Sobre el natalicio de san Juan Bautista, y sobre la voz y la palabra
1. Porque en el día de hoy ha querido el Señor devolver a Vuestra Caridad mi voz y presencia, y lo ha hecho él no según mi plan, sino según su designio, le doy gracias con vosotros y cumplo respecto a vosotros el deber del sermón, [deber] que es el ministerio mío con el que es preciso y apropiado que yo os sirva. Por vuestra parte, carísimos, os toca acoger con caridad la gestión de cualesquiera siervos de Dios, y dar gracias conmigo a ese que me ha regalado pasar este día junto con vosotros.
2. ¿De qué, pues, hablaré hoy, sino de aquel de cuyo nacimiento es hoy el día? San Juan, pues, nacido de estéril1, precursor del Señor nacido de virgen, antes de nacer fue hecho desde el seno materno saludador de su Señor2 su anunciador, tras salir del seno. La estéril no era idónea para parir; la virgen no estaba en situación de parir: la estéril ha engendrado al pregonero, la virgen al juez. Pero el Señor Jesucristo en persona, que del seno de una virgen iba a venir a los hombres, ante sí ha enviado muchos pregoneros. Todos los profetas han sido enviados por él, pero en ellos hablaba él, que ha venido después de ellos; ahora bien, existía antes de ellos. Como, pues, el Señor hubiese enviado ante sí muchos pregoneros, este de cuyo nacimiento se nos encarece hoy el día ¿qué méritos tan grandes ha hecho, qué plus de excelencia ha tenido? Efectivamente, no carece de significación de cierta magnitud el hecho de que no esté oculto su día natal, como tampoco lo está el día natal de su Señor. Ignoramos cuándo nacieron otros profetas; acerca de Juan no cupo no saberlo. Grandeza suya es también esto: que los demás prenunciaron al Señor y desearon verlo mas no lo vieron y, si lo vieron con el espíritu, lo vieron futuro; ahora bien, no estuvieron aquí para verlo presente. Pues bien, sobre ellos, el Señor mismo dice a sus discípulos que muchos profetas y justos quisieron ver lo que veis, y no lo vieron, y oír lo que oís, y no lo oyeron3. ¿Acaso no los enviaba él en persona? Pero en todos estaba el deseo de ver aquí en carne a Cristo, si pudiera ser. Pero, porque le precedieron en morir como lo precedieron en nacer, Cristo no los ha encontrado aquí; pero, sin embargo, Cristo los ha redimido para la vida eterna. Y, para que sepáis cómo era en todos el deseo de ver aquí a Cristo, acordaos del anciano Simeón, a quien el Espíritu de Dios anunció como bien no pequeño que no saldría de este mundo sin haber visto al Ungido. Nació Cristo. A este, incapaz de hablar, lo conoció en manos de la madre, lo acogió4, en las manos tuvo a ese por cuya divinidad era llevado aquel y, al tener en las manos a la Palabra incapaz de hablar, bendijo a Dios diciendo: Ahora, Señor, dejas a tu siervo ir en paz, porque mis ojos han visto tu salvación5. Otros profetas, pues, no lo vieron aquí, Simón lo vio cuando aquel era incapaz de hablar, Juan lo reconoció y saludó concebido, cuando [Cristo] era joven lo dio a conocer y lo vio. Más excelente, pues, que todos los demás es [Juan].
