SERMÓN 303

Traductor: Pío de Luis Vizcaíno, o.s.a.

En el día natalicio del mártir Lorenzo.

1. El martirio de san Lorenzo es célebre, pero más en Roma que aquí. Efectivamente ¡es tan pequeña la asistencia que contemplo! Igual que no puede ocultarse Roma, así tampoco puede ocultarse la corona de Lorenzo. Y todavía no puedo explicarme cómo todavía se oculta a esta ciudad. Por tanto, vosotros, pocos como sois, escuchad estas pocas palabras, pues tampoco yo puedo decir mucho con este calor y cansancio físico. Lorenzo era un diácono que siguió a los apóstoles, pues fue posterior a ellos. Cuando la persecución que acabamos de escuchar en el evangelio que se predijo a los cristianos1, estalló violentamente en Roma y en otros lugares, exigieron al archidiácono los bienes de la Iglesia. Se dice que él respondió: «Envíenme medios de transporte en los que trasladar las riquezas de la Iglesia». La avaricia abrió sus fauces, pero la sabiduría sabía lo que había de hacer. En seguida llegó la orden: cuantos medios de transporte pidió, tantos se presentaron. Pidió muchos. Y cuantos más eran los pedidos, tanto mayor era la esperanza de botín concebida en el corazón. Llenó los vehículos de pobres y volvió con ellos. A la pregunta: «¿Qué significa esto?», respondió: «Estas son las riquezas de la Iglesia». Defraudado el perseguidor, recurrió a las llamas; pero no era Lorenzo frío como para temer a las llamas; casi ardía aquel de cólera, pero más el alma de este por amor. ¿Qué más? Se trajo una parrilla y fue quemado. Y se cuenta que, después de haberse quemado por una parte, soportó los tormentos con tanta serenidad que se cumplió en él lo que acabamos de escuchar en el evangelio: Con vuestra paciencia poseeréis vuestras almas2. Luego, quemado por las llamas, pero sereno gracias a su paciencia, dijo: «Ya está cocido; solo queda que me deis la vuelta y me comáis». Este fue su martirio, esta la gloria con que fue coronado. Sus favores en Roma son tan conocidos que es imposible enumerarlos. Él es uno de quien dijo Cristo: Quien pierda su vida por mi causa la ganará3. La salvó gracias a su fe, gracias a su desprecio del mundo y gracias al martirio. ¿Cuál no será su gloria en presencia de Dios, si tan grande es la alabanza que recibe de los hombres?

2. Sigamos sus huellas con la fe, y sigámosle también en el desprecio del mundo. Los premios celestiales no se prometen solamente a los mártires, sino también a quienes siguen a Cristo con fe íntegra y perfecto amor. Estos serán honrados entre los mártires. Así lo promete la Verdad cuando dice: Todo el que deje casa, o campos, o padres, o hermanos, o mujer, o hijos recibirá siete veces más en esta vida y la vida eterna en el siglo futuro4. «¿Qué hay que pueda conseguir más gloria al hombre que vender sus bienes y comprar a Cristo, ofrecerle a Dios un obsequio grato en extremo: la virtud incontaminada de un alma y la alabanza íntegra de la devoción; acompañar a Cristo cuando venga a desquitarse de sus enemigos; sentarse a su lado cuando ocupe su trono para juzgar; ser coheredero de Cristo, igualarse a los ángeles y gozarse en la posesión del reino celeste con los patriarcas, los apóstoles y los profetas? ¿Qué persecución puede vencer, qué tormentos pueden superar a esos pensamientos? Un alma resistente, fuerte, estable y fundamentada en consideraciones religiosas se mantiene firme contra todos los terrores del diablo y contra las amenazas del mundo. La fe en los bienes futuros, cierta y bien cimentada, le da fuerza, En la persecución se les cierran los ojos, pero se les abre el cielo5. El anticristo amenaza, pero Cristo defiende. Se sufre la muerte, pero le sigue la inmortalidad. El muerto se ve privado del mundo; pero, vuelto a la vida, se le muestra el paraíso. Se apaga la vida temporal, pero se restaura la eterna. ¡Qué honra y qué seguridad salir de aquí con alegría, salir radiante de gloria en medio de las estrecheces y angustias; cerrar momentáneamente los ojos, con los que se veía a los hombres y al mundo, y abrirlos al instante para ver a Dios, en un viaje feliz! ¡Qué rapidez! Desapareces repentinamente de la tierra para ser ubicado en los reinos celestes. Conviene abrazarse a estas ideas con la mente y el corazón y meditar en ellas día y noche. Si la persecución encuentra al soldado de Dios en estas disposiciones, la virtud, lista para el combate, no podrá ser vencida. Y, si es llamada por Dios antes de llegar al combate, la fe dispuesta para el martirio recibe, sin pérdida de tiempo, la recompensa de manos del juez divino. En tiempos de persecución se corona la milicia; en tiempos de paz, la constancia».