La ascensión del Señor
1. Muchos son los misterios ocultos en las Escrituras divinas. El Señor se ha dignado revelar a nuestra humildad algunos de ellos; otros están ahí para que los investiguemos, pero no tenemos tiempo suficiente para exponerlos a vuestra santidad. Sé que en estos días sobre todo suele llenarse la iglesia de gente que quisiera salir antes de entrar y que nos tachan de pesados si alguna vez nos demoramos algo más. Esos mismos, si sus banquetes, a los que se apresuran a llegar, duran hasta la tarde, ni se cansan, ni rehúsan la asistencia, y salen siempre de ellos sin el más mínimo rubor. Sin embargo, para no defraudar a quienes vienen hambrientos, aunque sea brevemente, no pasaremos por alto el misterio encerrado en el hecho de que Jesucristo nuestro Señor ascendió al cielo con el mismo cuerpo en que resucitó.
2. Fue así en atención a la debilidad de sus discípulos, pues, incluso entre ellos, no faltaron algunos a quienes el diablo tentó de incredulidad. De hecho, respecto a la resurrección de un cuerpo que conocía de antemano, un discípulo creyó antes por ver sus cicatrices recientes que por ver con vida sus miembros1. Por tanto, con el objetivo de afianzarlos, se dignó vivir en su compañía cuarenta días íntegros después de su resurrección2, es decir, desde el mismísimo día de su pasión hasta el presente, entrando y saliendo, comiendo y bebiendo3, como dice la Escritura, y asegurándoles de que lo que se había devuelto a sus ojos después de la resurrección era lo que se les había arrebatado por la cruz. Con todo, no quiso que se quedaran en la carne ni que les atase por más tiempo el amor carnal. La motivación por la que querían que él estuviese siempre corporalmente con ellos era la misma por la que también Pedro temía que sufriese la pasión4. Veían en él un maestro, un animador y consolador, un protector, pero humano, como se veían a sí mismos; y si esto no aparecía a sus ojos, lo consideraban ausente, siendo así que él está presente por doquier con su majestad. Él los protegía como la gallina a sus polluelos, según él se dignó afirmar5; como la gallina, que, ante la debilidad de sus polluelos, también ella se hace débil. Como recordáis, son muchas las aves que vemos engendrar polluelos, pero no vemos que ninguna, salvo la gallina, se haga débil con ellos. Ésta es la razón por la que el Señor la tomó como punto de comparación: también él, en atención a nuestra debilidad, se dignó hacerse débil tomando la carne. Les convenía, pues, ser elevados un poquito y que comenzasen a pensar de él en categorías espirituales: en cuanto Palabra del Padre, Dios junto a Dios, por quien fueron hechas todas las cosas6, para lo cual era impedimento la carne que contemplaban. Les era provechoso afianzarse en la fe viviendo con él durante cuarenta días; pero les era más provechoso aún que él se sustrajese a sus ojos, y que quien en la tierra había vivido con ellos como un hermano, les ayudase desde el cielo en cuanto Señor y que ellos aprendiesen a considerarlo como Dios. Esto lo indicó el evangelista Juan; sólo hay que advertirlo y comprenderlo. Dice, en efecto, el Señor: No se turbe vuestro corazón7. Si me amarais -dice-, os alegraríais de que vaya al Padre, porque el Padre es mayor que yo8. Y en otro texto dice: Yo y el Padre somos una misma cosa9. Reclama para sí igualdad tan grande, no fruto de rapiña, sino igualdad de naturaleza10, que a cierto discípulo que le decía: Señor, muéstranos al Padre y nos basta, le respondió: Felipe, llevo tanto tiempo con vosotros ¿y aún no conocéis al Padre?11 Quien me ha visto a mí, ha visto también al Padre12. ¿Qué significa: Quien me ha visto? Si se refiere a verlo con los ojos de la carne, lo vieron también quienes lo crucificaron. ¿Qué significa, pues: Quien me ha visto, sino: quien ha comprendido lo que soy, quien me ha visto con los ojos del corazón? En efecto, como hay oídos interiores -los que buscaba el Señor al decir: Quien tenga oídos, que oiga13, a pesar de no haber allí sordo alguno-, hay también una mirada interior del corazón. Si alguien hubiera visto al Señor con ella, hubiera visto al Padre, puesto que es igual que él.
