En el natalicio de Juan Bautista.
1. No es necesario indicaros qué fiesta celebramos hoy, pues todos lo habéis oído al leerse el evangelio. Hoy recibimos al santo Juan, precursor del Señor, el hijo de una estéril que anunciaba al hijo de una virgen, pero siempre siervo que anuncia al Señor. Puesto que Dios hecho hombre había de venir mediante una virgen, le precedió un hombre excelente nacido de una mujer estéril para que aquél, refiriéndose al cual dice Juan que es indigno de desatar la correa de su calzado1 sea reconocido como Dios—hombre. Admira a Juan cuanto te sea posible, pues su admiración por él sirve a Cristo. Sirve —repito— a Cristo, no porque tú le ofrezcas algo a él, sino para progresar tú en él. Admira, pues, a Juan cuanto te sea posible. Escuchaste qué has de admirar. Un ángel lo anuncia a su padre, que era sacerdote, y le priva de la voz porque no le dio crédito; permanece mudo, esperando recobrar la lengua con el nacimiento del hijo. Concibe quien era estéril y anciana, infecunda por doble capítulo: por estéril y por la edad. El ángel ya anuncia quién va a ser, y se cumple en él lo anunciado. Cosa más maravillosa aún: aparece lleno del Espíritu Santo ya desde el seno de su madre. Luego, al llegar la santa María, salta de gozo en el vientre y saluda con sus movimientos a quien no podía con la palabra. Al nacer devuelve la lengua a su padre, y el padre, al hablar, impone el nombre al niño, y todos se maravillan de gracia tan inmensa. ¿De qué otra cosa puede hablarse sino de la gracia? ¿Dónde ha merecido este Juan a Dios? ¿Cómo mereció a Dios antes de existir para poder merecerlo? ¡Oh gracia gratuitamente dada!
2. Todos se llenan de admiración y quedan estupefactos y, para que se escribiese lo que nosotros leeríamos, con el movimiento de su corazón dicen: ¿Qué piensas que será este niño? La mano del Señor está con él2 . ¿Qué piensas que será este niño? Supera los límites de la naturaleza humana. Conocemos a niños, pero ¿qué piensas que será éste? ¿Por qué dices: qué piensas que será este niño. La mano del Señor está con él? Que la mano del Señor está con él, lo sabemos ya; pero desconocemos lo que será. Ciertamente será grande quien ya de pequeño lo es. ¿Qué será el que, siendo tan chiquito, es ya tan grande? ¿Qué será? La flaqueza humana no lo vislumbra, tiemblan los corazones de todos los que piensan en ello: ¿Qué piensas que será este niño? Será grande; pero ¿qué tendrá que ser quien sea mayor que él? Será extraordinariamente grande; pero ¿qué habrá de ser el que sea mayor que él? Si el que comienza a existir ahora es tan grande, ¿cómo será el que ya existía? Pero ¿por qué acabo de decir «el que ya existía»? Existía antes de Juan y de Zacarías; más aún, existía antes de Juan, de Abrahán, de Isaac y de Jacob. Antes de Juan existían, ciertamente, el cielo y la tierra. ¿Cómo será el que existía desde el principio? Al principio, es decir, antes de Juan y antes de cualquier hombre, hizo Dios el cielo y la tierra3. Mas ¿preguntas por medio de qué hizo esto? La Palabra no la hizo Dios al principio, sino que ya existía. En el principio existía la Palabra, y la Palabra era no cualquier cosa, sino que la Palabra era Dios4. Todo fue hecho por ella5. En el final de los tiempos fue hecho también el que ya existía para que no pereciese lo que había hecho. ¿Qué piensas que será este niño? La mano del Señor está con él. Si el niño va a ser tan grande porque la mano del Señor está con él, ¿cómo será la misma mano del Señor? Cristo, en efecto, es la mano del Señor.4; el Hijo de Dios, la mano de Dios y la Palabra de Dios es también la mano de Dios. ¿Qué es, en efecto, la mano de Dios sino aquello mediante lo cual Dios hizo todas las cosas? ¿Qué piensas que será este niño? La mano del Señor está con él. ¡Oh debilidad humana! ¿Qué has de hacer frente a la persona del juez, si tales son tus dudas sobre la del heraldo? Pero ¿qué acabo de decir incluso ahora? Vuelvo a centrarme en la consideración de la costumbre humana. Pero ¿qué dije? Hablé de un heraldo, hablé de un juez y un heraldo; un hombre simplemente y un hombre juez. Hablé de lo que se veía; ¿quién podría hablar de lo que estaba oculto? La Palabra se hizo carne6, pero sin convertirse en carne la Palabra misma. La Palabra se hizo carne recibiendo lo que no era y sin perder lo que era. Ved que nos ha llenado de admiración el nacimiento de su heraldo, fecha que hoy celebramos; mas veamos por quién tuvo lugar ese nacimiento.
