En la solemnidad del mártir Esteban
1. El muy bienaventurado y muy glorioso mártir en Cristo Esteban nos ha como saciado ya con su palabra1; mas después de esta hartura os presento como una segunda mesa en la palabra exigida por mi ministerio. ¿Y qué cosa puedo encontrar de más dulzura para servirla que Cristo y el mismo mártir? Aquel, en efecto, Señor; este, siervo; pero Esteban, de siervo, pasó a ser amigo. Nosotros somos, sin duda alguna, siervos; concédanos él ser también amigos. Pero ¿qué clase de siervos? Siervos que pueden cantar, erguida la frente de la conciencia: Mas, por lo que a mí se refiere, tus amigos han sido extremadamente honrados, ¡oh Dios!2 Escuchasteis cómo era el santo Esteban cuando fue elegido por los apóstoles, antes de recibir la muerte en público y ser coronado en secreto. Se le nombra como el primero de los diáconos, igual que Pedro como el primero de los apóstoles. A pesar de haber sido ordenado por los apóstoles, en poco tiempo precedió en la pasión a los mismos que lo habían ordenado; ellos le ordenaron, pero fue coronado antes que ellos. Entonces, ¿qué escuchasteis cuando se leyó su pasión? Esteban, lleno de gracia y del Espíritu Santo, hacía grandes prodigios y signos entre el pueblo en el nombre de Jesucristo el Señor3. Comprended quién los hacía y en nombre de quién. Quienes amáis a Esteban, amadlo en Cristo, pues esto es lo que él quiere y lo que le agrada; ello le causa gozo y le produce satisfacción. En efecto, no quiso jactarse de su nombre ante quienes le apedreaban. Observad a quién confesaba cuando era apedreado, a quién confesaba en la tierra, a quién veía en el cielo; por quién entregaba su carne y a quién confiaba su alma. ¿Hemos leído, acaso, o podemos leer en algún lugar, siempre que se trate de doctrina sana, que Jesús hacía o hace signos en el nombre de Esteban? Los hizo Esteban, pero en el nombre de Cristo. También ahora los hace; todo lo que veis que acontece mediante la memoria de Esteban se realiza en el nombre de Cristo: para que Cristo sea encarecido, adorado, esperado como juez de vivos y muertos y para que quienes lo aman estén a su derecha. Cuando él venga habrá unos a su derecha y otros a su izquierda4; los que estén a su derecha serán dichosos, y desgraciados los que estén a su izquierda.
2. Con todo, imite a su Señor el muy bienaventurado Esteban. De forma admirable, entre las piedras soportaba a aquellos hombres duros que le arrojaban ¿qué?, sino lo que ellos eran. Para que sepáis que soportaba a gente dura, esto les dijo: Hombres de dura cerviz e incircuncisos de corazón y oídos, siempre os habéis resistido al Espíritu Santo5. Quieres morir, te apresuras a ser lapidado, ardes en deseos de ser coronado. Vosotros siempre os habéis resistido al Espíritu Santo. Cuando esto decía, bramaban ellos y les rechinaban los dientes. Añade algo más, Esteban; añade algo más que no puedan soportar ni tolerar: añádeles lo que les dé motivo para lapidarte, para que hallemos qué celebrar. Los cielos se abrieron: vio el mártir la cabeza de los mártires; vio a Jesús a la derecha del Padre; lo vio para no callarlo. Ellos no lo veían, sino que lo odiaban; más aún, no lo veían porque lo odiaban. No calló lo que vio para llegar al que vio. He aquí —dice— que veo los cielos abiertos, y al hijo del hombre de pie a la derecha de la majestad6. Ellos taparon sus oídos, como si se tratase de una blasfemia. Los reconocéis en el salmo: Como un áspid sordo y que se tapa sus orejas —dice— para no oír la voz del encantador ni el remedio aplicado por el sabio7. Se dice que los áspides, para no precipitarse y salir de sus cuevas cuando intervienen los encantadores, pegan una oreja a la tierra y la otra se la tapan con la cola, no obstante lo cual el encantador los hacen salir. De idéntica manera, también estos silbaban dentro todavía de sus cavernas cuando ardían sus corazones. Aún no habían salido; taparon sus oídos. Salgan ya, muestren quiénes son: corran a buscar piedras. Corrieron y lo lapidaron.