3. Escucha al Apóstol. Él quiere que consideremos la misericordia del Señor, que se hizo débil por nosotros para reunirnos bajo sus alas como a polluelos14. Así también enseñaba a los demás discípulos que -si fuera el caso- hubieran superado la debilidad general y hubiesen alcanzado cierta robustez a compadecerse ellos asimismo de la debilidad de los otros, al considerar que Cristo descendió de su celeste fortaleza hasta nuestra debilidad. Les dice el Apóstol: Tened los mismos sentimientos que tuvo Cristo Jesús15. Dignaos -dice- imitar al Hijo de Dios en su compasión hacia los pequeños. El cual, existiendo en la forma de Dios16. Al decir: existiendo en la forma de Dios, mostró que era igual a Dios. No es una forma menor que aquel de quien es forma, pues si es una forma menor, ya no es forma. Con todo, para que nadie dudara, añadió y adujo la palabra capaz de tapar la boca a los sacrílegos. Quien existiendo en forma de Dios -dijo- no juzgó objeto de rapiña ser igual a Dios17. ¿Qué significan, hermanos amadísimos, estas palabras del Apóstol: No juzgó una rapiña? Que es igual por naturaleza. ¿Para quién era objeto de rapiña el ser igual a Dios? Para el primer hombre, a quien se le dijo: Probadlo y seréis como dioses18. Quiso llegar a la igualdad mediante la rapiña y, como castigo, perdió la inmortalidad. En cambio, aquel para quien no era rapiña, no juzgó objeto de rapiña ser igual a Dios. Por tanto, si no hay que hablar de rapiña, hay que hablar de naturaleza, de total unidad y de suma igualdad. Pero ¿qué hizo? Se anonadó -dice- a sí mismo, tomando la forma de siervo; hecho a semejanza de los hombres y hallado como hombre en el porte exterior, se humilló haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz19. Poco era hablar de muerte, y por eso indicó qué clase de muerte. ¿Por qué también esto? Porque son muchos los que están dispuestos a morir, muchos los que dicen: «No tengo miedo a morir, pero me gustaría morir en mi lecho, rodeado de mis hijos, nietos y de las lágrimas de mi esposa». Ciertamente, parece que éstos no rehúsan la muerte; mas, al elegir el tipo de muerte, muestran cuánto les atormenta ese temor. Cristo, en cambio, eligió la clase de muerte, pero eligió la peor de todas. Como todos los hombres eligen para sí la mejor de las muertes, eligió él la peor de todas, la más execrable para los judíos sin excepción. Él, que ha de venir a juzgar a vivos y muertos, no temió que le condujesen a la muerte los falsos testigos y la sentencia de un juez; no temió morir en la cruz, cubierto de ignominia, para librar a todos los creyentes de toda otra ignominia. Por tanto, se hizo obediente hasta la muerte, y muerte de cruz. Con todo, es igual a Dios por naturaleza; fuerte por el poder de su majestad y débil por compasión a la humanidad; fuerte para crear todo y débil para recrearlo de nuevo.
4. Poned atención a lo que dice Juan: Si me amarais, os alegraríais de que vaya al Padre, porque el Padre es mayor que yo20 ¿Cómo entonces es igual, según dice el Apóstol? El mismo Señor dice: El Padre y yo somos una misma cosa21. Y en otro lugar: Quien me ha visto a mí, ha visto también al Padre22. ¿Cómo dice aquí: Porque el Padre es mayor que yo? Estas palabras, hermanos, por cuanto el Señor pretende insinuarme, son, en cierto modo, palabras de reproche y de consuelo. Pues estaban anclados en él como hombre y eran incapaces de pensar en él como Dios. Pensarían en él como Dios cuando desapareciese de su presencia y de sus ojos en cuanto hombre; así, desaparecido el trato habitual con la carne, aprenderían a pensar en su divinidad, al menos en ausencia de la carne. En consecuencia, les dice: Si me amarais, os alegraríais de que vaya al Padre. - ¿Con qué fin? -Para que, cuando haya ido al Padre, podáis pensar que soy igual a él. Por esto es, pues, mayor que yo. Mientras me veis en la carne, el Padre es mayor que yo. Advertid si lo habéis acogido así -pues no sabían pensar en él más que en su condición de hombre-. Voy a repetirlo con más claridad en atención a nuestros hermanos más torpes de inteligencia; quienes ya lo han comprendido soporten la lentitud de los demás e imiten al Señor mismo, que, existiendo en la forma de Dios, se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte23. Si me amarais. ¿Qué quiere decir