La ascensión del Señor
1. 1. El Señor Jesús, hijo unigénito del Padre y coeterno al que lo engendró, como él invisible, inmutable, omnipotente y Dios, se hizo hombre por nosotros, como sabéis, habéis recibido y creéis, tomando la forma humana sin perder la divina, ocultamente poderoso y manifiestamente débil. Como sabéis, nació para que nosotros renaciéramos; murió para que nosotros no muriéramos eternamente. De inmediato, es decir, al tercer día, resucitó y nos prometió para el final la resurrección de nuestra carne. Se presentó ante sus discípulos para que lo viesen con sus ojos y lo tocasen con sus manos, convenciéndoles de lo que se había hecho sin perder lo que era desde siempre. Como habéis oído, vivió con ellos cuarenta días, entrando y saliendo, comiendo y bebiendo; no porque lo necesitase, sino porque estaba en su poder hacerlo, y manifestándoles la verdad de su carne, su debilidad en la cruz y su inmortalidad desde que salió del sepulcro.
2. 2. Hoy celebramos, pues, el día de su ascensión. Coincide que esta iglesia celebra también otra festividad local. Hoy es el día de la sepultura de San Leoncio, el fundador de esta basílica, mas permita la estrella ser eclipsada por el sol. Así, pues, hablemos del Señor, como habíamos comenzado. El buen siervo goza cuando se alaba a su señor.
3. 3. En este día, es decir, cuarenta después de su resurrección, el Señor ascendió al cielo. No lo vimos, mas creámoslo. Quienes lo vieron, lo anunciaron, y llenaron el orbe de la tierra. Sabéis quiénes lo vieron y quiénes nos lo indicaron: aquellos de quienes se dijo: No hay idioma ni lengua en los que no se oigan sus voces. Su voz se extendió por toda la tierra, y sus palabras hasta los confines del orbe de la tierra1. Llegaron, pues, hasta nosotros y nos despertaron del sueño: ved que el presente día se celebra en toda la tierra.
4. 4. Recordad el salmo. ¿A quién se dijo: Levántate sobre los cielos, oh Dios?2 ¿A quién se dijo? ¿Acaso podría decirse: Levántate, a Dios Padre, que nunca se abajó? Levántate tú, tú que estuviste encerrado en el seno de tu madre; tú que fuiste hecho en la que tú hiciste; tú que yaciste en un pesebre3; tú que, como cualquier niño, tomaste el pecho de carne; tú que, a la vez que llevabas el mundo, eras llevado por tu madre; tú a quien el anciano Simeón reconoció cuando eras niño y alabó tu grandeza4; tú a quien la viuda Ana te vio tomando el pecho y reconoció tu omnipotencia5; tú que por nosotros sufriste hambre6 y sed7 y por nosotros te fatigaste en el camino8 -¿acaso padece hambre el pan9, sed la fuente10 o se fatiga el camino?-11; tú que padeciste todo eso por nosotros; tú que te dormiste y, sin embargo, no dormitas, en cuanto guardián de Israel12; finalmente, tú a quien vendió Judas13, a quien compraron los judíos14 y no te poseyeron; tú que fuiste apresado, atado, flagelado, coronado de espinas, colgado del madero, perforado por una lanza; tú muerto, tú sepultado, levántate sobre los cielos, ¡oh Dios!
5. Levántate, dijo; levántate sobre los cielos porque eres Dios. Pon tu trono en el cielo, tú que pendiste del madero. Eres esperado como juez, tú a quien esperaron para poder juzgarte. ¿Quién creería todo esto de no ser su autor el que levanta de la tierra al indigente y de la basura al pobre? Él mismo levanta su carne indigente y la coloca junto a los príncipes de su pueblo15, en compañía de los cuales ha de juzgar a vivos y muertos. Colocó su débil carne junto a aquellos a quienes dice: Os sentaréis en doce tronos para juzgar a las doce tribus de Israel16.
6. 5. Levántate, pues, sobre los cielos. Ya ha tenido lugar, ya se ha cumplido. Lo que decimos ahora es esto: como se predijo que iba a suceder: Levántate sobre los cielos, ¡oh Dios!, y, aunque no lo vimos, lo creemos; ved que ante nuestros ojos está lo que sigue: Levántate sobre los cielos, ¡oh Dios!, y sobre toda la tierra tu gloria17. Que no crea lo primero quien no vea lo segundo. ¿Qué significa, pues: y sobre toda la tierra tu gloria, sino sobre toda la tierra tu Iglesia, sobre toda la tierra tu noble mujer, sobre toda la tierra tu esposa, tu amada, tu paloma, tu mujer? Ella es tu gloria, pues dice el Apóstol: El varón no debe cubrir la cabeza, puesto que es la imagen y gloria de Dios; la mujer, en cambio, es la gloria del varón18. Si la mujer es la gloria del varón, la Iglesia es la gloria de Cristo.