Sobre el día natalicio de san Lorenzo
1. Pensando en que el oyente siente ya hastío, se debió suspender el sermón, pero pensando en una deferencia hacia el santo se debe mantener. Así, pues, con la ayuda del Señor, se impondrá la moderación para no ser ni pesado para nadie ni demasiado breve, limitándome a lo preciso. Ha brillado el día solemnísimo para Roma, donde se celebra con gran afluencia de gente. También nosotros, aunque ausentes en el cuerpo, presentes en el espíritu, nos asociamos a nuestros hermanos en un único cuerpo bajo una única cabeza. En efecto, el recuerdo de sus méritos no está unido solo al lugar donde se encuentra el sepulcro de su cuerpo; la veneración se le debe por doquier; su carne reposa en un solo lugar, pero su espíritu vencedor está con quien se halla en todas partes. Según la tradición, el bienaventurado Lorenzo era joven en el cuerpo, pero varón cabal en el espíritu, a quien mucho realzaba su edad más lozana y su corona más inmarcesible. Era un diácono, inferior al obispo por su función, pero igual al apóstol por la corona. Esta celebración solemne de todos los gloriosos mártires ha sido instituida en la Iglesia para que quienes no los vieron padecer los recuerden en la fiesta y sean arrastrados a imitarlos en la fe. En efecto, quizá se borrase su recuerdo del corazón de los hombres si no se repitiese en el ciclo anual. No todos los mártires pueden tener sus fervorosas solemnidades, aunque no faltasen mártires para cada día, pues en todo el curso del año no puede encontrarse ni un solo día en que no hayan sido coronados mártires en diversos lugares. Pero, si las celebraciones más solemnes fuesen continuas, causarían hastío, mientras que los intervalos renuevan el afecto. Nosotros limitémonos a escuchar lo que se nos ha mandado y pongamos nuestros ojos en lo que se nos ha prometido. En la festividad de un mártir, el que sea, preparemos nuestro corazón de forma que no nos alejemos de su imitación.
2. En efecto, hombre era él y hombres somos nosotros; quien le hizo a él nos hizo también a nosotros; con el precio con que fue comprado a él fuimos comprados también nosotros. El cristiano, pues, no debe decir: «¿Por qué yo?»; mejor, no debe decir: «Yo no», sino: «¿Por qué no también yo?» Habéis oído que el bienaventurado Cipriano, ejemplo y trompeta de los mártires, dijo: «En la persecución se corona la milicia; en el tiempo de paz, la conciencia». Nadie, pues, piense que le falta el tiempo apropiado; no todo tiempo es tiempo de pasión, pero siempre lo es de devoción. Y que nadie se sienta débil donde es Dios quien procura las fuerzas, ni, aunque tema por sí mismo, pierda la esperanza en el que actúa. Por eso quiso Dios que todas las edades tuvieran ejemplos de mártires, e igualmente ambos sexos. Han sido coronados ancianos, hombres maduros, jóvenes, niños, varones, mujeres. También en las mujeres han sido coronadas todas las edades; nunca dijo la mujer: «Por mi sexo no estoy capacitada para vencer al diablo». Ella puso mayor empeño en derribar al enemigo que la había derribado a ella y en atacar con la fe a aquel a quien, al seducirla, había dado su consentimiento. ¿Acaso también las mujeres presumieron de sus fuerzas? En efecto, ¿qué tienes que no hayas recibido?1, se dijo a todo hombre. Así, pues, la gloria de los mártires es la gloria de Cristo, que precedió, llenó y coronó a los mártires. Pero, aunque haya tiempos de paz y tiempos de persecución, ¿ha faltado en alguna época la persecución oculta? Nunca falta; aquel león y dragón ni siempre se ensaña, ni siempre tiende asechanzas, pero siempre persigue. Cuando su ferocidad se manifiesta abiertamente, no son ocultas sus asechanzas, y cuando son ocultas éstas, no es manifiesta aquella; es decir, cuando ruge como un león2, no se arrastra sigilosamente como un dragón, y cuando como dragón se arrastra, no ruge como león; no obstante, sea como león, sea como dragón, siempre persigue. Cuando cesa su rugido, guárdate de sus emboscadas; cuando las emboscadas son evidentes, huye del león que ruge. Se evita tanto al león como al dragón si se mantiene siempre en Cristo el corazón. Todo lo que hay de temible en esta vida es transitorio; en la otra, en cambio, no pasará ni lo que ha de amarse ni lo que ha de temerse.
