SERMÓN 297

Traductor: Pío de Luis Vizcaíno, o.s.a.

En el natalicio de los apóstoles Pedro y Pablo

1. La sangre de los apóstoles hizo festivo este día para nosotros. Con ella devolvieron los siervos lo que se había gastado por ellos en sangre del Señor. Según hemos escuchado ahora, al bienaventurado Pedro se le manda seguirlo1; y, sin embargo, él tenía en mente precederle cuando le dijo: Entregaré mi vida por ti2. Lleno de presunción, desconocía su temor. Deseaba preceder a quien debía seguir. Buena cosa deseaba, pero no respetaba el orden debido. Con amargo temor experimentó cuán amarga era la muerte y con lágrimas amargas lavó el pecado fruto del amargo temor. Su temor fue interrogado por una sirvienta; su amor, por el Señor3 ¿Y cuál fue la respuesta del temor sino el temblor humano? ¿Qué respondió el amor sino la confesión de que era Dios? En efecto, amar a Dios es un don de Dios. Cuando el Señor interrogaba a Pedro sobre el amor, le estaba exigiendo lo que le había donado.

2. ¿Qué le profetizó el Señor a Pedro, quien da origen a esta festividad? Cuando eras más joven —dice— te ceñías tú mismo e ibas adonde querías; mas, cuando envejezcas, otro te ceñirá y te conducirá adonde no quieras4. ¿Dónde está aquello de: Iré contigo hasta la muerte?5 ¿Dónde queda aquel Entregaré mi vida por ti?6 Advierte que temblarás de miedo, me negarás y llorarás; pero también resucitará aquel por quien temiste morir y te fortalecerá. ¿Qué tiene, pues, de extraño que Pedro haya temido antes de resucitar Cristo? He aquí que ya resucitó Cristo; ya es manifiesta la verdad de su alma y de su carne, la promesa tiene ya la garantía del ejemplo. El Señor es visto vivo después de la cruz, de la muerte y del sepulcro. Poco es decir que es visto: es tocado, palpado y examinado. Pasó con sus discípulos cuarenta días entrando y saliendo, comiendo y bebiendo; no por necesidad, sino por voluntad; no por necesidad, sino por amor; comiendo y bebiendo; no sintiendo hambre y sed, sino enseñando y mostrándose. Acreditado como verdadero y veraz, asciende al cielo, envía al Espíritu Santo, llena de él a los creyentes que estaban orando y los envía a predicar. Y, sin embargo, después de todo esto, otro ciñe a Pedro y lo lleva adonde él no quiere. Lo que querías cuando el Señor lo predecía, tenías que quererlo entonces, cuando debías seguirlo.

3. Otro te ciñe y te lleva adonde tú no quieres. El Señor nos consuela al respecto, personificando en sí mismo nuestra debilidad cuando dice: Mi alma está triste hasta la muerte7. Los mártires fueron grandes porque pisotearon la dulzura de este mundo; fueron grandes porque sufrieron hasta el final la durísima aspereza y amargura de la muerte. En efecto, si sufrir la muerte es cosa fácil, ¿qué soportaron de duro los mártires a cambio de la muerte del Señor? ¿De dónde les viene su grandeza, su excelsitud y la corona más florida que la de los otros? Saben los fieles que el nombre de los mártires se lee en su momento específico, separado del de los restantes difuntos, y que tampoco se ora por ellos, antes bien la Iglesia se encomienda a sus oraciones. ¿Cómo así? ¿Por qué sino porque es ciertamente amarga la muerte que eligieron por confesar a Cristo y no negarlo? En verdad la naturaleza rehúye la muerte. Pasa revista a todo género de animales; no hallarás ninguno que no quiera vivir, que no tema morir. También el género humano tiene esa sensación. Dura es la muerte, mas no por eso —repito— ha de negarse la Vida. El anciano Pedro no quería morir. En verdad no quería morir, pero prefería seguir a Cristo. Prefería seguir a Cristo antes que evitar la muerte. Si el camino fuese tan ancho que se pudiese seguir a Cristo sin la muerte, ¿quién duda de que lo habría tomado y elegido? Pero no había otro camino por el que seguir a Cristo, adonde quería llegar, sino por aquel que deseaba no tener que sufrir. Finalmente, después de haber pasado los carneros, las ovejas le siguieron por la asperidad de la muerte. Los carneros de las ovejas son los santos apóstoles. Áspero es el camino de la muerte; está lleno de zarzas; pero estas zarzas, tras pasar la Piedra y Pedro, fueron trituradas por sus pies de piedra.

