SERMÓN 293

Traductor: José Anoz Gutiérrez, o.a.r.

En el natalicio de Juan Bautista.

1. Hoy celebramos la solemnidad de san Juan, cuyo nacimiento escuchamos llenos de admiración cuando se leyó el evangelio. ¡Cuál será la gloria del juez si es tan grande la del heraldo! ¡Cómo será el camino que ha de venir si es tal quien lo prepara! La Iglesia considera en cierto modo sagrado el nacimiento de Juan. No se encuentra ningún otro entre los Padres cuyo nacimiento celebremos solemnemente. Celebramos el nacimiento de Juan y el de Cristo, lo cual no puede carecer de significado, y, aunque quizá yo sea incapaz de explicarlo como merece la grandeza del asunto, da origen a pensamientos fructíferos y profundos. Juan nace de una anciana estéril, y Cristo de una jovencita virgen. A Juan lo da a luz la esterilidad, y a Cristo la virginidad. En el nacimiento de Juan, la edad de los padres no era la adecuada, y en el de Cristo no hubo abrazo marital. Juan es anunciado proclamándolo un ángel; anunciándolo un ángel, es concebido Cristo. No se da crédito al nacimiento de Juan, y su padre queda mudo; se cree el de Cristo, y es concebido por la fe. Primero llega la fe al corazón de la virgen; luego sigue la fecundidad en el seno de la madre. Y, sin embargo, son casi las mismas las palabras de Zacarías y las de María. Aquél, cuando el ángel le anunció a Juan, le dijo: ¿Cómo conoceré esto? Yo soy anciano y mi mujer ya está entrada en años1. Esta dijo al ángel que le anunció su futuro parto: ¿Cómo sucederá eso, pues no conozco varón?2Palabras casi idénticas. A Zacarías se le responde: Mira: quedarás mudo, sin poder hablar, hasta que acontezca lo dicho, por no haber creído mis palabras, que se realizarán a su tiempo3. A María, en cambio: El Espíritu Santo vendrá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso lo que nazca de ti será santo y será llamado Hijo de Dios4. Él es reprendido, ella aleccionada. A él se le dice: Por no haber creído; a ella: «Recibe lo que solicitaste». Las palabras son casi las mismas: ¿Cómo conoceré eso? y ¿Cómo sucederá eso? Pero a quien escuchaba las palabras y veía el corazón no se le ocultaba este. Un pensamiento se ocultaba debajo de cada una de estas expresiones; se ocultaba a los hombres, no al ángel; mejor, no se le ocultaba a quien hablaba por medio del ángel. Por último, nace Juan cuando la luz del día comienza a disminuir y a crecer la noche; Cristo nace cuando las noches decrecen y los días se alargan. Y como si el mismo Juan tuviese en su mente el simbolismo de los dos nacimientos, dijo: Conviene que él crezca y yo mengüe5. Es lo que he propuesto como objeto de investigación y lo que he anticipado como tema de discusión. Os he anticipado esto; pero, si soy incapaz de escrutar toda la profundidad de tan gran misterio por falta de luces o de tiempo, mejor os enseñará quien habla dentro de vosotros incluso en ausencia mía, en quien pensáis devotamente, a quien habéis recibido en el corazón, de quien habéis sido hechos templo.

2. Juan, pues, parece haber sido puesto como una especie de frontera entre los dos Testamentos, el Antiguo y el Nuevo. Que él es, en cierta manera, una frontera, como acabo de afirmar, lo atestigua el mismo Señor al decir: La ley y los profetas llegan hasta Juan bautista6. Es, pues, la personificación de la antigüedad y el anuncio de la novedad. En atención a lo primero, nace de padres ancianos, y en atención a lo segundo, se manifiesta como profeta ya en el seno de la madre. Aun antes de nacer exultó de gozo en el seno de su madre ante la llegada de santa María7 Ya estaba designado allí; designado antes de nacer: se muestra de quién iba ser precursor, antes de ser visto por él. Son misterios divinos y exceden la medida de la fragilidad humana. Por último, nace, se le impone el nombre y se suelta la lengua del padre8. Refiere todo lo acontecido a una figura que significa realidades; procura solamente no negar la realidad de los hechos, porque, tal vez, logres decir lo que significan. Lo realmente acontecido refiérelo a las realidades significadas y advierte un gran misterio. Calla Zacarías, y pierde la voz hasta que nazca Juan, el precursor del Señor, y le devuelva la voz. ¿Qué significa el silencio de Zacarías sino una profecía misteriosa, que antes de la predicación de Cristo se hallaba, en cierto modo, oculta y sin desvelar? Con su llegada se abre; se desvela al venir el profetizado. Esto es lo que significa la recuperación del habla por parte de Zacarías en el nacimiento de Juan: lo mismo que la escisión del velo en la crucifixión de Cristo9. Si Juan se hubiese anunciado a sí mismo, no hubiese abierto la boca de Zacarías. Se suelta la lengua porque nace la voz. En efecto, cuando Juan anunciaba ya al Señor, se le preguntó: Tú ¿quién eres?10 Y él respondió: Yo soy la voz del que clama en el desierto11.