3. ¿Qué hizo Esteban? ¿Qué hizo? Mirad primero a aquel a quien imitaba el buen amigo. Jesucristo el Señor dijo cuando pendía de la cruz: Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu8. Esto lo decía en cuanto hombre, en cuanto crucificado, en cuanto nacido de mujer y revestido de carne, en cuanto que iba a morir por nosotros, a hallarse en el sepulcro, a resucitar al tercer día y a subir a los cielos. Todo esto, en efecto, tenía lugar en el hombre. Como hombre, pues, dice: Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu. Él dijo: Padre; Esteban: Señor Jesús9. ¿Qué más dijo él? Recibe mi espíritu10. «Tú te dirigiste al Padre, yo me dirijo a ti; te reconozco como mediador; viniste a levantar al caído, pero no caíste conmigo». Recibe —dice— mi espíritu. Esto pedía para sí; pero le vino a la mente otra cosa en que imitar a su Señor. Recordad sus palabras cuando pendía de la cruz y considerad las palabras del confesor que era apedreado. ¿Qué dijo el Señor? Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen11. Quizá hasta se hallaba Esteban entre aquellos que no sabían lo que hacían. En efecto, muchos creyeron más tarde. No tenemos certeza de cuál era el grupo al que pertenecía el muy bienaventurado Esteban: si al de los que habían creído en Cristo ya antes, como Nicodemo, que vino a él de noche12 y que mereció ser sepultado donde él, puesto que por él fue descubierto; no sabemos —repito— si perteneció a estos o si, tal vez, se hallaba entre aquellos que después de la ascensión delSeñor, cuando vino el Espíritu Santo y llenó a los discípulos, de modo que hablaban las lenguas de todos los pueblos, llenos de arrepentimiento, dijeron a los apóstoles: Hermanos, ¿qué hemos de hacer?13.Indicádnoslo. Habían perdido la esperanza de la salvación por haber dado muerte al Salvador. Y Pedro les dijo: Haced penitencia y cada uno de vosotros bautícese en el nombre de Jesucristo nuestro Señor, y recibiréis el Espíritu Santo y se os perdonarán vuestros pecados14. ¿Piensas que todos? ¿Qué pecado quedaría, una vez perdonado incluso aquel de dar muerte al que perdona los pecados? ¿Hay algo peor que dar muerte a Cristo? Este pecado ha sido borrado. Entonces, ¿qué? Quizá Esteban se halló entre ellos. Si así fue, fue eficaz también para él la petición: Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen. Sin embargo, entre ellos estuvo también Saulo. Cuando era lapidado el cordero Esteban, él era todavía un lobo, aún estaba sediento de sangre; aún pensaba que sus manos eran pocas para apedrearle, y guardaba los vestidos de los demás. Así, pues, recordando lo que el Señor dijo en favor de él, si es que estaba entre aquellos de quienes hablaba cuando dijo: Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen; imitando, pues, también en esto a su Señor, para ser su amigo, dijo igualmente también él: Señor, no les imputes este pecado15. Pero ¿cómo lo dijo? De rodillas en tierra. Se recomendó a sí mismo estando en pie; cuando oró por los enemigos, hincó las rodillas. ¿Por qué se recomendó a sí mismo de pie? Porque recomendaba a un justo. ¿Por qué hincó las rodillas por ellos? Porque oraba por criminales. Señor, no les imputes este pecado16.
4. ¿Piensas que Saulo escuchó estas palabras? Las escuchó, pero se rio de ellas; y, sin embargo, estaba incluido en la oración de Esteban. Aún actuaba como enemigo suyo, pero ya era escuchada la oración de Esteban por él. Puesto que ya lo conocéis voy a decir, pues, solo algo de Saulo, luego llamado Pablo; ciertamente lo sabéis: en el mismo libro está escrito cómo creyó Pablo. Tras la muerte de Esteban, la Iglesia de Jerusalén sufrió una durísima persecución17. Los hermanos que allí residían huyeron; solo quedaron los apóstoles, pues los demás huían. Pero, como antorchas ardientes, adondequiera que llegaban prendían fuego. Los necios judíos, al hacerles salir de Jerusalén, no hacían otra cosa que arrojar a la selva carbones encendidos. Quien aún era Saulo, a quien no le bastaba haber dado muerte a Esteban, cosa que recordamos con agrado, porque ya lo veneramos, ¿qué hizo? Recibió cartas de los sacerdotes y escribas para que dondequiera que encontrase seguidores de este camino18, es decir, cristianos, los llevase atados para someterlos a tormentos como los sufridos por Esteban. Saulo iba lleno de furor, como lobo al redil, a los rebaños del Señor. Cual lobo rabioso sediento de sangre y ávido de muertes hacía su camino. Pero el Señor le dice desde lo alto: «Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues?19 Lobo, lobo, ¿por qué persigues al cordero? Yo di muerte al león con la mía. ¿Por qué me persigues? Despójate de tu ser de lobo; de lobo, conviértete en oveja, y de oveja, en pastor».
5. Muy dulce es este cuadro, en el que veis cómo el santo Esteban es apedreado y cómo Saulo guarda los vestidos de los apedreadores. Este mismo es el Pablo apóstol de Jesucristo; este el Pablo siervo de Jesucristo20. Habéis escuchado bien la voz: ¿Por qué me persigues?21 Has sido derribado y levantado; derribado como perseguidor, levantado como predicador. Di, escuchémoslo: Pablo, siervo de Jesucristo por voluntad de Dios22. ¿Acaso por voluntad tuya, oh Saulo? Conocemos y hemos visto los frutos de tu voluntad: por tu voluntad murió Esteban. Vemos también tus frutos de la voluntad de Dios: por doquier eres leído en privado y en público, por doquier conviertes a Cristo los corazones que se le oponen, por doquier congregas, como buen pastor, a grandes rebaños. Reinas con Cristo en compañía de aquel a quien lapidaste. Los dos os estáis viendo allí; los dos estáis escuchando mis palabras: orad ambos por nosotros. A los dos os escuchará quien os dio la corona, a uno antes, a otro después: uno, sufridor de persecución, y otro, perseguidor. Entonces, uno era cordero, y el otro lobo; ahora, en cambio, ambos son corderos. Reconózcannos como corderos y véannos dentro del rebaño de Cristo; recomiéndennos con sus oraciones, a fin de conseguir para la Iglesia de su Señor una vida serena y tranquila.