En el natalicio de los mártires
1. Cual trompeta evangélica, las palabras del Señor Quien ama su alma, la perderá, y quien la perdiere a causa mía, la encontrará1, encendió a los mártires en ansias de combatir. Y vencieron porque no presumieron de sí mismos, sino del Señor. Quien ama su alma, la perderá. Lo dicho: Quien ama su alma, la perderá, puede entenderse de dos maneras: si la amas, la pierdes; y de otra manera: no la ames para no perderla. La primera manera de entenderla quiere decir: Si la amas, piérdela; por tanto, si amas tu alma, si la amas, piérdela. Siémbrala aquí, y la cosecharás en el cielo; si el agricultor no pierde el grano al sembrarlo, no lo amará en el tiempo de la cosecha. La otra manera quiere decir esto: No la ames para no perderla. Quienes temen morir dan la impresión de amar sus almas. Si los mártires hubiesen amado de esta manera sus almas, las hubiesen perdido sin duda alguna. ¿De qué aprovecharía tener alma en esta vida y perderla para la futura? ¿De qué serviría tener alma en esta vida y perderla en el cielo? ¿Y en qué consiste tenerla? ¿Tenerla por cuánto tiempo? Lo que tienes se te va; si lo pierdes, lo encuentras en ti. He aquí que los mártires poseyeron sus almas; mas ¿cómo serían mártires si las hubiesen conservado siempre? Pero, fíjate: en el caso de que las hubiesen conservado, ¿hubiesen vivido, acaso, hasta el día de hoy? Si negando a Cristo hubiesen conservado sus almas en esta vida, ¿no hubiesen ya abandonado esta vida y con toda certeza perdido sus almas?
2. Mas como no negaron a Cristo, pasaron de este mundo al Padre. Buscaron a Cristo confesándolo y lo mantuvieron muriendo. Así, pues, perder sus almas fue una gran ganancia: perdieron el heno y merecieron la corona; merecieron —repito— la corona y obtuvieron la vida sin fin. Además, se hace realidad; mejor, se hizo realidad en ellos, lo que el Señor añadió a continuación. Y el que pierda su alma por causa mía, la encontrará2. Quien la pierda —dice— por causa mía. Ahí está todo el asunto. Quien la pierda no de cualquier manera, no por cualquier motivo, sino por causa mía. En profecía le habían dicho ya los mártires: Por tu causa somos conducidos a la muerte todo el día3. Por eso al mártir no lo hace el suplicio, sino la causa.
3. En la pasión del Señor, la causa distinguió las tres cruces. Él estaba crucificado entre dos bandidos; a un lado y a otro estaban clavados los criminales, y él en el medio. Y como si aquel madero fuera un tribunal, condenó al que le insultó y coronó a quien lo reconoció. ¿Qué hará cuando venga a juzgar si tanto pudo cuando era él juzgado? Ya, pues, distinguía las cruces. En efecto, si se consideraba el suplicio, Cristo era semejante a los bandidos. Pero, si alguien interroga a la cruz por qué fue crucificado Cristo, nos responderá: «Por vosotros». Díganle, pues, también los mártires: «También nosotros hemos muerto por ti». Él murió por nosotros, nosotros por él. Pero él murió por nosotros para otorgarnos un beneficio; nosotros morimos por él, pero no para otorgarle ningún favor. Por eso en uno y otro caso nosotros estamos en el punto de mira: lo que brota de él llega hasta nosotros, y lo que hacemos por él vuelve a nosotros. Él es, en verdad, de quien dice el alma que se alegra en el Señor: Dije al Señor: «Tú eres mi Dios, porque no necesitas de mis bienes»4.¿Qué significa no necesitas de mis bienes sino «de los dados por ti»? ¿Y cómo puede necesitar algún bien el dador de todo bien?