4. No reprendemos, no acusamos a nadie por el hecho de amar esta vida. Con todo, ámese esta vida de forma que no se peque al amarla. Ámese la vida, pero elíjase la vida. A los amantes de la vida les pregunto: ¿Quién es el hombre que quiere la vida?8 Aun sin pronunciar palabra, todos respondéis: «¿Quién es el hombre que no quiere la vida?» Añado lo que añadió el salmo: ¿Quién es el hombre que quiere la vida y ama ver días buenos?9 Se le responde: «¿Qué hombre hay que no quiera la vida y no ame ver días buenos?» Por tanto, si quieres venir a la vida y ver días buenos, como eso es una recompensa, considera el trabajo que tal recompensa exige. Reprime tu lengua del mal10. Es la lógica del salmo. ¿Quién es el hombre que quiere la vida y ama ver días buenos? Añade: Reprime tu lengua del mal y tus labios no hablen engaño; apártate del mal y haz el bien11. Di ahora: «Quiero». Te preguntaba si querías la vida, y respondías que sí; preguntaba si querías ver días buenos, y respondías que también. Reprime tu lengua del mal. Di ahora que quieres. Apártate del mal y haz el bien12. Dime que quieres. Si, pues, en verdad quieres, busca la obra y te encaminas a la recompensa.

5. Mira al apóstol Pablo, pues también hoy celebramos su fiesta. Ambos llevaron una vida concorde, ambos derramaron su sangre aliada, ambos recibieron la corona celeste y ambos nos hicieron sagrado este día. Centra tu atención, pues, en el apóstol Pablo, recuerda sus palabras, escuchadas hace poco, cuando se leyó su carta: Yo —dice— voy a ser sacrificado y cerca está el momento de mi muerte. He luchado el buen combate, he concluido mi carrera, he mantenido la fe. Por lo demás —dice—, me queda la corona de justicia con que el Señor, justo juez, me retribuirá aquel día13. No nos negará lo merecido quien nos dio hasta lo inmerecido. El justo juez entregará la corona; la dará, pues tiene a quién darla. He luchado el buen combate, he concluido la carrera, he mantenido la fe: dará la corona a estos méritos; como he dicho, no negará lo debido quien dio hasta lo indebido. Entonces, ¿qué es lo que dio sin estar obligado a darlo? Yo que antes fui blasfemo, perseguidor e insolente14. ¿Qué dio, pues, sin estar obligado a ello? Escuchémosle a él mismo, que confiesa y alaba con una confesión sobre su vida al dador de la gracia. Antes —dice— fui blasfemo, perseguidor e insolente. ¿Se te debía el ser apóstol? ¿Qué se le debía a quien era blasfemo, perseguidor e insolente? ¿Qué sino la condenación eterna? ¿Y qué recibió en vez de ella? Alcancé misericordia, porque lo hice en la incredulidad y en la ignorancia15. Esta es la misericordia que Dios le donó sin merecerla. Escucha algo más que él mismo dice en otro lugar: No merezco —dice— ser llamado apóstol, porque perseguí a la Iglesia de Dios16. Estoy viendo, apóstol, que no lo merecías. ¿De dónde te llegó el merecerlo? ¿Por qué, entonces, eres lo que no merecías ser? Escucha: Por la gracia de Dios he alcanzado lo que soy. Por un castigo fui lo que fui; por la gracia de Dios soy lo que soy. Por la gracia de Dios soy lo que soy, y su gracia no fue vana en mí; al contrario, trabajé más que todos ellos17. ¿Has pagado, pues, a la gracia de Dios? Recibiste, pero ¿has pagado? Escucha lo que has dicho. «Lo escucho» —dice—. Pero no yo, sino la gracia de Dios conmigo18. Así, pues, a este esforzado apóstol que combatió el buen combate, concluyó su carrera y mantuvo la fe, ¿negará el Dios justo la corona merecida a quien dio la gracia que no merecía?