3. Juan era la voz; el Señor, en cambio, en el principio existía la Palabra12. Juan es la voz temporal; Cristo, la Palabra eterna que existía en el principio. Quita la palabra; ¿en qué se convierte la voz? Cuando nada significa, es un ruido vacío. La voz sin palabra golpea el aire, pero no edifica la mente. Pero consideremos cuál es el orden de ambas cosas en la misma edificación de nuestra mente. Si pienso en algo para decirlo, ya está la palabra en mi mente; pero, si quiero hablarte a ti, me preocupo de cómo podrá estar también en tu mente lo que ya está en la mía. Buscando el modo como puedo llegar a ti y plantar en tu mente la palabra que ya está en la mía, asumo la voz, y, una vez asumida, te hablo. El sonido de la voz te conduce hasta la comprensión de la palabra; y, una vez que ha cumplido esta función, el sonido pasa, pero la palabra que el sonido llevó hasta ti está ya en tu mente sin haberse alejado de la mía. Una vez que el sonido ha trasladado la palabra hasta ti, ¿no parece que el mismo te dice: Conviene que ella crezca y que yo mengüe13? El sonido de la voz resonó para cumplir un servicio y se alejó como diciendo: Este gozo mío se ha cumplido14. Retengamos la palabra; no perdamos la palabra recogida en el fondo de nuestro ser. ¿Quieres ver la voz que pasa y la divinidad de la Palabra que permanece? ¿Dónde queda ahora el bautismo de Juan? Cumplió su función y desapareció; el bautismo de Cristo se repite ahora. Todos creemos en Cristo, esperamos de él la salvación. Esto mismo lo dijo la voz. Pero como es difícil distinguir la palabra de la voz, hasta el mismo Juan fue considerado como el Cristo. La voz fue confundida con la palabra; pero la voz se conoció a sí misma para no ofender a la palabra. No soy —dice—, el Cristo, ni Elías, ni el Profeta. Le respondieron: —Entonces, ¿quién eres tú?— Yo soy —dice— la voz del que clama en el desierto: «Preparad el camino al Señor15». La voz del que clama en el desierto, la voz del que rompe el silencio. Preparad el camino al Señor: como si dijera: «Mi sonido va dirigido a hacer que él entre en los corazones; pero no se dignará venir al lugar donde yo quiero introducirlo a no ser que le preparéis el camino». ¿Qué significa: Preparadle el camino, sino: «Suplicadle como es debido»? ¿Qué significa: Preparadle el camino, sino: «Tened pensamientos de humildad»? Recibid de él el ejemplo de humildad. Lo toman por Cristo, y dice que no es aquel por quien lo toman; no se apropia del error ajeno ni siquiera para alimentar su orgullo. Si hubiese dicho que era él, ¡qué fácilmente hubiesen creído a quien ya creían que lo era antes de decir nada él! Pero no lo dijo; reconoció quién era, se diferenció de Cristo, se humilló. Vio dónde tenía su salvación; comprendió que era una lámpara, y temió que el viento de la soberbia la apagara.