3. En verdad, el Señor hablaba en el evangelio a los judíos y les decía: ¡Ay de vosotros, escribas y fariseos, que construís sepulcros a los profetas y decís: «Si hubiéramos vivido en los tiempos de nuestros padres, no hubiéramos dado nuestro consentimiento a la muerte de los profetas». De esta forma dais un testimonio claro de que sois hijos de quienes dieron muerte a los profetas, y vosotros colmaréis la medida de vuestros padres3.En efecto, al decir: Si hubiéramos vivido en los tiempos de nuestros padres, no hubiéramos dado nuestro consentimiento a la muerte de los profetas, confirmaron ser hijos de ellos. Nosotros, en cambio, si nos mantenemos en el buen camino, no llamamos padres nuestros a quienes dieron muerte a los profetas, sino a quienes fueron muertos por los padres de ellos. Porque si uno puede degenerar por las costumbres, de idéntica manera puede uno hacerse hijo por ellas. Así, a nosotros, hermanos, se nos llamó hijos de Abrahán4, sin haberlo conocido personalmente y sin traer de él la descendencia carnal. ¿Cómo, pues, somos sus hijos? No en la carne, sino en la fe. Pues creyó Abrahán a Dios, y le fue reputado como justicia5. Si, pues, Abrahán fue justo por creer, todos los que después de él imitaron la fe de Abrahán se hicieron hijos de él. Los judíos, nacidos de él según la carne, degeneraron; nosotros, nacidos de gente extranjera, conseguimos imitándolo lo que ellos perdieron por su degeneración. ¡Lejos de nosotros pensar que Abrahán es su padre, aunque hayan descendido de su carne! Sus padres fueron aquellos que ellos mismos confesaron que lo eran. Si hubiéramos vivido —dicen— en tiempos de nuestros padres, no hubiéramos dado nuestro consentimiento a la muerte de los profetas. ¿Cómo dices que no hubieras asentido a quienes llamas tus padres? Si eran padres, tú eres su hijo; si eres su hijo, tenías que asentir. Si, por el contrario, ibas a disentir, no eres su hijo; y, si no eres su hijo, no son ellos padres. De esta manera, pues, el Señor les demostró que ellos habrían hecho lo mismo que hicieron los otros, pues los llamaron padres suyos. En verdad —dice— vosotros os dais testimonio a vosotros mismos de que sois hijos de quienes dieron muerte a los profetas, puesto que los llamasteis padres vuestros. También vosotros colmaréis la medida de vuestros padres.
4. Y ahora examinemos quiénes son los hijos de los asesinados y quiénes los de los asesinos. Veis también que muchos corren a las memorias de los mártires, bendicen sus cálices en ellas vuelven de ellas más que saciados. Con todo examínalos, y los contarás entre los perseguidores de los mártires. Ellos son los causantes de tumultos, motines, bailes y toda clase de lujuria que Dios detesta. También ahora, como, una vez coronados, ya no pueden perseguirlos a pedradas, los persiguen con los «botellones». ¿Quiénes eran, de quiénes eran hijos aquellos cuyos bailes junto al lugar del santo mártir Cipriano fueron prohibidos hace poco, ayer por así decir? Allí bailaban, y retozaban, y deseaban con gran ansia, como si gozaran en él, ese día solemne, deseando siempre estar presentes. ¿Entre quiénes hay que contarlos? ¿Entre los perseguidores o entre los hijos de los mártires? Cuando se les prohibieron los bailes, se hicieron presentes y originaron un motín. Los hijos alaban, los perseguidores bailan; los hijos cantan himnos, los otros organizan banquetes. Por tanto, no importa que parezcan querer honrarlos, pues cuando los honran son como los que dijeron: Si hubiéramos vivido en aquellos tiempos, no hubiéramos dado el consentimiento a nuestros padres para la muerte de los profetas6,en nuestro caso, de los mártires. Dad vuestro asentimiento ahora a la fe de los mártires, y creeremos que no habríais asentido a los verdugos de los mártires. ¿De dónde les vino a los mártires el ser coronados? Creo que de caminar por el camino del Señor, de tolerar, de amar incluso a sus enemigos y pedir por ellos. Esta es la corona de los mártires, éstos sus méritos. ¿Le amas, le imitas, le alabas? Eres hijo del mártir. ¿Llevas una vida opuesta a la suya? Entonces pasarás también a la mano opuesta.
