solamente la pena, y así destruyó la culpa y la pena.
2. Así, pues, Cristo el Señor asumió exhortar a los mártires a que no temieran la muerte. Lo hizo no solo con la palabra, sino también con el ejemplo. La exhortación de Cristo no fue como la seducción de la serpiente. La serpiente dijo: «Si pecáis, no moriréis». Cristo, en cambio: «Si pecáis, moriréis». ¿Qué significa: «Si pecáis, moriréis»? Si me negáis; más aún, si no me negáis, moriréis. Pero no temáis a quienes dan muerte al cuerpo4. ¡Oh hombre!, no temas ahora a quienes dan muerte al cuerpo. Fue entonces cuando debiste temer la muerte para no llegar a ella; si entonces la hubieras temido, no hubieses venido a parar en ella. Si temes la muerte ahora, te librarás de ella. Pero no hagas caso a la seducción engañosa del diablo. El mismo Señor Dios nuestro dijo entonces una cosa al hombre y ahora le dice otra. Entonces le dijo: «No peques para no morir»; ahora le dice: «Muere para no pecar». Entonces le dijo: «Pecando vas a parar en la muerte»; ahora le dice: «Muriendo llegas a la vida». En conclusión: la pena del pecador se convirtió en instrumento de virtud. Entonces, escuchando al diablo, murieron ellos; ahora nosotros, muriendo por la verdad, vencemos al diablo. «¿De qué te enorgulleces tú, que me has tenido cautivo? Con tus propias armas te venzo. Me aconsejaste que pecara haciéndome creer que no iba a morir; me dijiste: ?No morirás?; te creí y morí. Me aconsejaste, me engañaste, me cogiste en la trampa, me apresaste, y con tu mal consejo me mandaste a la muerte; mas al morir Cristo perdiste a quienes poseíste». No tienes motivo para sentir pánico al aceptar la muerte para no pecar, muerte que se debió temer entonces para evitar el pecado. Contra tus venenosas insinuaciones canta el mártir: Salmodiaré a mi Dios mientras vivo5. Entonces, una vez que hayas muerto, ¿ya no lo salmodiarás? Al contrario, lo harás con mayor intensidad que mientras dura tu vida. En efecto, no se puede hablar de duración en loque tiene fin. Yo diría que ni aun en el caso de que Adán hubiese muerto hoy hubiese vivido por largo tiempo. ¿De qué le servirían los largos tiempos pasados una vez que hubiesen pasado? Vivió por largo tiempo, pero es vida pasada; dime si vive ahora; dime que no tendrá fin lo que vive, y entonces te diré que efectivamente es de larga duración. Nosotros los cristianos, que tenemos prometida la vida eterna, no debemos pensar como no sé qué autor pagano que dijo: «¿Qué duración es larga, si tiene un límite?». Elimina su término y reconozco su duración; pero, si le pones un término, te convenzo de que es breve. Así, pues, salmodiaré a mi Dios mientras vivo. Debemos entender esa larga duración como larga en verdad. Mientras vivo, puesto que vivo por siempre, refiérelo a aquello: Dichosos los que habitan en tu casa; te alabarán por los siglos de los siglos6. Este es el premio que amaron los santos mártires, quienes, amando la vida, temieron morir. ¿Pensáis, entonces, que amaron la muerte por el hecho de que la soportaron pacientemente? En ningún modo; ellos amaron la vida y la vida desearon; quienes eligieron morir por la vida quisieron vivir sin muerte; despreciaron lo que es breve para llegar a lo que tiene larga duración en verdad.
