En el natalicio del mártir Cuadrado
1. Dios nuestro Señor, a quien damos gracias juntos, nos ha concedido veros y que me veáis. Y si esto ha llenado de gozo nuestra boca y de exultación nuestra lengua1, es decir, el habernos visto en esta carne mortal, ¡cuál será nuestro gozo cuando nos veamos allí donde nadie tenga nada que temer de nadie! Dice el apóstol: Llenos de gozo en la esperanza2. Así, pues, nuestro gozo actual es gozo en la esperanza, aún no en la realidad. Pues la esperanza que se ve —dice— no es esperanza; en efecto, ¿quién espera lo que ve? En cambio, si esperamos lo que no vemos, por la paciencia lo esperamos3. Si los compañeros de peregrinación gozan de esta manera unos de otros en el camino, ¡qué gozo no alcanzarán en la patria! Los mártires lucharon en esta vida, luchando caminaron, y caminando no se adhirieron. En efecto, quienes aman caminan, pues hacia Dios no corremos con pasos, sino con el afecto. Nuestro camino busca a los caminantes. Hay tres clases de hombres que detesta: el que se para, el que da marcha atrás y el que se sale del camino. Que nuestro caminar se vea libre y protegido, con la ayuda de Dios, de estos tres tipos de mal. Otra cosa es que, mientras somos caminantes, unos vayan más lentos y otros más veloces; unos y otros, sin embargo, caminan. Los que se paran han de ser estimulados, a los que dan marcha atrás hay que hacerlos volver y a los que se salen del camino hay que reconducirlos a él; los lentos han de ser motivados y los veloces imitados. Quien no avanza queda parado en el camino; quien, tal vez, abandona un propósito mejor para volver a lo que por ser peor había dejado, ha dado marcha atrás; quien abandona la fe se ha extraviado del camino. Ocupémonos de los lentos, pero desde la posición de los más veloces; en todo caso, hallémonos entre los que caminan.
2. ¿Quién es el que no avanza? Quien se cree sabio; quien dice: «Me basta con lo que soy»; quien no pone atención a quien dijo: Olvidando lo de atrás y en tensión hacia lo que está delante, en mi intención persigo la palma de la suprema vocación de Dios en Cristo Jesús4. Dijo que corría, que perseguía algo; no quedó parado, no miró atrás; y ¡lejos de nosotros pensar que se salió del camino quien lo enseñaba, quien lo mantenía y lo mostraba! Para que imitásemos su velocidad, dijo: Sed imitadores míos, como yo lo soy de Cristo5. Pienso, hermanos amadísimos, que yo camino con vosotros. Si soy lento, adelantadme; no me sentiré molesto; busco a quiénes seguir. Si, por el contrario, pensáis que voy yo más rápido, corred conmigo. Única es la meta a la que todos nos apresuramos por llegar, tanto los más lentos como los más veloces. Esto dijo el mismo apóstol: Olvidando lo de atrás y en tensión hacia lo que está delante, en mi intención persigo una sola cosa: la palma de la suprema vocación de Dios en Cristo Jesús. El orden de las palabras es: persigo una sola cosa6. Para llegar a esto, ¿qué ha dicho antes? Hermanos, yo no creo haberla alcanzado7. He aquí quien no se queda parado: quien no cree haberla alcanzado; he aquí quien no quiere residir en tierra extranjera: quien no se pega al camino, quien gozará en la patria8. Yo —dice—. ¿Quién es ese «yo»? Yo, quien trabajé más que todos ellos9. Sin embargo, cuando dijo: trabajé más que todos ellos, no expresó el «yo». Yo no creo haberla alcanzado. Está bien el «yo» cuando se refiere a algo humilde, no a algo motivo de orgullo. Yo —dice—, por lo que a mí se refiere, no creo haberla alcanzado. Eso él. Pero cuando dijo: Trabajé más que todos ellos, continúa: pero no yo, sino la gracia de Dios conmigo10. ¿Acaso la gracia de Dios no la alcanza? Con razón, pues, dijo allí: Yo. En efecto, no alcanzarla es resultado de nuestra debilidad; alcanzarla es resultado de la ayuda de la gracia divina, no de la debilidad humana. ¿Quién hay, pues, que nos muestre; quién hay que nos enseñe; quién hay que pueda insinuarnos de manera digna cómo es verdad —lo que, sin duda alguna, es así que nada hay en nosotros más que el pecado? Sepa esto la piedad, acúsese de ello la debilidad y desee ser sanada de lo mismo la caridad. No que ya la haya recibido o que ya sea perfecto11. Y entonces añadió: Hermanos, yo mismo no creo haberla alcanzado. Y, exhortando a correr y a tender el corazón hacia lo que está delante, dijo: Cuantos somos perfectos pensemos así. Antes había dicho: No que ya la haya recibido o que sea ya perfecto; y luego dice: Cuantos somos perfectos pensemos así12. Habías dicho que tú mismo, tan gran apóstol, eras imperfecto; ahora ya encuentras muchos perfectos, y dices: Cuantos somos perfectos pensemos así. Hay, pues, diversas clases de perfección.
