SERMÓN 301

Traductor: Pío de Luis Vizcaíno, o.s.a.

En la solemnidad de los santos Macabeos

1. ¡Gran espectáculo el presentado ante los ojos de nuestra fe! Con el oído hemos escuchado y con el corazón hemos visto que una madre deseaba que sus hijos abandonasen esta vida antes que ella. ¡Qué deseos tan contrarios a los de la costumbre humana! En efecto, todos los hombres quieren preceder, no seguir, a sus hijos en el dejar esta vida; ella, en cambio, deseó morir después. No perdía los hijos, sino que los enviaba delante; tampoco se fijaba en la vida que dejaban, sino en la que comenzaban a poseer. Cesaban de vivir allí donde alguna vez habrían de morir y comenzaban a vivir una vida sin fin. Hablar de ella como de una espectadora es poco, pues nos ha llenado de admiración, sobre todo, el verla como animadora. Fue más fecunda en virtudes que en hijos al ver combatir a aquellos en quienes ella misma combatía; al vencer todos ellos, ella misma vencía. Mujer única, madre única, ¡cómo nos ha puesto ante los ojos a la única santa madre la Iglesia, que por doquier exhorta a sus hijos a morir por el nombre de aquel de quien los concibe y los alumbra! Así, cubierto el orbe con la sangre de los mártires, cual semilla arrojada con anterioridad, floreció la mies de la Iglesia. ¿De dónde le vino esto al hombre? La salvación de los justos les viene del Señor, que es su protector en el momento de la tribulación1Hemos visto y sabemos que, durante su tribulación, el Señor fue el protector de aquellos tres varones que caminaban entre el fuego sin sufrir daño alguno y que alababan al Señor sin la mínima lesión. Donde el hombre se ensañaba, la llama perdonaba.

2. Hemos visto y sabemos cómo la salvación de los justos estuvo en el Señor, de forma que, arrojados al fuego, convirtieron con su vida a aquel rey cruel al que habían irritado con la palabra. Él, en efecto, creyó en el Dios de ellos, y publicó un edicto según el cual todo el que blasfemara contra el Dios de Sidrach, Misach y Abdénago sufriría la muerte y su casa sería depredada. ¡Cuán diferentes el primer y el segundo decreto! ¿Cuál fue el primero? «Perezca quien no adore la estatua de oro». ¿Y el segundo? «Perezca quien blasfeme contra el verdadero Dios»2. Manteniéndose inamovibles, aquellos hombres fieles transformaron al infiel. Su firmeza en la fe verdadera no le permitió mantenerse en la fe errónea. Así, pues, es evidente que su salvación les vino del Señor. El Señor estaba presente cuando lo alababan, incólumes, en medio de las llamas. Según esto, ¿dónde estaba el Señor cuando los Macabeos, a pesar de confesarle, ardían y morían? ¿Acaso eran justos aquellos y éstos pecadores? Poco ha, cuando se leyó su pasión, oímos cómo éstos confesaban sus pecados, y reconocían que todos aquellos males los sufrían porque Dios estaba airado contra sus propios pecados y los de sus padres. ¿Qué decir de los otros? Leedlo, y veréis que también ellos confesaron sus propios pecados, reconociendo que sus padecimientos eran merecidos. Igualmente justos e igualmente conscientes de sus pecados, y justos precisamente por reconocer sus pecados. Irreprensibles, por tanto, por no ser mentirosos. Pues si decimos —afirma Juan— que no tenemos pecado, nos engañamos a nosotros mismos y la verdad no reside en nosotros. Si, por el contrario, confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonárnoslos y purificarnos de toda iniquidad3. Es propio, pues, de los justos reconocer sus pecados, y propio de los soberbios el defender los méritos personales. Unos y otros eran, por tanto, justos que igualmente confesaban los propios pecados, igualmente daban gloria a Dios e igualmente estaban dispuestos a morir por su ley.¿Por qué los unos fueron librados del fuego y los otros consumidos por él? Entonces, ¿asistía Dios a unos habiendo abandonado a los otros? De ningún modo; más aún, a ambos asistió, a los unos abiertamente, a los otros en secreto. A unos los libraba visiblemente, a los otros los coronaba invisiblemente. Cierto, aquellos fueron librados de la muerte, pero permanecieron en la tentación de esta vida; fueron librados del fuego, pero reservados para otros peligros; tras vencer a un único tirano, tenían que luchar aún con el diablo. Hermanos míos, comprended como cristianos que sois. La liberación de los Macabeos fue mejor y más segura. Aquellos tres varones superaron una prueba, pero les quedaron todas las demás; éstos pusieron término a esta vida, toda ella una tentación4. Luego, por decisión divina, oculta sin duda, pero justa, Nabucodonosor mereció ser convertido, y Antíoco ser endurecido; aquel halló misericordia, éste aumentó su soberbia5.

