SERMÓN 295

Traductor: Pío de Luis Vizcaíno, o.s.a.

En el natalicio de los apóstoles Pedro y Pablo.

1. La pasión de los muy bienaventurados apóstoles Pedro y Pablo ha hecho sagrado este día para nosotros. No estamos hablando de mártires desconocidos. Por toda la tierra salió su sonido y sus palabras llegaron hasta los confines del orbe de la tierra1. Estos mártires vieron lo que anunciaron, siguieron la equidad confesando la verdad y muriendo por ella. Uno es el bienaventurado Pedro, el primero de los apóstoles, amador impetuoso de Cristo, de quien mereció escuchar: Y yo te digo que tú eres Pedro2. Él le había dicho: Tú eres Cristo, el Hijo de Dios vivo3. Cristo le replicó: «Y yo te digo que tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia4. Sobre esta piedra edificaré la fe que confiesas. Sobre lo que acabas de decir: Tú eres Cristo, el Hijo de Dios vivo, edificaré mi Iglesia. Tú eres, pues, Pedro». Pedro viene de «piedra», no «piedra» de Pedro. Pedro viene de «piedra», como «cristiano» de Cristo. ¿Quieres saber cuál es la piedra de la que recibe el nombre Pedro? Escucha a Pablo: No quiero que ignoréis, hermanos5; es el apóstol de Cristo quien lo dice: No quiero que ignoréis, hermanos, que todos nuestros padres se hallaron todos bajo la nube, todos atravesaron el mar y todos fueron bautizados en Moisés en la nube y en el mar; todos comieron el mismo alimento espiritual y todos bebieron la misma bebida espiritual. Bebían, en efecto, de la piedra espiritual que los seguía. La piedra era Cristo6. He aquí el origen de Pedro.

2. Como sabéis, el Señor Jesús eligió antes de su pasión a sus discípulos, a quienes llamó apóstoles. Entre ellos sólo Pedro ha merecido personificar a toda la Iglesia casi por doquier. En atención a esa personificación de la Iglesia entera que sólo él representaba, mereció escuchar: Te daré las llaves del reino de los cielos7. Estas llaves no las recibió un solo hombre, sino la unidad de la Iglesia. Por este motivo se proclama la excelencia de Pedro, porque era figura de la universalidad y unidad de la misma Iglesia cuando se le dijo: Te doy, lo que se dio a todos. Para que veáis que es la Iglesia la que recibió las llaves del reino de los cielos, escuchad lo que en otro lugar dice el Señor a todos sus apóstoles: Recibid el Espíritu Santo8. Y a continuación: A quien perdonéis los pecados les quedarán perdonados, y a quien se los retengáis les serán retenidos9. Esto se refiere al poder de las llaves, del que se dijo: Lo que desatéis en la tierra quedará desatado en el cielo, y lo que atéis en la tierra será atado en el cielo10 . Pero esto lo dijo a Pedro. Para ver que Pedro personificaba entonces a toda la Iglesia, escucha qué se dice a él, qué a todos los santos fieles: Si un hermano tuyo peca contra ti, corrígele a solas. Si no te escucha, llama a otro o a otros dos, pues está escrito: «En boca de dos o tres testigos tendrá valor toda palabra». Si tampoco a ellos escucha, dilo a la Iglesia, y si ni a ella la escucha, sea para ti como un pagano y un publicano11. En verdad os digo: lo que atéis en la tierra quedará atado también en el cielo, y lo que desatéis en la tierra será desatado también en el cielo12. La paloma ata, la paloma desata. Ata y desata el edificio levantado sobre la piedra.

3. Teman los atados, teman los desatados. Los desatados teman ser atados; los atados oren para ser desatados. Cada uno está atado por los lazos de sus pecados13. Fuera de esta Iglesia nada se desata. A un muerto de cuatro días se le dice: Lázaro, sal fuera14. Y salió del sepulcro, ligado de pies y manos con las vendas. El Señor despierta al muerto para que salga del sepulcro si toca el corazón para que salga fuera la confesión del pecado. Pero todavía está algo atado. En consecuencia, después que Lázaro salió del sepulcro, el Señor dice a sus discípulos, a quienes había dicho. Todo lo que desatéis en la tierra será desatado en el cielo: Desatadlo y dejadlo marchar15. Lo resucitó personalmente y lo desató mediante sus discípulos.

