Juan y Cristo, dos hombres
1. En el principio existía la Palabra, y la Palabra estaba junto a Dios, y la Palabra era Dios1. ¿Acaso concedió que se dijese de cada uno de ellos: «Todo fue hecho por él2»? Retuvo en sí la divinidad, a nosotros nos dio la gracia. Reconozcámosle hecho hombre por nosotros, reconozcámosle como Dios sobre nosotros: el mismo que es hombre es Dios. Pero estás viendo a ambos como hombres: a Juan y a Cristo; pero este a quien ves hombre es mayor que Juan, y, sin embargo, no es digno de desatar la correa de su calzado3. Comprende, pues, que él es mayor, y tanto mayor cuanto que Juan, a pesar de ser mayor que todos los justos, es menor que él. Es mayor que el cielo y la tierra, mayor que los ángeles, mayor que todas las virtudes, mayor que todos los tronos, potestades y dominaciones. ¿Por qué es mayor? Porque por él fueron hechas todas las cosas y sin él no se hizo nada4. Por esto, es igual al Padre; en cuanto hombre, menor que él, pues el mismo que dijo: Yo y el Padre somos una sola cosa5, dijo también: El Padre es mayor que yo6. Ambas afirmaciones parecen contradecirse, pero son ambas verdaderas. Si en tu corazón no hay discordia, tampoco la hay entre las palabras del Señor. Yo y el Padre somos una sola cosa muestra la igualdad; El Padre es mayor que yo muestra la desigualdad.
2. Respecto a Yo y el Padre somos una sola cosa7, escucha al apóstol Pablo, intérprete de ambas sentencias en un mismo pasaje: Quien, existiendo en la forma de Dios, no juzgó una rapiña el ser igual a Dios8, puesto que lo era por nacimiento. Rapiña se refiere a una cosa usurpada; así, en el caso de Adán, estas cosas eran para él rapiña, y, en consecuencia, al querer arrebatar lo que él no era9, perdió lo que tenía. ¿Cómo optó por la rapiña? Le dijo la serpiente, que había caído de allí mismo: Pondré mi trono en el aquilón y seré semejante al Altísimo10. Este pensamiento derribó al diablo; esta sugestión hizo al hombre partícipe del diablo por aquella soberbia suya. El diablo, que ya había caído, tuvo envidia de quien aún se mantenía en pie; del lugar de donde él había caído, de allí derribó al hombre. Ved para quiénes el ser dioses constituía una rapiña. Para Cristo no lo era, porque era igual por nacimiento, y, siéndolo desde toda la eternidad y por toda la eternidad, nunca dejó de ser igual y nunca dejará de serlo. Tampoco ha de hablarse de él en estos términos: «Fue, es y será»; sino: «Es»; si se dice: «Fue», ya no existe; si se dice: «Será», aún no es. Por eso, él, cuando envió a su siervo Moisés y éste le preguntó: ¿Cómo te llamas? y ¿Qué he de decirles a los hijos de Israel?11, le respondió: Yo soy el que soy. Dirás, pues, a los hijos de Israel: «El que es me envió a vosotros12». Cuando se dice «Es», la expresión es verdadera y justa; nunca y en ningún lugar puede cambiarse. Así Dios, así el Hijo de Dios, así el Espíritu Santo. Por tanto, hermanos, retened esto sobre todas las cosas; por eso el Hijo es igual al Padre; de aquí que diga el apóstol: No juzgó una rapiña ser igual a Dios.
3. ¿De dónde viene, pues: El Padre es mayor que yo?13 Pero se anonadó a sí mismo —ved, advertid los distintos términos usados— tomando la forma de siervo14. Clavad esto en vuestros oídos y distinguid cómo, al hablar de la forma de siervo, dice tomando, mientras que, cuando habló de la forma de Dios, no dijo tomando, sino: Quien, existiendo en la forma de Dios, tomando la forma de siervo, hecho a semejanza de los hombres y hallado en su porte como un hombre, se humilló a sí mismo, hecho obediente hasta la muerte, y muerte de cruz, por lo cual Dios lo exaltó y le concedió el nombre sobre todo nombre15. Fue exaltado en cuanto criatura, fue exaltado en cuanto humilde, pues en cuanto igual al Padre no lo fue, porque nunca se había rebajado. En cuanto que resucitó después de haber muerto, le concedió el nombre sobre todo nombre. He aquí que Cristo viene, y, sin embargo, estaba allí; resucitó y subió al cielo, y, no obstante, no se había alejado de allí. ¿Piensas que es (sólo) hombre? No lo pienses. He aquí un hombre mayor que el cual no ha surgido otro entre los nacidos de mujer16. Escúchale hablando de ese mismo hombre: No soy digno de desatar la correa de su calzado17. Comprende, pues, que hay dos hombres, pero uno es hombre Dios y el otro un hombre bueno por don de Dios; uno es el hombre Verdad, y el otro, un hombre veraz por participación de la verdad.