En el natalicio del mártir Vicente
1. Con los ojos de la fe hemos contemplado un grandioso espectáculo: la victoria en todo del santo mártir Vicente. Venció en el interrogatorio, venció en los tormentos, venció en la confesión, venció en la tribulación, venció quemado por las llamas, venció sumergido en las olas; finalmente, venció en la tortura, venció en la muerte. Cuando su cuerpo, en el que se hallaba el trofeo de Cristo vencedor, era arrojado desde una barquichuela al mar, él decía en silencio: Se nos arroja, pero no perecemos1. ¿Quién otorgó esta paciencia a su soldado sino el que antes derramó su sangre por él? Aquel a quien se dice en el salmo: Porque tú eres mi paciencia, Señor; Señor, tú eres mi esperanza desde mi juventud2
Un gran combate obtiene gloria excelsa: no humana ni temporal, sino divina y eterna. Es la fe quien lucha, y, cuando ella combate, nadie vence a la carne; pues, aunque sea desgarrada y despedazada, ¿cuándo perece quien fue redimido con la sangre de Cristo? Un hombre poderoso no puede perder lo que compró con su oro, y ¿va a perder Cristo lo que compró con su sangre? Pero todo esto refiérase a la gloria de Dios, no a la del hombre. De él procede, en verdad, la paciencia, la verdadera, la santa, la devota y recta paciencia; la paciencia cristiana es un don de Dios. En efecto, también muchos salteadores sufren con enorme paciencia los tormentos; no ceden y vencen a sus verdugos, pero son castigados después con el fuego eterno.
2. La causa es lo que distingue al mártir de la paciencia, mejor, de la resistencia de los criminales. La pena es la misma, pero distinto es el motivo. Con la voz de los mártires hemos cantado estas palabras que Vicente había repetido en sus oraciones: Júzgame, ¡oh Dios, y discierne mi causa de la causa de la gente no santa!3 Su causa está ya discernida, puesto que luchó por la verdad, por la justicia, por Dios, por Cristo, por la fe, por la unidad de la Iglesia, por la caridad única. ¿Quién le otorgó esta paciencia? ¿Quién? Indíquenoslo el salmo. En él se lee y se canta: ¿No se someterá mi alma a Dios? De él procede mi paciencia4. Quien piense que san Vicente pudo todo eso por sus fuerzas, cae en un grave error. Quien presuma de poderlo por los propios recursos, aunque parezca que vence con la paciencia, es vencido por la soberbia. Vence tú en la forma debida, es decir, destruye todas las armas del enemigo. Si él se vale de los placeres, se le vence por la continencia; si aplica castigos y torturas, se le vence con la paciencia; si sugiere errores, se le vence con la sabiduría. Y cuando, destruidas todas esas armas, como último recurso halaga al alma, diciéndole: «¡Brava, brava! ¡Qué fuerza, qué combate el tuyo! ¿Quién puede comparársete? ¡Qué victoria más pulcra!», respóndale el alma santa: Sean confundidos y avergonzados quienes me dicen: «¡Brava, brava!»5Pues ¿cuándo vence sino cuando dice: Mi alma será alabada en el Señor; escúchenlo los mansos y alégrense?6
3. Los mansos, en efecto, saben lo que digo, porque en ellos mora la palabra, en ellos reside el ejemplo. En efecto, quien no es manso ignora a qué saben estas palabras: Mi alma será alabada en el Señor. Todo el que no es manso es soberbio, áspero, orgulloso; busca la gloria en sí, no en el Señor. Quien, en cambio, dice: Mi alma será alabada en el Señor, no dice: «Escuchen los pueblos y alégrense; escuchen los hombres y alégrense», sino: Escuchen los mansos y alégrense. Lo escucharán quienes lo saborean. Manso era, efectivamente, Cristo: Fue llevado como una oveja al sacrificio7. Era manso porque como una oveja fue llevado al sacrificio. Escuchen los mansos y alégrense, puesto que saborean estas palabras: Gustad y ved qué suave es el Señor; dichoso el varón que espera en él8. La lectura escuchada fue larga .y el día es corto; no debemos abusar de vuestra paciencia con un largo sermón. Sé que me habéis escuchado pacientemente, .y, al estar de pie6 y escuchado tanto tiempo como que os habéis asociado a la pasión del mártir. El que os escucha, él os ame y os corone.