Particularmente en Pedro, pues, se ha puesto de relieve la fortaleza de la Iglesia, porque siguió al Señor hasta la pasión. También se dejó ver cierta debilidad porque, al ser interrogado por una sirvienta, negó al Señor. Ved cómo aquel amador se convierte de repente en negador. Quien había presumido de sí, se encontró a sí mismo. Como sabéis, había dicho: Señor, estaré contigo hasta la muerte, y, si es preciso que muera, entregaré mi vida por ti16. Y el Señor respondió a ese presuntuoso: ¿Que vas a entregar tu vida por mí? En verdad te digo que me negarás tres veces antes que cante el gallo17. Se cumplió lo que había anticipado el médico, no pudo hacerse realidad la presunción del enfermo. Pero ¿qué pasó? Luego le miró el Señor. Así está escrito, así lo refiere el evangelio: Lo miró el Señor, y salió fuera y lloró amargamente18. Salió fuera, que equivale a confesar su pecado. Lloró amargamente el que sabía amar. Siguió la dulzura del amor en sustitución de la amargura del dolor.

4. Con razón el Señor, después de su resurrección, confió al mismo también a Pedro apacentar sus ovejas. No fue, ciertamente, el único entre los discípulos que mereció apacentar las ovejas del Señor; pero, cuando Cristo habla a uno solo, está encareciendo la unidad; habló primero a Pedro, por ser el primero de los apóstoles. Simón, hijo de Juan —dice el Señor— ¿me amas? Él respondió: Te amo19 . Por segunda vez le preguntó, y por segunda vez respondió él. Al interrogarle por tercera vez, como si no le diese crédito, Pedro se entristece. Pero ¿cómo no iba a creerlo quien estaba viendo su corazón? Por último, después de tal tristeza, le respondió así: Señor, tú lo sabes todo, tu sabes que te amo20. No cabe que tú que lo sabes todo desconozcas solo eso. No te pongas triste, ¡oh apóstol!; responde una, dos y tres veces. Venza tres veces la confesión en el amor, porque tres veces fue vencida la presunción por el temor. Hay que desatar tres veces lo que tres veces habías atado. Desata con el amor lo que habías atado por temor. Y, sin embargo, el Señor confió sus ovejas a Pedro una, dos y tres veces.

5. Prestad atención, hermanos míos: Apacienta —dice— mis ovejuelas21, apacienta mis corderos22 .Apacienta mis ovejas23. ¿Dijo acaso: «Apacienta tus ovejas»? Apacienta, siervo bueno, las ovejas del Señor, las que tienen su marca. ¿Fue, acaso, Pablo crucificado por vosotros? ¿O habéis sido bautizados en el nombre de Pedro y Pablo?24 Por tanto, apacienta sus ovejas, lavadas con su bautismo, marcadas con su nombre, rescatadas con su sangre. Apacienta —dice— mis ovejas. Pues los herejes, siervos malos y fugitivos, repartiendo entre sí lo que no compraron y convirtiendo como en peculios.5 sus hurtos, creen apacentar ovejas propias. En efecto, ¿qué otra cosa significa —os suplico— lo siguiente: «Si no te bautizo yo, seguirás siendo impuro; si no recibes mi bautismo, quedarás sin lavar»? ¿No habéis oído: Maldito todo el que pone su esperanza en el hombre?25 En consecuencia, amadísimos, los bautizados por Pedro son ovejas de Cristo, e igualmente son ovejas de Cristo los bautizados por Judas. Ved lo que dice el novio a su amada en el Cantar de los Cantares, en respuesta a lo que le había dicho la novia, a saber: Indícame tú, amado de mi alma, dónde pastoreas, dónde sesteas al mediodía, no sea que —dice— me convierta en una tapada tras los rebaños de tus compañeros26. Indícame —dice— dónde pastoreas, dónde sesteas al mediodía, en el esplendor de la verdad, en el ardor de la caridad. ¿Por qué temes, oh amada? ¿Qué temes? Que me convierta en una como tapada, es decir, como una ignota, como no Iglesia, puesto que la Iglesia no está tapada: Una ciudad levantada sobre una montaña no puede ocultarse27. Y extraviada vaya a topar no con tu rebaño, sino con los rebaños de tus compañeros. Ved que a los herejes se les llama compañeros. Salieron de nosotros28; antes de salirse accedieron con nosotros a la única mesa. ¿Qué responde, pues, a la amada? Si no te conoces a ti misma. Esto dice el novio en respuesta a la pregunta de la novia: Si no te conoces a ti misma, ¡oh hermosa entre las mujeres!29 ¡Oh verdadera entre herejías! Si no te conoces a ti misma, puesto que de ti se han predicho tantas cosas: En tu linaje serán bendecidos todos los pueblos30; El Señor, Dios de los dioses, habló y llamó a la tierra desde la salida del sol hasta el ocaso31; Pídemelo, y te daré los pueblos como heredad, y como posesión los términos de la tierra32; A toda la tierra salió su sonido y sus palabras a los confines del orbe de la tierra33. A ti se refieren todas estas predicciones. Así, pues, si no te conoces, sal tú. Yo no te expulso, para que puedan decir quienes queden de los tuyos: Salieron de nosotros. Sal tú tras las huellas de los rebaños, no del rebaño, del que se dijo: Habrá un solo rebaño y un solo pastor34. Sal tú tras las huellas de los rebaños y apacienta tus cabritos35, no mis ovejas36, como Pedro. Por estas ovejas que le habían sido confiadas, Pedro fue digno de ser coronado con el martirio, que mereció ser celebrado solemnemente en el día de hoy en el mundo entero.