4. En efecto, agradó a Dios su disposición a dar testimonio de Cristo, a pesar de ser un hombre de gracia tan elevada que podía pasar por ser Cristo. Pues —como dijo el mismo Cristo— entre los nacidos de mujer no ha surgido otro mayor que Juan Bautista16. Si ningún hombre era mayor que éste, quien sea mayor que él es más que hombre. ¡Grandioso testimonio de Cristo acerca de sí mismo! Mas para los ojos legañosos y enfermos no es grande el testimonio que de sí da el día. Los ojos enfermos temen la luz del día, a la vez que soportan la de una lámpara. Por esta razón, el día a punto de llegar mandó delante la lámpara. Envió por delante a los corazones de los fieles la lámpara para confundir los corazones de los infieles. He preparado —dice— una lámpara a mi Cristo17. Dios Padre, hablando por boca del profeta, dijo: He preparado una lámpara a mi Cristo: Juan, pregonero del Salvador; precursor del juez que está para llegar; amigo del futuro esposo. He preparado —dice— una lámpara a mi Cristo. ¿Por qué la has preparado? Llenaré de confusión a sus enemigos; mas sobre él florecerá mi santificación18. ¿Cómo han sido confundidos sus enemigos mediante esta lámpara? Examinemos detenidamente el evangelio. Los judíos dijeron al Señor con ánimo de calumniar: ¿Con qué poder haces eso?19 Si tú eres el Cristo, dínoslo claramente20. Buscaban no creer en él, sino poder acusarle; cómo tenderle asechanzas, no cómo verse liberados. Finalmente, Considerad lo que les respondió el que estaba viendo sus corazones, sirviéndose de la lámpara para confundirlos. También yo —dice— quiero haceros una pregunta. Decidme: el bautismo de Juan, ¿de dónde procede? ¿Del cielo o de los hombres?21 Ellos, deslumbrados al instante y obligados a ir a tientas, porque, aunque el día resplandecía sólo tenuemente, no podían contemplar tal claridad, se refugiaron en las tinieblas de su corazón, y allí comenzaron a turbarse unos a otros, chocando y rodando. Si decimos —confiesan—; esto pensaban para sí allí donde él podía ver; si decimos —confiesan— que es del cielo, nos dirá: «¿Por qué no le creísteis entonces?22» En efecto, él había dado testimonio a favor de Cristo el Señor. Si, por el contrario, decimos que viene de los hombres, el pueblo nos lapidará23 , puesto que Juan era tenido por un gran profeta. Y respondieron: Lo desconocemos24. Lo desconocéis: estáis en las tinieblas, perdéis la luz. Si por casualidad las tinieblas se hallasen presentes en el corazón humano, ¡cuánto mejor sería dar acceso a la luz antes que perderla! Cuando respondieron: Lo desconocemos, les dice el Señor: Tampoco yo os digo con qué poder hago esto25. Pues sé con qué intención habéis dicho: Lo desconocemos; no porque deseabais de ser instruidos, sino porque temíais confesarlo.

