Sobre el mártir Esteban
1. Vuestra santidad espera saber qué se ha depositado hoy en este lugar. Son las reliquias del primero y muy bienaventurado mártir Esteban. Cuando se leyó su pasión en el libro canónico de los Hechos de los Apóstoles, escuchasteis cómo fue lapidado por los judíos, cómo encomendó su alma a Dios y cómo también, por último, oró de rodillas por los que lo lapidaban. Su cuerpo estuvo oculto desde entonces hasta los tiempos actuales; sin embargo, hace poco fue descubierto, como suele suceder con los cuerpos de los santos mártires, por revelación de Dios cuando plugo al creador. Así, hace ya algunos años en Milán, cuando yo era aún joven, aparecieron los cuerpos de los santos mártires Gervasio y Protasio. Sabéis que Gervasio y Protasio sufrieron la pasión mucho tiempo después que el muy bienaventurado Esteban. ¿Por qué, pues, apareció primero el de aquellos y luego el de este? Nadie entre en discusiones; la voluntad de Dios pide la fe, no preguntas. Se reveló lo que era verdad a quien mostró el hallazgo. Los prodigios que precedieron al mismo indicaron ya el lugar; tal como se había revelado, así se encontró. Muchos tomaron de allí las reliquias, porque tal fue la voluntad de Dios, y llegaron hasta aquí. Se recomienda, pues, a Vuestra Caridad tanto el lugar como el día: uno y otro han de ser celebrados en honor de Dios, a quien confesó Esteban. Nosotros no hemos levantado en este lugar un altar a Esteban, sino, con las reliquias de Esteban, un altar a Dios. Altares como este son gratos a Dios. ¿Preguntas por qué? Porque la muerte de sus santos es preciosa a los ojos del Señor1. Con su sangre fueron rescatados quienes derramaron la propia por quien los rescató. Él la derramó para rescatar su salvación; ellos la derramaron para que se difundiese el Evangelio. Le pagaron con la misma moneda; pero no de lo suyo, pues él mismo les concedió el haberlo podido; el que se hiciera lo que ellos pudieron hacer fue don suyo. Mostrándoles su benevolencia, les brindó la ocasión. Así fue: sufrieron la pasión, pues habían pisoteado el mundo.
2. Poco fue para ellos el despreciar los deleites mundanos: superaron los castigos, las amenazas y los tormentos. Cosa grande es, efectivamente, despreciar lo que deleita por confesar a Dios; pero es menos meritorio despreciar lo que deleita que superar lo que molesta. Imagínate que a alguien se le dice: «Niega a Cristo y te doy lo que no tienes». Despreció lo que le deleita y no lo negó. Pero el mismo perseguidor añadió: «¿No quieres recibir aquello de que careces? Te quito lo que tienes». No es tan grande el buen sabor de una ganancia como el dolor de una pérdida, puesto que es más fácil no comer que vomitar. No lo adquirió: no comió; perdió lo que había adquirido: vomitó lo que había comido. Al no comer se defrauda a la gula; al vomitar se revuelve el estómago. Muestra mayor fortaleza al confesar a Cristo quien no teme las pérdidas que quien desprecia nuevas ganancias. ¿De qué pérdidas se trata? Pérdida del dinero, del patrimonio, de todo cuanto tenía. Pero el enemigo aún no se ha acercado demasiado. Se han perdido cosas que se habían adherido externamente. Si no se las amaba cuando se las tenía, no causaron tristeza cuando se las perdió. Y, para decirlo en pocas palabras, dejan tras de sí tanta tristeza cuanto pudieron ser amadas cuando se las poseía. Al perseguidor de aquellos tiempos en que murieron los santos le pareció poco decir: «Te quito lo que tienes. Te torturo —dice—; te encadeno, te doy muerte». Quien no temió a esto ha vencido al mundo. Llevaron hasta la cumbre el combate por la verdad quienes lucharon hasta estos límites. Esto es lo que dice la carta a los Hebreos: Aún no habéis combatido hasta la sangre contra el pecado2. Esos son los perfectos: los que han luchado contra el