SERMÓN 258

Traductor: Pío de Luis, OSA

Comentario al salmo1117,24

1. Hablemos lo que el Señor nos conceda acerca de lo que hemos cantado a Dios: Éste es el día que él hizo2.

La Escritura, ciertamente profética, ha querido indicarnos algo aquí. No se trata de un día ordinario, perceptible por los ojos de la carne; ni del día que tiene amanecer y ocaso, sino de otro que pudo conocer principio, pero que desconoce el ocaso.

Veamos lo que había dicho anteriormente el mismo salmo: La piedra que rechazaron los constructores se ha convertido en cabeza de ángulo. Ha sido obra del Señor; es admirable ante nuestros ojos3. Y sigue: Éste es el día que hizo el Señor. Asociemos el comienzo de este día a la piedra angular. ¿Quién es la piedra angular que rechazaron los constructores sino Cristo el Señor, a quien rechazaron los doctores judíos? Los doctores judíos, entendidos en la ley, lo rechazaron cuando dijeron: Este hombre que viola el sábado no viene de Dios4. Ya habéis dicho: Este hombre que viola el sábado no viene de Dios. Esta piedra que rechazaron se ha convertido en cabeza de ángulo. ¿Cómo se ha convertido en cabeza de ángulo? ¿Por qué se llama a Cristo piedra angular? Porque todo ángulo une en sí a dos paredes que traen distinta dirección. Los apóstoles vinieron de la circuncisión, del pueblo judío; de él vino también aquella muchedumbre que iba delante y detrás del asno que lo llevaba, proclamando lo mismo que aparece en este salmo: Bendito el que viene en nombre del Señor5; de él vinieron numerosas iglesias de las que dice el apóstol Pablo: Era desconocido para las iglesias de Judea que existen en Cristo; sólo habían oído lo siguiente: El que antes nos perseguía, ahora anuncia la fe que antes devastaba, y en mí engrandecían a Dios6. Eran judíos, pero se habían adherido a Cristo como los apóstoles; viniendo y creyendo en Cristo, formaban una pared7.

Quedaba otra pared: la iglesia procedente de los gentiles. Se encontraron: paz en Cristo, unidad en Cristo, que hizo de las dos una sola realidad. He aquí el día que hizo el Señor. Considera el día en su totalidad, cabeza y cuerpo; la cabeza es Cristo; el cuerpo, la Iglesia. Éste es el día que hizo el Señor.

2. Haced memoria de la formación inicial del mundo. Las tinieblas estaban sobre el abismo y el Espíritu de Dios se cernía sobre las aguas. Y dijo Dios: Hágase la luz, y la luz se hizo. Y separó Dios la luz de las tinieblas, y a la luz la llamó día y a las tinieblas noche8. Pensad en las tinieblas de éstos antes de acercarse al perdón de los pecados. Las tinieblas, pues, estaban sobre el abismo antes de que les fueran perdonados esos pecados. Pero el Espíritu de Dios se cernía sobre las aguas. Descendieron ellos a las aguas; sobre las aguas se cernía el Espíritu de Dios; fueron expulsadas las tinieblas de los pecados: éstos son el día que hizo el Señor9. A este día dice el Apóstol: Pues fuisteis en otro tiempo tinieblas; ahora, en cambio, sois luz en el Señor10. ¿Dijo acaso: «Fuisteis tinieblas en el Señor»? Tinieblas en vosotros mismos, luz en el Señor. Dios llamó a la luz día porque por su gracia se hace cuanto se hace11. Ellos pudieron ser tinieblas por sí mismos; pero no hubieran podido convertirse en luz de no haberlos hecho el Señor. Éste es el día que hizo el Señor: no se hizo el día a sí mismo, sino que lo hizo el Señor.

3. ¿No era Tomás un hombre, uno de los discípulos, un hombre de la masa, por así decir? Le comentaban sus condiscípulos: Hemos visto al Señor. Y él les replicaba: Si no lo toco y no meto mi dedo en su costado, no creeré12. ¿Te lo anuncian los evangelistas y no les das fe? Creyó el mundo y no creyó el discípulo. De ellos se dijo: Por toda la tierra salió su voz, y hasta los confines de la tierra sus palabras13. Salen sus palabras, llegan hasta los confines de la tierra, cree todo el mundo; en cambio, lo anuncian todos a uno solo y no cree. Aún no era el día que había hecho el Señor. Todavía estaban las tinieblas en el abismo; en la profundidad del corazón humano: allí estaban las tinieblas. Venga él, venga la cabeza de este día y diga, sufriendo él mismo con humildad y sin ira, en cuanto médico: «Ven -dijo-, ven, toca esto y cree». Tú dijiste: «Si no lo toco, si no meto mi dedo, no creeré. Ven, tócame, mete tu dedo, y no seas incrédulo, sino creyente14. Ven, mete tu dedo. Conocía tus heridas, te reservé mi cicatriz».

Al meter, efectivamente, su mano, alcanzó la plenitud su fe. ¿Cuál es la plenitud de la fe? Creer que Cristo no es sólo hombre ni sólo Dios, sino hombre y Dios. Ésa es la plenitud de la fe, pues la Palabra se hizo carne y habitó entre nosotros15. De esta manera, el discípulo, después que le fueron ofrecidas, para que las tocase, las cicatrices y los miembros de su salvador, tan pronto como lo tocó, exclamó: ¡Señor mío y Dios mío!16 Tocó al hombre y reconoció a Dios; tocó la carne y dirigió su mirada a la Palabra, puesto que la Palabra se hizo carne y habitó entre nosotros. Esta Palabra soportó que su carne fuera suspendida de un madero; esta Palabra soportó que su carne fuese taladrada por clavos; esta Palabra soportó que su carne fuese traspasada por una lanza; esta Palabra soportó que su carne fuera depositada en el sepulcro; esta Palabra resucitó su carne, la ofreció a la mirada de sus discípulos para que la vieran, y a sus manos para que la tocaran. La tocan y exclaman: ¡Señor mío y Dios mío! Éste es el día que hizo el Señor17.