5. Por tanto, amadísimos, puesto que, como antes dije, nunca faltan persecuciones y el diablo o tiende asechanzas o se ensaña, siempre debemos estar preparados con el corazón fijo en el Señor y, en cuanto nos sea posible, pedirle fortaleza en medio de estas fatigas, tribulaciones y tentaciones, porque nosotros somos poca cosa o nada. Lo que podemos decir de nosotros mismos, lo escuchasteis cuando se leyó al apóstol Pablo: Como abundan —dice— los sufrimientos de Cristo en nosotros, así también por Cristo abunda nuestro consuelo7. Como se dice en el salmo: De acuerdo con la multitud de las dolencias de mi corazón, tus exhortaciones, Señor, alegraron mi alma8, así dice también el apóstol: Como abundan los sufrimientos de Cristo en nosotros, así también por Cristo abunda nuestro consuelo. Si nos faltase el consolador, desfalleceríamos ante el perseguidor. Y como no tenían fuerzas para tolerarlo ni un cierto alivio en su vida, aunque fuera temporal, necesario para el ministerio, ved lo que dijo: Os hago saber, hermanos, la tribulación que sufrimos en Asia, puesto que cargó sobre nosotros de forma excesiva y superior a nuestras fuerzas9. Aquella tribulación supera las fuerzas humanas; ¿acaso supera también a la ayuda divina? Cargó sobre nosotros —dice— de forma excesiva y superior a nuestras fuerzas. Por encima de nuestras fuerzas; pero ¿en qué medida? Fíjate que habla de las fuerzas del alma: De forma que hasta nos hastiaba el vivir10. ¡Cómo se sentiría afectado el apóstol por la abundancia de tribulaciones, si el cansancio impedía vivir a quien la caridad le instaba a eso mismo! ¡Cómo le forzaba a vivir la caridad de la que dice en otro lugar: Mas el permanecer en la carne me es necesario por vosotros11!¡A tales cotas había llegado la persecución y la tribulación que hasta a él le hastiaba vivir! Ved cómo el temor y el temblor cayeron sobre él y cómo le cubrieron las tinieblas, según oísteis en el salmo. Es, en efecto, el grito del cuerpo de Cristo; el grito de los miembros de Cristo. ¿Quieres reconocer allí tu propia voz? Sé miembro de Cristo. El temor y el temblor —dice— cayeron sobre mí y las tinieblas me cubrieron. Y dije: «¿Quién me dará alas como de paloma para volar y reposar?»12.¿No parece haber dicho esto el apóstol con estas palabras: De forma que hasta nos hastiaba vivir? En cierto modo, sufría el tedio de la liga de la carne; quería volar hacia Cristo; la abundancia de las tribulaciones infestaban el camino, pero no le cerraban el paso del todo. Le hastiaba vivir, pero no en aquella vida eterna de la que dice: Para mí, vivir es Cristo, y morir una ganancia13. Mas, dado que la caridad le retenía aquí, ¿cómo sigue? Pero si vivir en esta carne me aporta fruto, no sé qué elegir; estoy cogido por ambos lados, pues tengo deseo de desatarme de estos lazos y estar con Cristo14. ¿Quién me dará alas como las de una paloma? Pero permanecer en la carne me es necesario por vosotros. Había cedido ante sus polluelos que piaban; extendidas sus alas, los cubría y les daba calor, como él mismo dice: Me hice como un niño en medio de vosotros, cual nodriza que cría a sus niños15.