3. Pero ¿Qué clase de perseguidor es el que viene y te dice: —Niega a Cristo si no quieres que te dé muerte? —¿Voy a negar la vida por la vida? ¿Por una breve vida voy a negar la vida eterna? ¿Y si tú me perdonas hoy y la fiebre me lleva mañana? ¿Por qué quieres quitarme la fe con tus amenazas de muerte? Si me causa la muerte la fiebre, no me quita la fe. Esta vida que tú dices que me otorgas no está en tu poder; en consecuencia, no voy a negar por ella a la vida, Cristo, que tiene en su poder la muerte y la vida. ¿Negaré, pues, a aquel de cuya voluntad, no de la tuya, depende mi vivir aquí? Y, cuando abandone esta vida, llegaré hasta él, donde ya no hay otra cosa que el vivir. —Mira que, si no lo niegas, te doy muerte; quién es el que habla; por tu medio me dice: «Niega y no morirás». Es casi lo mismo que me dijo en aquella otra ocasión: «Toca y no morirás». No quise entonces ser cauto ante ti, lo soy ahora. Así, pues, sea como sea, esta vida es dulce, y nadie quiere acabarla aunque esté llena de fatigas. Hermanos míos, si hasta tal punto es dulce cualquier vida, ¿cómo lo será aquella otra? Fijaos en la gloria de los mártires. Si la muerte no fuese amarga, los mártires carecerían de toda gloria. Si la muerte se reduce a nada, ¿qué hicieron de grande los mártires al despreciarla? Escuchad al Señor mismo: Nadie tiene mayor caridad que el que entrega la vida por sus amigos7. Él, que tenía poder para entregar su vida y poder para recuperarla de nuevo8, para transfigurarnos en su persona dijo: Mi alma está triste hasta la muerte9. Y al bienaventurado Pedro: Cuando envejezcas —dice— otro te ceñirá y te llevará adonde tú no quieras10;incluso cuando seas anciano. ¿Cómo es, entonces, la vida bienaventurada, si necesariamente se ama hasta la vida desdichada? ¿Qué se hace en esta vida que así se ama? Desear, temer, esperar, engañarse, fatigarse, enfermar; verdadera es la tristeza y falsa la alegría; derramar súplicas y temer las tentaciones. ¿Qué clase de vida es esta? ¿Quién, aunque sea muy elocuente, puede describir todas sus miserias? Con todo, se la ama. ¿Cuál es la actividad de aquella vida? No me alargo más, no voy a emplear tiempo en describirla: Salmodiaré a mi Dios mientras vivo11.
4. Los mártires fueron amantes de la vida, y por eso soportaron la muerte. Sin embargo, hermanos míos, es tan dulce esta vida horrible y fatigosa, es tan dulce que los mártires no la hubiesen podido despreciar a cambio de la verdad y la vida eterna si no les hubiese ayudado quien les mandó despreciarla. Con frecuencia desprecia la muerte incluso la ambición, pero donde no hay salud. Un vicio es aplastado por otro, pues la ambición es de este mundo. No améis el mundo ni lo que hay en el mundo; si alguien ama el mundo, la caridad del Padre no reside en él, porque todo cuanto hay en el mundo es concupiscencia de la carne, concupiscencia de los ojos y ambición mundana12. Con frecuencia desprecian los hombres la muerte por la concupiscencia de la carne, la desprecian por la concupiscencia de los ojos y la desprecian por la ambición mundana, pero todas estas cosas son de este mundo. Quien desprecia la muerte por el amor de Dios, en ningún modo puede hacerlo realidad sin la ayuda de Dios. Además, también el mártir, cuando decía: Salmodiaré a mi Dios mientras vivo13, pensando en la vida eterna, estimulado, se volvió a sí mismo y dijo: No confiéis en los soberanos14. No confíes en el soberano ni siquiera cuando te perdona. El mismo Dios, soberano de soberanos, te ayudará a que confíes. Sea la fe quien te indique en quién debes confiar y no confíes en los soberanos ni en los hijos de los hombres, para quienes no hay salvación15. En consecuencia, ni