El desprecio de lo superfluo y de lo necesario
1. Los santos mártires, testigos de Dios, prefirieron vivir muriendo para no morir en vida; amando la vida, la despreciaron, para no negar la vida por temor a la muerte. Para que negasen a Cristo, el enemigo les prometía vida, pero no como la prometida por Cristo. Creyendo, pues, en las promesas del Salvador, se burlaron de las amenazas del perseguidor. Cuando celebramos, hermanos, las solemnidades de los mártires, conozcamos los ejemplos que se nos proponen, para seguirlos imitándolos. En efecto, esta afluencia de gente no comporta aumento de gloria para los mártires. Su corona la conocen las multitudes de los ángeles. Nosotros hemos podido escuchar su pasión cuando se leyó.3; pero lo que han recibido, ni el ojo lo ha visto ni el oído lo ha oído1. De los bienes de este mundo, unos son superfluos, otros necesarios. Prestad atención, pues voy a hablar un poco de esto y distinguir, si soy capaz, qué bienes son superfluos en este mundo y cuáles son necesarios, para que veáis que no hay que negar a Cristo ni por los superfluos ni por los necesarios. ¿Quién puede enumerar los bienes superfluos de este mundo? Si quisiera mencionarlos todos, sería cosa de nunca acabar. Hablemos, pues, de los necesarios; todos los restantes serán superfluos. En este mundo son necesarias estas dos cosas: la salud y el amigo; dos cosas que hemos de estimar mucho y que no debemos despreciar. La salud y el amigo son bienes naturales. Dios hizo al hombre para que existiera y viviera: es la salud; mas, para que no estuviera solo2, se buscó la amistad. La amistad, pues, comienza por el propio cónyuge y los hijos y se alarga hasta los extraños. Mas si consideramos que todos hemos tenido un único padre y una única madre; ¿quién puede considerarse extraño al otro? Todo hombre es prójimo de todos los hombres. Interroga a su naturaleza. ¿Es un desconocido? Pero es un hombre. ¿Es un enemigo? Pero es un hombre.6. ¿Es un amigo? Siga siéndolo. ¿Es un enemigo? Hágase amigo.
2. Con vistas a estas dos cosas necesarias en este mundo: la salud y el amigo, vino en condición de peregrina la Sabiduría. Encontró a todos hechos unos necios, extraviados, entregados al culto de cosas superfluas, amantes de lo temporal y desconocedores de lo eterno. Esta sabiduría no trabó amistad con los necios. Y, a pesar de no ser amiga de los necios y estar a distancia de ellos, asumió a nuestro prójimo y se hizo nuestro prójimo. Tal es el misterio de Cristo. ¿Hay algo más distante de la sabiduría que la necedad? ¿Qué hay más próximo a un hombre que otro hombre? ¿Hay —repito— algo más distante de la sabiduría que la necedad? Así, pues, la sabiduría tomó al hombre, y se hizo prójima del hombre mediante lo que le estaba próximo. Puesto que la misma sabiduría dijo al hombre: He aquí que la piedad es sabiduría3, y dado que es pertinencia de la sabiduría del hombre el dar culto a Dios —no otra cosa es la piedad—, se nos han dado dos preceptos: Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente. Y el otro: Amarás a tu prójimo como a ti mismo4.Quien escuchó. esto preguntó: ¿Y quién es mi prójimo?5Pensaba que el Señor le iba a decir: «Tu padre y tu madre, tu esposa, tus hijos, hermanos y hermanas». Pero no respondió así; antes bien, queriendo encarecer que todo hombre es prójimo de todo otro hombre, le presentó el siguiente relato. Cierto hombre —dice—. ¿Quién? Un cualquiera, pero hombre. Cierto hombre. ¿Quién es, entonces, ese hombre? Un cualquiera, pero ciertamente un hombre. Bajaba de Jerusalén a Jericó y cayó en manos de los bandidos6. Se llama bandidos a los mismos que nos persiguen a nosotros. Herido, despojado, dejado medio muerto en el camino, fue despreciado por los transeúntes, por un sacerdote, por un levita; pero reparó en él un samaritano que pasaba por allí. Se acercó a él; con todo cuidado lo cargó sobre su cabalgadura y lo llevó a la posada, mandando que se le prestase el cuidado necesario, pagando el importe7. Al que había preguntado, se le pregunta, a su vez, quién era el prójimo de ese hombre medio muerto. Como lo habían despreciado dos, precisamente sus próximos, llegó el extraño. Este hombre de Jerusalén consideraba como prójimos a los sacerdotes y levitas, y como extraños a los samaritanos. Pasaron de largo los prójimos, y el extraño se aproximó. ¿Quién, pues, fue prójimo para este hombre? Dilo tú que habías preguntado: ¿Quién es mi prójimo? Responde ya la verdad. Había preguntado la soberbia; hable la naturaleza. ¿Qué respondió, pues? Creo que el que practicó la misericordia con él. Y el Señor le replicó: Vete y haz tú lo mismo8.