6. Y advertidlo, hermanos; se leyó ahora en el evangelio: ¡Cuántas veces quise reunir a tus hijos como una gallina a sus polluelos y no quisiste16! Fijaos en la gallina y en las demás aves que anidan ante nuestros ojos; todas empollan sus huevos y alimentan a sus polluelos; a ninguna veréis que se debilite teniendo consigo a sus hijos. Mirad el aspecto de la gallina cuando alimenta a sus polluelos, cómo cambia su voz y se entrecorta por cierta ronquera. Sus mismas alas, en lugar de estar reposadas y ágiles, están erizadas y lánguidas. Si ves otra ave cualquiera cuyo nido ignoras, no sabes si tiene huevos o polluelos; la gallina, en cambio, aunque no veas sus huevos ni sus polluelos, con su misma voz y su aspecto corporal te está indicando que es madre. ¿Qué hizo, pues, nuestra madre la Sabiduría? Se debilitó en la carne para reunir, engendrar y dar calor a sus pollos. Pero lo débil de Dios es más fuerte que los hombres17; quería reunir a los hijos de Jerusalén bajo estas alas18, las de la debilidad de su carne, pero también bajo el poder oculto de su divinidad. Esto había enseñado a su apóstol, porque él mismo lo hacía en él; esto, en efecto, dice el apóstol: ¿Queréis tener una prueba de Cristo, que habla en mí?19 Dice también que en él abundaron los sufrimientos de Cristo20; no los suyos, sino los de Cristo. Formaba, pues, parte del cuerpo de Cristo; era un miembro de Cristo, y todo lo que realizaba el apóstol para dar calor a sus polluelos era la cabeza quien lo realizaba en su miembro. El apóstol, aunque por su afecto y deseo personal quería volar como paloma, mirando a la debilidad de sus polluelos, por amor a los hijos, se quedaba como gallina. Nosotros mismos —dice— hemos tenido dentro de nosotros la respuesta de la muerte, para que no confiemos en nosotros mismos, sino en Dios, que resucita a los muertos, quien de tantas muertes nos ha librado y nos librará; de él esperamos que aún nos librará21. Nos ha librado y nos librará; ¿qué es lo que dice? Conserva esta nuestra vida para vosotros. Lo ha librado de muchas muertes; ha impedido que fuese oprimido por los perseguidores y que fuese coronado antes de lo que convenía a los polluelos, según aquellas palabras suyas: Pero permanecer en la carne me es necesario por vosotros. Persuadido de esto, sé que me quedaré y permaneceré para todos vosotros, para vuestro provecho y gozo en la fe22. El deseo le llevaba a otra cosa, pero la necesidad lo retenía allí. Ser desatado de estos lazos y estar con Cristo es, con mucho, lo mejor23. De esto no dijo que fuera necesario, sino lo mejor. Lo mejor se apetece por sí mismo; lo necesario se acepta por una necesidad; de aquí su nombre.
7. La necesidad ha impuesto el nombre a la cosa necesaria; por eso es ahora necesario para nosotros el alimento de que nos servimos; el alimento nos es necesario para sustentar la vida temporal; no obstante, el alimento óptimo es el que consiste en la virtud y la sabiduría24, el pan vivo que siempre restaura y nunca se agota. Este es el mejor, aquel es necesario. Por tanto, cuando haya pasado la necesidad de esta hambre y de sustentar el cuerpo mortal, este alimento ya no será necesario. ¿Qué dice el apóstol? El alimento es para el vientre, y el vientre para los alimentos; pero Dios destruirá a aquel y a estos25. ¿Cuándo los destruirá? Cuando este cuerpo animal se haga espiritual al resucitar26; allí no habrá indigencia ni existirán las obras fruto de la necesidad. En efecto, todas estas cosas, hermanos, tanto las que aquí llamamos obras buenas como las que se nos manda realizar cada día, son fruto de la necesidad. ¿Qué hay mejor, más bello y más digno de alabanza para un cristiano que repartir su pan con el hambriento, acoger en su casa al necesitado sin techo, ver a uno desnudo y vestirlo, ver a otro muerto y darle sepultura, ver a gente que litiga y poner paz, ver a alguien enfermo y visitarlo o curarlo?27. Todas estas son obras laudables. Fijaos y ved que todas son hijas de la necesidad. De hecho, repartes tu pan, porque ves a uno que tiene hambre; si nadie tuviese hambre, ¿con quién repartirías tu pan? Elimina la necesidad que engendra la miseria del otro, y dejará de ser útil tu misericordia. Sin embargo, a través de estas obras que ha engendrado la necesidad llegamos, como se llega con una nave a la patria, a aquella vida donde no habrá necesidad. Quien ha de permanecer en la patria, sin nunca más salir de ella, ya no necesita la nave; pero fue la nave, de la que no tendrá ya necesidad allí, la que le llevó allí. Cuando se haya llegado, las cosas antes mencionadas ya no existirán; pero, si no se realizan aquí, no se puede llegar allí. Sed, pues, generosos en las buenas obras necesarias para ser felices disfrutando de aquella eternidad donde muere toda necesidad, porque morirá la muerte misma, madre de todas las necesidades. Pues conviene que esto corruptible se vista de incorrupción y que esto mortal se revista de inmortalidad28. Entonces se dirá a la muerte: ¿Dónde está, ¡oh muerte!, tu victoria? ¿Dónde está, ¡oh muerte!, tu aguijón?29; a la muerte ya absorbida y vencida, puesto que la muerte será el último enemigo destruido30.