6. Pero ¿a quién otorgará la corona merecida, ¡oh Pablo!, pequeño y grande; a quién se la otorgará? Ciertamente, a tus méritos. Combatiste el buen combate, concluiste la carrera, mantuviste la fe; él dará la corona debida a estos méritos tuyos. Mas tus méritos son dones de Dios, en virtud de los cuales se te dará a ti tu corona. Ve que combatiste el buen combate y concluiste la carrera. En efecto, viste otra ley en tus miembros que se opone a la ley de tu mente y que te tiene cautivo en la ley del pecado que reside en tus miembros. ¿De dónde te viene el vencer sino de lo que sigue a continuación? ¡Desdichado de mí! ¿Quién me librará del cuerpo de esta muerte? La gracia de Dios por Jesucristo nuestro Señor19 Mira a qué se debió tu lucha, tu esfuerzo, el que no hayas desfallecido, el que hayas vencido. Vedlo combatiendo: ¿Quién nos separará del amor de Cristo? ¿La tribulación? ¿La estrechez? ¿El hambre? ¿La persecución? ¿La desnudez? ¿La espada? Como está escrito: «Puesto que por ti somos enviados a la muerte cada día, hemos sido considerados como ovejas para el matadero20 ». Advierte la debilidad, la fatiga, la miseria, los peligros, las pruebas. ¿De dónde les viene la victoria a los combatientes? Escucha lo que sigue: Pero en todo esto vencemos completamente por aquel que nos amó21 Concluiste la carrera: ¿quién te guió, te dirigió y te ayudó? ¿Qué dices aquí? He concluido —dice— la carrera; pero no es obra ni del que quiere ni del que corre, sino de Dios que se compadece22. Mantuviste la fe; es verdad. Para comenzar, ¿qué fe? ¿La que tú mismo te diste? ¿Es falso lo que dijiste: Igual que Dios distribuyó a cada uno la medida de su fe?23 ¿No eras tú quien, dirigiéndote a ciertos compañeros de combate que se esforzaban y corrían contigo en el estadio de la vida, les decías: A vosotros os fue concedido en servicio de Cristo..?.24 ¿Qué les fue concedido? No sólo creer en él, sino también sufrir por él25. Ambas cosas le fueron otorgadas: creer en él y sufrir por él.

7. Pero quizá diga alguien: «La fe la recibí ciertamente, pero yo la he guardado». Tú, que en tu insipiencia oyes estas cosas, quizá dices esto: «La fe la recibí ciertamente, pero yo la he guardado». Nuestro Pablo no dice: «Yo la guardé», pues tiene ante los ojos: Si el Señor no guarda la ciudad, en vano se fatiga el guardián26. Esfuérzate, custódiala; pero bien te será ser custodiado tú, pues no te bastas para custodiarte a ti mismo. Si te dejan solo, quedarás adormilado y acabarás durmiéndote. Pues no dormita ni duerme el guardián de Israel27 .

