Alocución a los neófitos
Lo que veis que está puesto sobre el altar de Dios, lo visteis también la noche pasada, pero aún no habéis oído qué es, qué significa, de cuán gran realidad es signo. Lo que estáis viendo es un pan y un cáliz, que vuestros mismos ojos os los hacen ver. En cambio, según la fe en que tenéis que ser instruidos, el pan es el cuerpo de Cristo, el cáliz es la sangre de Cristo. Esto, dicho así brevemente, quizá baste a vuestra fe. Pero la fe reclama ser aleccionada. Dice, en efecto, el profeta: Si no creéis, no comprenderéis1. Ahora podéis decirme: nos mandaste creer, expónnoslo para que comprendamos. Pues cabe que en la mente de cualquiera surja el siguiente pensamiento: «Sabemos de dónde tomó carne nuestro señor Jesucristo: de la virgen María. Siendo pequeño, tomó el pecho, se alimentó, creció, llegó a la edad adulta, lo persiguieron los judíos, lo colgaron de un madero, en él murió y de él lo descolgaron, lo sepultaron, resucitó al tercer día y, cuando quiso, subió al cielo, llevándose allí su cuerpo; de allí ha de venir a juzgar a vivos y muertos, y allí está ahora sentado a la derecha del Padre: ¿cómo puede este pan ser su cuerpo y este cáliz, o, mejor, lo que él contiene, ser su sangre?»
Las realidades indicadas, hermanos míos, reciben el nombre de «sacramentos» porque en ella una cosa es la que vemos y otra la que entendemos. Lo que vemos tiene aspecto corporal; lo que entendemos, fruto espiritual.
Por tanto, si quieres entender el cuerpo de Cristo, escucha al Apóstol que dice a los fieles: Vosotros sois el cuerpo de Cristo y sus miembros2. En consecuencia, si vosotros sois el cuerpo de Cristo y sus miembros, sobre la mesa del Señor está puesto el misterio que vosotros mismos sois: recibís el misterio que sois vosotros. A eso que sois, respondéis «Amén», y al responder (así) lo rubricáis. Escuchas, pues: «Cuerpo de Cristo», y respondes: «Amén». Sé miembro del cuerpo de Cristo, para que tu «Amén» responda a la verdad.
¿Por qué precisamente acontece todo eso en el pan? No aportemos razonamientos personales al respecto; escuchemos, una vez más, al Apóstol mismo, quien, a propósito de este sacramento, dice: Un único pan: siendo muchos, somos un único cuerpo3. Comprended y disfrutad: unidad, verdad, piedad, caridad. Un único pan: ¿Quién es este único pan? Siendo muchos somos un único cuerpo. Traed a la memoria que el pan no se hace de un solo grano, sino de muchos. Cuando se os aplicaban los exorcismos, erais como molidos; cuando fuisteis sumergidos en el agua, como amasados; cuando recibisteis el fuego del Espíritu Santo, como cocidos. Sed lo que veis y recibid lo que sois. Eso es lo que dijo el Apóstol a propósito del pan.
Lo que hemos de entender respecto del cáliz, aun sin decirlo expresamente, lo mostró con suficiencia. Para que pudiera existir esto que vemos con la forma de pan, se han conglutinado muchos granos en una única masa, como si sucediera aquello mismo que dice la Sagrada Escritura a propósito de que los fieles tenían una sola alma y un solo corazón hacia Dios4. Lo mismo ha de decirse del vino. Recordad, hermanos, cómo se elabora. Son muchas las uvas que penden de un racimo, pero el zumo de todas ellas, mezclado, es único. De igual modo nos simbolizó también a nosotros Cristo, el Señor; quiso que nosotros perteneciéramos a él; en su mesa consagró el misterio de la paz y de unidad de nosotros con él. El que recibe el misterio de la unidad y no posee el vínculo de paz, no recibe el misterio para provecho propio, sino un testimonio contra él. Vueltos al Señor, Dios Padre todopoderoso, démosle, con sincero corazón y en cuanto lo permita nuestra pequeñez, las más sinceras gracias, suplicando con toda el alma su particular mansedumbre para que se digne escuchar en su bondad nuestras súplicas, alejar con su poder al enemigo de nuestras acciones y pensamientos, aumentar nuestra fe, dirigir nuestra mente, otorgarnos pensamientos espirituales y conducirnos a su bienaventuranza por Jesucristo, su Hijo. Amén.