esto? Si me amarais, os alegraríais de que vaya al Padre. Si me amarais: ¿qué es esto sino una forma de decir: no me amáis? ¿Qué amáis, pues? La carne que veis y que no queréis que se aparte de vuestros ojos. Si, por el contrario, me amarais. ¿A quién se refiere este me? En el principio existía la Palabra, y la Palabra estaba junto a Dios, y la Palabra era Dios24, según el mismo Juan. Si me amarais en mi condición de creador de todo25, os alegraríais de que vaya al Padre. ¿Por qué? Porque el Padre es mayor que yo. Todavía, mientras continuáis viéndome en la tierra, el Padre es mayor que yo. Aléjeme de vuestra presencia; sustraiga a vuestras miradas la carne mortal que asumí en atención a vuestra mortalidad, comenzad a no ver este vestido que tomé por humildad; pero elévese al cielo para que aprendáis qué debéis esperar. No dejó en la tierra la túnica que quiso vestir aquí, pues si la hubiese abandonado aquí abajo todos hubiesen perdido la esperanza de resucitar en la carne. Aún ahora, después de haberla elevado al cielo, hay quienes dudan de la resurrección de la carne. Si Dios la manifestó en su misma persona, ¿va a negarla al hombre? Dios la tomó por compasión, el hombre la tiene por naturaleza. Y, con todo, la dejó ver, los robusteció a ellos y la elevó al cielo. Sustraído su cuerpo a la mirada de los ojos de la carne, ya no volvieron a verlo en su condición humana. Si en su corazón había algo movido por deseos carnales, debió de entristecerse. Sin embargo, se congregaron en unidad y comenzaron a orar. Pasados diez días, había de enviarles el Espíritu Santo, para que los llenara de amor espiritual, aniquilando los deseos carnales. De esta manera, los hacía comprender ya que Cristo era la Palabra de Dios, Dios junto a Dios, por quien fueron hechas todas las cosas26. Mas esta inteligencia no podía penetrar en ellos en tanto no se hubiese alejado de sus ojos el amor carnal. Por eso dijo: Si me amarais, os alegraríais de que vaya al Padre, porque el Padre es mayor que yo. Es mayor que yo en cuanto soy hombre, e igual en cuanto soy Dios; igual en cuanto a la naturaleza, mayor en atención a la misericordia que tuvo el Hijo. En efecto, como dice la Escritura, no sólo lo rebajó por debajo de sí mismo, sino hasta por debajo de los ángeles27. No es menor, incluso si veis que, al tomar carne, el Hijo se apartó de la igualdad con el Padre, de la que nunca se alejó. Pero, al recibir la carne -pues asumió al hombre-, no cambió. El que se pone un vestido no se convierte en vestido, sino que dentro permanece siendo el mismo hombre íntegro. Si un senador se viste de esclavo o de presidiario en el caso de que el vestido senatorial le impidiese entrar en la cárcel a consolar a algún prisionero, su sentido humanitario le lleva a vestirse sórdidamente, pero, dentro, su propia dignidad senatorial permanece tanto más íntegra cuanto mayor fue la misericordia por la que quiso revestirse de los hábitos de la humildad. De idéntica manera, el Señor, permaneciendo en su ser Dios, Palabra, Sabiduría, Poder de Dios; continuando como rector de los cielos, administrador de la tierra, llenando los ángeles, permaneciendo íntegro en todas partes, íntegro en el mundo, en los patriarcas, en los profetas, en todos los santos, en el seno de la Virgen, pero en el seno de la virgen para revestir la carne, para unírsela a sí mismo como a una esposa, para salir de su tálamo en condición de esposo, para desposar a la Iglesia, la virgen casta28. Con esta finalidad era menor que el Padre en cuanto hombre e igual a él en cuanto Dios. Eliminad, pues, de entre vosotros los deseos carnales. Parece como si dijera a sus apóstoles: «No queréis abandonarme -igual que nadie quiere abandonar a un amigo, como diciéndole: "Permanece con nosotros otro poco, que el verte es alivio para nuestra alma"-; pero es mejor que no veáis esta carne y penséis en la divinidad. Me aparto de vosotros externamente, pero internamente os lleno de mí mismo». ¿Acaso entra Cristo al corazón al modo de la carne y con la carne? En cuanto Dios, posee el corazón; en cuanto hombre, habla al corazón mediante los ojos y reclama la atención desde fuera. Habita dentro de nosotros para que nos convirtamos interiormente y adquiramos vida y forma de él, porque es la forma no hecha de cuanto existe.