3. Llega el ángel Gabriel a Zacarías, no a Isabel, su esposa, la madre de Juan; llega —repito—, el ángel Gabriel a Zacarías, no a Isabel. ¿Por qué? Porque Juan iba a hallarse en el seno de Isabel por obra de Zacarías. Así, pues, al anunciar el ángel el nacimiento cercano de Juan, no se dirigió al vientre receptor, sino al origen del semen. Anunció el hijo futuro de ambos, pero lo anunció al padre. Juan, en efecto, había de nacer de la unión del varón y de la mujer. Ved que, de nuevo, el ángel Gabriel se allegó a María, no a José; el ángel vino a la mujer que iba a dar origen y comienzo a aquella carne. ¿Cómo anunció el ángel el hijo a su padre, el sacerdote Zacarías? No temas, Zacarías —dice—, pues ha sido escuchada tu oración7. ¿Cómo? ¿Había entrado, hermanos míos, aquel sacerdote en el sancta sanctorum para pedir hijos al Señor? De ningún modo. Dirá alguien: «¿Cómo lo demuestras, puesto que Zacarías no dijo lo qué había suplicado?» Sólo voy a decir una cosa muy breve: si él hubiese pedido un hijo, habría creído cuando se le anunció. Le comunica el ángel que le va a nacer un hijo, y ¿no lo cree? ¿Es cierto que había pedido eso? ¿Quién ora sin esperanza de obtener lo que pide? ¿O quién, si tiene esperanza, no cree? Si no tienes esperanza, ¿por qué pides? Si esperas, ¿por qué no crees? ¿Qué decir, pues? Ha sido escuchada —dice— tu oración; he aquí que Isabel concebirá y te dará a luz un hijo8. ¿Cómo así? Porque ha sido escuchada tu oración. Supón que hubiera dicho Zacarías: «¿Cómo? ¿Acaso lo he pedido yo?» Ciertamente, el ángel ni estaría engañado ni engañaría él mismo cuando decía: Ha sido escuchada tu oración; he aquí que tu mujer dará a luz. Mas ¿por qué dijo esto? Porque Zacarías sacrificaba en nombre del pueblo; el sacerdote sacrificaba en bien del pueblo, pueblo que esperaba a Cristo. Juan anunciaba a Cristo.
4. El mismo ángel dijo a la virgen María: Salve, llena de gracia; el Señor está contigo9 ; ya está contigo el que estará dentro de ti. Bendita tú entre las mujeres10. Por una peculiaridad de la lengua hebrea, la Sagrada Escritura acostumbra llamar mujeres a todas las personas de sexo femenino; no se extrañen ni se escandalicen quienes no acostumbran escuchar la Escritura. El Señor dice abiertamente en cierto lugar de la Escritura: Separad las mujeres que no han conocido varón11. Además, traed a la memoria nuestro comienzo. ¿Qué dice la Escritura cuando Eva fue hecha del costado del varón? Le extrajo una costilla, e hizo de ella la mujer12. Ya llama mujer a la que había sido tomada ciertamente del varón, pero aún no se había unido a varón alguno. Por tanto, cuando oís decir al ángel: Bendita tú entre las mujeres, tomadlo como si entre nosotros se dijese: «Bendita tú entre las féminas».