3. Acerca de él oye también el testimonio del Señor: a ningún otro, sólo a sí mismo ha considerado superior. Muy importante era quien no tenía a quién ser preferido, excepto a Cristo. Por ende, el Señor en persona dice así: Entre los nacidos de mujeres nadie ha surgido mayor que Juan Bautista. Y para anteponérsele afirma: Quien empero es el menor en el reino de los cielos es mayor que él6. De sí mismo ha dicho que es menor y mayor: menor en cuanto al [tiempo de] nacer, mayor en cuanto al señorío. En efecto, el Señor ha nacido después de él, pero en la carne, pero de virgen; antes que él, en cambio, en el principio existía la Palabra. ¡Gran cosa: Juan después de Cristo, pues todo ha sido hecho por medio de este y sin él nada ha sido hecho!7 ¿Por qué, pues, vino Juan? Para mostrar el camino de la humildad, para que disminuyera la presunción del hombre y se aumentase la gloria de Dios. Vino, pues, Juan, importante, encomiando al Importante.6; vino Juan, medida de hombre8 ¿Qué significa medida de hombre? Ningún hombre podía ser más que Juan; cualquier realidad que era más que Juan, era ya más que hombre. En efecto, si la medida de la grandeza humana hubiera quedado terminada en Juan, no encontrarías ya hombre mayor; y, sin embargo, has encontrado a uno mayor: [tú] confiesa que es Dios ese respecto al que has podido descubrir que es mayor que un hombre perfecto. Juan es hombre y Cristo es hombre, pero Juan es solamente hombre, Cristo es Dios y hombre. En cuanto que es Dios, él ha hecho a Juan; en cuanto que es hombre, ha nacido después de Juan.
4. Pero, sin embargo, ved cuánto se abaja el precursor de su Señor, Dios y hombre. A aquel, mayor que el cual nadie ha surgido entre los nacidos de mujeres9 , se le interroga si es el Ungido10 . Tan importante era, que los hombres podían engañarse. Hubo dudas acerca de él, sobre si precisamente él sería el Ungido, y las hubo hasta el punto de que se le interrogó. Si fuese hijo de soberbia, no profesor de humildad, no se opondría a los hombres equivocados; tampoco haría porque supusieran aquello, pero aceptaría lo que suponían. ¿Quizá era excesivo para él querer persuadir a los hombres de que él era el Ungido? Si intentaba persuadirlos y no se le creía, habría quedado por abyecto y rastrero, despreciado entre los hombres y asimismo condenado ante Dios. Pero no le era preciso persuadir a los hombres: ya veía que ellos suponían eso; acogería el error de ellos y [él] aumentaría el honor propio. Pero ¡lejos del leal amigo del novio querer que, en vez de a éste, la novia lo ame a él! Pues Juan no era el novio, para no perder lo que era confesó no ser lo que no era. Efectivamente, después que se le interrogó, aseveró esto: Quien tiene a la novia es el novio; ahora bien, el amigo del novio está en pie y lo oye y con gozo goza por la voz del novio11. Ciertamente, yo os bautizo con agua respecto a la enmienda; ahora bien, el que viene tras de mí es mayor que yo. ¿Cuánto mayor? No soy digno de soltarle la correa de su calzado. Si fuese digno, si dijese ?Mayor que yo es ese al que soy digno de soltar la correa de su calzado?, ved cuánto menor sería, cuánto se abajaría, pues había dicho que él era digno de encorvarse a sus pies. Ahora, en cambio, ¡cuánto encomió la grandeza [de Cristo] cuando dijo que él era indigno incluso de los pies de este, más aún, de su calzado! Ha venido, pues, a enseñar a los soberbios humildad, a mostrar el camino de la enmienda.
5. Ha venido la voz antes que la Palabra. ¿Cómo la voz antes que la Palabra? ¿Qué se dice de Cristo? En el principio existía la Palabra y la Palabra estaba en Dios y la Palabra era Dios. Ella estaba en el principio en Dios12. Pero, para que viniera a nosotros la Palabra, la Palabra se ha hecho carne para habitar entre nosotros13. Hemos oído, pues, que Cristo es la Palabra; oigamos que Juan es la voz. Cuando se le dijo «Tú ¿quién eres?», respondió: Yo soy voz de quien grita en el desierto14. Un poquito, pues, carísimos, un poquito, cuanto el Señor concede, tratemos de la voz y de la palabra.10. Cristo es la Palabra; no palabra que suena y pasa, pues lo que suena y pasa es la voz, no la palabra. Así, pues, la Palabra de Dios, mediante la que todo ha sido hecho15, es nuestro Señor Jesucristo; voz de quien grita en el desierto16 es Juan. ¿Qué es antes, la voz o la palabra? Veamos qué es la pala y qué es la voz, y ahí veremos qué es antes.