5. Por tanto, si pasó cuarenta días con sus discípulos29, el que hayan sido precisamente cuarenta obedece a algo. Podían haber bastado -quizá- veinte o treinta. Los cuarenta días engloban la ordenación de todo este mundo. Ya lo he explicado alguna vez a propósito del número diez multiplicado por cuatro. Os lo recuerdo a quienes lo habéis escuchado. El número diez simboliza toda la sabiduría. Esta sabiduría se ha dispensado por las cuatro partes del mundo, por todo el orbe de la tierra. También los tiempos se dividen en cuatro períodos; en efecto, el año tiene cuatro estaciones, y el mundo entero cuatro puntos cardinales. Así, pues, diez multiplicado por cuatro da cuarenta. Por eso, el Señor ayunó cuarenta días30, manifestando que los fieles deben abstenerse de toda corrupción mientras viven en este mundo. Cuarenta días ayunó Elías31, personificando a la profecía y mostrando que la misma enseñanza se encuentra en los profetas. Cuarenta días ayunó Moisés32, personificando a la ley y mostrando que lo mismo enseña la ley. Cuarenta años pasó el pueblo de Israel en el desierto33. Cuarenta días flotó el arca cuando el diluvio34, arca que es la Iglesia, hecha de maderas incorruptibles, esto es, las almas de los santos y de los justos; no obstante, tenía animales puros e impuros, puesto que, mientras se vive en este siglo y la Iglesia es purificada por el bautismo cual nuevo diluvio, no puede sino tener buenos y malos; por eso aquella arca tenía animales puros e impuros. Pero Noé, una vez que salió de ella, ofreció sacrificios a Dios sólo con animales puros35. De donde debemos deducir que en esta arca hay animales puros e impuros; pero que, después de este diluvio, Dios no acepta más que a los que se purificaron. Así, pues, hermanos, considerad el tiempo presente como los cuarenta días. Durante todo el tiempo presente, mientras nos hallamos aquí, el arca está en un diluvio; durante el tiempo en que los cristianos se bautizan y son purificados por el agua, se ve nadar en medio de las olas el arca que durante cuarenta días se halló sobre el agua. El Señor, al permanecer con sus discípulos durante cuarenta días, se dignó dar a entender que la fe en la encarnación de Cristo es necesaria a todos durante este tiempo, fe necesaria a los débiles. Si existiese ya el ojo capaz de ver que en el principio existía la Palabra36; capaz de verla, de poseerla, de abrazarla, de gozar de ella, no hubiera sido necesario que la Palabra se hubiera hecho carne y habitado entre nosotros; mas como el ojo interior se había cegado con el polvo de los pecados y se había incapacitado para poseerla y gozar de ella, ya no había posibilidad de comprender la Palabra; Palabra que se dignó hacerse carne para purificar el ojo que luego pueda verla, cosa por ahora imposible. Puesto que la economía de la carne de Cristo es necesaria a los fieles en esta vida, para tender, mediante ella, a Dios, cuando se llegue a la realidad misma de la Palabra, cualquier economía de la carne dejará de ser necesaria. En consecuencia, era necesario que él viviese en la carne durante cuarenta días después de la resurrección para manifestar que la fe en la encarnación de Cristo es necesaria durante el tiempo en que -según se nos enseña- fluctúa en esta vida el arca en el diluvio. Prestad atención a lo que estoy diciendo, hermanos: creed que Jesucristo, nacido de la virgen María y crucificado, resucitó. No es necesario que preguntemos por lo que habrá después de este mundo, pues ya lo hemos recibido por la fe; lo retenemos y es necesario a nuestra debilidad. Pensad ahora en el amor de aquella gallina que protege nuestra debilidad37; pensad que es la cabalgadura de aquel viajero misericordioso que levantó al enfermo que había sido herido38. Lo levantó; ¿sobre qué lo puso? Sobre su cabalgadura. La cabalgadura del Señor es su carne. Por tanto, una vez que pase este mundo, ¿qué te dirá? «Por haber creído rectamente en la carne de Cristo, goza ahora de su majestad y divinidad». Para un débil fue necesario otro débil; para un robusto será necesario otro robusto.
