SERMÓN 256

Traductor: Pío de Luis, OSA

El aleluya

1. Plugo al Señor Dios nuestro que nos halláramos aquí físicamente presentes para cantarle con vuestra caridad el Aleluya, que, traducido a nuestra lengua, significa «Alabad al Señor». Alabemos al Señor, hermanos, con la vida y con la lengua, de corazón y de boca, con la voz y con las costumbres. Dios quiere que le cantemos el Aleluya de forma que no haya discordia en quien le alaba. Comiencen, pues, por ir de acuerdo nuestra lengua y nuestra vida, nuestra boca y nuestra conciencia. Vayan de acuerdo -digo- las palabras y las costumbres, no sea que las buenas palabras sean un testimonio contra las malas costumbres. ¡Oh feliz Aleluya del cielo, donde el templo de Dios son los ángeles! Es suma la concordia de quienes le alaban allí donde está asegurada la alegría de los cantantes; donde ninguna ley en los miembros opone resistencia a la ley de la mente; donde no existe la lucha promovida por la ambición que ponga en peligro la victoria de la caridad. Cantemos, pues, aquí, aún preocupados, el Aleluya, para poder cantarlo allí sin temor. Preocupados aquí, ¿por qué? ¿Cómo quieres que no esté preocupado cuando leo: Acaso no es una tentación la vida humana sobre la tierra?1 ¿Cómo quieres que no esté preocupado cuando se me dice todavía: Vigilad y orad para no caer en la tentación?2 ¿Cómo quieres que no esté preocupado, si prolifera tanto la tentación que hasta la misma oración nos habla de ella cuando decimos: Perdónanos nuestras deudas, así como nosotros perdonamos a nuestros deudores?3 Si a diario pedimos, a diario somos deudores. ¿Quieres que me sienta seguro cuando cada día tengo que pedir perdón por los pecados y ayuda ante las dificultades? Después de haber dicho: Perdónanos nuestras deudas, así como nosotros perdonamos a nuestros deudores pensando en los pecados pasados, pensando en los peligros futuros añado inmediatamente: No nos dejes caer en la tentación4. ¿Cómo decir que el pueblo se halla en el bien, si grita conmigo: Líbranos del mal?5 Con todo, hermanos, en medio de este mal cantemos el Aleluya al Dios bueno que nos libra del mal. ¿Por qué miras a tu alrededor buscando el mal del que ha de librarte? No vayas lejos, no disperses la mirada de la mente por doquier. Vuelve a ti mismo, examínate. Tú eres aún malo. Por tanto, cuando Dios te libra de ti mismo, entonces te libra del malo. Escucha al Apóstol y comprende de qué mal tienes que ser liberado. Me deleito -dice- en la ley de Dios según el hombre interior; pero veo otra ley en mis miembros que opone resistencia a la ley de mi mente y que me cautiva en la ley del pecado que reside. ¿Dónde? Que me cautiva -dice- en la ley del pecado que reside en mis miembros6. Había pensado que te tenía cautivo de no sé qué gente bárbara desconocida; que te tenía cautivo bajo no sé qué gente extraña o bajo no sé qué amos humanos. Que reside -dice- en mis miembros. Exclama, pues, con él: ¡Desdichado de mí! ¿Quién me librará?7 ¿Quién me librará de qué? Dime de qué. Del carcelero -dice uno-; de la cárcel, de la cautividad de los bárbaros, de la fiebre y la enfermedad -dicen otros-. Dinos tú, Apóstol, no a dónde se nos envíe o lleve, sino lo que llevamos en nosotros, lo que somos; di: Del cuerpo de esta muerte8. ¿Del cuerpo de esta muerte? Del cuerpo -dice- de esta muerte.