6. ¿Qué suponéis que es la palabra, hermanos? Pasemos en silencio la Palabra de Dios; de nuestras palabras hablemos algo por si, [yendo] de lo más bajo a lo más alto, podemos captar algunos grados de semejanza. ¿Quién comprende la Palabra de Dios mediante la que todo ha sido hecho?17 ¿Quién es digno siquiera de poder pensar en ella y, mucho menos, de explicarla? Un poquito, pues, dejemos de lado su majestad, su inefable eternidad y su coeternidad con el Padre; creamos lo que no vemos, para que creyendo merezcamos ver. He ahí que de esa palabra deseo tratar cual de un hecho que a diario sucede en nuestros corazones o en nuestros oídos o en nuestras bocas. ¿Qué es la palabra? ¿Acaso supongo ya que la palabra es lo que suena junto a tus oídos? La palabra es lo que quieres decir. Has concebido en el corazón algo para decirlo: ese concepto mismo es ya la palabra formada en tu corazón, pero ya conoces y dentro de ti está dicha esta palabra, o sea, lo que quieres decir, el concepto formado en tu corazón, lo que te ha propuesto expresar. Asístame la Palabra que es el Hijo de Dios, para que a vuestros oídos pueda yo exponer, como es digno, lo que él se ha dignado dar a mi corazón para concebirlo. Pero si, desproporcionado yo e impotente respecto a la magnitud del asunto, quizá sucumbo y me expreso no como es digno, tenéis a quién volveros, desentendidos de mí: el Hijo mismo de Dios, la Palabra de Dios ejerza la presidencia en vuestros corazones y, hablando con vosotros dentro, llene allí lo que yo como hombre no pudiese llenar en vuestros oídos. Sin embargo, ayudad mi esfuerzo con la atención y la intercesión: por mí, para que pueda hablar, y por vosotros, para que merezcáis oír.
7. Porque, pues, he dicho que palabra es lo que hayas concebido en el corazón para decirlo, llámese palabra a la realidad misma que quieres decir, concebida por el corazón para decirla. Cuando, pues, hayas concebido la realidad que quieres decir, y esa realidad, la idea misma, dentro de tu corazón se haya convertido en palabra, tendrás en cuenta a quién hablas y a quién quieres decirla. Y, si vieses a un griego, buscas una voz griega mediante la que hagas salir la palabra; si vieses a un latino, buscas una voz latina mediante la que hagas salir la palabra; si vieses a un hebreo, una voz hebrea; si vieses a un púnico, una voz púnica, si conoces esas lenguas. Si, en cambio, no las conoces, cuando ves que en pie está ante ti ese que sabe sola la lengua que no sabes, no fallas en la palabra, fallas en la voz. La palabra, pues, que habías concebido en tu corazón antecedía a todas las voces y existía antes de todas las voces, griega, latina, hebrea, púnica. Ese concepto precedía también a cualesquiera lenguas y cualesquiera voces que hay por la redondez de las tierras, y el alma preñada llevaba el feto del alma y buscaba cómo echarlo fuera, porque lo que ya tenía en el corazón no podría proferirse a otro, sino mediante alguna voz. Ahora bien, si esa voz no fuese distinta, ¿cómo podría reconocerse? Pues bien, la diversidad de lenguas habría de distinguir la voz, de forma que con la griega hables al griego, con la hebrea al hebreo, con la púnica al púnico. En cambio, la palabra que habías concebido antes que todas las voces no era latina ni griega ni púnica ni algo semejante. Ve, pues, un gran misterio. Por ende, si guardases silencio totalmente, ¿acaso por eso la palabra no viviría en tu corazón? Y, si no hubiera a quien hablases, ¿no estaría patente dentro de ti lo que en el corazón habías concebido? Más bien, sin diferencia alguna de lengua estaría patente en el simple conocimiento.