8. Amamos, pues, la vida, y de ello no nos queda ninguna duda. En ningún modo podremos negar que la amamos. Elijamos la vida, pues, si es que la amamos. ¿Qué elegimos? La vida. Primeramente, una vida santa aquí; después de ésta, la eterna. Primero una vida santa aquí, pero aún no feliz. Vívase ahora una vida santa, a la que está reservada para después la vida feliz. Llevar una vida santa es la tarea; la vida feliz, la recompensa. Lleva una vida santa, y recibirás la vida feliz. ¿Hay algo más justo, algo más conforme al orden? ¿Dónde estás, amante de la vida? Elige la vida buena. Si quisieras tener mujer, sólo la querrías si es buena; amas la vida, ¿y la eliges mala? Muéstrame algo malo que quieras. Sea lo que sea lo que quieres o amas, lo quieres bueno. Con toda certeza, no quieres ni una cabalgadura mala, ni un siervo malo, ni un vestido malo, ni una villa mala, ni una casa mala, ni una esposa mala, ni malos hijos. Todo lo quieres bueno; sé bueno tú que lo quieres. ¿Qué tienes contra ti para querer ser el único malo entre tantas cosas como quieres buenas? Amas tu villa, tu mujer, tu vestido y, para descender hasta lo último, tus cáligas. ¿Y ha perdido valor para ti tu alma? Esta vida está ciertamente llena de fatigas, preocupaciones, tentaciones, miserias, dolores y temores. De todo ello está llena esta vida. Es demasiado evidente que abunda en todos estos males. Y, con todo, llena de males como está, si alguien nos la concediese eterna tal cual es, ¡cuántas gracias no le daríamos por poder ser miserables para siempre! No es así la que nos prometió no un hombre cualquiera, sino el Dios verdadero. La verdad verdadera nos promete la vida, una vida no solo eterna, sino también feliz, donde no habrá ninguna molestia, ninguna fatiga, ningún temor y ningún dolor. Allí la seguridad será plena y asegurada. Una vida bajo la mano de Dios, una vida con Dios, una vida de Dios, una vida que es el mismo Dios: esta vida eterna es la que se nos promete; ¡y se le antepone una vida temporal; y una vida temporal como ésta, es decir, miserable y llena de preocupaciones! ¿Se le antepone —repito— o no? Se le antepone cuando estás dispuesto a cometer un homicidio con tal de no morir. Temes que te dé muerte tu siervo, y se la das tú a él. Temes que te mate tu mujer, sobre la que alimentas, quizá, falsas sospechas, y tú, abandonando tu mujer, deseas una unión adúltera con otra. Ve cómo, amando la vida, perdiste la vida. Preferiste la vida temporal a la eterna, la miserable a la feliz. ¿Y qué has conseguido? Quizá, mientras guardas tu vida, expiras sin quererlo. Ignoras cuándo vas a salir de aquí. ¿Con qué cara vas a presentarte ante Cristo? ¿Con qué cara rehúsas el tormento? No digo, ¿con qué cara reclamas el premio? Serás condenado a la muerte eterna tú que eliges la vida temporal, cuya sola elección es un desprecio de la eterna.