3. El perfecto viandante aún no ha llegado definitivamente a la meta. El perfecto viandante marcha bien, camina bien y se mantiene en el camino; pero, con todo, aún es viandante, todavía no ha alcanzado la meta. Pues, efectivamente, si camina, y lo hace por el camino, hacia algo se encamina y a algo intenta llegar. El apóstol aún no había alcanzado la meta adonde se esforzaba por llegar. Y exhorta a los perfectos a que adviertan que aún no son perfectos y reconozcan su imperfección. Es perfecto viandante quien sabe que aún no ha llegado a allí adonde se dirige y sabe cuánto ha recorrido y cuánto le queda aún. Los que somos perfectos reconozcamos, pues, que aún no somos perfectos, para no permanecer siendo imperfectos. ¿Qué diremos, hermanos? ¿No es perfecto el mártir Cuadrado? ¿Qué hay más perfecto que un cuadrado? Sus lados son iguales, por todas partes es idéntico; de cualquier forma que se le ponga, siempre está en pie, nunca caído. ¡Oh nombre hermoso, indicador de una figura y muestra de una cosa futura! Ya se llamaba Cuadrado antes, y aún no era coronado. Aún no había llegado la tentación que le iba a hacer cuadrado, y, sin embargo, cuando se le llamaba por ese nombre, se indicaba a quien había sido predestinado ya desde antes de la creación del mundo13; y para ser llamado así, padece lo que padece, a fin de que el nombre responda a la realidad. No obstante, caminaba, aún seguía en el camino; y, mientras vivía en el cuerpo, todo su temor era quedarse parado, dar marcha atrás y salirse del camino. Ahora, en cambio, ya corrió, ya acabó el camino y se ha detenido en firme. Fue construido por el artífice del arca del Señor, que, simbólicamente, se mandó construir con maderas cuadradas14. Ahora ya no teme tentación ninguna; él escuchó a quien lo llamó, y este al que lo invocó; lo siguió en cuanto salvador y lo lleva como propio morador. Despreció los halagos del mundo, venció sus amenazas y escapó a su furor. Grande es, hermanos, la gloria de los mártires, es la primera de la Iglesia; cualquiera otra va detrás de ella. No en vano se dijo a algunos: Aún no habéis luchado contra el pecado hasta la sangre15. ¿Cómo tolerará, cómo soportará la crueldad del mundo quien no es capaz de despreciar sus halagos?
4. Dice el mismo apóstol: Voy a deciros algo hablando a lo humano en atención a la debilidad de vuestra carne: como entregasteis vuestros miembros al servicio de la impureza para la iniquidad, prestadlos así ahora al servicio de la justicia para la santificación16. Cosa grande parece la exhortación. Mídase cada uno con estas palabras del apóstol: nadie se pase la mano adulándose; use una balanza fiel y dígase la verdad. ¿Por qué espera oírla de mis labios? Dígasela a sí mismo. Yo he pretendido poner un espejo en que cada uno se mire. No soy yo el brillo del espejo, que muestra la cara a quien se mira en él. En efecto, me estoy refiriendo ahora a vuestros rostros interiores, a los cuales puedo llegar por el oído, pero no puedo ver. Yo pongo delante el espejo: que cada cual se mire y se diga cómo es. Considerad las palabras del apóstol que mencioné como si fueran el espejo. Voy a deciros algo hablando a lo humano, en atención a la debilidad de vuestra carne: como entregasteis vuestros miembros al servicio de la impureza para la iniquidad, prestadlos así ahora al servicio de la justicia para la santificación. ¿Qué significa así? Haced esto como hicisteis aquello. Cuando entregabas tus miembros como armas de iniquidad al pecado para la impureza, eso te deleitaba. ¿No? Te lo pregunto; pon atención y responde. ¿Te deleitaba? Escucho tu respuesta, aunque calles; en efecto, no lo harías si no te deleitara. Por tanto, como entregaste tus miembros al servicio de la impureza para la iniquidad y lo hiciste con deleite, así ha de deleitarte alguna vez la justicia. Dios te dice: «No quiero que lo hagas por temor; ¿acaso hacías lo otro por temor?» Así —dice—, así: Como entregasteis vuestros miembros al servicio de la impureza para la iniquidad, prestadlos así ahora al servicio de la justicia para la santificación. A la justicia te diriges forzado por el temor, mientras que a la impureza corrías por amor. ¿Qué hay más hermoso que la justicia? Decídmelo, os lo ruego. Es digna de ser amada, al menos como lo es la impureza. Cuando corrías hacia la impureza, ibas a pesar de la prohibición; ofendías a tu padre, y corrías; estabas dispuesto a ser desheredado con tal de no separarte de su maldad. ¿Qué vas a decir? La justicia exige