5. Este plan divino, en cuanto puede investigarlo el hombre —más quien es mejor; menos, quien es inferior—; este plan divino nos deja entrever un gran misterio. En efecto, Cristo iba a venir a nosotros en la carne; Cristo, no un cualquiera, no un ángel, no un legado suyo; pero él, viniendo, los salvará26. No había de venir un cualquiera; y, sin embargo, ¿cómo iba a venir? Iba a nacer en carne mortal; sería un niño sin habla, que iba a ser puesto en un pesebre, abrigado en una cuna, nutrido con leche; que iba a pasar de edad en edad, y, finalmente, hasta la muerte le habría hecho perecer. Todas estas cosas son indicios de humildad y, más aún, manifestación de una gran humildad. —Esta humildad, ¿de quién? —Del excelso. —¿Cuál es su excelsitud? —No busques en la tierra; trasciende hasta los astros, y, cuando hayas llegado a los ejércitos celestes de los ángeles, oirás que te dicen: «Trasciéndenos también a nosotros». Cuando hayas llegado a los tronos, a las dominaciones, a los principados y a las potestades, escucharás: «Trasciéndenos también a nosotros. También nosotros hemos sido hechos». Todas las cosas fueron hechas por ella27. Trasciende todas las criaturas: hayan sido creadas o instituidas, sean mudables, corpóreas o incorpóreas, trasciéndelas todas. Aún no puedes trascenderlas viéndolas, hazlo creyendo. Llega al creador; entre tanto, llevando por delante la fe que te guía, llega al creador. Ve allí que en el principio existía la Palabra28. Ella no fue hecha nunca, sino que existía en el principio. No es como cualquier criatura de la que se dijo: En el principio hizo Dios el cielo y la tierra29. La Palabra que existía en el principio no conoció un tiempo en que no existiera.6. Esta Palabra que existía en el principio, que era la Palabra junto a Dios, y la misma Palabra era Dios30 y todas las cosas fueron hechas por ella, y sin ella nada se hizo31 y en ella es vida cuanto ha sido hecho32, vino a nosotros. ¿A quiénes? ¿A quiénes lo merecían? No, sino a quienes no lo merecían. En efecto, Cristo murió por los impíos33e indignos, aunque él fuese digno. Nosotros no merecíamos misericordia; pero él, por su compasión, era acreedor a que se le dijese: Líbranos, ¡oh Señor!, por tu misericordia34. Líbranos, Señor, no por nuestros precedentes méritos, sino por tu misericordia; sé propicio con nuestros pecados por tu nombre35, no por merecimiento nuestro. Efectivamente, no porque lo merezcan nuestros pecados sino por tu nombre, pues lo que merecen los pecados no es ciertamente un premio, sino el castigo. Así, pues, por tu nombre. Ved a quiénes vino y la grandeza de quien vino. ¿Cómo vino él hasta nosotros? En verdad, la Palabra se hizo carne36para habitar entre nosotros. En efecto, si hubiera venido sólo en su divinidad, ¿quién hubiera podido soportarlo? ¿Quién lo hubiera acogido? ¿Quién lo hubiera recibido? Pero él tomó lo que éramos nosotros para que no permaneciéramos siendo lo que éramos; tomó lo que éramos por naturaleza, no por la culpa. Vino a los hombres en condición de hombre, no en condición de pecador, aunque venía a pecadores. De estas dos cosas humanas, la naturaleza y la culpa, tomó la primera y sanó la segunda. Si él, en efecto, hubiese tomado nuestra iniquidad, también él hubiese buscado un salvador. No obstante, la tomó también para sobrellevarla y sanarla, no para tenerla, y, Dios oculto, apareció como un hombre entre los hombres.

6. ¿Quién, pues, dará testimonio a este día que se oculta en la especie de nube que es la carne? Dame una lámpara, dé testimonio del día; pero engrandece hasta el límite esta lámpara, de modo que quien sea más que ella sea ya día: Entre los nacidos de mujer no ha surgido otro mayor que Juan Bautista37. ¡Oh plan inefable! A mí, hermanos, cuando pienso estas cosas, me llena más de admiración lo que afirma Juan de Cristo, según atestigua el evangelio: No soy digno de desatar la correa de su calzado38.¿Qué puede decirse que incluya mayor humildad? ¿Qué hay más excelso que Cristo? ¿Qué más humilde que un crucificado? El que tiene la esposa es el esposo; pero el amigo del esposo se mantiene en pie y le escucha, y se llena de gozo por la voz del esposo39 , no por la suya. Todos nosotros —dice— hemos recibido de su plenitud40. ¡Cuántas cosas dice de Cristo! ¡Qué luminosas, qué elevadas, qué dignas! Eso suponiendo que alguien pueda decir algo digno de él. Y, sin embargo, no forma parte de los discípulos del Señor ni lo sigue como Pedro, Andrés, Juan y los demás. Al contrario, él mismo reunió también sus propios discípulos, y, aun establecido aquí el Señor con los suyos, seguía teniendo discípulos Juan. Se preguntaba al mismo Señor: ¿Por qué ayunan los discípulos de Juan, mientras que los tuyos no?41 Esto era, sin duda alguna, una necesidad para el precursor fiel: que Cristo fuese anunciado por alguien que pudiera ser su émulo. Tenía discípulos Juan, los tenía también Cristo; parecía tener una escuela aparte, pero estaba unido a él en calidad de testigo. Por eso, entre los nacidos de mujer no ha surgido nadie mayor que Juan Bautista. Hubo profetas que tuvieron discípulos, pero antes de la venida de Cristo. Hubo después grandes apóstoles, pero grandes por ser discípulos de Cristo, no porque pudieran tener discípulos al mismo tiempo que Cristo. Juan tiene sus propios discípulos, los reúne, bautiza. ¿Qué pensamos? ¿Está él dentro o está fuera? En verdad está dentro, para ser liberado por Dios en cuanto hombre; aparentemente está fuera, para ser creído en su condición de testigo. Pon atención a esto. Suponte que dieran testimonio del Señor, por ejemplo, Pedro, Andrés, Juan y los restantes apóstoles; podrían decirles: «Vosotros alabáis a quien seguís; anunciáis a aquel a quien estáis asociados». Venga la lámpara a confundir a los enemigos, reúna discípulos. Los tiene Cristo, los tiene también Juan. Bautiza Cristo, bautiza también Juan; llegan algunos a Juan y le dicen: Aquel de quien tú diste testimonio bautiza, y todos se van a él42, para que, como rival envidioso de Cristo, hablase mal de él. Pero en ese momento la lámpara arde más vigorosamente, resplandece con mayor claridad, se nutre mejor: a mayor distinción, mayor seguridad. Ya os he dicho —afirma— que yo no soy el Cristo. Quien tiene la esposa es el esposo; quien ha venido del cielo está por encima de todos43. Los que creían en Cristo se llenaban de admiración, mientras que sus enemigos quedaban confundidos precisamente entonces, cuando se sentía impulsado a anunciarlo quien podía creerse que sintiera celos de él. El siervo se ve obligado a reconocer al Señor, y la criatura a dar testimonio del Creador; mejor, no se siente obligado, sino que lo hace libremente, pues es un amigo, no un envidioso; no mira por sí mismo, sino por el esposo.