8. A modo de ejemplo digamos algo con que esto se haga más claro. Dios es cierta cosa sobre todo lo que ha hecho, si empero hay que llamarlo «cosa». Dios, pues, es algo que sobrepasa todo lo que ha hecho, del cual, en el cual y gracias al cual existen todas las cosas. ¿Acaso todo esto que he dicho que es Dios es una sílaba y en esta única sílaba se termina toda esa potencia tan grande? Ahora bien, Dios existía incluso antes de concebir yo en el corazón esto. ¿Cómo puedo precisamente esto, [concebirlo], para llamarlo «Dios»? Además, lo que en latín se dice deus, lo que en griego se dice theós, lo que en púnico se dice ylim —tres lenguas he mencionado—, lo que he concebido en el corazón no era nada de esas lenguas. Pero, como quisiera yo proferir lo que de Dios había concebido en el corazón, si he encontrado a un púnico he dicho ylim; si he encontrado a un latino, he dicho deus; si he encontrado a un griego, he dicho theós. Antes de encontrar a alguno de ellos, lo que en mi corazón estaba no era griego ni púnico ni latino. Luego lo que he concebido para proferirlo era la palabra, lo que he empleado para proferirlo era la voz.
9. He disertado sobre la voz y la palabra: la palabra, antes que todas las lenguas; la voz, en alguna lengua. ¿Qué es, pues, antes, la palabra o la voz? Dentro de mí es antes la palabra ya que, si en el corazón no concibiese yo la palabra, no emplearía la voz con que proferir la palabra. La palabra, pues, ha sido concebida antes que la voz, y de la voz se ha servido como de vehículo mediante el que llegar a ti, no con el que estar en mí, pues sé lo que voy a decir, aunque no lo diga. He ahí que antes de decirlo no he empleado la voz y dentro de mí está la palabra. En cambio, para indicártelo empleo la voz a fin de que, cuando hayas oído la voz, la palabra esté también dentro de ti. Por tanto, para que yo enseñe, la palabra precede dentro de mí y la voz sigue; en cambio, para que aprendas, precede la voz y dentro de ti sigue la palabra. Con la ayuda del Señor atended diligentemente y entended. Efectivamente, sé que hablo de cosas escondidas y colocadas en el secreto de los misterios, pero yo, uno más, hablo a fieles cristianos, que mediante la fe se anticipan a lo que voy a decir. La palabra, pues, ha precedido dentro de mí y la voz se ha aplicado a la palabra precedente. En tu caso, ha precedido mi voz y entonces has entendido la palabra que estaba en mi corazón.
10. Si, pues, Cristo es la Palabra y Juan la voz, Cristo, la Palabra, ha precedido en Dios; respecto a nosotros, en cambio, la voz ha precedido, para que viniera a nosotros la Palabra. Existía, pues, en Dios la Palabra18 y aún no existía Juan, la voz, pues ¿acaso, antes que existiese Juan, la voz, no estaba en Dios la Palabra? Estaba allí; pero, para que nos fuese dicha la Palabra, Juan fue asumido como voz y, para que a nosotros viniera la Palabra, ha precedido la voz. Por eso, Cristo existía para siempre antes de Juan y empero ha debido nacer primero no él, sino Juan, para que respecto a nosotros la voz precediera a la Palabra. Bendito es el Señor Dios nuestro, porque he hablado como he podido, y habéis entendido lo que habéis podido. Aumente él y multiplique vuestro entendimiento19 y sea clara para vosotros la Palabra que por delante ha enviado a la voz.
11. Pero ved, hermanos míos: la voz suena y pasa, la palabra permanece. Ved lo que digo. He ahí que he dicho «Dios»; primero he concebido en el corazón lo que iba a decir, después ha sonado esa única sílaba y ha pasado. ¿Acaso con ella pasa lo que en el corazón he concebido? Inversamente, cuando he dicho «Dios», en tu corazón ha sucedido que pensases en Dios. El pensamiento de Dios ha precedido en mi corazón para decirlo, y asimismo en tu corazón se ha formado, cuando has oído esa única sílaba. Esta única sílaba ha cumplido su oficio y ha pasado. Sin embargo, no ha pasado lo que había yo concebido en el corazón: estaba en mí y en mí ha permanecido, tras haber sido dicha esa única sílaba. También el pensamiento que se ha formado en tu corazón cuando esa única sílaba ha tocado tu oído, ha permanecido en tu corazón incluso después de haber pasado ella. Por tanto, hermanos, el ministerio del hombre Juan iba a pasar como cual la voz. Con razón se encargó también de un bautismo, pero transitorio fue el bautismo de Juan y, sin embargo, se le ha llamado bautismo de Juan20 . Bautismo de Cristo y bautismo de Juan: pero el bautismo de Juan, transitorio cual el de [quien era] la voz; el bautismo de Cristo, permanente y permanente para siempre, como permanecela Palabra21 .