6. También tú has de deponer esa misma debilidad, según oíste que decía el Apóstol: Conviene que este cuerpo corruptible se vista de incorrupción y que este mortal se vista de inmortalidad39, puesto que -dice- ni la carne ni la sangre poseerán el reino de los cielos40. ¿Por qué no lo poseerán? ¿Porque no resucitará la carne? En ningún modo; la carne resucitará. Pero ¿en qué se convierte? Se transforma y convierte en un cuerpo celeste y angélico. ¿Tienen los ángeles carne, acaso? Lo importante es esto: que resucita esta carne, esta misma que es sepultada, esta misma que muere; esta que se ve, se palpa; que tiene necesidad de comer y de beber para poder perdurar; esta que enferma, que sufre dolores; ésta ha de resucitar; en los malos, para el castigo eterno, y en los buenos para transformarse. Cuando se haya transformado, ¿qué sucederá? Se llamará ya cuerpo celeste, no carne mortal, porque conviene que este cuerpo corruptible se vista de incorrupción y este mortal se revista de inmortalidad41. Se extrañan de que Dios, que hizo todas las cosas de la nada, convierta a la carne en cuerpo celeste. Cuando vivía en la carne transformó el agua en vino, ¿y resulta extraño que pueda hacer de la carne un cuerpo celeste? No dudéis que Dios tiene poder para hacerlo. Los ángeles nada eran, pero son lo que son por la majestad de Dios. Quien pudo hacerte a ti cuando aún no existías, ¿no puede rehacer lo que ya eras? ¿No puede otorgar a tu fe el honor de la gloria en virtud de su misma encarnación? Por tanto, cuando hayan pasado todas estas cosas, será realidad para nosotros lo que dice Juan: Amadísimos: somos hijos de Dios y aún no se ha manifestado lo que seremos; sabemos que, cuando se manifieste, seremos semejantes a él, porque lo veremos como es42. Preparaos para esta visión; entretanto, mientras estáis en esta carne, creed en la encarnación de Cristo; y creed de forma que no os juzguéis seducidos por falsedad alguna. La verdad nunca miente, pues si miente ¿adónde iremos a pedir consejo? ¿Qué podemos hacer? ¿A quién nos confiamos? Por tanto, la Verdad, la Palabra verdadera, la verdadera Sabiduría, el verdadero Poder de Dios, la Palabra se hizo carne43, carne verdadera. Palpad y ved -dice- que un espíritu no tiene carne ni huesos, como veis que tengo yo44. Verdaderos eran los huesos, verdaderos los nervios, verdaderas las cicatrices; verdadero cuanto se tocaba, verdadero cuanto se entendía. Se tocaba al hombre, y se entendía a Dios; se tocaba la carne, y se entendía la Sabiduría; se tocaba la debilidad, y se entendía el Poder. Todo era verdadero. Luego la carne, es decir, la cabeza, subió delante al cielo. Le seguirán los restantes miembros. ¿Por qué? Porque conviene que estos miembros duerman por un cierto tiempo y después resuciten todos en el momento oportuno. Si el Señor hubiera querido resucitar también entonces, no tendríamos en quien creer. Quiso, pues, entregar en su persona a Dios las primicias de los durmientes, para que, al ver en él cuál es la recompensa, esperes que se te ha de donar a ti. Todo el pueblo de Dios será igualado y asociado a los ángeles. Que nadie os diga, hermanos: «Los necios cristianos creen que la carne va a resucitar. ¿Quién resucita? ¿O quién ha resucitado? ¿O quién vino acá desde los infiernos a comunicárnoslo?». Cristo vino de allí. ¡Oh miserable! ¡Oh corazón humano descarriado e invertido! Si resucitase su abuelo, le creería; resucitó el Señor del mundo, y no quiere darle fe.
7. Retened, hermanos míos, la fe auténtica, legítima y católica. El Hijo es igual al Padre; el Espíritu Santo, don de Dios, es igual al Padre y, por tanto, el Padre, y el Hijo, y el Espíritu Santo son un solo Dios, no tres dioses; no añadidos gradualmente el uno al otro, sino unidos en la majestad: un solo Dios. Sin embargo, por nosotros, el Hijo, la Palabra, se hizo carne y habitó entre nosotros45. No juzgó objeto de rapiña ser igual a Dios, sino que se anonadó a sí mismo, tomando la forma de siervo, y fue hallado como un hombre en el porte exterior46. Y para que sepáis, hermanos, que esta Trinidad es verdaderamente igual y que, si se dijo: El Padre es mayor que yo47, fue en atención a la carne que tomó el Señor, ¿por qué nunca se dijo del Espíritu Santo que era menor sino porque él no tomó la carne? Ved lo que acabo de decir. Escrutad detenidamente las Escrituras, examinad todas sus páginas, leed todos sus versículos: nunca encontraréis que el Espíritu Santo es menor que Dios. Se dice que es menor quien, por nosotros, se hizo menor para que, mediante él, nos hagamos mayores.