7. Así se comportan los amigos del esposo. Incluso en los matrimonios humanos existe cierto rito según el cual, dejados de lado los restantes amigos, se escoge uno íntimo, conocedor del secreto conyugal, llamado paraninfo. Pero aquí hay una diferencia, y grande. En los matrimonios humanos es un hombre el que ejerce la función de paraninfo para otro; aquí cumple Juan esa función respecto a Cristo; pero el mismo Cristo, el esposo, es Dios también, el mediador entre Dios y los hombres; pero en cuanto hombre, pues en cuanto Dios no es mediador, sino igual al Padre, lo mismo que el Padre, un solo Dios con él. ¿Cómo hubiera podido ser mediadora esta sublimidad de la que tan lejos nos hallábamos? Para estar en el medio asuma lo que no era, mas permanezca siendo lo que era para que podamos llegar nosotros. Ved que Dios es superior a nosotros, y nosotros inferiores a él, siendo grande el espacio que nos separa; es, sobre todo, el abismo del pecado lo que más nos distancia y aleja. Siendo tan grande la distancia, ¿por dónde tendríamos que caminar para llegar a Dios? Dios permanece siendo Dios, pero se une el hombre a Dios y resulta una sola persona, de modo que no es un semidiós, como si fuera Dios en su parte divina, y hombre en su parte humana, sino enteramente Dios y enteramente hombre: Dios liberador, hombre mediador, para poder llegar a él por él, no por otro; ni tampoco a otro, sino, más bien, por aquello que somos en él a aquel por quien fuimos hechos. El apóstol sabía ciertamente que Cristo era Dios; pues, hablando de los méritos anteriores de los judíos, dijo de él: De quienes son los patriarcas y de quienes nació Cristo según la carne, que es Dios sobre todas las cosas, bendito por los siglos44 ; así, pues, a pesar de que sabía que él era Dios y Dios sobre todas las cosas, y Dios sobre todas las cosas precisamente por haberlas creado todas, cuando tuvo que presentarlo como mediador no mencionó su ser divino; la consecuencia es que no es mediador en cuanto es Dios, sino en cuanto que se hizo hombre. Tal es nuestra liberación. En efecto, hay un solo Dios45. Puesto que sois católicos quienes me estáis oyendo, católicos instruidos, y habéis escuchado con atención que no hay más que un solo Dios, pregunto: ¿Es Dios solamente el Padre? ¿O solamente el Hijo o el Espíritu Santo? No, sino que el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo son un único Dios. Así, pues, uno solo es Dios y uno solo es el mediador entre Dios y los hombres, el hombre Cristo Jesús46 . Si hubiese dicho: «Uno solo es Dios y uno solo también el mediador entre Dios y los hombres, Cristo Jesús», se daría la impresión de que se trata de un Dios menor. En efecto, parecería que se le separaba de aquella Trinidad divina si se hablaba de un solo Dios y un solo mediador entre Dios y los hombres, Cristo Jesús, como si nada tuviese que ver con él ese único Dios. Pero en la unidad de Dios está incluido el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo; que la divinidad conserve la unidad y que reciba la humildad la función de mediación.

