El misterio del número ocho
1. Como nacimos carnalmente de nuestros padres, así nacemos espiritualmente de Dios como padre y de la Iglesia como madre. Estoy seguro que no resulta extraño ni nunca oído a vuestra fe, sino de sobra conocido. El mismo Señor Dios es nuestro creador por medio de nuestros padres y, a la vez, nuestro recreador a partir de sí mismo y de la Iglesia. En el primer nacimiento se contrae el vínculo del pecado y en el segundo se deshace. En aquél somos engendrados para suceder a nuestros padres a su muerte; en éste, para adherirnos a los que han de permanecer. Por tanto, si los hijos de los hombres que han nacido antes se alegran con amor fraterno de los hermanos que les han nacido en la casa, felicitándose por los nuevos consortes de la luz que llevan su misma sangre en vez de mirarlos con malos ojos por ser uno más a participar de la herencia, ¡cuánto más y más sinceramente debemos alegrarnos todos nosotros de que los mismos hijos de los hombres vuelvan a ser engendrados, mediante la gracia del santo bautismo, como hijos de su creador, dado que nacemos para poseer aquella herencia que todos y cada uno poseen en su totalidad! El Señor -dijo- es el lote de mi herencia1. Si, como dice el profeta David, nuestra herencia es el mismo Dios y, como dice el apóstol Juan, Dios es amor2 y, según el apóstol Pablo, el amor no es envidioso3, cuantos más compañeros y socios veamos nacer para obtener tal herencia, con tanto mayor amor nos alegraremos nosotros, a quienes se nos propone el amor como objeto de posesión futura. Donde la herencia es el amor mismo, quien no quiere tener coherederos está mostrando que él no es heredero. Por tanto, lo que, con la ayuda de Dios, vamos a decir a aquellos cuyo octavo día del bautismo celebramos, acogedlo con tanto mayor agrado cuanto que exultáis de gozo porque se unen a vosotros en nueva fraternidad; y, al mismo tiempo, de forma que también los catecúmenos, a los que la madre Iglesia ha concebido ya mediante algún rito, presionen en sus entrañas con el deseo de ver la nueva luz y se apresuren a desarrollarse y a nacer.
2. Ésta es la razón principal por la que todos los regenerados por su bautismo celebran con suma devoción la solemnidad de la octava, que subyugó salutíferamente los pueblos de todo el orbe de la tierra al nombre de Cristo. Cuál es su significado y cuál la razón de tan gran misterio, intentaré recordároslo brevemente con la ayuda del Señor. Vuestra erudición cristiana considere conmigo qué es lo que va de acuerdo con las reglas de nuestra fe. ¿Quién no sabe que, tiempo atrás, la tierra fue purificada a través de un diluvio y que, ya entonces, se anunció el misterio del santo bautismo, en el que, a través del agua, se borran todos los pecados del hombre, cuando el arca, figura de la Iglesia, fabricada con maderas incorruptibles, contenía tan sólo ocho hombres? Lo que testimonia el número de ocho hombres entre las aguas del diluvio, que borraron los pecados, eso mismo atestigua el número de ocho días referido a las aguas del bautismo, por las que se borran los pecados. Los hechos que encierran algún significado son comparables a los sonidos de nuestra boca: como una misma realidad puede expresarse con múltiples palabras y en diferentes lenguas, de idéntica manera, una misma realidad puede expresarse tal cual mediante símbolos que no son sólo palabras, sino también hechos figurados, múltiples y variados. En consecuencia, de que allí se trate de ocho hombres y aquí de ocho días, no ha de concluirse que se indiquen cosas distintas, sino lo mismo de diferentes formas, con signos diversos, como si fueran diversas letras.
3. En el número ocho está simbolizado todo lo que concierne al mundo futuro, donde nada crece o decrece en cuanto al tiempo, sino que permanece perennemente en felicidad inmutable. Y como el tiempo presente transcurre mediante el repetirse de espacios de siete días, con razón se llama día octavo a aquel al que llegan los santos después de las fatigas experimentadas en el tiempo, y donde la acción y el descanso no lo regulará el alternarse de la luz y de la noche, sino que tendrán perpetuamente un descanso vigilante y una acción no perezosa, sino infatigablemente ociosa. Como para los santos, pasado el tiempo regulado por el número siete, el día octavo representa la eterna felicidad, así también para los impíos, desaparecida la volubilidad del siete, el octavo es el día del juicio y del castigo. De éste quería liberarse el autor del salmo sexto, que lleva por título: Para el octavo4; alegando entre gemidos su debilidad, dice: Señor, no me reprendas en tu indignación ni me castigues estando enojado5. También el salmo undécimo, que tiene la misma inscripción: Para el octavo, nos muestra que todas las adversidades del tiempo presente han de ser toleradas en función del premio de la vida eterna, no sea que, cuando comience a abundar la maldad, se enfríe la caridad y no pueda salvarse el que no persevere hasta el final6. En efecto, si alguien quiere hallar su descanso en otros hombres y en muchos de ellos -cosa que jamás hubiera pensado- encuentra falacia, doblez y jactancia vana y soberbia, le vendrá bien que ponga los ojos en aquel eterno día octavo, donde su alegría, asegurada ya, no se verá turbada por la compañía de malo alguno y diga orando entre gemidos y lágrimas: Sálvame, Señor, porque el santo desfallece, porque la verdad ha disminuido entre los hijos de los hombres7. Así comienza el salmo. Pero recite también, con esperanza cierta, las últimas palabras del mismo salmo. Son éstas: Tú, Señor, nos guardarás y nos protegerás por siempre de esta generación8, como comenzando en el séptimo día y pasando al octavo, de gloria en gloria, como guiados por el Espíritu del Señor9.