2. Uno dice: «El cuerpo de esta muerte no me pertenece; para mí no es más que una cárcel y una cadena temporal; vivo en cuerpo de muerte, pero no soy cuerpo de muerte». Te pierdes en razonamientos y por eso no serás liberado. «Yo -dice- soy espíritu; no soy carne, aunque vivo en la carne; una vez que sea liberado de ella, ¿qué tendré que ver después con la carne?». ¿Quién queréis, hermanos, que responda a estos razonamientos, yo o el Apóstol? Si respondo yo, es posible que, por la bajeza del ministro, caiga en desprecio la grandeza de la palabra. Prefiero callar. Escucha conmigo al doctor de los gentiles; escucha conmigo al vaso de elección para que haga desaparecer en ti el espíritu pendenciero que acaba en disensión. Escucha, pero repite antes lo que decías. Esto es lo que, en efecto, decías: «Yo no soy carne, sino espíritu. Gimo en la cárcel; pero, cuando desaparezcan estas cadenas y la cárcel misma, quedaré libre. La tierra será devuelta a la tierra y el espíritu será recibido en el cielo; yo me voy y abandono lo que no soy». ¿Es esto, pues, lo que decías? «Así es», responde. Yo no voy a responderte; respóndele tú, Apóstol; respóndele tú, te lo ruego. Predicaste para que te escucharan y escribiste para que te leyeran; y todo lo hiciste para que se te creyera. Di: ¿Quién me librará del cuerpo de esta muerte? La gracia de Dios por Jesucristo nuestro Señor9. ¿De qué te libra? Del cuerpo de esta muerte. Pero, ¿no eres tú mismo el cuerpo de esta muerte? Responde: Yo mismo con la mente sirvo a la ley de Dios, y con la carne, en cambio, a la ley del pecado10. Pero yo mismo. ¿Cómo, pues, tú mismo en una y otra cosa? «Con la mente -dijo- porque amo; con la carne, porque apetezco. Si no doy mi consentimiento, soy sin duda vencedor; no obstante, estoy aún en lucha, porque me fuerza mi adversario». Y, una vez que hayas sido liberado de esta carne, ¡oh Apóstol!, ¿no serás ya más que un espíritu? Responde el Apóstol, ya a las puertas de la muerte, la deuda de que nadie se evade: «No abandono la carne para siempre, sino que la dejo por algún tiempo». Entonces, ¿has de volver al cuerpo de esta muerte? Entonces, ¿qué? Escuchemos, más bien, sus palabras. ¿Cómo vuelves al cuerpo del que pediste ser liberado con palabras tan llenas de piedad? Responde: «Regreso ciertamente al cuerpo, pero no ya al cuerpo de esta muerte». Escucha, ignorante y sordo ante las voces diarias de las lecturas; escucha que vuelve ciertamente al cuerpo, pero no al cuerpo de esta muerte. No que sea otro cuerpo, sino porque conviene que este cuerpo corruptible se vista de incorrupción y este mortal se revista de inmortalidad. Hermanos míos, cuando el Apóstol hablaba de este cuerpo corruptible y mortal, en cierto modo tocaba la carne con su voz. No se trata, pues, de otro cuerpo. «No abandono -dice- el cuerpo terreno y tomo otro de aire o de éter. Recupero el mismo, pero sin ser ya de esta muerte». Pues conviene que este -no otro, sino este- cuerpo corruptible se vista de inmortalidad y que este mortal -no otro- se revista de inmortalidad. Entonces se cumplirá lo que está escrito: La muerte ha sido absorbida por la victoria11. Cántese el Aleluya. Entonces se cumplirá lo que está escrito -grito no ya de quien lucha, sino de quien ha triunfado-: La muerte ha sido absorbida por la victoria. Entónese el Aleluya. ¿Dónde está, muerte, tu aguijón? Cántese el Aleluya. El aguijón de la muerte es el pecado12. Pero buscarás su lugar y no lo encontrarás13.

3. Pero nosotros y los demás cantemos el Aleluya aún aquí, en medio de peligros y tentaciones. Fiel es Dios, que no permitirá -dice- que seáis tentados por encima de vuestras fuerzas. Por tanto, cantemos también aquí el Aleluya. El hombre es todavía culpable, pero Dios es fiel. No dice: «No permitirá que seáis tentados», sino: No permitirá que seáis tentados por encima de vuestras fuerzas; antes bien, dará, con la tentación, la salida, para que podáis resistirla14. Has entrado en la tentación, pero Dios te hará una salida para que no perezcas en ella; como la vasija del alfarero, has de ser modelado mediante la predicación y cocido por la tribulación. Cuando entres, piensa en la salida; puesto que Dios es fiel, el Señor guardará tu entrada y tu salida15. Además, cuando este cuerpo se haya transformado en incorruptible e inmortal, cuando haya desaparecido toda tentación... porque el cuerpo está ciertamente muerto. Muerto ¿por qué? Por el pecado. Mas el Espíritu es vida -son palabras del Apóstol-. ¿Por qué? Por la justicia16. ¿Abandonamos, pues, el cuerpo muerto? No; pero escucha: Si el Espíritu del que resucitó a Cristo de entre los muertos habita en vosotros, el que resucitó a Cristo de entre los muertos vivificará también vuestros cuerpos mortales17. Ahora el cuerpo es animal, luego será espiritual. Pues el primer hombre fue hecho alma viviente, y el último, espíritu vivificante18. En consecuencia, vivificará también vuestros cuerpos mortales a causa de su Espíritu que habita en vosotros.

¡Dichoso Aleluya aquel! ¡En paz y sin enemigo alguno! Allí ni habrá enemigo ni perecerá el amigo. Se alaba a Dios allí y aquí; pero aquí lo alaban hombres llenos de preocupación, allí hombres con seguridad plena; aquí hombres que han de morir, allí hombres que vivirán por siempre; aquí en esperanza, allí en realidad; aquí de viaje, allí ya en la patria. Ahora, por tanto, hermanos míos, cantémoslo, pero como solaz en el trabajo, no como deleite del descanso. Canta como suelen cantar los viandantes; canta, pero camina; alivia con el canto tu trabajo, no ames la pereza: canta y camina. ¿Qué significa «camina»? Avanza, avanza en el bien. Según el Apóstol, hay algunos que van a peor19. Tú, si avanzas, caminas; pero avanza en el bien, en la recta fe, en las buenas obras: canta y camina. No te salgas del camino, no te vuelvas atrás, no te quedes parado.

Mañana brilla para nosotros la festividad de los santos mártires Mariano y Santiago; pero, como hemos de estar un tanto ocupados a causa de la magna asamblea del santo concilio, con la ayuda del Señor os predicaremos el sermón acostumbrado tres días después de la fiesta de su nacimiento.