8. Gracias a esta acción mediadora, adquiere la reconciliación con Dios la masa entera del género humano, alejada de él por medio de Adán. Por Adán entró el pecado en el mundo, y por el pecado la muerte, y así pasó a todos los hombres, quienes pecaron todos en él47. ¿Quién podría verse libre de él? ¿Quién se distinguiría pasando de esta masa de ira a la misericordia? ¿Quién, pues, te distingue? ¿Qué tienes que no hayas recibido?48 .No nos distinguen los méritos, sino la gracia. En efecto, si fueran los merecimientos, sería algo debido; y, si es debido, no es gratuito; y, si no es gratuito, no puede hablarse de gracia. Esto lo dijo el mismo apóstol: Si procede de la gracia, ya no de las obras; pues, de lo contrario, la gracia dejaría de ser gracia49. Gracias a una sola persona, nos salvamos los mayores, los menores, los ancianos, los hombres maduros, los niños, los recién nacidos: todos nos salvamos gracias a uno solo. Pues uno solo es Dios, y uno solo también el mediador entre Dios y los hombres: el hombre Cristo Jesús. Por un hombre nos vino la muerte, y por otro la resurrección de los muertos. Como en Adán morimos todos, así también en Cristo seremos vivificados todos50.

9. Quizá aquí me salga alguien al encuentro, diciéndome: «¿Cómo todos?51 Entonces ¿también quienes han de ser enviados al fuego, quienes van a ser condenados con el diablo y atormentados con el fuego eterno? ¿Cómo dices todos y todos?» Porque nadie fue llevado a la muerte sino por Adán y nadie fue llevado a la vida sino por Cristo. Si hubiera habido otro que nos hubiese conducido a la muerte, no todos habrían muerto en Adán; si hubiese otro por el que pudiésemos llegar a la vida, no todos serían vivificados en Cristo.

10. «Entonces —dice alguien— ¿también el niño que aún no habla necesita quien lo libere?» Cierto que lo necesita. Testigo de ello es la madre fiel, que corre con él a la Iglesia para que lo bautice. Testigo es también la santa madre Iglesia, que recibe al niño que debe ser purificado y que o ha de dejarlo irse, ya liberado, o ha de nutrirlo con amor materno. ¿Quién se atreverá a testimoniar contra una madre tan grande? Finalmente, incluso el llanto del niño mismo es testimonio de su miseria. En cuanto le es posible, lo atestigua también la debilidad de la naturaleza, aún sin uso de razón: no entra en esta vida riendo, sino llorando. Reconoce su miseria, préstale ayuda. Revístanse todos de entrañas de misericordia. Cuantas menos posibilidades tienen ellos de hacerlo por sí mismos, con tanta más misericordia hablemos nosotros en favor de los pequeños. La Iglesia acostumbra prestar a los huérfanos ayuda en la defensa de sus intereses; hablemos todos en favor de los pequeños, préstenles todos auxilio para que no pierdan la herencia celeste. También por ellos se hizo pequeño su Señor. ¿Cómo no pertenecieron a la liberación que él otorga quienes merecieron ser los primeros en morir por él?52 .