de ti lo que de ti obtuvo la impureza. Escuchasteis el evangelio: No vine a traer la paz a la tierra, sino la espada17. Dijo que venía a separar a los hijos de los padres18. Pon tu mirada, pues, en aquella espada. ¿Quieres, acaso, servir a Dios.3 y tu padre te lo prohíbe? Cuando amabas la impureza, corrías tras ella aunque tu padre te lo prohibía. Ahora la amas, pero es la justicia la que te lo prohíbe; también aquí has hallado que tu padre te lo prohíbe. Saca a relucir tu libertad, como entonces tu pasión.4. Entonces estabas dispuesto a ser desheredado con tal de no separarte de aquella impureza; estate dispuesto a ser desheredado, con tal de no separarte de la hermosura de la justicia. Es cosa seria, pero justa. ¿Quién hay que se atreva a decir: «Es más merecedora de amor la impureza que la justicia»? Entre tanto, la justicia te reclama determinado nivel. «En verdad —dice—, no me parezco en nada a la impureza; en verdad es grande la distancia entre las tinieblas de aquella impureza y mi luz, entre aquella maldad y mi hermosura, entre su decoro y el mío; sin duda alguna, la distancia es inmensa. Entre tanto, te reclamo determinado nivel. Así quiero; mejor, lo debo, de forma absoluta lo debo; tanto más cuanto mayor es la distancia que nos separa. Pero digo algo al modo humano; el modo divino lo difiero. ¿Por qué difiero el divino? Os hablo al modo humano en atención a la debilidad de vuestra carne. Os pido el así porque aún soy condescendiente con vuestra debilidad. Por tanto, como entregasteis vuestros miembros al servicio de la impureza para la iniquidad, así ahora estáis obligados ciertamente a un nivel superior; pero al menos caminad así, a ese nivel; llegad, como mínimo, hasta aquí. Pero id incluso más allá de eso. De momento, os hablo al modo humano; pero como os dije lo otro, así os digo también esto».
5. ¿Fue, acaso, así Cuadrado? Ciertamente, no fue así, sino que fue más, y justamente más. Fijaos en aquella impureza, y ved cuánto más exige de vosotros la piedad y la caridad, la hermosura de la justicia y la dulzura de la santificación. ¿Qué más exige de vosotros? Escuchadlo. El amante de la impureza no quiere que se conozcan sus malas acciones; teme ser condenado por ello; por ello teme la cárcel, teme al juez y al verdugo. Le apetece la pureza de la mujer ajena y engaña a su marido; busca las tinieblas; nada teme tanto como un testigo, teme al juez; teme que se sepa, porque teme ser castigado por ello. Ahora bien, lo que la belleza de la justicia exige de más, y que de momento difirió el apóstol al decir: Hablo al modo humano en atención a la debilidad de vuestra carne19, escúchalo de boca del Señor: Lo que yo os digo en las tinieblas, es decir, en lo oculto, decidlo a la luz, y lo que escucháis al oído, predicadlo sobre los tejados20. ¿Por ventura proclama desde el tejado el adúltero su acción lasciva? Mas ¿por qué él no sólo no la proclama sobre los tejados, sino que busca ocultarse bajo un techo? ¿Por qué dijo eso el Señor? Porque el amor impuro llegó hasta ahí, pues teme ser descubierto, teme ser castigado. En cambio, estos amantes de aquella belleza invisible; los amantes de aquella hermosura donde se encuentra el más hermoso de los hijos de los hombres21; los amantes de aquella belleza, ¿por qué no temen proclamar sobre los tejados lo que escucharon al oído? Averigua por qué teme aquél: teme que se sepa y lo castiguen. Averigua por qué no teme este: el Señor mismo lo añadió a continuación. Después de haber dicho: Lo que os digo en las tinieblas, decidlo en la luz, y lo que escucháis al oído, predicadlo sobre los tejados, dice: No temáis a quienes matan el cuerpo22. Para decir en la luz lo que oís en las tinieblas y para predicar sobre los tejados lo que escucháis al oído, no temáis a los que matan el cuerpo. Tema el adúltero a los que matan el cuerpo; pues, cuando pierde el cuerpo, pierde la fábrica de placer. Tema perder el cuerpo quien vive del cuerpo. Todo lo que él desea lo consigue por medio del cuerpo. Por eso no basta cualquier placer; arde de pasión hasta alcanzar el muy inmundo placer corporal. Pero tú, hombre de Dios, si tienes ojos interiores con que ver la hermosura de la caridad, con que ver la hermosura de la piedad; si tienes ojos en tu corazón, mira de qué te vas a servir para gozar de tu amada, pues para disfrutar de ella no requieres los miembros del cuerpo. Tema perder el cuerpo el amante del sórdido placer; en cambio, paz en la tierra a los hombres de buena voluntad23.