4. Nos dio la naturaleza para que existiéramos; nos dio el alma para que viviéramos; nos dio la inteligencia para que comprendiéramos; nos dio los alimentos para sustento de la vida mortal; nos dio la luz del cielo y las fuentes de la tierra. Pero todos estos dones son comunes a los buenos y a los malos. Si esto dio a los malos, ¿no reserva nada específico para los buenos? Sí lo reserva. ¿Y qué es eso que reserva para los buenos? Lo que el ojo no ha visto, ni el oído ha oído, ni ha subido al corazón del hombre5. Si algo subió al corazón del hombre, es que estaba debajo de él; por eso subió al corazón, porque el corazón al que subió está encima. El corazón ascendió hasta lo que reserva para los buenos. Lo que te tiene reservado Dios no es algo que haya ascendido a tu corazón, sino aquello adonde subió tu corazón. No escuches como si estuvieses sordo las palabras «Levantemos el corazón». Por tanto, ni el ojo lo ha visto, ni el oído lo ha oído, ni ha subido al corazón del hombre; el ojo no lo ha visto, porque no tiene color; el oído no lo ha oído, porque no es un sonido; ni ha subido al corazón del hombre, porque no es un pensamiento terreno. Entendedlo así: Ni el ojo ha visto, ni el oído ha oído, ni ha subido al corazón del hombre lo que Dios ha preparado para los que le aman6.
5. Quizá me preguntéis todavía qué es eso. Preguntádselo a quien ha comenzado a habitar en vosotros. Sin embargo, también yo voy a decir lo que pienso al respecto. En efecto, vosotros queréis saber qué reserva Dios de específico para los buenos, dado que otorga tantos beneficios a malos y buenos. Al decir yo: Lo que ni él ojo ha visto, ni el oído ha oído, ni ha subido al corazón del hombre (Ibid.), no faltan quienes pregunten: «¿Y qué piensas que es?» He aquí en qué consiste lo que Dios reserva solo para los buenos, a quienes, no obstante, él mismo ha hecho buenos; he aquí en qué consiste. En pocas palabras ha definido el profeta en qué consistirá nuestro galardón definitivo: Yo seré su Dios y ellos serán mi pueblo7. Yo seré su Dios. Dios se nos prometió a sí mismo como galardón. Busca algo mejor, si lo encuentras. Si hubiese dicho: «Nos prometió oro», te hubieras alegrado; se prometió a sí mismo, ¿y estás triste? ¿Qué tiene el rico si no tiene a Dios? No pidáis ninguna otra cosa a Dios sino a Dios mismo. Amadlo gratuitamente; esperad de él solo a él mismo. No temáis la pobreza; se nos da él mismo y nos basta. Désenos él mismo y bástenos. Escuchad al apóstol Felipe en el evangelio: Señor, muéstranos al Padre, y nos basta8.
6. ¿Por qué, pues, os extrañáis, hermanos, de que los mártires, amadores de Dios, hayan soportado tanto para conseguir a Dios? Ved cuánto sufren los que aman el oro. En medio de las asperezas invernales, se lanzan a la navegación; la avaricia los inflama tanto que no temen frío alguno; son azotados por los vientos y zarandeados por las olas; se debaten entre indecibles peligros de muerte. Digan también ellos al oro: Por ti somos entregados a la muerte todo el día9. Digan los mártires a Cristo: Por ti somos entregados a la muerte todo el día. Las palabras son ciertamente iguales, pero el motivo es muy diferente. Ved que ambos dijeron: Por ti somos entregados a la muerte todo el día; pero unos lo dijeron a Cristo y otros al oro. Responda Cristo a sus mártires: «Si morís por mí, os encontraréis a vosotros y me encontraréis a mí». Responda, a su vez, el oro a los avaros: «Si sufrís un naufragio por mí, os perderéis vosotros y me perderéis a mí». Amándolos, pues, e imitándolos; amándolos no inútilmente, sino amándolos e imitándolos, celebremos las fiestas de los mártires y mitiguemos estos nuestros ardores con el refrigerio de sus gozos. Si los amamos fiel y no inútilmente, reinaremos con ellos sin fin.