8. Ahora, sin embargo, luchamos contra la muerte sirviéndonos de esas obras necesarias. Toda carencia arrastra a la muerte y todo sustento nos arranca de ella. Por eso el cuerpo está sujeto a mudanza, de forma que se puede afirmar que a unas muertes se las echa fuera con otras. Todo aquello a lo que recurres, en lo que no puedes perseverar por mucho tiempo, es algo así como el comienzo de una muerte. Considerad ya esta vida. Si recurres a algo en lo que no puedes perseverar por mucho tiempo y en lo que, si permaneces mucho tiempo, mueres, es una muerte incoada; y, sin embargo, si no te sirves de ello, no se expulsa la otra muerte. Por ejemplo: alguien no come; si come y asimila lo comido, se restablece. Cuando no come, se sirve del ayuno para alejar de sí la muerte que le iba a causar el exceso; si no asume la abstinencia y el ayuno, no la alejará de sí. Y, a su vez, si quiere perseverar en el ayuno que asumió para alejar la muerte que le iba a ocasionar el exceso, ha de temer la otra muerte: la del hambre. De la misma manera que aceptó el ayuno para evitar la muerte por exceso, así ha de aceptar el alimento para evitar la muerte por inanición. Si perseveras en cualquier cosa de esas de que echas mano, desfallecerás. Estabas cansado de caminar; si continúas caminando, desfallecerás de cansancio y morirás. Por tanto, para no desfallecer caminando descansas sentándote; pero, si continúas sentado, de eso morirás. Te había invadido un sueño profundo; has de despertar para no morir; pero, una vez despertado, morirás si no vuelves a dormir. Preséntame algo que te sirva como remedio para expulsar un mal y con lo que te encuentres tan tranquilo que quieras perseverar en ello; sea lo que sea, has de temerlo. Así, pues, la lucha contra la muerte se combate con esa movilidad y mutabilidad de desfallecimientos y remedios. Pero cuando esto corruptible se haya vestido de incorrupción y esto mortal de inmortalidad31, se dirá a la muerte: ¿Dónde está, ¡oh muerte!, tu contienda? ¿Dónde está, ¡oh muerte!, tu aguijón?32 Entonces veremos, alabaremos, permaneceremos. Allí no habrá indigencia alguna ni se requerirá ningún remedio; no hallarás ningún mendigo con quien repartir tu pan o peregrino al que recibir en tu casa; no hallarás ningún sediento a quien dar de beber, ni desnudo a quien cubrir, ni enfermo a quien visitar, ni litigantes a quienes poner de acuerdo, ni muerto a quien sepultar. Todos serán saciados con el alimento de la justicia y la bebida de la sabiduría; todos están vestidos de inmortalidad, todos viven en su patria eterna; la salud de todos es la misma eternidad, la salud y la concordia eternas. Nadie pleitea, nadie recurre al juez, nadie busca componendas ni sentencias con carácter de venganza; no habrá enfermedad, no habrá muerte.
