En el natalicio de san Juan Bautista
1. Celebramos hoy el nacimiento de un gran hombre. ¿Y queréis saber cuál es su grandeza? Nadie —dice la Escritura— ha surgido mayor que él entre los nacidos de mujer1. Esto dijo de él quien nació de una virgen; este testimonio dio de su testigo; esta sentencia profirió el juez acerca de su heraldo; así quiso la Palabra honrar a su voz, como sabéis y habéis oído también hoy en el sermón matutino.
2. Cristo es la Palabra, Juan la voz, puesto que está escrito de aquél: En el principio existía la Palabra2 . Juan, en cambio, hablando de sí mismo, dice: Yo soy la voz del que clama en el desierto.3. La palabra pertenece a la mente la voz al oído. Cuando la voz hiere al oído y no conduce a la mente ninguna palabra, tiene un sonido vacío, sin fruto útil alguno. Para nacer en mi mente, la palabra no necesita de la voz; mas para llevar hasta tu mente lo que ya ha nacido en la mía recurre al servicio de la voz. La palabra, pues, puede preceder a la voz, pero no puede salir sin ella. Para eso se crea la voz: no para que engendre una palabra que no existía, sino para que se manifieste lo que ya existía oculta. Veamos en Cristo y en Juan lo que he dicho acerca de la palabra y la voz. Busca a Cristo. En el principio existía la Palabra. ¿Dónde? Y la Palabra estaba junto a Dios4. En el principio estaba junto a Dios. ¡Con cuánta anterioridad a nosotros! ¡Cuán por encima de nosotros! Y la Palabra se hizo carne5 parahabitar entre nosotros. ¿Y cómo sabríamos esto si no hubiéramos escuchado la voz? En efecto, Cristo caminaba ya en medio de los hombres vestido de carne mortal, y, sin embargo, se acercaban los hombres a Juan y le preguntaban: ¿Eres tú el Cristo?6. Pero él, para mostrar que era la voz, les insinuaba la palabra que le precedía; rechazaba aquel honor indebido y apuntaba a Cristo con el dedo. A quienes le preguntaban: ¿Eres tú el Cristo?, Juan les respondía: He aquí el cordero de Dios; he aquí quien quita el pecado del mundo7. Escuchadlo, reconocedlo; yo le precedo y lo anuncio. Recordad que dijo: Yo soy la voz del que clama en el desierto: «Preparad el camino al Señor»8; no a mí, sino al Señor. Cuando yo grito, le anuncio a él, puesto que la voz del heraldo significa la llegada del juez. Mas, cuando llegue aquel a quien yo anuncio y haya hallado descanso en vuestro corazón, conviene que él crezca y yo, en cambio, mengüe9. Sabéis, en efecto, amadísimos, que la palabra, cuando toma la voz como su auxiliar y pasa por el sendero del oído a la región de la mente, esa palabra crece en la mente, la vox fenece en el oído. Efectivamente, el sonido que ha golpeado al oído no permanece, (pero sí la palabra) porque ha descendido a la mente ¿Por qué esto? Porque conviene que él crezca y yo, en cambio, mengüe.
3. Bautiza Juan, bautiza también Cristo. Se dijo a Juan: Aquel sobre el que veas que desciende el Espíritu como una paloma y que permanece sobre él, él es quien bautiza en el Espíritu Santo10 y el fuego11 . Sabéis, hermanos, que así ocurrió cuando fue bautizado Cristo. Ved que es él quien bautiza ya en todo el orbe de la tierra. El bautismo de Cristo se propagó por doquier; en cambio, el bautismo de Juan, aunque encierra el misterio de recordar lo pasado, en la celebración actual no tiene función. Cesó el bautismo de Juan, aumentó el bautismo de Cristo. También por eso dice: Conviene que él crezca y yo, en cambio, mengüe12. Este dato lo encontramos tanto en los nacimientos como en las pasiones respectivos. Pues, aunque Juan dijese de Juan, es decir, Juan el Evangelista de Juan Bautista; aunque dijese de él: Hubo un hombre enviado por Dios de nombre Juan; éste vino como testigo para dar testimonio de la lu13; aunque le aconteciese dar testimonio de la luz, con todo, hermanos, nació en el día de hoy, cuando las noches se alargan y los días comienzan a menguar; Cristo, en cambio, como sabéis, nació en el solsticio de invierno, cuando las menguas de la noche pasan a beneficio del día, puesto que fuimos en otro tiempo tinieblas; ahora, por el contrario, luz en el Señor14. ¿Por qué nacieron en esas fechas? Porque conviene que él crezca y yo, en cambio, mengüe. Por lo que respecta a sus pasiones, Juan es degollado con la espada, Cristo levantado en el madero; este es elevado, aquel postrado; a uno se le corta la cabeza para que mengüe, al otro se le extiende para que crezca. Conviene que uno crezca y que el otro mengüe. Según mi opinión, tampoco carecen de significado las edades elegidas para las madres: a Juan lo da a luz una mujer anciana; a Cristo, una virgen en la flor de la edad; a aquel, la esterilidad sin esperanza; a este, la virginidad intacta; por último, a este, una jovencita que va a más; a aquel, una anciana que va a menos.