3. Volvamos a nuestro tema. Vemos ya tres cosas: la salud, el amigo, la sabiduría. Pero la salud y el amigo son cosas también de este mundo; la sabiduría procede de otro lugar. En atención a la salud, se requiere alimento y vestido y, en caso de enfermedad, medicina. Sano él y hablando a sanos, dijo el apóstol: Gran ganancia es la piedad con lo suficiente. Nada —dice— hemos traído a este mundo; pero tampoco podemos sacar nada de él. Teniendo alimento y vestido, estemos contentos con ello9. Estas cosas son necesarias en orden a la salud. ¿Qué dice, en cambio, respecto a lo superfluo? Pues —dice— quienes quieren hacerse ricos —con cosas superfluas, se entiende— caen en la tentación, y en el lazo, y en muchos deseos necios y dañinos, que sumergen al hombre en la muerte y la perdición10. ¿Dónde está, pues, la salud? Así, pues, mirando a la salud, teniendo alimento y vestido, estemos contento con ello. Y respecto al amigo, ¿qué? ¿Qué se te pudo decir más que esto: Amarás a tu prójimo como a ti mismo?11 Por tanto, lo que es salud para ti séalo también para tu amigo. En atención al vestido del amigo: Quien tenga dos túnicas compártalas con quien no tiene12. En atención al alimento del amigo: Y quien tiene alimento haga lo mismo13. Eres alimentado, alimentas; eres vestido, vistes. Estas cosas son de este mundo. La sabiduría, en cambio, tiene otra procedencia: la aprendes y la enseñas.
4. Poned ya ante vuestros ojos el combate de los mártires. Se les acerca el enemigo; los obliga a negar a Cristo. De momento, presentémosle recurriendo a halagos, aún no a tormentos. Promete riquezas y honores. Son cosas superfluas. Aquellos a quienes tienta con esas ofertas para que nieguen a Cristo aún no se han acercado al combate, aún no se han enfrentado a la lucha, aún no han provocado al antiquísimo enemigo con una verdadera lucha. El varón fiel al que se le prometían tales cosas las despreció, diciendo: «¿Voy a negar a Cristo por las riquezas? ¿Por unas riquezas voy a negar otras? ¿Voy a negar al tesoro por el oro?». En efecto, él es quien, siendo rico, se hizo pobre por nosotros para que nos enriqueciéramos con su pobreza14.Él es de quien dice también el apóstol: En quien se encuentran ocultos todos los tesoros de la sabiduría y de la ciencia15. Te fijas en lo que prometes, porque no puedes ver lo que intentas quitarme. Mediante la fe, yo veo lo que quieres quitarme; tú, mediante los ojos de la carne, lo que quieres darme; mejor es lo que ve el ojo del corazón que lo percibido por el ojo de carne. En efecto, lo que se ve es temporal, mientras que lo que no se ve es eterno16. Desdeño, pues, tus dones —dice el alma fiel— puesto que son temporales, superfluos, caducos, volátiles, llenos de peligros y tentaciones. Nadie los tiene cuando quiere y hasta los pierde cuando no quiere». Fue despreciado en sus promesas; se acerca con otra vestimenta: la de perseguidor; menospreciado en sus halagos, comienza a mostrarse cruel; despreciado como serpiente, se convirtió en león. —¿No quieres recibir de mi mano —dice— riquezas más abundantes? Si