6. ¡Qué lejos estás de este amor, oh cristiano! ¡Ojalá llegues hasta aquel nivel humano y hagas el bien con deleite, igual que con deleite pecabas antes! En efecto, si haces el bien con deleite, si con deleite crees en Cristo, si disfrutas con deleite de la sabiduría al tope de tu capacidad, si escuchas y cumples con deleite su precepto, comienza a existir en ti aquel nivel humano ajustado a tu debilidad. Ya comenzaste a tener un buen don, pero todavía no has llegado a ser cuadrado. Pero —como dije— si llegaste ahí, sigue más adelante; aún estás en camino, no te pares. Tienes aún qué hacer: no temas ni escondas tus buenas obras por temor. Los que te reprenden y asaetean, ¿qué te dicen? «¡He aquí un gran apóstol! Tus pies cuelgan ya del cielo; ¿de dónde vienes?» Y temes responder: «De la iglesia», para que no te repliquen: «¿No te avergüenzas, hombre barbudo, de ir adonde van las viudas y las viejas?». Por no escuchar tales cosas, temes decir: «Estuve en la iglesia». ¿Cómo soportarás al perseguidor, tú que sientes pánico a un simple insulto? Y en verdad estamos en tiempos de paz. Ellos son los que debieron ruborizarse. Se avergüenzan los muchos que se acercaron y no se avergüenzan los pocos que se quedaron parados. Pero unos se acercaron, ¿a dónde? En cambio, otros se quedaron parados, ¿dónde? Unos se acercaron a la luz de la paz; otros se quedaron parados en las tinieblas de la confusión. ¿No os avergonzáis de avergonzaros de lo que hay que gloriarse? ¿No se avergüenzan ellos de sus inmundicias, y os avergonzáis vosotros de algo glorioso? ¿Y dónde queda lo que escuchasteis: Acercaos a él y seréis iluminados, y vuestros rostros no se ruborizarán24?
7. He dicho esto, hermanos míos, porque sé y me duele muchísimo que se temen las lenguas de los pocos paganos que no maltratan, sino solo insultan, y que los ánimos de los que quieren creer están cohibidos, pues no hallan exhortaciones de los cristianos que les complazcan. ¿Y qué más? ¿Qué he de decir? Ves que un pagano cualquiera es hostigado para que no se haga cristiano, y tú que lo eres te callas y hasta consideras un triunfo el que sean condescendientes contigo, es decir, que no te insulten. Cuando lo amedrentan a él, dices en tu corazón: «Gracias a Dios; nada me ha dicho a mí». Huyes no con el cuerpo, pero sí con el alma. Estás quieto allí y huyes; temes que aquella lengua maldiciente se vuelva contra ti y no acudes en socorro de aquel a quien debes ganar para Cristo. No lo socorres, te callas; como dije, huyes no con el cuerpo, sino con el alma; eres un mercenario; ves venir al lobo y huyes25. ¿Y qué más he de decir? Acabamos de escucharlo todos. Sea el Señor quien nos infunda terror; si ha de ser amado, ha de ser temido: Quien se avergüence de mí —dice— delante de los hombres. Y ved cuándo decía eso: cuando el mundo aún no creía, antes bien bramaba. Quien se avergüence de mí delante de los hombres, yo me avergonzaré de él delante de mi Padre que está en los cielos; quien, en cambio, me confiese delante de los hombres, también yo lo confesaré delante de mi Padre que está en los cielos26. ¿Quieres que Cristo te niegue o que te reconozca? Cuando te halles con que Cristo te niega, tendrás muy lejos al que te insultaba. Llegará lo prometido; quien cumplió tantas promesas, ¿aparecerá como mentiroso sólo en lo que se refiere al día del juicio? De ningún modo. Vivan ellos en su infidelidad —mejor, carezcan también ellos de su infidelidad—; pero presentaos ante ellos como modelos de imitación en la confesión de la fe, no en el ser vencidos mediante el silencio. En efecto, si hallan cristianos defensores de los débiles, valientes para proclamar su fe, libres para confesarla, prudentes al enseñarla y caritativos instruyendo a los demás, ellos callarán, creedme, pues no tienen qué decir. Palabras vacías, címbalo que retiñe. Lo que desapareció de sus templos quedó en sus bocas.