4. ¿Y qué significa la paz sobre paz10 que promete en otro lugar por boca de un profeta? Que también el sábado, simbolizado en el día séptimo, aunque esté dentro del número de días que rotan, tiene ciertamente su descanso, el prometido a los santos en esta tierra. A los que ya descansan en su Dios, después de obrar el bien, ninguna borrasca de este mundo los inquieta. Para simbolizar todo esto con mucha antelación, él mismo descansó en el séptimo día11, después de haber creado todas las cosas buenas en extremo. ¿O acaso se refiere a otra cosa lo escrito en el libro de Job: Seis veces te libré de tus apuros y en la séptima no te tocará el mal?12 Por esto aquel día ya no tiene tarde, porque sin ataque alguno ni sombra de tristeza, que la mayor parte de las veces resulta del vivir en medio de hombres malvados, hace que los santos pasen al día octavo, es decir, a la felicidad eterna. Una cosa es, en efecto, el reposo en el Señor todavía en este tiempo, lo que está simbolizado en el séptimo día o sábado, y otra el trascender todos los tiempos y unirse por siempre al artífice de los mismos, cosa simbolizada en el octavo día, que, al no entrar en rotación con los demás, insinúa la eternidad. En efecto, el círculo del tiempo tiene lugar en el retorno incesante de ciclos de siete días. Pero los amigos del mundo no están incluidos dentro del simbolismo de estos días, pues no desean el reposo del sábado espiritual -en el día séptimo-, desde el que su mente pueda alargarse a la eternidad del día octavo; al contrario, entregados a sus celebraciones pasajeras, tras haber abandonado al creador, se deslizan hasta el culto de la criatura y se transforman en impíos. Por esa razón, el que canta: Para el octavo, después de haber dicho: Tú, Señor, nos guardarás y nos protegerás por siempre de esta generación, añadió inmediatamente: Los impíos caminan en círculo13, es decir, sometidos a razonamientos temporales, ignorando el sabor de lo eterno.
5. También en estos días, que encierran cierto simbolismo, el día octavo y el primero se identifican. En efecto, al domingo se le llama también «primero del sábado». Pero el primero desaparece cuando llega el segundo. En cambio, aquel día simbolizado en este octavo y primero a la vez es la eternidad primera, cuyo abandono por el pecado original de los primeros padres nos condujo a esta mortalidad, y también la última -la octava-, que recuperamos cuando haya sido vencida, después de la resurrección, la muerte, el último enemigo14, de forma que este cuerpo corruptible se vista de incorrupción y este mortal se vista de inmortalidad15 Entonces el hijo regresa a casa y recibe la estola primera, que se le devolverá como la última, y, por así decir, la octava, después de la fatiga de un largo camino, del pastoreo de puercos16 y de las restantes miserias de la vida mortal, acabados ya los períodos de tiempo regulados por el número siete. No sin motivo, pues, nuestro Señor mismo, que ya no muere y sobre el que la muerte ya no tiene dominio17, se dignó darnos en el domingo, día primero y octavo al mismo tiempo, una prueba de la resurrección corporal en su carne. A una exaltación como la suya debemos tender mediante la humildad. En efecto, mostrando esta humildad a dos discípulos que buscaban y deseaban sentarse uno a su derecha y otro a su izquierda, les dijo: ¿Podéis beber el cáliz que yo he de beber?18, para que comprendiesen que el camino hacia la cumbre ha de comenzar en el valle de lágrimas19 y que no pueden merecer conquistar la meta del cielo si antes no aceptan el oprobio de la cruz.
