En el natalicio de las mártires Perpetua y Felicidad
1. Las santas mártires cuyo día festivo celebramos hoy, no sólo descollaron por las virtudes que sobresalieron en su pasión, sino que también, a cambio de tan gran hazaña de piedad, expresaron con sus nombres propios su paga y la de los demás compañeros, pues Perpetua y Felicidad son efectivamente los nombres de las dos, pero la paga es de todos, ya que, en el combate de la confesión y de la pasión, ninguno de los mártires se esforzó valerosamente en el momento fijado, sino para gozar de la perpetua felicidad. Por tanto, según el gobierno de la divina providencia, esas debieron ser no sólo mártires, sino también, como sucedió, compañeras unidísimas hasta el punto de marcar para renombre suyo un único día y de transmitir a la posteridad la común solemnidad que celebrar. En efecto, como con el ejemplo del gloriosísimo combate exhortan a que las imitemos, así con sus nombres atestiguan que vamos a recibir una dádiva indivisible. Manténganse recíprocamente ambas, anúdense recíprocamente; no esperamos a una sin la otra, porque Perpetua no aprovecha si no está Felicidad, y Felicidad abandona si no está Perpetua. Acerca de los nombres propios de las mártires, los cuales hacen sagrado para nosotros este día, basten en razón de las circunstancias estas pocas cosas.
2. Por otra parte, en lo que atañe a esas mismas cuyos nombres propios son esos, ellas, como hemos oído cuando se leía su pasión, como sabemos por haber sido entregado al recuerdo, fueron no sólo mujeres de tan grandes virtudes y méritos, sino también esposas, una de las cuales fue además madre4de forma que a la debilidad del sexo se añadiera un afecto muy incontrolable. ¡El ejemplo de fe, fortaleza, paciencia y piedad tomadlo de la madre los célibes, de las mujeres los jóvenes, de las esposas las vírgenes! A esto se añadía que, conforme al lugar refinado de su origen, las nutrieron la costumbre y el amor de sus padres, de forma que el enemigo, al tantearlas en todo cual a incapaces de soportar las duras y crueles cargas de la persecución, creía que cederían a él inmediatamente, y que en seguida iban a ser suyas. Pero ellas, con la robustez del hombre interior, cautísima y fortísima, embotaron todas las insidias de aquel y vencieron todos sus ataques.
3. En la milicia del rey Cristo, para que gracias al bagaje expeditísimo no cediesen a ninguna adversidad, no obstaculizadas por su sexo más débil, no enervadas por pensamientos mujeriles, no ablandadas por el mundo lisonjero, no aterradas cuando las amenazaba, las mujeres lucharon ardientemente, varonilmente las casadas, duramente las delicadas, fuertemente las débiles, de modo que con el espíritu vencieron la carne, con la esperanza el temor, al diablo con la fe, al mundo con la caridad. Con estas armas es invicto el ejército denuestro rey;8con estas armas ceñidos, los soldados de Cristo triunfaron,9no conservados los miembros del cuerpo, sino fulminados; no matando, sino muriendo. En efecto, al imperio de un rey temporal prefirieron el imperio del rey eterno y entregaron sus cuerpos para no servir ni adorar a dios alguno, sino a su Dios, pues temían no a quienes matan el cuerpo, sino a ese que tiene poder de matar en la gehena del fuego cuerpo y alma, y así miraban no solo por sus espíritus, que fijaron inmóviles en el propósito victorioso., sino también por los cuerpos mismos que [ellos] parecían despreciar, para que esa iniquidad de la persecución los sembrase en contumelia, mas la verdad del juicio los resucitase engloria.
4. En esta lucha, Perpetua, como le había sido revelado mediante una visión, convertida en varón venció al diablo, despojada del mundo y vestida de Cristo1, llegadaa la unidad de la fe y al conocimiento del Hijo de Dios, al varón perfecto,1y hecha miembro principal en su cuerpo,14por el cual había perdido el cuerpo entero, no un único miembro.
5. En esta lucha, ni siquiera la carga del útero1estorbó a Felicidad la confesión del martirio. Por cierto, estaba grávida en el cuerpo y en el corazón. Al fecundarla el consorcio divino, había concebido una cosa; otra, al fecundarla el matrimonio humano; la ley de la naturaleza difería este parto, a aquel lo urgía la violencia de la persecución; a ese le faltaba la sazón del tiempo, a este le asistía la oportunidad de la tortura.;1uno sería abortado si se lo apresuraba, otro sería matado si se lo negaba.8La piadosísima esposa recordaba, pues, que iba a parir el castigo de la mujer y a profesar su fe en el hijo de la Virgen.9En efecto, a aquel le había hecho lugar en el vientre carnal, a este en el pecho espiritual; cargada con uno por voluntad humana, languidecía; honrada por el otro por voluntad divina, se regocijaba. Por ende, la que bien había oído a Cristo decir Cualquiera que haga la voluntad de mi Padre, ese mismo es mi hermano y hermana y madre2, y le había creído firmemente, hecha madre de Adán.0no antes que de Cristo, confesando dio a luz ante el juez al hombre celeste3, gimiendo conservó para la cárcel al hombre terreno4.1También allí ¡cuál fue su respuesta, cuando con los dolores del parto daba los gritos de Eva y, a la que estaba así de impaciente en las angustias de parturienta, se le decía qué iba a hacer bajo el poder de las bestias! Afirmó: «Aquí, lo que padezco lo padezco yo; allí, en cambio, padecerá en lugar mío ese por cuya fe voy a padecer».2Con razón sucedió que, aun habiendo hecho la experiencia de la vaca, conocida por su furia, no se dio cuenta de ella, hasta el punto de que ni siquiera en la memoria la conservó. En la carga del útero se le mostró qué había sido ella; en la pasión del martirio, qué le fue regalado.
6. [En esta comitiva de insigne gloria hubo también mártires varones; ese mismo día, también varones vencieron en valientísima pasión y, sin embargo, no han hecho valer con sus nombres idéntico día. Esto ha sucedido no porque las mujeres aventajen en dignidad a los hombres, sino porque la debilidad mujeril ha derrotado con milagro mayor al Enemigo acérrimo, y el vigor viril ha combatido en pro de la perpetua felicidad.]