en ti debes confiar, pues la salud es del Señor16. En efecto, ¿quieres saber lo que eres tú por ti mismo y en cuanto te concierne a ti mismo? Saldrá su espíritu y volverá a su tierra; en aquel día perecerán lodos sus pensamientos17. Ve lo que eres tú si es que en ti no resides más que tú. Por tanto, si no debes confiar en los hijos de los hombres, en quienes no hay salud —pues la salud que ellos poseen no les viene de sí mismos—, razón por la que se dijo: La salud es del Señor y tu bendición está sobre el pueblo18; si no confías en los hombres, que carecen de salud, no debes confiar ni siquiera en ti, puesto que eres hombre que careces de salud. Responde ahora y dime: «Si no confío en mí mismo, entonces no soy yo quien desprecia la muerte ni cumplo el precepto de no negar a Cristo». Dichoso aquel cuya ayuda es el Dios de Jacob19. Tú ciertamente desprecias la muerte; tú crees y cumples lo mandado; tú pisoteas las amenazas de los perseguidores; tú amas y deseas ardentísimamente la vida eterna. No hay duda de que eres tú, pero dichoso aquel cuya ayuda es el Dios de Jacob. Aparta de tu lado a quien te ayuda y no encontraré en ti más que a un desertor. Desertor fue Adán, auxiliador Cristo. ¿Por qué desertor sino porque se le dijo: Tierra eres, y a la tierra volverás?20 Saldrá su espíritu y volverá a su tierra. El auxiliador, en cambio, sufrió la muerte y enseñó a despreciar lo que él tomó. El auxiliador me dice: «(No.3) temes el pecado, mas si quieres pecar es para no morir. He aquí que yo sufro lo que tú temes. Temes lo que yo sufro, teme lo que yo no cometo. ¿Qué temes? La muerte. Mira que la sufro yo. Teme lo que yo no cometo: el pecado». Quien no cometió pecado ni se halló dolo en su boca21. No cometas, pues, lo que él no cometió y no temas lo que él sufrió. La muerte no has de producirla tú, solo has de sufrirla; teme lo que produces tú, no lo que has de padecer. Teme lo que produces voluntariamente, no lo que sufres involuntariamente; la muerte no te causa la muerte si no eres tú muerte para ti mismo. Con todo, ni siquiera ella existiría de no haber existido el pecado. En verdad ha de ser despreciada y pisoteada; al menos ella es algo pasajero; ¿por qué, al menos, ella? ¡Ojalá fuera solo ella! ¿Qué significa eso? ¡Ojalá solo la primera muerte, que desliga al espíritu de la carne! Temed la segunda muerte, en la que no se separa el alma de la carne, sino que se tortura al alma con la carne. No temáis la muerte pasajera, temed la que permanece. No hay otra peor que aquella donde la muerte no muere. Por temor a la muerte querías pecar; el pecado da muerte a tu hombre interior; el pecado da muerte hasta a la vida de tu carne. Además, aquella muerte del cuerpo no existiría si no le hubiese precedido la muerte del alma. El alma abandonó a Dios voluntariamente y ella abandona la carne aunque no quiera. El Señor, sin embargo, no abandonó su carne involuntariamente: murió cuando quiso, porque cuando quiso nació. Mas ¿con qué finalidad? Ve que todo lo hizo para que tú no temieras. Pero tememos la muerte; la tememos como si pudiéramos escapar de ella. Teme lo que puedes evitar, es decir, el pecado. El pecado puedes evitarlo, la muerte no. Y, sin embargo, se teme más lo que no puede evitarse que lo que se puede. Nos hemos reconocido a nosotros mismos, nos hemos visto y examinado: gimamos dentro de nosotros mismos, derramemos súplicas para no vernos envueltos en tentaciones22. No presumamos de nuestras fuerzas para alcanzar esta victoria, pues dichoso aquel cuya ayuda es el Dios de Jacob y tiene su esperanza en su Señor23,no en sí mismo, puesto que es hombre. Por el contrario, maldito todo el que pone su esperanza en el hombre24.