6. También el último versillo del salmo undécimo, lleva en su cabecera como título: Para el octavo: Señor, has multiplicado los hijos de los hombres según tu excelsitud20. Y se considera justamente referido al mismo Señor Jesucristo, quien, siendo hijo de Dios y del hombre a la vez, hace en sí mismo hijos de Dios a los hijos de los hombres. Son pocos en esta tierra, debido a la abundancia de pecados, cual granos en una era entre tanta abundancia de paja que parece que sólo ella existe, aunque ellos estén ocultos sin apenas dejarse ver. Dios los multiplica en la Jerusalén celeste de acuerdo con su excelsitud, llamando a los que no son como si fueran21. ¿De qué excelsitud habla? Porque la ceguera se ha apoderado de una parte de Israel hasta que entre la plenitud de los gentiles, y así todo Israel se salve22. Son palabras del Apóstol, que también dijo: ¡Oh excelsitud de las riquezas de la sabiduría y ciencia de Dios!23 No busquemos, pues, las ruinosas alturas de los honores temporales. Estamos muertos y nuestra vida está escondida con Cristo en Dios. Cuando aparezca Cristo, nuestra vida, entonces apareceremos también nosotros con él en la gloria24. Manténgase, por tanto, la vista fija en el día octavo, cuando desaparezca el curso circular del tiempo en que caminan los impíos25. Dado que la esperanza anticipa nuestra vida en el cielo26, vivamos con Cristo y en Cristo, hechos iguales a los ángeles de Dios27 y partícipes de la eternidad de quien no rehusó hacerse partícipe de nuestra mortalidad. Como sucede en la octava de los sacramentos, esto es, que se celebra pasados siete días, así también a propósito del misterio de Pentecostés, después de siete semanas que terminamos con el día cuarenta y nueve, se añade el día octavo para obtener el cincuenta: se añade la unidad tanto al número menor, el siete, como al mayor, el cuarenta y nueve. La eternidad, simbolizada en el día octavo, no puede ni aumentar ni disminuir, y en ella siempre es hoy, porque nada sucede a otra cosa que haya fenecido. Y ese día de hoy no comienza al terminar el de ayer ni termina al comenzar el mañana, sino que es un hoy eterno. Todas las cosas pasadas transcurrieron sin ponerse él, y todas las futuras vendrán sin amanecer él.
7. Por tanto, olvidando lo pasado y en tensión hacia lo que tenéis delante, persiguiendo con la intención la palma de la vocación celestial28, hermanos e hijos amadísimos, aun después de haber dejado los signos externos de los sacramentos, llevad siempre en vuestro corazón la esperanza de este día sempiterno. Y cambiad los vestidos blancos, mediante los cuales se graba en vuestra memoria, cual palabra visible, la semilla resplandeciente presente en vuestra nueva vida, sin cambiar lo que ellos simbolizan: el resplandor de la luz de la fe y la verdad; que no se manche con la suciedad de las malas costumbres. Todo ello para que aquel día no os encontréis desnudos29 y podáis pasar sin dificultad del resplandor de la fe al resplandor de la realidad. Y, una vez que atraveséis estas cancelas, mediante las cuales os distinguía de los demás vuestra infancia espiritual, y os hayáis mezclado con el pueblo fiel, juntaos a los buenos y recordad que las malas conversaciones corrompen las buenas costumbres; sed sobrios, justos, y no pequéis30. Os he desposado con un solo varón para presentaros a Cristo como virgen casta. Temo que como la serpiente sedujo a Eva con su astucia, así también vuestros pensamientos se aparten de la castidad de Dios que existe en Cristo31. La amistad con este mundo hace adúlteras las almas y las hace fornicar apartándolas de su único, verdadero y legítimo cónyuge32, de quien habéis recibido como anillo el Espíritu Santo. Guardaos del camino ancho, que conduce a la perdición; muchos son los que caminan por él33; ni desfallezcáis en el camino estrecho, que va a dar en la eterna amplitud. Y si os sobrevienen tentaciones de diversas clases34 -lo que necesariamente ha de suceder en la vida humana debido a las olas del mundo presente-, si ladran a vuestro alrededor las maldades de muchos hombres, con la perseverancia de la fe, el gozo de la esperanza y el ardor de la caridad, cantad: Para el octavo, y decid: Sálvame, Señor, porque desfallece el santo, porque la verdad ha disminuido entre los hijos de los hombres; todos hablan vanidades a su prójimo35.
8. Y vosotros, hijos de los hombres, convertidos ya en hijos de Dios, ¿hasta cuándo seréis duros de corazón?36 No améis la vanidad ni busquéis la mentira; no deis lugar alguno al diablo37. Que ninguno de vosotros, si en medio de las tentaciones y de los escándalos permanece firmemente adherido a Cristo y resiste firme abrazado a la palabra de Dios, piense que sólo él es grano por el simple hecho de que, al estar rodeado de paja por doquier, no ve a sus compañeros de granero. Considere que ya tiempos atrás, antes de que se hubiese derramado en la tierra la sangre de Cristo, precio pagado por el orbe de la tierra, al santo Elías, que decía: Me han dejado solo, se le respondió: Me he reservado siete mil varones que no han doblado su rodilla ante Baal38. Le acompañaban siete mil que, mientras sufrían la trilla en la era de este mundo, aún no se habían juntado en el muelo, por lo que cada uno creía ser el único. Un muelo más abundante existe en toda la gentilidad que se reservará para el Señor y será guardado de esta generación para toda la eternidad, porque en su oculta determinación, de acuerdo con su excelsitud, multiplicará a los hijos de los hombres.