9. Pero no prestas oídos a mi consejo. Buscas la vida; buscas días buenos. Buena cosa es la que buscas, pero no está aquí. Esta piedra preciosa tiene su región propia; no se da aquí. Por mucho que te fatigues en excavar, nunca hallarás lo que no hay aquí. Pero haz lo que se te manda y se te devolverá lo que amas. Advierte que, por larga que sea esta vida, ¿hallarás, acaso, días buenos aquí? Ved lo que añadió: La vida y días buenos28, no sea que haya vida, pero sea miserable, por ser malos los días. En esta tierra abundan los días malos; pero el que sean malos no lo causa el sol, que corre de oriente a occidente y reaparece al día siguiente. Al contrario, que los días sean malos, hermanos, lo hacemos nosotros. Si viviéramos bien todos los días, tendríamos también aquí días buenos. En efecto, ¿de dónde, sino del hombre, le viene al hombre el mal? Pasad lista de todos los males que sufre el hombre exteriormente. Son poquísimos los que aparecen no causados por el hombre. Son muchos los males que vienen al hombre de otro hombre. Los hurtos vienen de otro hombre; los adulterios de la esposa, de un hombre; un hombre engañó a tu esclavo, un hombre lo ocultó, un hombre lo puso en venta, lo forzó y lo llevó cautivo. Líbrame, Señor, del hombre malo29. Tú que oyes estas palabras, no piensas más que en tu enemigo, en el mal vecino, en el poderoso, en el socio, en el ciudadano malo que tienes que soportar. Cuando escuchas: Líbrame, Señor, del hombre malo, quizá lo refieres al bandido, y cuando oras, oras para que Dios te libre del hombre malo, de este o aquel enemigo tuyo. No seas malo contigo mismo. Escúchame: ¡ojalá Dios te libre de ti! Cuando Dios con su gracia y misericordia te convierte de malo en bueno, ¿a partir de qué te hace bueno, de qué te libra sino de ti, hombre malo? Hermanos míos, esto es absolutamente verdadero, absolutamente cierto e inmutable: si Dios te libera del hombre malo que eres tú, nada te dañará ningún otro hombre malo, sea quien sea.

10. Voy a proponer un ejemplo al respecto, tomado del apóstol Pablo, cuyo aniversario de pasión celebramos hoy. Él fue blasfemo, perseguidor e insolente30. Era un hombre malo; él era un tormento para sí. Además, él, que iba a derramar la suya, ávido de muertes y sediento de sangre de los cristianos, poseyendo cartas de los príncipes de los sacerdotes para que llevase encadenados a cuantos seguidores del camino cristiano encontrase en Damasco para castigarlos31, tomando la vía de la crueldad e ignorando la de la piedad, escuchó la voz de Jesucristo nuestro Señor, que le decía desde el cielo: Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues? Es cosa dura para ti dar coces contra el aguijón32. Herido por esta voz, fue derribado en cuanto perseguidor y levantado como predicador; fue cegado en la carne, para que viera en el corazón; fue iluminado en la carne, para que predicase de corazón33. ¿Qué os parece, hermanos? Saulo fue librado de un hombre malo; ¿de quién sino de Saulo, él mismo? En consecuencia, liberado del hombre malo que era él mismo, ¿qué le hizo cualquier otro hombre malo? Son palabras del apóstol Pedro: ¿Quién podrá dañaros si sois amantes del bien?34 El hombre malo fue el que persiguió, el hombre malo quien lapidó, el hombre malo quien azotó con varas; para acabar, el hombre malo arrestó, encadenó, arrastró y dio muerte. Cuantos fueron los males que él añadió, tantos los bienes que Dios le preparó. Lo que sufrió no fue un castigo, sino ocasión para ser coronado. Ved en qué consiste ser librado del hombre malo: en ser librado de sí mismo. ¿Quién —dice— podrá dañaros si sois amantes del bien?

11. Mas he aquí que los hombres malos dañan. ¡Tantos males te causaron, oh Pablo! Pablo te responderá: «Era necesario que fuese ser librado del hombre malo, es decir, de mí mismo. Por lo demás, ¿qué mal me hacen a mí estos hombres? Los sufrimientos de este tiempo no son equiparables a la gloria futura que se revelará en nosotros35. De hecho, una leve tribulación nuestra produce para nosotros, que no prestamos atención a las cosas visibles, un peso eterno de gloria totalmente increíble. Lo que se ve, en efecto, es temporal; lo que no se ve, en cambio, eterno36 ». En verdad has sido liberado del hombre malo, es decir, de ti mismo, hasta el punto que los demás hombres malos, en vez de dañarte, te son de provecho. Por tanto, hermanos, celebremos, de modo que los amemos, esta fiesta de los santos que lucharon contra el pecado hasta derramar su sangre y que vencieron con el don y la ayuda de su Señor; amémoslos de modo que los imitemos para que, imitándolos, merezcamos llegar a sus mismos premios.