12. Y cuanto avanzamos en Dios, tanto más se aminoran las voces y crece en nosotros la Palabra. Ahora bien, ¿para qué tenemos las voces, sino para entender algo? Si en nosotros hubiera plenitud de entendimiento, no se precisarían voces. Si pudiéramos ver nuestros pensamientos, ¿acaso se precisaría la lengua para hablar nosotros unos con otros? Habrá, pues, un tiempo cuando veamos la Palabra como la ven los ángeles y no sean precisas tus voces, pues no habrá que evangelizar cuando veamos a la Palabra en persona22. Todo lo temporal pasará, porque la voz procede de la carne, procede del heno; ahora bien, el esplendor de la carne, como flor de heno; el heno se ha aridecido, la flor se ha caído; en cambio, laPalabra del Señor permanece para siempre23. Porque, pues, cuanto avanzamos hacia la inteligencia, tanto menos serán precisas las voces mediante las que somos llevados a la inteligencia, por eso ha dicho también Juan mismo: Es preciso que él crezca, que yo, en cambio, disminuya24 . Al crecer la Palabra, disminuye la voz.¿Qué significa «al crecer la Palabra»? De hecho, no crece la Palabra, sino que nosotros crecemos en ella, en ella avanzamos, se nos hace desarrollarnos en ella, de forma que ya no tenemos por necesarias las voces. Por una parte, esto ha aparecido precisamente mediante los nacimientos tanto de la Palabra cuanto de la voz. La Palabra ha nacido el veinticinco de diciembre, y a partir de ahí el día comienza a aumentar; antes de la Palabra de Dios ha nacido la voz, cuando el día comienza a disminuir: Es preciso que él crezca, que yo, en cambio, disminuya. Por otra parte, han mostrado esto las [respectivas] pasiones: disminuyó Juan decapitado, ha crecido Cristo, erguido en la cruz.
13. Así, pues, en honor de la Palabra celebremos el día del nacimiento de la voz, y no atendamos a las argucias de los hombres vanos, que no entienden lo que hablan, ni nos dejemos engañar por ellas. De hecho, porque Juan tuvo un bautismo y en los Hechos de los Apóstoles se encuentra que fueron bautizados quienes tenían sólo el bautismo de Juan —en realidad—, se encontró a ciertos discípulos que tenían el bautismo de Juan, y el apóstol Pablo les mandó bautizarse porque tenían solo un bautismo transitorio porque tenían el bautismo de la voz, aún no el de la Palabra25; en verdad, ahora buscas el bautismo de Juan y no lo encuentras, pues la voz ha sonado y pasado; en cambio, el bautismo de Cristo continúa hoy; porque, pues, precisamente a causa de este misterio mandó el apóstol Pablo que se bautizaran quienes tenían el bautismo de Juan, de ahí quisieron sacar un argumento para la repetición del bautismo los herejes, cuyo error lamentamos y de cuya liberación nos gozamos. Al respecto, pues, respondamos brevemente algo.
