SERMÓN 329

Traductor: Pío de Luis Vizcaíno, o.s.a.

En el natalicio de los mártires

1. Mediante las hazañas tan gloriosas de los santos mártires, por las cuales florece la Iglesia por doquier, probamos a nuestros mismos ojos cuán verdadero es lo que hemos cantado: La muerte de sus santos es preciosa a los ojos del Señor1; puesto que es preciosa a nuestros ojos, lo es también a los de aquel por cuyo nombre tuvo lugar. Pero el precio de estas muertes es la muerte de uno solo. ¡Cuántas muertes compró muriendo quien, si no hubiese muerto, no se hubiese multiplicado el grano de trigo! Habéis oído las palabras que dijo al acercarse su pasión, es decir, al acercarse nuestra redención: Si el grano de trigo, caído en tierra, no muere, permanece solo; si, en cambio, muere, da mucho fruto2. De hecho en la cruz realizó un gran negocio; allí fue desatado el saco que contenía nuestro precio; cuando su costado fue abierto con la lanza de quien lo hirió, brotó de él el precio de todo el orbe. Fueron comprados los fieles y los mártires; pero la fe de los mártires fue sometida a prueba; su sangre lo atestigua. Devolvieron lo que se había pagado por ellos, y cumplieron lo que dice san Juan: Como Cristo entregó su vida por nosotros, así también nosotros debemos entregarla por nuestros hermanos3. En otro lugar se dice también: Te has sentado a una gran mesa; considera atentamente lo que te ponen, porque conviene que tú prepares otra igual4. Opípara es la mesa en la que los manjares son el mismo Señor de la mesa. Nadie se da a sí mismo como manjar a los invitados; esto es lo que hace Cristo el Señor; él es quien invita, él la comida y la bebida. Los mártires reconocieron, pues, qué comían y qué bebían, para devolverle lo mismo.

2. Mas ¿con qué iban a devolver si no les hubiese dado con qué el primero en hacer el gasto? En consecuencia, ¿qué nos recomienda el salmo donde está escrito lo que hemos cantado: La muerte de sus santos es preciosa a los ojos del Señor?5 En él consideró el hombre cuánto recibió de Dios; examinó detenidamente todos los dones de la gracia del todopoderoso que lo creó; que, perdido, lo buscó; hallado, le otorgó el perdón; luchando con sus débiles fuerzas, lo ayudó; hallándolo en peligro, no se retiró; en cuanto vencedor, lo coronó y se dio a sí mismo como premio. Consideró todo esto, exclamó y dijo: ¿Qué devolveré al Señor por todos los bienes que me ha restituido?6 No quería ser ingrato, quería corresponder, y no tenía con qué. No dijo: «Qué devolveré al Señor por todo lo que me ha dado», sino Qué devolveré al Señor por todos los bienes que me ha restituido. No le dio, sino que le restituyó. Si restituyó, es que nosotros habíamos dado algo. Ciertamente, le habíamos dado nuestras malas acciones, y nos restituyó sus bienes; nos restituyó bienes en lugar de los males, aunque nosotros le devolviéramos males por bienes. Busca, pues, qué devolverle; se encuentra en apuros al no encontrar con qué pagar la deuda. ¿Qué devolveré al Señor por todos los bienes que me ha restituido? Y como si hubiese hallado qué devolverle, dice: Recibiré el cáliz de la Salvación e invocaré el nombre del Señor7. ¿Qué es esto? Con toda certeza, pensaba devolver, pero todavía busca recibir: Recibiré el cáliz de la Salvación. ¿Qué cáliz es este? El cáliz de la pasión, amargo y saludable; cáliz que, si no lo hubiera bebido primero el médico, hubiera temido hasta tocarlo el enfermo. Ese es el cáliz de que habla. Reconocemos este cáliz en la boca de Cristo al decir: Padre, si es posible, pase de mi este cáliz8. En efecto, también los hijos del Zebedeo reclamaron para sí, por boca de su madre, lugares destacados, a saber: que uno se sentase a la derecha y otro a la izquierda. Él les contestó: ¿Podéis beber él cáliz que yo he de beber?9 ¿Buscáis la cima? Al monte se llega por el valle. ¿Buscáis un trono de gloria? Bebed primero el cáliz de la humildad. Refiriéndose a ese cáliz, dijeron los mártires: Recibiré el cáliz de la Salvación e invocaré el nombre del Señor. Entonces, ¿no temes desfallecer en ello? —No, dice: —¿Por qué? —Porque invocaré el nombre del Señor. —¿Cómo hubieran podido vencer los mártires de no haber vencido en ellos quien dijo: Alegraos, que yo he vencido al mundo?10 El emperador de los cielos gobernaba su mente y su lengua, y por medio de los mártires vencía en la tierra al diablo, a la vez que los coronaba en el cielo. ¡Oh bienaventurados, que así bebieron este cáliz! Se acabaron los dolores y recibieron los honores. Poned atención, pues, amadísimos; con los ojos no os es posible, pero con la mente y el alma pensad y ved que la muerte de sus santos es preciosa a los ojos del Señor.