El aleluya
Es conveniente que tributemos a nuestro creador cuantas alabanzas podamos. Cuando alabamos al Señor, amadísimos hermanos, algo nos otorgamos a nosotros mismos mientras buscamos su amor. Hemos cantado el Aleluya. Aleluya es el cántico nuevo. El hombre nuevo canta el cántico nuevo. Lo hemos cantado nosotros; lo habéis cantado también vosotros, los recién bautizados, los que acabáis de ser renovados por el Señor; también nosotros lo hemos cantado con vosotros porque hemos sido rescatados al mismo precio. Voy a exhortaros según lo exige la caridad fraterna. Pero no sólo a vosotros; mi exhortación se dirige también a cuantos me escuchan en su condición de hermanos e hijos: hermanos porque nos engendró una misma madre; hijos, porque yo os he engendrado para el Evangelio1. Vivid santamente, amadísimos míos, para que la recepción de tan grande sacramento os suponga un juicio favorable. Corregid los vicios, ordenad las costumbres, dad cabida a las virtudes; esté presente en cada uno de vosotros la piedad, la santidad, la castidad, la humildad y la sobriedad, para que, ofreciendo tales frutos a Dios, él se deleite en vosotros, y vosotros en él. Que también yo me llene de gozo ante el progreso de vuestra esperanza, viendo en vosotros los frutos, recompensa a cuanto hemos esperado. Amad al Señor, puesto que él os ama a vosotros; visitad asiduamente a esta madre que os engendró. Ved lo que ella os ha aportado: ha unido la criatura al creador, ha hecho de los siervos hijos de Dios, y de los esclavos del demonio, hermanos de Cristo. No seréis ingratos a tan grandes beneficios si le ofrecéis el obsequio respetuoso de vuestra presencia. Nadie puede tener propicio a Dios Padre si desprecia a la Iglesia madre. Esta madre santa y espiritual os prepara cada día los alimentos espirituales, mediante los cuales robustece no vuestros cuerpos, sino vuestras almas. Os otorga el pan del cielo y os da a beber el cáliz de la salvación: no quiere que ninguno de sus hijos sufra hambre de esos alimentos. Mirad por vosotros, amadísimos; no abandonéis a una madre tan extraordinaria para saciaros de la abundancia de su casa y para que os haga beber del torrente de sus delicias2 y os encomiende a Dios Padre en calidad de dignos hijos. Ella os haga llegar libres y sanos a la patria eterna, después de haberos nutrido piadosamente.