Predicado en el mismo lugar y en el mismo día sobre el natalicio del mencionado mártir
1. Hemos cantado el salmo: Bendito el Señor, que no nos entregó como presa a sus dientes1. Es el agradecimiento debido a los dones de Dios. Bendito el Señor, que no nos entregó como presa a sus dientes. Es, ciertamente, con grito de congratulación, y congratulación merecida. Mas ¿cuándo la congratulación humana es suficiente ante la magnitud de los dones divinos? Ignoro si, cuando el bienaventurado mártir derramó su sangre sagrada en este lugar, la turba de los enfurecidos contra él era tan grande como la muchedumbre que ahora le alaba. Vuelvo a repetirlo —pues me agrada ver que el pueblo acude con devoción a la casa del Señor edificada en este lugar y comparar también los tiempos—; por ello vuelvo a decir y repito, y en cuanto puedo lo encarezco a vuestra devoción, que ignoro si, cuando el bienaventurado mártir derramó su sangre sagrada en este lugar, la turba de los enfurecidos contra él era tan grande como la muchedumbre que ahora le alaba. Aun en el caso de que fuera tan grande, fue bendito el Señor, que no nos entregó como presa a sus dientes. Cuando le daban muerte, creían haber vencido; eran vencidos por los que morían y se gozaban de ello. Ciertamente se enfurecían si eran vencidos. Desapareció, pues, la turba de los furiosos, le sucedió la muchedumbre de los que le alaban. Diga, diga la muchedumbre de los que le alaban: Bendito el Señor, que no nos entregó como presa a sus dientes. ¿A los dientes de quiénes? A los dientes de los enemigos, de los impíos, de los perseguidores de Jerusalén; a los dientes de Babilonia, a los dientes de la ciudad enemiga, a los dientes de la turba enloquecida en sus crímenes, a los dientes de la turba que persiguió al Señor, que abandonó al creador, que se volvió a la criatura, que adora lo hecho por la mano del hombre y desprecia a quien la hizo. Bendito el Señor, que no nos entregó como presa a sus dientes.
2. Es el grito de los mártires; es justamente el grito de quienes prefirieron morir por Cristo antes que vivir negando a Cristo. Si, pues, los otros quisieron matar, y estos recibieron la muerte; si aquéllos hicieron lo que quisieron y estos sufrieron la pasión, ¿cómo se puede decir: Bendito el Señor, que no nos entregó como presa a sus dientes?2 ¿Dónde está el sentido gratulatorio de Bendito el Señor, que no nos entregó como presa a sus dientes. En que los perseguidores no quisieron matar, sino devorar, es decir, integrarlos en su cuerpo. Eran paganos, eran impíos y adoradores de demonios e ídolos; eso deseaban que fuéramos nosotros cuando querían devorarnos. Fijaos en lo que hacemos con el alimento cuando lo comemos. ¿Qué hacemos con él sino integrarlo en nuestro cuerpo? Existía el cuerpo de los impíos: devoraron a los que dieron su consentimiento a la impiedad; sin duda alguna, se integraron en su cuerpo. Los mártires, pues, aunque les instaban a que negasen a Cristo y adorasen a un ídolo, resistieron con constancia, desdeñaron al ídolo, confesaron a Cristo y no consintieron en pasar a su cuerpo. Digan, digan, digan con gloria, con felicidad y con verdad: Bendito el Señor, que no nos entregó como presa a sus dientes. Sus redes son la incredulidad, la impiedad y la negación de Cristo. Se han tendido las redes. Estás oyendo a los cazadores. Si quieres guardarte de ellos, desprecia a quienes meten miedo. Sabéis lo que hacen los cazadores. Tienden las redes en un lugar y desde otro espantan a las fieras que atrapan en ellas. Temes un mal; ¿adónde te lleva el espanto? Peor es el lugar adonde huyes. He aquí que los santos mártires, viendo dónde habían tendido los cazadores sus redes —si el perseguidor amenazaba con la muerte era para que negasen al salvador—, tuvieron que padecer; mas por eso mismo no fueron atrapados. ¡Qué riquísimo botín, qué abundante caza hubiese tenido la impía Babilonia para alimentarse si el obispo Cipriano hubiese negado al Señor! ¡Con qué banquete, con qué extraordinaria caza se hubiese alimentado la impía Babilonia si hubiese negado al Señor el obispo Cipriano, el doctor de los gentiles, el que frustraba a los ídolos, traicionaba a los demonios, conquistaba a los paganos, confirmaba a los cristianos e inflamaba a los mártires! Si, pues, tan grande y célebre varón hubiese negado al Señor, ¡qué presa habría llenado de alegría a la impía Babilonia! Bendito el Señor, que no nos entregó como presa a sus dientes. Aunque se hayan ensañado contra ellos, los hayan perseguido, atormentado, encarcelado, encadenado, golpeado, prendido fuego y entregado a las fieras, Cristo no fue negado, el confesor del Señor fue coronado. Ellos perdieron su crueldad, los mártires encontraron la gloria. Diga el pueblo cristiano, dígalo sin reparos: Bendito el Señor; conviene que diga: Bendito el Señor, que no nos entregó como presa a sus dientes. Dígalo ahora este lugar repleto de un pueblo de confesores, repleto de un pueblo de adoradores del único Dios verdadero; dígalo este lugar: esta cosecha se sembraba entonces, cuando aquel lugar era regado con la sangre del mártir. No te extrañes, tierra, de tu fertilidad, si has sido regada para que brotase esto.