3. Pero ¿en qué medida y hasta dónde aumentó su soberbia? Vi al impío elevarse sobre los cedros del Líbano6. ¿Hasta dónde? ¿Por cuánto tiempo? Pasé, y advertí que no estaba; y lo busqué, y no se encontró su sitio7. Justamente; lo buscaste y no lo encontraste, porque pasaste. ¿Quieres ver que el impío no existe? ¿Quieres buscarlo y no hallar ni el sitio en que se encontraba? Pasa. ¿Por qué digo: «Pasa»? No te asustes, pues no he dicho que te mueras. Pensaste que había dicho: «Pasa de esta vida», y te asustaste precisamente porque no has pasado. ¿Qué significa que no has pasado? Que no has pasado, elevando tu corazón sobre la seducción de la felicidad temporal; no has pasado sobre los halagos de la carne ni por encima de los alicientes del mundo, que solicitan el corazón e inspiran el temor a las miserias humanas. En consecuencia, piensas que la felicidad se halla en este mundo y que en él no existe calamidad alguna. La felicidad del reino de los cielos no ha tocado tu corazón, no se ha extendido desde allí sobre tus ardores su aire refrescante. Cuando te dicen: «La felicidad de este mundo es falsa», aunque no te atrevas a proclamarlo, lo veo, sin embargo, en tu corazón; quizá tuerzas la boca, te mofes y te burles, a la vez que te dices: «¡Oh, si me fuera bien a mí aquí! Qué va a haber después, lo ignoro». Y no es poco decir, al menos, que lo ignoras; no sea que digas también esto: Corto y aburrido es el tiempo de nuestra vida, y no hay retorno cuando el hombre llega a su fin, y no se conoce nadie que haya vuelto de los infiernos8. Di, al menos, que lo ignoras. La confesión de la ignorancia es un peldaño hacia la ciencia. Te voy a hablar, pues, partiendo de esta supuesta concesión: «No sé lo que habrá tras la muerte; ignoro completamente si los justos han de ser felices, y los pecadores desdichados, o si ni unos ni otros han de existir». Con todo, aunque lo ignores, nunca te atreverás a decir que, después de la muerte, los pecadores serán felices y los justos desdichados. Aunque sospeches que ni los unos ni los otros existirán, nunca osarás decir que después de la muerte los malvados han de hallarse en buena situación, mientras los justos se verán envueltos en males. Ni siquiera tu ignorancia puede sugerirte tales cosas. Puedes, por tanto, decir: «Ignoro si después de la muerte los justos serán felices y los malvados desdichados, o si los unos y los otros existirán sin sensibilidad. ¡Oh, si me fuese bien aquí mientras vivo y siento! Estás viendo que aún no has pasado. Todavía no has trascendido —repito— estos pensamientos terrenos, de polvo, de humo, de vapor, carnales y mortales. Por eso te parece que el impío se eleva sobre los cedros del Líbano; por eso buscas su sitio y lo encuentras: porque no has pasado.

4. Buscas su sitio y lo encuentras, pero aquí. Tiene su sitio en este mundo efímero. Dios, que conoce todo de antemano, no lo hubiese creado en vano, ni en vano lo hubiese nutrido, o hecho salir sobre él el sol o dejado caer la lluvia9; en vano hubiese condescendido con él la gran paciencia de Dios siendo un malvado y viviendo mal. Todo esto no se ha hecho en vano: él tiene aquí su sitio. Incluso si nosotros no podamos averiguar todo. Pero Dios, que sabe disponer todo, lo conoce todo. Pasando por alto otras cosas, ¿qué lugar tuvo aquí este miserable Antíoco, por poner un ejemplo? Por medio de él fue flagelado y probado el pueblo de Dios; gracias a él fueron coronados estos santos jóvenes. Así, pues, tuvo él su sitio aquí. Era malo, pero usó bien de él quien no puede ser malo. Como los hombres malos usan mal de las criaturas buenas, así el buen creador usa bien de los hombres malos. Quien creó a todo el género humano sabe qué hacer con él. El orfebre lleva el oro, lo pesa y lo mide. El pintor sabe dónde colocar el color negro para que resulte un cuadro hermoso. ¿Y no sabe Dios dónde ha de poner al pecador para que la creación esté ordenada?