5. Tanto a Zacarías como a la santa María se les promete un hijo, y ella repite casi las mismas palabras que Zacarías. ¿Qué había dicho Zacarías? ¿De dónde me viene esto a mí? Yo soy anciano, y mi mujer estéril y entrada en años13. ¿Qué dijo también santa María? ¿Cómo sucederá esto?14. Parecidas las palabras, pero distinto el corazón. Escuchemos las expresiones semejantes al oído, pero averigüemos la distinta disposición del corazón ante las palabras del ángel. Pecó David, y, corregido por el profeta, confesó: He pecado15, e inmediatamente se le dijo: Se te ha perdonado el pecado16. Pecó Saúl, y, reprendido por el profeta, dijo: He pecado, pero no se le perdonó el pecado, sino que la ira del Señor quedó sobre él17. ¿Qué vemos aquí sino que a palabras iguales corresponde un corazón diferente? El hombre oye las palabras, pero Dios escruta el corazón. Al quitarle el habla, condenando su incredulidad, el ángel vio e indicó que en aquellas palabras de Zacarías no había fe, sino duda y desesperación. En cambio, santa María dijo: ¿Cómo sucederá eso, pues no conozco varón?18Reconoced aquí el propósito de la virgen. Si tuviese pensado yacer con varón, ¿hubiese dicho: Cómo sucederá eso? No hubiese dicho: ¿Cómo sucederá eso?, en el caso de nacer su hijo como suelen nacer los demás niños. Pero ella se acordaba de su propósito y era consciente de su voto. Porque sabía lo que había prometido y porque sabía que los niños les nacen a las mujeres casadas que yacen con sus maridos, cosa que estaba fuera de su intención, su pregunta: ¿Cómo sucederá eso?, se refería al modo, sin que incluyese duda alguna sobre la omnipotencia de Dios. ¿Cómo sucederá eso? ¿De qué manera tendrá lugar? Me anuncias un hijo, cuantas con mi disponibilidad; dime, pues, el modo. Pudo, en efecto, la virgen santa sentir temor o ignorar el designio de Dios sobre el modo como quería que tuviera el hijo, como si implicase desaprobar su voto de virginidad. ¿Qué pasaría si le hubiese dicho: «Cásate y únete con tu esposo»? Dios no hablaría nunca así, pues en cuanto Dios aceptó el voto de la virgen. Y recibió de ella lo que él le había donado. Dime, pues, mensajero de Dios: ¿Cómo sucederá eso? Advierte que el ángel lo sabe y ella le pregunta sin desconfiar lo más mínimo. Como vio que ella preguntaba sin dudar del hecho, no rehusó instruirla. Escucha cómo. «Tu virginidad se mantendrá; tú no tienes más que creer la verdad; guarda la virginidad y recibe la integridad. Puesto que tu fe es íntegra, intacta quedará también tu integridad. Finalmente, escucha cómo sucederá eso: El Espíritu Santo vendrá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra19. Esa sombra desconoce el ardor de la concupiscencia. Quedarás encinta, porque el Espíritu Santo vendrá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra, porque concibes gracias a tu fe, creyendo.7, no yaciendo con varón: Por eso lo que nacerá de ti será santo y será llamado Hijo de Dios»20 .
6. ¿Qué eres tú que vas a dar a luz luego? ¿Cómo lo has merecido? ¿De dónde lo recibiste? ¿Cómo va a formarse en ti quien te hizo a ti? ¿De dónde —repito— te ha llegado bien tan grande? Eres virgen, eres santa, has hecho un voto; pero es muy grande lo que has merecido; mejor, lo que has recibido. ¿Cómo, pues, lo has merecido? Se forma en ti quien te hizo a ti; se hace en ti aquel por quien fuiste hecha tú; más aún, aquel por quien fue hecho el cielo y la tierra, por quien fueron hechas todas las cosas21 ; en ti, la Palabra se hace carne recibiendo la carne, pero sin perder la divinidad. Hasta la Palabra se junta y se une con la carne, y tu seno es el tálamo de tan gran matrimonio; vuelvo a repetirlo: tu seno es el tálamo de tan gran matrimonio, es decir, de la unión de la Palabra y de la carne; de él procede el mismo esposo como de su lecho nupcial22. Concebido te encontró virgen; nacido te deja virgen. Te otorga la fecundidad sin privarte de la integridad. ¿De dónde te ha venido? ¿Quizá parezca insolente al interrogar así a la virgen y pulsar casi inoportunamente con estas mis palabras a sus castos oídos. Mas veo que la virgen, llena de rubor, me responde no obstante y me alecciona: «¿Me preguntas de dónde me ha venido todo esto? Me ruborizo al responderte acerca de mi bien; escucha el saludo del ángel y reconoce en mí tu salvación. Cree a quien yo he creído. Me preguntas de dónde me ha llegado esto. Que el ángel te dé la respuesta». —Dime, ángel, ¿de dónde le ha llegado eso a María?—, dije cuando la saludé: Salve, llena de gracia23.