9. He podido decir lo que no habrá allí; en cambio, lo que allí habrá, ¿quién puede decirlo? Lo que ni ojo ha visto, ni oído ha escuchado, ni la subido al corazón del hombre33. Con razón, pues, dijo el apóstol: Los sufrimientos de este tiempo no admiten comparación con la gloria futura que se revelará en nosotros34. Sábete, ¡oh cristiano!, que sufras lo que sufras, no es nada en comparación con lo que has de recibir. Es certeza que nos procura la fe: nunca se aparte de tu corazón. No puedes comprender ni ver lo que serás tú; ¿cómo será, entonces, lo que no puede comprender ni siquiera quien lo va a recibir? Nosotros seremos lo que seremos, pero no podemos comprender eso que seremos. Supera nuestra debilidad, sobrepasa todo nuestro pensar, excede nuestro entendimiento y, sin embargo, lo seremos. Amadísimos —dice Juan— seremos hijos de Dios35; evidentemente, ya lo somos por adopción, por la fe, por la prenda que tenemos. Hemos recibido como prenda, hermanos, al Espíritu Santo36. ¿Cómo puede engañar quien nos ha dejado tal prenda? Somos hijos de Dios —dice— y aún no se ha manifestado lo que seremos; sabemos —dice— que, cuando se manifieste, seremos semejantes a él, porque le veremos tal cual es37. Dijo que aún no se ha manifestado, pero no dijo qué es lo que aún no se ha manifestado. Aún no se ha manifestado lo que seremos. Si hubiese dicho: «Seremos esto y seremos así», ¿a quién se lo hubiese dicho? ¿No me atrevo a decir quién, pero sí a quién lo hubiese dicho? Y quizá él pudiera haberlo dicho, porque él es quien descansó sobre el pecho del Señor y en aquel banquete bebía la sabiduría del pecho del Señor38. Repleto de aquella sabiduría, sacó de su corazón: En el principio existía la Palabra39. Esto es, pues, lo que dijo: Sabemos que, cuando se manifieste lo que seremos, seremos semejantes a él, porque le veremos tal cual es. ¿Semejantes a quién? Sin duda alguna, semejantes a aquel de quien somos hijos. Amadísimos —dice—, somos hijos de Dios y aún no se ha manifestado lo que seremos. Sabemos que, cuando se manifieste, seremos semejantes a aquel de quien somos hijos, porque le veremos tal cual es. Y ahora, si quieres ser aquello a lo que serás semejante, si quieres conocer a aquel a quien serás semejante, mírale, si puedes. Aún no puedes. Así, pues, desconoces a quién serás semejante; en consecuencia, desconoces en qué medida serás semejante a él. Desconociendo todavía lo que es él, desconoces lo que serás también tú.
10. Por tanto, amadísimos, reflexionando sobre esto estemos siempre a la espera de nuestro gozo sempiterno y pidámosle continuamente fortaleza en nuestros trabajos y pruebas temporales, tanto yo para vosotros como vosotros para mí. No penséis, hermanos, que vosotros necesitáis de mis oraciones, pero yo no de las vuestras; recíprocamente, tenemos necesidad de las oraciones de unos por otros, puesto que las mismas oraciones de unos por otros se funden con la caridad y este sacrificio desprende un olor suavísimo para el Señor40 desde el altar de la piedad. En efecto, si hasta los apóstoles pedían que se orase por ellos, ¡cuánto más nosotros, tan desemejantes a ellos, pero en todo caso deseando seguir sus huellas, sin poder saber ni atrevernos a decir en qué medida lo conseguimos! Así, pues, aquellos varones, con ser tales, querían que la Iglesia orase por ellos, y decían: Somos vuestra gloria, como vosotros sois la nuestra, para el día de nuestro Señor Jesucristo41. Recíprocamente oraban unos por otros antes del día de nuestro Señor Jesucristo: gloria aquel día, debilidad antes de él. Órese, pues, en la debilidad para gozar en la gloria. Ved que todos hemos de llegar allí, aunque en diversos momentos; distinta es la hora de salir de aquí, pero único el momento de ser recibidos allí. En una sola vez y al mismo tiempo seremos reunidos todos para recibir lo que en distintas momentos creímos y deseamos. Como los obreros de aquella viña, que unos fueron conducidos al trabajo a las seis de la mañana, otros a las nueve, otros a mediodía, otros a las tres de la tarde y otros a las cuatro: llamados en distintos momentos, la paga se da a todos a la vez42. Vueltos al Señor....