3. Por tanto, bendito el Señor, que no nos entregó como presa a sus dientes3. ¿Con qué fuerzas nos hemos librado de los dientes de los impíos? Nada nos arrogamos; no lo atribuimos a nuestro poder. Bendito el Señor, que no nos entregó como presa a sus dientes. En efecto, ¿qué éramos cuando los fuertes, los encumbrados, los ricos, los que nadaban en la abundancia, nos aterrorizaban a nosotros, débiles, humildes, pobres y necesitados? ¿Qué seríamos si nuestro auxilio no hubiese estado en el nombre del Señor, de quien hizo el cielo y la tierra?4 Exulta, exulta, Jerusalén; exulta también tú que no has sido entregada a los dientes de los cazadores; exulta también tú, pues también tú tienes dientes. Tus dientes son como un rebaño de ovejas trasquiladas5. También tú tienes dientes, ¡oh Jerusalén santa, ciudad de Dios, Iglesia de Cristo!; también tú tienes dientes. A ti se te dice en el Cantar de los Cantares: Tus dientes son como un rebaño de ovejas trasquiladas que suben del lavadero, que paren siempre gemelos, y entre las que no hay ninguna estéril6. Bien, bien por no haber temido los dientes de Babilonia. Los dientes de Babilonia fueron los poderes seculares; dientes de Babilonia fueron los que enseñaban los ritos ilícitos. No has sido entregada a esos dientes. Reconoce los tuyos; haz tú lo que ellos intentaron hacer. Mírate a ti misma: también tú tienes dientes. Tus dientes son como un rebaño de ovejas esquiladas. ¿Qué significa de ovejas esquiladas? De quienes han renunciado a sus cargas mundanas. ¿Qué significa de ovejas esquiladas? De quienes han renunciado a sus lanas cual peso de cargas mundanas. Tus dientes eran aquellos de quienes está escrito en los Hechos de los Apóstoles que vendieron todas sus cosas y depositaron a los pies de los apóstoles el precio de ellas para que se distribuyese a cada uno según su necesidad7. Recibiste la lana de tus ovejas esquiladas. Subió aquel rebaño del baño del santo bautismo. Todas parieron, puesto que cumplieron los dos preceptos. Os acordáis, lo recordáis; como gente instruida, habéis aclamado cuando mencioné los dos preceptos: no he dicho cuáles son, y, sin embargo, he recibido una indicación de que lo sabéis por el grito de vuestro corazón. Los habéis reconocido. Voy a decirlo en atención a aquellos que frecuentan la iglesia más de tarde en tarde. Dice el Señor, el más veraz maestro, el príncipe de los mártires: Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente, y amarás a tu prójimo como a ti mismo. En estos dos mandamientos se resume toda la ley y los profetas8. Así, pues, tus dientes vencieron precisamente porque parieron estos gemelos. A ti que tienes tales dientes se te dice; a ti, ¡oh Iglesia!, se te dice en la figura del bienaventurado Pedro: Levántate, mata y come; levántate9. Eso se le dijo a Pedro —cuando bajó del cielo una bandeja que contenía todos los pueblos, simbolizados en los animales—; se le dijo a Pedro hambriento, es decir, a la Iglesia ávida; Levántate, ¿por qué pasas hambre?; levántate, tienes preparado el alimento. Tienes dientes, mata y come. Mata lo que son y hazlos lo que eres; da muerte a lo que son y conviértelos en lo que eres. Bien has oído; teniendo tales dientes, bien has matado, bien has comido. Has atraído hacia ti a los mismos jueces a quienes no has temido; a los mismos poderes seculares a los que no temiste los convertiste a ti; desdeñaste a quienes te maltrataban e hiciste que te honrasen. Se cumplió lo prometido a tu Señor: Y lo adorarán todos los reyes de la tierra y todos los pueblos lo servirán10.