11. Finalmente, cuando ya se anunciaba como inminente su nacimiento, se dijo del mismo Señor y Salvador: Le pondrán por nombre Jesús; él, en efecto, salvará a su pueblo de sus pecados53. Tenemos a Jesús, y sabemos lo que significa este nombre. ¿Por qué es Jesús, que en latín significa Salvador?; ¿por qué es Jesús? Él, en efecto, salvará a su pueblo. Pero también Moisés salvó con mano poderosa a su pueblo; con la ayuda del Excelso, lo libró de la persecución y dominio de los egipcios. También Jesús Nave salvó a su pueblo de los perseguidores y de las guerras de los gentiles. Salvaron al pueblo los jueces, librándolo de las otras tribus. Lo salvaron también los reyes, librándolo del dominio de los gentiles que ladraban a su alrededor. No es ésta la salvación propia de Jesús; él lo librará de sus pecados. Le pondrán por nombre Jesús. ¿Por qué? Él, en efecto, salvará a su pueblo. ¿De qué? De sus pecados. Ahora pregunto refiriéndome a un niño cualquiera; es llevado a la iglesia para hacerlo cristiano, para ser bautizado: pienso que es con la finalidad de que forme parte del pueblo de Jesús. ¿De qué Jesús? El Jesús que salva a su pueblo de sus pecados. Si nada tiene que necesite salvación, sáquesele de allí. ¿Por qué no decimos a las madres: «Retirad de aquí a estos niños? Jesús es efectivamente salvador; pero, si éstos no tienen nada que necesite salvación, retiradlos de aquí, pues no tienen necesidad de médico los sanos, sino los enfermos54». Mientras discutimos sobre este niño, alguien se atreverá a decirme: «Para mí es Jesús, para este no». Entonces ¿para ti es Jesús y para él no? ¿No ha venido a Jesús? ¿No se responde en su nombre para que crea en Jesús? ¿Hemos instituido un bautismo especial para los niños que no incluye la remisión de los pecados?. Si este pequeño pudiese hablar en defensa propia, sin duda refutaría las palabras de quien me contradice y gritaría: «Dame la vida en Cristo; he muerto en Adán, dame la vida en Cristo, en cuya presencia nadie está limpio, ni siquiera el niño de un solo día de vida sobre la tierra55». No negaría la gracia a estos, ni siquiera quien se la otorgase de sí mismo. Hay que ser misericordiosos con los miserables. ¿Por qué se alaba con exceso su inocencia? ¡Hallen al salvador, no sientan aún al adulador! Nosotros ni siquiera debemos discutir ante peligro tan grande para los niños, para no dar la impresión de que diferimos su salvación, aunque sólo sea mientras dura la disputa. Sea llevado a la iglesia, lavado, liberado, vivificado. Como en Adán han muerto todos, así también en Cristo son vivificados todos56. No encontró otro camino para alcanzar la vida de este mundo sino el que pasaba por Adán, ni encontrará cómo escapar de la pena del mundo futuro si no es por Cristo. ¿Por qué le cierras la única puerta? Pues uno solo es Dios y uno solo el mediador entre Dios y los hombres: el hombre Cristo Jesús57. Escúchalo, te está gritando: No tienen necesidad de médico los sanos, sino los enfermos58. ¿Por qué dices que está sano sino por afán de llevar la contraria al médico?

12. «Entonces —dice— ¿también aquel Juan de quien estabas hablando nació con pecado?» Sólo hallarás que haya nacido libre del pecado aquel a quien encuentres que no ha nacido de Adán. No podrás arrancar de la mano de los fieles esta afirmación: Por un hombre entró la muerte y por un hombre la resurrección de los muertos. Como en Adán mueren todos, así también todos son vivificados en Cristo59. Por un hombre entró el pecado en el mundo, y por el pecado la muerte, y así pasó a todos los hombres60. Si estas palabras fuesen mías, ¿podía haber encontrado otras que lo expresaran más clara, más evidente y más plenamente? Así pasó a todos los hombres, pues todos pecaron en él61. Tú, haz de Juan una excepción; si consigues separarlo de los hombres, si consigues desvincularlo del único cauce de la propagación humana y del abrazo del varón y la mujer, lo desvincularás también de esa afirmación. Pues el que quiso ser separado de ella se dignó venir a través de una virgen. ¿Por qué me obligas a discutir sobre los méritos de Juan? Estando aún en el seno, saludó al Señor; pero pienso que saludó a aquel de quien deseaba la salud. No busca tu defensa perniciosa. Cuando el Señor se acercó a ser bautizado por él, dijo consciente de su enfermedad: Soy yo quien debo ser bautizado por ti62. Iba, pues, el Señor a ser bautizado para recomendar la humildad incluso con su bautismo y al mismo tiempo hacer sagrado el sacramento, porque lo recibió en su edad madura, igual que, cuando niño, la circuncisión. Lo recibió para recomendar los medicamentos, no las heridas. Pero a Juan, en cambio, de haber estado limpio de toda culpa, ¿qué le habría impulsado a decir: Soy yo quien tiene que ser bautizado por ti, si nada había en él que necesitase curación o limpieza? Reconociéndose él deudor, ¿le descargas tú de las deudas para que queden sin pagar? Yo soy —dice— quien debe ser bautizado por ti; tengo necesidad, me es necesario. También esto le fue concedido allí; pues, cuando el Señor bajó al agua, no quedó Juan excluido del agua. ¿Qué necesidad tenemos de más cosas? Cese ya, si es posible, de llevar la contraria ese pendenciero, porque el Salvador libró incluso a su propio heraldo.