no niegas a Cristo, te quitaré las que tienes. Todavía te ensañas contra lo que tengo de superfluo. Cual navaja afilada, tramaste engaños17. Rasuras los cabellos, pero no tocas la piel; quítame incluso ésta. Más aún, como veías que de ellos repartía a los pobres, ofrecía hospitalidad y cumplía la exhortación de Pablo: Ordena —dice— a los ricos de este mundo; ordénales que no se comporten soberbiamente y que no pongan su esperanza en las riquezas inseguras, sino en el Dios vivo, que nos da de todo y con abundancia para que lo disfrutemos. Hagan el bien, sean ricos en obras buenas, den con facilidad, repartan, atesórense un buen fundamento para el futuro, para alcanzar la vida verdadera18. Si me quitas mis bienes no podré hacer estas cosas; mas ¿acaso voy a ser menos ante Dios porque quiero, pero no puedo? ¿O es que voy a ser sordo incluso a la voz de los ángeles: Paz en la tierra a los hombres de buena voluntad?19Quítame, pues, mis bienes superfluos. Nada trajimos a este mundo; pero tampoco podremos sacar nada de él. Teniendo alimento y vestido, hemos de estar contentos20.
5. Pero dice el perseguidor: «Te quito el alimento y el vestido». Ya entró de lleno en el combate; el enemigo se ensañaba con mayor ardor. Se dejó atrás lo superfluo. Se llegó a lo necesario. No te apartes de mí, porque se avecina la tribulación21. Nada hay tan cercano a su alma como su carne. El hambre y la sed y el calor, los sientes en tu carne; ahí es donde te quiero ver, mártir bueno, testigo de Dios. Mírame, dice; mírame. ¿Quién nos separará del amor de Cristo?22 ¿Cuáles son tus amenazas? Te quito el alimento; te quito el vestido. ¿La tribulación? ¿La estrechez? ¿El hambre? ¿La desnudez?23 Amenace con otras cosas. Te quito al amigo, doy muerte en tu presencia a tus seres más queridos, degollaré a tus hijos y a tu esposa. Das muerte; ¿en verdad das muerte? Si no niegan, no les das muerte. ¿Qué significa esto? Que no me atemorizas en mi misma persona, ¿y quieres atemorizarme en la de mis seres queridos? Si ellos no niegan, no les das muerte; si niegan, das muerte a otros. Añada todavía más el perseguidor, ensáñese y diga: Si no te preocupan los tuyos, haré que tú mismo no veas más la luz. —Esta luz; ¿acaso también la luz eterna? ¿De qué luz me privas? —De la que también tengo en común contigo. —No es cosa grande esa luz que ves también tú. Por esta luz yo no negaré la luz. Era la luz verdadera24. Sé a quién he de decir: Porque en ti está la fuente de la vida, y en tu luz veremos la luz25. Quítame la vida, quítame la luz; tendré vida, tendré luz. Tendré la vida en que no he de sufrir que tú me la quites; tendré la luz que ni tú, ni ninguna noche puede quitármela. Venció el mártir. ¿O acaso hay todavía algo más donde debamos esperar un combate aún mayor? No. Amenaza con la muerte, se ensaña contra la salud, ara su carne con garfios, le tortura con diversos tormentos, lo quema entre las llamas, azuza a las fieras: también aquí es vencido. ¿Por qué es vencido? Porque en todo esto vencemos indiscutiblemente por aquel que nos amó26.