6. Venga también Saulo, convertido en Pablo; el lobo convertido en oveja, el que primero fue enemigo, luego apóstol; primero perseguidor, luego predicador. Venga, reciba cartas de los príncipes de los sacerdotes para conducir al tormento, encadenados, a los cristianos que encuentre por doquier. Recíbalas, recíbalas; póngase en camino, marche, ávido de muertes, sediento de sangre; el que habita en los cielos se reirá de él37. Marchaba, pues, según está escrito, ávido de muertes38, y ya estaba cerca de Damasco. Entonces le dice el Señor desde el cielo: Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues?39 Yo estoy aquí y estoy ahí; en el cielo tengo la cabeza, en la tierra el cuerpo. No nos extrañemos, hermanos; pertenecemos al cuerpo de Cristo. Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues? Dura cosa es para ti dar coces contra el aguijón40. A ti mismo te haces daño, pues mi Iglesia crece con las persecuciones. Y él, lleno de pavor y temblor, respondió: ¿Quién eres tú, Señor? Y él: Yo soy Jesús Nazareno, a quien tú persigues41. Transformado al instante, espera órdenes. Depone el odio, se dispone a obedecer. Se le indica lo que ha de hacer. Antes de ser bautizado Pablo, dice el Señor a Ananías: Vete a tal aldea, a un hombre llamado Saulo, y bautízalo42, porque es para mí vaso de elección43. El vaso ha de contener algo, pues no debe estar vacío. El vaso hay que llenarlo. ¿De qué sino de gracia? Pero Ananías respondió a Jesucristo nuestro Señor: «Señor, he oído que este hombre ha hecho mucho mal a tus santos. Incluso ahora trae cartas de los príncipes de los sacerdotes para que, dondequiera que encuentre hombres de este camino, los lleve encadenados». Y el Señor le respondió: «Yo le mostraré lo que le conviene padecer por mi nombre44». Con sólo oír el nombre de Saulo, Ananías se puso a temblar; la fama del lobo hacía temblar a la oveja flaca, incluso hallándose bajo el cayado del pastor.

7. Ved que el Señor le mostró lo que le convenía que padeciese por su nombre. Luego lo ejercitó en la fatiga. Él mismo le hizo experimentar las cadenas, los azotes, cárceles, naufragios45. Él mismo le procuró la pasión, él mismo lo condujo a este día. En un solo día celebramos la pasión de ambos apóstoles. Pero ellos dos eran también una unidad; aunque padeciesen en distintas fechas, eran una unidad. Pedro fue delante, Pablo detrás. Primero Saulo, luego Pablo, porque antes era soberbio y luego humilde. Saulo proviene de Saúl, el perseguidor del santo David. Fue derribado como perseguidor y levantado como predicador. Cambió el nombre de la soberbia para manifestar su humildad. Pablo, en efecto, significa pequeño. Examinad la forma de hablar de Vuestra Caridad. ¿No decimos a diario: Post pululan te veré; paulo después haré esto o aquello, es decir, después de un poco te veré y después de poco haré esto o aquello? ¿Qué es, pues, Pablo? Pregúntale a él mismo. Yo soy —dice— el menor de los apóstoles46.

8. Celebramos este día de fiesta, hecho sagrado para nosotros por la sangre de los apóstoles. Amemos su fe, su vida, sus fatigas, su pasión, su confesión, su predicación. En efecto, es el amor, no la alegría mundana de la celebración, lo que nos hace progresar. ¿Qué piden de nosotros los mártires? De algo carecen, si es que aún requieren las alabanzas de los hombres. Si aún buscan que los alaben los hombres, es que todavía no han vencido. Pero, si han vencido, nada requiere de nosotros para ellos mismos; si requieren algo, es por nosotros mismos. Que nuestro camino, pues, lo dirija la mirada al Señor. Era estrecho, lleno de zarzas, escarpado, pero el paso de tantos otros ha hecho cómodo transitar por él. El Señor mismo fue el primero en pasar por él; pasaron también los intrépidos apóstoles; luego, los mártires, niños, mujeres, chiquillas. Pero ¿quién estaba en ellos? El que dijo: Sin mí no podéis hacer nada47.