14. Precisamente porque el apóstol Pablo mandó que fuesen bautizados los hombres que tenían el bautismo de Juan26 , supones que debe ser rebautizado el hombre que ha recibido el bautismo de Cristo, y argumentas así: «Si después de Juan Bautista, acerca del cual dijo el Señor ?Entre los nacidos de mujeres no ha surgido mayor que Juan Bautista?27; si después de él bautizaron los apóstoles, cuánto más debe bautizarse después de los herejes».16. Respondo: «Porque después de Juan Bautista se bautizó, supones que se le hace injuria, si no se bautiza después de los herejes». También yo me duelo de esa injuria, pero te replico así: «Si se bautizó después de Juan, ¿no se ha debido bautizar después de Optato?. ¿Qué me dices a propósito de esto? ¿Quién era Juan?». «Entre los nacidos de mujeres nadie surgirá mayor que Juan Bautista». «En tu grupo hay algún presbítero, al menos borracho —no quiero decir usurero, no quiero decir adúltero; de momento [menciono] lo que abunda y sucede públicamente—: en tu grupo hay un presbítero, al menos borracho». «Sigue». «¿Por qué no rebautizas después de él? Si bautizas después de Juan, que no bebió vino28 , ¿no debes bautizar después de un borracho?». Ciertamente, aquí se turba y no tiene qué decir. ¿Qué, pues? Óyeme.
15. Precisamente Pablo ordena que se bauticen quienes tenían el bautismo de Juan y no tenían el de Cristo29. En cambio, ¿por qué no bautizas después de un borracho? Porque [este] no ha dado, sino el bautismo de Cristo. En efecto, de Cristo es el bautismo: lo dé un sobrio, lo dé un borracho, de Cristo es, no es del sobrio ni del borracho. Pedro ha dado este bautismo, de Cristo es; lo ha dado Judas, de Cristo es, pues no porque Pedro lo ha dado es de Pedro. ¿Por qué? Aquel bautismo se llamó de Juan. En el caso de quienes ha bautizado Pedro, en el de quienes ha bautizado Pablo, en el de quienes ha bautizado Juan Evangelista no se habla de bautismo de Pedro, de Pablo, de Judas, sino que en quienes ha bautizado Pedro, en quienes han bautizado Pablo, Juan, Judas está el bautismo de Cristo. En cambio, en quienes bautizaron los discípulos de Juan estaba el de Juan.18, porque Juan se había encargado de esta gestión y servicio preparatorio: la voz delante de la Palabra. Por tanto, tú no quieres bautizar después de un borracho, ni yo después de un hereje.
16. Y si quizá supones que al reino de los cielos no entra el hereje y entra el borracho, el apóstol Pablo ha dejado manifiesto [el asunto], al decir: Ahora bien, manifiestas son las obras de la carne, que son fornicaciones, inmundicias, lujuria, servidumbre a ídolos, hechicerías, enemistades, peleas, rivalidades, animosidades, disensiones, herejías, envidias, borracheras, comilonas y cosas semejantes a éstas, respecto a las cuales os predigo, como lo he predicho, que quienes tales cosas hacen no poseerán el reino de Dios30 Ha puesto las herejías allí donde ha puesto los borrachos, y ha concluido: Quienes tales cosas hacen no poseerán el reino de Dios. Tráeme un hereje, también un borracho: si [aquél] ha perseverado en la herejía, no entra al reino de los cielos; así, tampoco el borracho, si ha perseverado en la borrachera, entra al reino de los cielos. Instrúyeme. Ambos ¿el bautismo de quién dan? Ambos están fuera del reino de los cielos, pero dan una cosa del reino de los cielos. El pregonero pronuncia la sentencia, pero no libra a la inocencia: libera el juez, que ha mandado al pregonero lo que ha de decir. A veces, el pregonero es criminal y mediante él queda libre un inocente. El pregonero criminal dice: «He mandado que lo suelten»; y mediante un criminal queda libre el inocente. ¿Por qué? Porque la voz del pregonero es la sentencia del juez.
Pues bien, bautiza un borracho: es un servicio; ha bautizado un hereje: es un servicio. El don del bautismo es don del omnipotente Dios. Simple y llanamente, si [uno] ha bautizado en el nombre de Donato, es preciso que de nuevo sea bautizado [quien ya lo fue]. Si, en cambio, reconozco ahí el bautismo de Cristo, si reconozco las palabras del evangelio31, si reconozco la forma y marca de mi Rey, aunque eras desertor y mediante la marca podías quedar convicto y morir, ven al campamento con la marca del Señor: puedes merecer indulgencia, la marca no se te puede cambiar.