4. ¿Qué es esto, hermanos míos? ¿Cuál es la dignidad de este hombre, cuyo nacimiento, como el de Cristo el Señor, fue anunciado a sus padres por un ángel? ¿Cómo mereció eso? Porque nadie ha surgido mayor que él entre los nacidos de mujer15. Pues como sabéis, el ángel Gabriel fue enviado al sacerdote Zacarías y a la virgen María; a ambos promete un hijo y de ambos recibe una respuesta. Zacarías respondió al ángel que le prometía el hijo: ¿Cómo puedo saberlo? Yo soy anciano, y mi mujer es estéril y entrada en años16. María le respondió: ¿Cómo sucederá eso, pues yo no conozco varón?17.Ninguno espera nada de las leyes de la naturaleza y hasta creo que desconocían que ante el don de la gracia de Dios cesan las leyes naturales. Ambos responden desde la duda, y, sin embargo, el primero es castigado y la segunda bendecida. Al primero se le dice: Quedarás mudo18; a María: Bendita tú entre las mujeres19. Zacarías pierde la voz, María concibe la Palabra. A continuación, la Palabra se hace carne en la virgen, y la voz nace del mudo; Juan, al nacer, devuelve a su padre el habla, y el padre, hablando, pone nombre al hijo. Todos se extrañan, todos quedan estupefactos, y entre cuchicheos alternos, se dicen: ¿Qué piensas que será este niño?20. Hablemos ahora con palabras del evangelio. He aquí que la mano del Señor estaba con él21 ¿Qué piensas que será quien así comienza? Todavía tan pequeño y ¡ya tan grande! Y si este que empieza ahora será grande, ¡cómo será el que existía desde siempre! Aquel a quien Juan, encerrado aún dentro del seno de su madre, reconoció cuando todavía se ocultaba en el tálamo de un seno virginal y al que saludó con sus movimientos al no poder aún con la voz, ¿qué será? ¿Queréis saber lo que será? Os lo diré brevemente; escuchad al profeta: El —dice— será llamado señor de toda la tierra22 .
5. Al celebrar en asambleas festivas el nacimiento del bienaventurado Juan, precursor del Señor, hombre grande, pidamos el socorro de sus oraciones. Puesto que es el amigo del novio23, también él puede concedernos que podamos llegar al novio para merecer conseguir su gracia. Mas, si queremos conseguir su gracia, no hagamos afrenta a su nacimiento. Desaparezcan las reliquias de sacrilegios, desaparezcan los afanes y juegos vanos; no se haga lo que suele hacerse; no ya, por supuesto, en honor de los demonios, pero ni siquiera según la costumbre de los demonios. Ayer tarde, toda la ciudad ardía en llamas pestilentes; el humo se había adueñado de la atmósfera entera. Si os preocupa poco la religión, pensad, al menos, en la molestia causada a todos. Sabemos, hermanos, que tales cosas las hacen los niños; pero los mayores habían debido prohibírselas. Dice, en efecto, alguien: «Quien no prohíbe que se peque, en cuanto pueda, lo manda». Es cierto, hermanos, que, en el nombre del Señor, la Iglesia progresa de año en año; estas cosas van disminuyendo, y, evidentemente, toda disminución tiende hacia el aniquilamiento; pero aún no han desaparecido de modo que me quede tranquilo si callo. No podré callar más que cuando la vetustez y la novedad hayan llegado a sus metas respectivas: la vieja superstición, a la desaparición, y la nueva religión, a la perfección. Por nuestro Señor Jesucristo, a quien sea el honor y la gloria con Dios Padre omnipotente, y con el Espíritu santo, por los siglos de los siglos. Amén.