Homilía sobre el día natalicio de san Cipriano
1. El día de hoy, que celebramos todos los años, no trae a nuestra memoria, como si estuviese olvidada, la fecha pasada de la pasión de aquel insigne mártir de Cristo de quien se sirvió principalmente el Señor para gobernar, acrecentar, embellecer y hacer resplandecer esta iglesia, sino que nos encarece, con mayor alegría y gozo, esta fecha ya establecida y duradera. Conviene, pues, que alabe en el Señor, con la solemnidad del sermón, el alma de su siervo, para que lo escuchen los mansos y se alegren1. En efecto, aquel alma, cuando aún vivía en estos miembros sujetos a la muerte, despreció la muerte, que tenía que llegar alguna vez para adquirir la vida que permanecerá para siempre. Con fiel y prudente determinación perdió lo que, aun reteniéndolo, iba a perecer, para hallar lo que no puede perecer. En efecto, aunque se retenga la vida temporal negando a Cristo, también ella acaba, pero no se halla la eterna. ¡Cuánto más aconsejable es adquirir una, en detrimento de la otra, que perder ambas por amar equivocadamente a una! Tal fue la determinación y el negocio común de todos los mártires: despreciar lo pasajero para adquirir lo que permanece: morir para vivir a fin de no morir por vivir; vivir siempre a cambio de una sola muerte, antes que morir dos veces y no merecer vivir después, difiriendo la muerte que ha de llegar necesariamente y no alcanzando, una vez que venga la muerte diferida, la vida que ha de permanecer. Esta es —repito— la determinación y el negocio común a los santos mártires; esto aprendieron de quien es, al mismo tiempo, su maestro, redentor y señor, puesto que a todos dijo: Quien ama su alma la perderá, pero quien la pierda por mí la hallará en la vida eterna2. Así, pues, cuando se ama al alma, ella perece, y se la encuentra cuando se la pierde; piérdala si la ama para no perderla cuando la ama. Lo dicho puede entenderse de dos maneras: Quien ama su alma la perderá, es decir, quien ama su alma en este mundo la perderá en el mundo futuro. O también: quien ama su alma para el mundo futuro la perderá en este. Según la primera forma de entenderlo, quien ama su alma temiendo morir por Cristo, la perderá de forma que no vivirá con Cristo; y, a su vez, quien ama su alma para vivir en Cristo, la perderá muriendo por Cristo. Efectivamente, el texto continúa así: Y quien la pierda por mí la hallará en la vida eterna.Quien dijo: «por mí», es el Dios verdadero y la vida eterna3.
2. Siendo, pues, esta tarea común a todos los santos, nuestro mártir tiene hoy el premio no sólo de su conducta, sino de la de otros muchos. En efecto, él difundió el buen olor de Cristo a lo largo y a lo ancho con sus enseñanzas, con su vida y con su muerte: enseñando la doctrina sobre Cristo, viviendo en Cristo y muriendo por Cristo. Por tanto, amadísimos, dado que no puede entenderse más que de Cristo lo que dice la esposa, la Iglesia: Racimo de alheña (cypri) es mi amado4, significando, mediante este árbol muy oloroso, la extrema fragancia de la gracia, de la misma manera que por la recta fe a partir de Cristo se hizo cristiano, así por su buen olor de «cipro» se hizo Cipriano. Dice, en efecto, el apóstol Pablo: Somos buen olor de Cristo en todo lugar5. Así, pues, el buen olor de Cristo presente en nuestro Cipriano se difundió desde esta sede; y no le bastó con esta ciudad ni con la sola África, de la que es capital, pues de tal manera se extendió a lo largo y a lo ancho, que por él se alaba, desde la salida del sol hasta el ocaso, el nombre del Señor6, en quien será glorificada su alma, para que lo oigan los mansos y se alegren7. ¿Qué región puede hallarse en la tierra entera en que no se lea su palabra, se alabe su doctrina, se ame su caridad, se pregone su vida, se venere su muerte, se celebre la fiesta de su pasión? ¡A cuántos luchadores contra el diablo no enardeció la trompeta de su palabra para imitar el ejemplo de su pasión! ¡Cuántos después, no sólo leyendo sus escritos, sino también admirando su fama, siguieron por amor lo que amaron aprendiéndolo de él! A unos los envió delante con su enseñanza para imitarlos él; a otros los antecedió él con su pasión para que lo imitasen a él. Tapó las bocas de los que ladraban contra la doctrina de Cristo, hizo bellas a las vírgenes de Cristo, no en el cuerpo ni con los coloretes, sino con las costumbres; rompió los aguijones del celo y de la envidia y echó fuera sus venenos; expuso saludablemente la oración del Señor para que comprendamos lo que pedimos.5; escribió un folleto para los lapsos, preocupándose por ellos como pastor y compadeciéndose con clemencia; redujo a los contumaces al dolor de la humillación y a los arrepentidos los levantó del abismo de la desesperación; alabó, persuadió y exhibió la paciencia; rompió la frente de los herejes con la demostración y la predicación de la unidad; tratando de la mortalidad y encareciendo los gozos de la vida inmortal, cubrió de vergüenza los ánimos de los fieles que temían la muerte y lloraban a los muertos;1demostró, incluso con la atestación de las letras seculares, lo vano y extremadamente dañino que es el culto de los ídolos;2rebatida la avaricia terrena, inflamó los ánimos cristianos para que mirasen a la gran utilidad y las ganancias celestes que aportan las limosnas.3¿Y qué más he de decir? Son muchos en todas partes los que poseen la totalidad de sus obras.4Pero nosotros hemos de dar más abundantes gracias a Dios, porque merecimos tener su cuerpo entero, junto al cual derramar nuestras preces al Señor, a quien agradó y por cuya gracia fue quien fue con un afecto mucho más ardiente; alabemos en el Señor a aquel por quien el Señor ha sido tan alabado, con gozo para nosotros.