Sobre el natalicio de la Masa Cándida
1. Celebramos hoy el día solemne de numerosos y bienaventurados mártires, esto es, los de la Masa Cándida. Bienaventurados porque pobres de espíritu; bienaventurados porque mansos; bienaventurados porque lloran; bienaventurados porque hambrientos y sedientos de justicia; bienaventurados porque misericordiosos; bienaventurados porque limpios de corazón; bienaventurados, porque perseguidos no inútilmente, no teniendo una causa mala, sino por la justicia1. Pues al mártir de Cristo no lo hace la pena, sino la causa. Tranquilo sufre la pena quien sabiamente ha elegido su causa, de forma que, si sufre algo, es por la justicia, no sea que tenga que sufrir aquí, y luego pase de estas tribulaciones a otras mucho menos llevaderas. Su alma era paciente con el Señor; aguantó al Señor; no tuvo prisa en recibir el premio. Esto es aguantar al Señor: recibirlo cuando él te lo quiera dar. Él ciertamente te lo dará, pues ni la Verdad engaña, ni el omnipotente carecerá de medios para dar lo prometido, ni el eterno temerá algún sucesor. Así, pues, te lo dará; sólo es menester que nuestra alma aguante al Señor. Lo aguantó, pues, el alma de los mártires, la única alma de muchos2, no blanqueada por fuera.4, sino cándida por dentro. Su alma aguantó al Señor, por tanto, y el Señor fue su auxilio y su protector. En sus pasiones esperaban y toleraban: esperaban lo eterno y toleraban lo transitorio. Y cuando hayan llegado, ¿qué recibirán? Se embriagarán de la abundancia de tu casa y les darás a beber del torrente de tus delicias3. Nadie piense aquí en el deleite corporal; hay otro deleite invisible que brota de una fuente invisible. Finalmente, pon atención a lo que sigue. Como si preguntases de dónde ha de surgir ese deleite, añadió: Porque en ti está la fuente de la vida4. He aquí la vida que no muere, he aquí la salud que no enferma. Pues vana es la salud del hombre5. Entre las cosas humanas, con toda certeza no hay otra de más valor que la salud; y, con todo, es vana. ¿Cómo han de considerarse aquí las demás? ¿Qué son las riquezas del hombre, los deleites del hombre, el poder del hombre, si es vana la salud del hombre? Por tanto, hermanos, deseemos aquella salud, pidámosla con todo nuestro deseo, pretendamos llegar a ella con las costumbres. Busquémosla creyendo en ella, esperando en ella y amándola a ella. Esta, en cambio, si nos la quiere dar, agradezcámosela. A esta salud pertenecía la que concedió a los diez leprosos; a esta salud pertenecía la limpieza que el Señor les procuró, y, no obstante, se alaba al agradecido y se acusa de ingratos a los otros6. Por tanto, si recibimos también esta de su mano, démosle gracias; y, si fuera necesario, despreciemos por él lo mismo que él nos dio, para llegar a bienes mayores. Esté él con vosotros, habite en vuestros corazones, actúe en vuestros pensamientos y florezca en vuestras buenas costumbres cuanto de verdadero escucháis.