Si Dios en su paciencia no hubiese mantenido en vida a los pecadores durante los tiempos pasados, ¿de dónde nacerían hoy tantos fieles? Se deja en vida a algunos malos para que de ellos nazcan buenos. Buenos por la gracia de Dios, pues toda la masa de pecado está condenada. ¿Qué hay más maligno que el diablo? Y, sin embargo, ¿cuánto bien sacó Dios de su maldad? La sangre del redentor no hubiese sido derramada por nuestra salvación a no ser por la maldad del desertor. Lee el evangelio y lee lo en él escrito: El diablo metió en el corazón de Judas que entregase a Cristo10. Malos fueron el diablo y Judas; cual el instrumentista, así el instrumento. El diablo, pues, usó mal de su propio recipiente; el Señor usó bien de ambos. El diablo y Judas tramaron nuestra ruina; Dios se dignó convertir su trama en salvación para nosotros.

5. Entregó Judas a Cristo, y fue condenado; a Judas, que lo entregó, se le condena; entregó el Padre al Hijo, y se le glorifica. Entregó —repito— Judas al maestro, y es condenado; se entregó, asimismo, el Hijo, y es alabado. Todos sabemos cómo Judas entregó a Cristo; quizá estáis esperando que os diga cómo entregó el Padre al Hijo. También esto lo sabéis, pero lo diré de nuevo para que lo recordéis. Escucha lo que dice el apóstol refiriéndose a Dios Padre: Quien no perdonó a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros11. Escúchale también a propósito del Hijo: Quien me amó —dice— y se entregó por mí12. Ve que son ya dos los que lo entregaron: el Padre entregó al Hijo, el Hijo se entregó a sí mismo, pero ambos fueron salvadores, porque ambos creadores. ¿Qué hizo, entonces, Judas? ¿Qué hizo de bueno? El no hizo nada bueno, pero a partir de él se hizo un bien. En efecto, no dice Judas: «Entregaré a Cristo para liberar al género humano». En la persona de Judas lo entregó la avaricia13; en Dios, la misericordia. A Judas se le retribuyó solo por lo que él hizo, no por lo que Dios hizo a partir de él.

6. ¿Por qué he dicho esto? Porque también el malvado tiene su sitio en este mundo. Y ciertamente sabe el Señor quiénes son los suyos y qué hacer por ellos, a partir de aquellos que no son suyos. Pero tú, si pasas, si pisoteas lo terreno, si no es vana tu respuesta de que tienes levantado el corazón, al pasar buscarás el puesto del impío y no lo encontrarás. En efecto, en aquella vida futura, ¿qué sitio habrá para el malvado? ¿Acaso tendremos todavía entonces necesidad de ejercitarnos con los malos? ¿Tendrá necesidad el oro de ser purificado mediante la paja? El mundo entero es el crisol del orfebre. En él están los justos cual si fuesen oro; allí los malvados cual paja; allí la tribulación cual fuego; allí Dios en condición de orfebre. El piadoso alaba a Dios: el oro resplandece; el malvado blasfema contra Dios: la paja humea. Ante una misma tribulación, como ante un mismo fuego, el oro es purificado, la paja destruida; pero el orfebre Dios es alabado en lo uno y en lo otro.