pecado hasta derramar la sangre. ¿Qué significa contra el pecado? Contra el gran pecado, contra la negación de Cristo. Sabéis cómo Susana luchó contra el pecado hasta la sangre3. Mas para que no alcance solo a las mujeres el consuelo de este ejemplo y los varones busquen entre los de su sexo algo semejante al de Susana, conocéis cómo combatió José contra el pecado hasta la sangre4. La causa es idéntica. Ella tuvo como falsos testigos a aquellos con cuyos deseos no quiso condescender para no pecar; él, a la misma mujer a quien no dio su asentimiento. Contra uno y otro profirieron falsos testimonios quienes vieron cómo les negaban el consentimiento para pecar. Y los que los oyeron les dieron fe, pero a Dios no lo habían vencido. Es liberada ella, es liberado también él. Si incluso hubiesen muerto, ¿qué hubiese pasado? ¿No hubieran obtenido una liberación tanto mayor cuanto que con toda segundad habrían sido coronados? ¿Por qué he dicho que con toda seguridad habrían sido coronados? Porque no les quedaría ya ninguna prueba. En efecto, aunque Susana fue liberada, todavía había de ser tentada; también José fue liberado, pero aún está sujeto a tentación. ¿De dónde le vendrá la tentación? La vida humana sobre la tierra es una tentación5. Hasta el momento de la muerte no hay más que tentación; después de ella solo felicidad, pero la de los santos, cuya muerte es preciosa a los ojos de Dios6. Ella y él lucharon hasta la sangre contra el pecado: contra el adulterio. Mayor pecado es negar a Cristo que cometer adulterio. El adulterio de la carne consiste en yacer ilícitamente con otra mujer u hombre; el del corazón, en negar la verdad. En la fe, en el alma: he ahí dónde debe existir la castidad. La primera en ser corrompida ahí fue la madre Eva. ¿Quieres conocer la magnitud de la maldad de aquel pecado? Considera en nosotros, nacidos de ella, la magnitud de nuestros males. Citaré a la Escritura como testigo de lo que acabo de decir: El pecado —dice— comenzó por la mujer, y a causa de ella morimos todos7. Lo que ella recibió como castigo es lo que desprecian los mártires por la victoria. Para que no pecasen, Dios les amenazó con la muerte; para que pecasen, el enemigo amenazó a los mártires con la muerte. Los primeros padres pecaron para morir; los mártires murieron para no pecar. De donde a aquellos les vino el castigo, de allí mismo les vino a estos la gloria.
3. Combatieron, pues, y vencieron. Fueron los primeros en vencer, pero no cortaron el puente por donde pasaron, impidiéndonos a nosotros el acceso. Está abierto para quien quiera; mas no es necesario desear una persecución como la que ellos padecieron, pues a diario nos hallamos con la tentación que es la vida humana8. Acontece que un fiel enferma: también ahí se hace presente el tentador. Se le promete, a cambio de recuperar la salud, un sacrificio ilícito, un amuleto dañino y sacrílego, un hechizo nefando, un rito mágico, y se le dice: «Fulano y Zutano se encontraron en mayor peligro que tú, y de esta forma consiguieron evadirse de él; si quieres vivir, haz eso; si no lo haces, morirás». Considera si no es eso lo mismo que esto otro: «Si no niegas a Cristo, morirás». Lo que el perseguidor decía abiertamente al mártir, eso mismo te dice de soslayo el oculto tentador. «Aplícate este remedio y vivirás»: ¿no es lo mismo que: «Sacrifica y vivirás»? «Si no lo haces, morirás»: ¿no equivale a decir: «Si no sacrificas, morirás»? Tienes que enfrentarte a una lucha igual; espera una palma igual. Te hallas en el lecho, y es como si te hallaras en el estadio; yaces enfermo, y estás luchando. Permanece en la fe, y tu fatiga es tu victoria. Tenéis, pues, amadísimos, un alivio no pequeño: este lugar de oración. Sea honrado aquí el mártir Esteban; pero en su honor sea adorado quien coronó a Esteban.