SERMÓN 326

Traductor: Pío de Luis Vizcaíno, o.s.a.

En el día natalicio de los mártires

1. La solemnidad de los muy bienaventurados mártires ha hecho más alegre este día para nosotros. Nos alegramos porque los mártires pasaron de la tierra de fatiga al lugar del reposo; pero no lo merecieron bailando, sino orando; no bebiendo, sino ayunando;3no discutiendo, sino tolerando. Pienso que sus padres estaban llenos de tristeza al verlos salir hacia el suplicio, pero ellos se alegraban y decían: Me he alegrado con lo que me han dicho: «Iremos a la casa del Señor»1.No lloréis, padres, por lo que son nuestros gozos. Si no queréis que vayan al fuego aquellos a quienes nutristeis, antes que impedírselo, debéis imitarlos. Sabían ellos adonde se dirigían; pero sus padres, infieles, lloraban sin motivo. Entonces, amando a los hijos de su carne, lloraban; luego, creyendo ya en Dios, decían: Convertiste mi llanto en gozo, rasgaste mi saco y me ceñiste de alegría2. ¡Ojalá, hermanos, se rompa en nosotros el saco del arrepentimiento y se derrame el precio del perdón! Todos los mártires depusieron aquí el peso de las ganancias de este mundo; lo dejaron aquí, y, como buenos soldados, corrieron expeditos el camino que conduce a la vida, según está escrito: Como quien no tiene nada y lo posee todo3. Y en verdad, en la tierra nada tenían, pero en el cielo poseían la felicidad perpetua. Devotamente se apresuraban a llegar al cielo y corrían seguros por el camino de la vida, y, hallándose aún lejos, extendían sus manos para alcanzar la palma. Corred, santos; corred de forma tal que la alcancéis. El reino de los cielos sufre violencia, y los violentos lo arrebatan4. No es angosto; quien quiera ser feliz apresúrese a llegar al reino de los cielos. Para nadie está cerrado a no ser para quien se excluya a sí mismo. Cristo está dispuesto para recibir a quienes lo confiesen. Él dice desde lo alto: «Os estoy esperando; os ayudaré en el combate y os coronaré en la victoria».

2. Con esta promesa por delante, los mártires tuvieron en nada los terrores y amenazas de los perseguidores. En efecto, cuando el perseguidor les decía: «Sacrificad a los ídolos», le respondieron: «No lo hacemos, porque tenemos en los cielos al Dios eterno, a quien siempre ofrecemos sacrificios; nosotros no inmolamos a los demonios». Y el juez: «¿Por qué, pues, os oponéis al sagrado decreto?». Le respondieron: «Porque nuestro maestro celeste nos dice en el evangelio: Quien abandone padre y madre, esposa e hijos y todo lo que posee por mi nombre, recibirá cien veces más y poseerá la vida eterna5 ». Y él juez: «Entonces, ¿no obedecéis a las órdenes de los emperadores?» Respondieron: «No». Él: «¿Qué autoridad tendréis, pues, a vuestro favor cuando os veáis sometidos al suplicio?» Y los mártires contestaron: «Tenemos la autoridad del rey eterno, y por eso no nos preocupamos de la autoridad de un hombre mortal». Entonces fueron enviados a las cárceles y cargados de cadenas. ¡Cuán frecuentemente han dicho los impíos: «Dónde está su Dios!6 Venga su Dios, el Dios en quien creyeron, y sáquelos de las cárceles, líbrelos de la espada y de las fieras». Todo esto decían, pero no derribaban a quienes estaban asentados sobre la piedra7. Los unos se mostraban crueles, pero los otros no les temían. Sabían dónde los dejaban y adonde se apresuraban. Los mártires confesores son coronados, pero los desertores4que hacían de jueces quedaron allí. De esta manera Dios quiere probar a cada cristiano para coronarlo con los mártires después de la prueba.