4. A esto no daban fe los perseguidores cuando mostraban su crueldad. ¡Cuantísimos de entre los perseguidores vieron al bienaventurado Cipriano derramar su sangre, doblar sus rodillas, prestar su cuello al verdugo en este lugar! Aquí lo vieron, aquí fueron espectadores, aquí saltaron de gozo ante el espectáculo, aquí, aquí, le insultaron cuando moría. ¡Cuántos de ellos —cosa que no dudo— creyeron después! No hay que dudar de ello, hay que creerlo sin vacilación. Los mismos judíos, los asesinos de Cristo, que agitaron sus cabezas, cuando él pendía de la cruz, en plan de insulto y dijeron contra él cuanto les plugo, creyeron después llenos de gozo en el mismo Señor al que crucificaron. No podían resultar ineficaces las palabras del médico que pendía de la cruz y que de su sangre hacía un remedio de salud para aquellos dementes. En efecto, no podía resultar ineficaz e inútil aquel grito: Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen11.
Y verdaderamente no resultó ineficaz. Allí estaba la multitud de aquellos por quienes resonó esta voz de boca de la verdad. Luego, realizado el milagro de la venida del Espíritu Santo, cuando los apóstoles hablaban las lenguas de todos los pueblos, llenos de estupefacción por el repentino milagro, se arrepintieron al instante, se convirtieron a aquel a quien habían dado muerte, y creyendo bebieron la sangre que con crueldad habían derramado. De ninguna manera hay que dudar de que sucediera lo mismo respecto al santo mártir de Cristo, el bienaventurado Cipriano; es decir, que muchos de los que fueron malvados espectadores del muerto creyeron en su Señor y hasta quizá, imitándole a él, derramaron su sangre por el nombre de Cristo. En última instancia, mantengamos la incertidumbre al respecto; aceptemos que es incierto si quienes estuvieron presentes en este lugar y quienes asistieron en este lugar a la muerte del bienaventurado Cipriano creyeron; lo cierto es que todos estos, o casi todos estos cuyas voces exultantes oigo, son hijos de quienes lo insultaban. Y verdaderamente no resultó ineficaz. Allí estaba la multitud de aquellos por quienes resonó esta voz de boca de la verdad. Luego, realizado el milagro de la venida del Espíritu Santo, cuando los apóstoles hablaban las lenguas de todos los pueblos, llenos de estupefacción por el repentino milagro, se arrepintieron al instante, se convirtieron a aquel a quien habían dado muerte, y creyendo bebieron la sangre que con crueldad habían derramado. De ninguna manera hay que dudar de que sucediera lo mismo respecto al santo mártir de Cristo, el bienaventurado Cipriano; es decir, que muchos de los que fueron malvados espectadores del muerto creyeron en su Señor y hasta quizá, imitándole a él, derramaron su sangre por el nombre de Cristo. En última instancia, mantengamos la incertidumbre al respecto; aceptemos que es incierto si quienes estuvieron presentes en este lugar y quienes asistieron en este lugar a la muerte del bienaventurado Cipriano creyeron; lo cierto es que todos estos, o casi todos estos cuyas voces exultantes oigo, son hijos de quienes lo insultaban. Y verdaderamente no resultó ineficaz. Allí estaba la multitud de aquellos por quienes resonó esta voz de boca de la verdad. Luego, realizado el milagro de la venida del Espíritu Santo, cuando los apóstoles hablaban las lenguas de todos los pueblos, llenos de estupefacción por el repentino milagro, se arrepintieron al instante, se convirtieron a aquel a quien habían dado muerte, y creyendo bebieron la sangre que con crueldad habían derramado. De ninguna manera hay que dudar de que sucediera lo mismo respecto al santo mártir de Cristo, el bienaventurado Cipriano; es decir, que muchos de los que fueron malvados espectadores del muerto creyeron en su Señor y hasta quizá, imitándole a él, derramaron su sangre por el nombre de Cristo. En última instancia, mantengamos la incertidumbre al respecto; aceptemos que es incierto si quienes estuvieron presentes en este lugar y quienes asistieron en este lugar a la muerte del bienaventurado Cipriano creyeron; lo cierto es que todos estos, o casi todos estos cuyas voces exultantes oigo, son hijos de quienes lo insultaban.