7. Lo diré, amadísimos, exhortándoos a vosotros y a mí mismo. Pasemos, con la ayuda del Señor, por encima de los pensamientos carnales, tengamos nuestro corazón en lo alto, pensemos en la vida futura: cuando tu corazón esté en ella, has pasado. ¿Dónde está el impío? Ciertamente no allí. Aquí era necesario; allí lo buscarás, pero no hallarás su sitio. Por tanto, hermanos, cuando veáis, vosotros que vivís de la fe, vosotros cuyo corazón es recto, vosotros que esperáis la misma felicidad verdadera y sempiterna; cuando veáis que los hombres se gozan y se alegran en esta felicidad falsa y engañosa, si tenéis piedad, sentid compasión; si estáis sanos, llorad. Así, también aquel cuyos pies vacilaron, se reprocha haber comenzado a acusar a Dios, y ya estaba allí, pero apenas estuvo, estuvo menos que poco. No negó que Dios lo sabe todo, pero dudó como si vacilasen sus pies. ¿Qué es vacilar? Dudar. ¿Qué dijo cuando se reprochó no tener el corazón recto? ¿Por qué han vacilado mis pies? Porque tuve envidia —dice— de los pecadores, viendo la paz de los mismos14. Al ver malvados ricos, sentí envidia, y me dije que la justicia había sido para mí una pérdida y que inútilmente había justificado mi corazón y lavado mis manos entre los inocentes15. Aun en la duda, así comencé a conocer: Así —dice— comencé a conocer: esto es una fatiga para mí16. Tarea grande y fatigosa resolver esta cuestión. En verdad es fatigosa. Uno es malo, y le va bien; el otro es bueno, y le va mal, y Dios es el juez de uno y otro. En consecuencia, un juez justo da bienes a los malos y males a los buenos. Esto es una fatiga para mí. Mas ¿hasta cuándo durará? Hasta que entre en el santuario de Dios y advierta las realidades últimas17. Así, pues, si entiendes las realidades últimas, tendrás el descanso del hallazgo y desaparecerá la fatiga de la búsqueda.

8. Mira a las realidades últimas; entonces ningún malo será feliz y ningún bueno desdichado. ¿Qué dice, pues? ¿Qué tengo yo en el cielo?18 Tras entrar en el santuario de Dios y advertir qué habrá al final, conocí lo que tengo en el cielo. ¿Qué tengo yo en el cielo? La incorrupción, la eternidad, la inmortalidad, la ausencia de dolor y temor, la dicha sin fin. ¿Qué es, pues, lo que tengo yo en el cielo? ¿Qué me está reservado allí? Y fuera de ti, ¿qué he deseado yo en la tierra?19 ¿Qué tengo yo en el cielo? ¿Qué? ¿Puedo decirlo? ¿Cuándo podré explicarlo? ¿Qué tengo yo? Son palabras de admiración más que una explicación. ¿Por qué no dices qué tengo? ¿Cómo voy a decir lo que ni ojo ha visto, ni oído ha escuchado, ni ha subido al corazón del hombre?20 Pisotead cualquier cosa de abajo, puesto que es nada; esperad algo de arriba, porque no pueda explicarse. Y, enriquecidos con esta fe, no tengáis envidia de los pecadores si veis que ellos dan la impresión de ser felices, falsamente felices, verdaderamente infelices. Y vosotros alegraos en el Señor21. Y si tal vez tenéis riquezas, honores y dignidades temporales, no os consideréis felices por ello.

Para quien sabe alegrarse en el Señor y comprende lo que acaece al final, la felicidad de este mundo no es un honor, sino una carga. El hombre feliz según el mundo se halla en el peligro de corromperse, por la misma felicidad, no su cuerpo, sino su alma, pues esa felicidad es falsa. Aquellos, aunque parezcan ser algo en este mundo, no se alegran por ello, pues sus deleites están en cumplir los preceptos del Señor. Entonces se antepone lo que Dios manda a los halagos y amenazas del mundo; se pisotea todo lo visible y se pasa de ello; se pasa con el pensamiento, no con los pies. No hablé de pasar de todo lo visible, pues fácil cosa es pasar de lo que pisas, sino de pasar —dije— de todo lo mudable. Todo lo que es visible es mudable, pero no todo lo mudable es visible, puesto que el alma es invisible y también mudable. Pasa de todo lo que se ve; pasa también de lo que no se ve, pero es mudable, para llegar hasta quien ni es visible ni mudable. Cuando hayas llegado a él, habrás llegado a Dios.

9. Pero ahora camina en la fe, ajusta a ella tu modo de vivir. Él está muy en lo alto, fortalece tus alas. Cree lo que aún no puedes ver para merecer ver lo que crees.