6. Así, pues, hermanos míos, no hay que negar a Cristo ni para salvar lo superfluo ni para salvar lo necesario; nadie nos es más necesario que él. Decía antes que eran necesarios la salud y el amigo. Por salvaguardar la salud pecas y niegas a Cristo; amando la salud carecerás de la salud. Pecas por tu amigo, y para no ofenderle niegas a Cristo. ¡Desdichado de mí! A veces se le niega por vergüenza. Ningún perseguidor muestra en ti su crueldad, ningún bandido te despoja, ningún verdugo cae sobre ti; niegas a tu Señor solamente por no desagradar a tu amigo. Estoy viendo lo que te quitará tu amigo; muéstrame lo que te va a dar. ¿Qué te dará? Las mismas amistades que te harán pecar, que te atraparán, que te harán enemigo de Dios. Ese no sería amigo tuyo si tú lo fueses de ti mismo; pero como tú eres enemigo de ti mismo, piensas que es amigo tu enemigo. ¿Cómo es que eres tú enemigo de ti mismo? Te amas la maldad. Quien ama la maldad, odia a su alma27. Pero no se niega a Cristo por agradar al amigo impío y descaminado; no se le niega, pero el impío lo vitupera, el impío lo acusa, y el fiel no lo defiende por vergüenza, lo abandona, se calla, no lo anuncia. Le hiere la lengua del blasfemo y no hay lengua que lo alabe. ¡Cuántos males se cometen como si fuesen por cosas necesarias, por el alimento, por el vestido, por la salud, por el amigo; y todos estos bienes apetecibles perecen! Pero, si desprecias las cosas presentes, Dios te dará las eternas. Desprecia la salud: tendrás la inmortalidad; desprecia la muerte: tendrás la vida; desprecia los honores: tendrás la corona; desprecia al amigo humano: tendrás a Dios por amigo. Pero no te hallarás sin la amistad de tu prójimo allí donde tendrás a Dios por amigo; allí tendrás por amigos aquellos cuyos hechos y confesiones ante el tribunal se leyeron hace poco.
7. Escuchamos cómo unos varones se comportaron y confesaron su fe valerosa y varonilmente; y escuchamos también cómo unas mujeres, olvidándose de su sexo, se agarraron a Cristo cual si no fuesen mujeres. Allí habrá también amistad con ellas; pero amistad donde no habrá lugar para la concupiscencia de la carne, porque no habrá otra cosa de que disfrutar con los amigos más que la sabiduría. Ved, pues, lo que perdemos si, por amar tales cosas aquí, negamos a Cristo. Allí ya no nos aterroriza la muerte de nuestro prójimo; allí donde la vida es eterna no habrá llanto alguno; ni será necesario tampoco el alimento y el vestido, teniendo lo cual hemos de estar contentos28. Nuestro vestido será la inmortalidad; ese alimento, la caridad, la vida eterna; ni tendremos que realizar allí las obras buenas que reciben su nombre de la caridad, pues no llegaremos a ella si no las realizamos aquí. Donde no habrá hambre, no se te dirá: Reparte tu pan con el hambriento29; donde no encontrarás ningún forastero, no se te dirá: «Acógelo en hospitalidad»; donde no habrá enemigo alguno, no se te dirá: «Libera al oprimido»; donde la paz será eterna, no se te dirá que pongas paz entre los litigantes. Ved, hermanos míos, cuánto hay que tolerar aquí para alcanzarla; la tendremos allí donde ya no podemos perecer. ¿Buscas la salud? Despréciala y la tendrás. Temiendo ofender amistades humanas, niegas a Cristo; confiesa a Cristo, y tendrás por amiga a la ciudad de los ángeles, de los patriarcas, de los profetas, de los apóstoles, de todos los mártires, de todos los buenos fieles. Cristo en persona la ha fundado para siempre30.