En la solemnidad de los mártires llamados uno Primo y otra Victoria Perpetua
1. La palabra «mártir» es un término griego que significa «testigo»; por tanto, si son testigos, han sufrido tantos males por la verdad de que dieron testimonio. La verdad servía a Dios, la maldad mentía a sí misma. Así está escrito, pues en el salmo habla el cuerpo de Cristo que es la Iglesia: Se levantaron contra mí testigos malvados, y la maldad se mintió a sí misma1. Hay testigos y testigos: testigos malvados y testigos justos; testigos del diablo y testigos de Cristo. Una y otra clase de testigos hemos visto, hemos contemplado y hemos escuchado cuando se leyó la pasión de los bienaventurados mártires cuya fiesta se celebra hoy.3Interrogados, respondieron que se habían reunido porque eran cristianos: este es el testimonio de la verdad. El juez decía: «Porque habéis confesado vuestro crimen»;4este es el testimonio de la maldad. Predicaban a Dios, y a eso se llamaba crimen. Al predicar a Dios, la verdad obedecía a Dios; al llamar a eso crimen, la maldad mentía contra sí misma, esto es, se volvía contra quienes lo decían y el supuesto crimen era condenado por un crimen verdadero. Nuestros mártires no cometían crimen alguno. Los mártires de Cristo no cometían crimen alguno al reunirse para alabar a Dios, para escuchar la verdad, para esperar el reino de los cielos y despreciar este mundo, malvado en grado sumo. Ningún crimen cometían. A eso se le denomina piedad; su nombre propio es religión, es devoción, es testimonio verdadero. ¿Qué crimen cometían quienes además daban muerte a los que confesaban su piedad? «Este y aquel», dijo el juez de maldad y testigo de la falsedad, «éste y aquel nos place que mueran a espada». He aquí el crimen. Escucha también la voz de la piedad: «Gracias a Dios». Primo fue el primero en dar su testimonio; cerraron los testimonios Victoria Perpetua. Creo que Vuestra Caridad se dio cuenta, cuando se leía la pasión de los santos, que el primero en confesar se llamaba Primo; la penúltima, Victoria; la última, Perpetua. ¡Oh Victoria sin mancha! ¡Oh fin sin fin! ¿Qué es, en efecto, una victoria perpetua sino victoria sin fin?5Esto es vencer los encantos de la carne, vencer las amenazas de un juez malvado, vencer el dolor corporal y vencer el amor a la vida.
2. Hermanos míos, con la ayuda del Señor voy a decir, si es que lo consigo, lo que pienso. El amor a la vida fue vencido en los santos mártires por el amor a la vida. Quienes habéis aclamado lo habéis entendido; mas quienes lo habéis entendido soportad, en atención a quienes no lo han entendido, que explique un poco lo que dije. Esto fue lo que dije: el amor a la vida fue vencido en los santos mártires por el amor a la vida; amando la vida, despreciaron la vida. ¿Quién desprecia la plata por amor a ella? ¿Quién desprecia el oro por amor al oro? ¿Quién desprecia campos por amor a los campos? Nadie desprecia lo que ama. Hallamos a los mártires que amaron la vida y despreciaron la vida. No hubiesen llegado a una de no haber pisoteado la otra. Sabían lo que hacían quienes entregándola la recibían. No penséis, amadísimos, que ellos habían perdido el juicio cuando amaban la vida y despreciaban la vida. No perdieron el juicio. Esparcían la semilla y buscaban la cosecha. Veo el pensamiento del agricultor y reconozco la sabiduría que poseían los mártires. El agricultor esparce el trigo por amor al trigo. Si ignoras lo que hace el sembrador, quizá quieras corregirlo, diciéndole: «¿Qué estás haciendo, necio? Lo que con tanta fatiga cosechaste, lo arrojas, lo esparces, lo lanzas lejos de tus ojos, lo tiras a la tierra y encima lo cubres con ella». Él te responderá: «Yo amo al trigo, y por eso arrojo el trigo; si no lo amara, no lo tiraría; quiero que aumente, no que se pierda». He aquí lo que hicieron nuestros mártires, incomparablemente más sabios que los agricultores. En efecto, los sembradores esparcen unos pocos granos y quienes cosechan recogen muchos. Pero tanto lo que esparcen como lo que recogen tiene un término; lo que se esparce no es mucho; lo que se recoge es mucho, pero lo uno y lo otro tienen un término. ¡Y no queríais que nuestros mártires esparciesen su vida, que alguna vez iba a terminar con la muerte, para alcanzar otra vida que no tiene muerte! Los buenos sembradores son buenos usureros; quien multiplica el producto es Dios. Él es quien multiplica el fruto también en el campo, él quien nutre cuanto produce la tierra. Puede Dios multiplicar los granos, ¿y no puede guardar a sus mártires? Ved que os lo digo: escuchad lo que escucharon ellos.
3. También vosotros lo habéis escuchado ahora, cuando se leía el evangelio; habéis acogido lo que se les prometió: Os entregarán —dice— a sus asambleas y en sus sinagogas os flagelarán2 y os darán muerte3. Pero yo os digo que ni uno solo de los cabellos de vuestra cabeza perecerá y en vuestra paciencia poseeréis vuestras almas4. Las poseeréis, no las perdéis, pues allí ningún enemigo persigue y ningún amigo muere. Os hallaréis allí donde el día perenne no tiene ni un ayer que le haya precedido ni un mañana que le siga. Seréis todos perfectos usureros allí adonde el diablo no puede seguiros. Soportad por un poco de tiempo, gozad por toda la eternidad. Duro es lo que tenéis que tolerar, pero grande es el fruto que sembráis. Leed lo que está escrito de vosotros en cuanto sembradores: Al ir iban y lloraban al arrojar sus semillas5. ¿Con qué fruto? ¿Con qué fin? ¿Qué consuelo recibieron? Pero al volver vuelven con gozo trayendo sus gavillas6. Con estas gavillas se hacen las coronas. Celebremos, pues, el día de los mártires honrando sus martirios, no amando la bebida. Vueltos al Señor.