La pesca milagrosa1
1. El evangelista Juan escribió abundantemente sobre las apariciones de Jesús, el Señor, a sus discípulos después de la resurrección. Se les apareció incluso cuando estaban pescando. El que los discípulos se fueran a pescar fue la ocasión aprovechada por el Señor para manifestárseles, lo cual encierra un gran misterio ya conocido por vosotros, pero que, no obstante, debo mencionar ahora brevemente.
2. Recordad aquella otra pesca en la que el Señor, al inicio de su predicación, lejos todavía de la pasión, llamó a unos pescadores de peces y los convirtió en pescadores de hombres. En aquella ocasión, como debéis recordar, se acercó a los discípulos, que aún no lo eran, y ellos, dejadas las redes, lo siguieron. Los encontró sin haber pescado nada en toda la noche y les dijo: Echad vuestras redes al mar2. Las echaron, y capturaron tal cantidad de peces que las dos barcas se llenaron y llegaron a tener tanto peso que casi se hundían. Además, a causa del gran número, se rompieron las redes. Entonces les dijo: Venid en pos de mí y os haré pescadores de hombres3. Y los hizo; los apóstoles echaron las redes de la palabra en el mar del mundo y capturaron muchos peces. Si queréis considerar su número incontable, poned los ojos en la muchedumbre de cristianos: han sido capturados en las redes santas, capturados para la vida, no para la muerte. No obstante, muchos de ellos dieron origen también a numerosos cismas, puesto que las redes se rompieron. Las dos naves, es decir, las dos barcas que se llenaron entonces, simbolizaron a los que venían de la circuncisión y del prepucio, esto es, a la Iglesia formada de judíos y gentiles. Por esa razón se llama a Cristo piedra angular, pues en el ángulo se dan, en cierta manera, el beso paredes que traen distinta dirección. Así, pues, ambas naves se llenaron, se sobrecargaron de peso y casi se hundieron. El hecho fue símbolo de los cristianos que viven mal y oprimen a la Iglesia con sus malas costumbres. Con todo, las barcas no se hundieron: la Iglesia tolera a los que viven mal; puede ser oprimida, pero no hundirse. En cambio, ahora, tras su resurrección, Cristo simbolizó a la Iglesia como será después de la nuestra: entonces sólo tendrá buenos sin mezcla de malo ninguno; será la Iglesia bienaventurada.
3. ¿Qué dijo entonces a los discípulos después de su resurrección? Echad las redes a la derecha4. En la primera pesca no había dicho que las echasen a la derecha, para no dar a entender que habría sólo buenos; ni que a la izquierda, para no dar a entender que todos serían malos, sino que las redes se echaron indistintamente a un lado y a otro, puesto que iba a haber buenos y malos. De igual manera Cristo, el Señor, les propuso cierta parábola. Dice, en efecto: El reino de los cielos se parece a una red barredera echada al mar, que recoge peces de toda especie. Una vez llevada a la orilla, los pescadores se sientan, seleccionan los buenos y los echan a sus canastos y a los malos los tiran5. Él les propuso la semejanza y él se la explicó. Así sucederá también al fin del mundo -dijo-; vendrán los ángeles, reunirán a los malos, sacándolos de entre los justos, y los arrojarán al horno en llamas. Allí habrá llanto y rechinar de dientes6. Naden, pues, los peces buenos al lado de los malos, y los malos al lado de los buenos; naden dentro de las redes sin romperlas, pues quienes las rompen son malos; quienes, en cambio, permanecen dentro de ellas son o buenos o malos, pero ahora.
4. ¿Qué les dice entonces? Echad las redes a la derecha7. ¿Qué significa a la derecha? Los que capturéis a la derecha son los que han de estar a la derecha. Y a los que estén a la derecha les dirá: Venid, benditos de mi Padre; recibid el reino8. En éstos pensaba cuando les mandó echar las redes a la derecha. Las echaron; pescaron muchos peces y grandes, sin silenciar el número. En la primera pesca, que simboliza a los buenos y a los malos, no mencionó el número, pues había tantos peces que lo excedían. ¿Quiénes son los que exceden el número? Los que no caen dentro del número de los santos; entre ellos se cuentan los que rompen las redes y dan origen a los cismas; los que renuncian al mundo de palabra, pero no de obra; los que reciben el sacramento del hombre nuevo y siguen siendo como antes. Éstos, pues, iban a caer dentro de las redes. Por eso no se dijo que echasen a la derecha, y por eso también se silenció el número. Ellos son los que exceden el número, de los que dice el salmo: Hice el anuncio, hablé; se han multiplicado por encima del número9. Dentro de aquellas redes estaba el número santo, pero estaban también otros que excedían ese número; en esta última pesca, en cambio, nadie hay que lo sobrepase.
5. ¿Y cuántos eran? Ciento cincuenta y tres10. ¿Es éste el número completo de los santos? ¡Lejos de nosotros pensar que sean tan pocos, aunque nos limitemos a los presentes en esta iglesia en que ahora estoy hablando! Entonces, ¿qué? Quienes lo ignoramos debemos conocerlo y quienes lo hemos conocido debemos recordarlo; lo primero lo efectúa la exposición; lo segundo, la repetición para evitar el olvido. Ciento cincuenta y tres -dijo-. Y el evangelista se preocupó de añadir: A pesar de ser tan grandes, no se rompió la red11 como recordando que en la primera pesca se habían roto. ¿Qué aconteció ahora? Y, a pesar de ser tan grandes -dice-, no se rompió la red. ¿Quien temerá ya los cismas donde no puede desgarrarse el seno de la unidad ni el germen de la madre Iglesia? Ningún amigo quedará separado de ella y ningún enemigo asociado: todos los que adhieran a ella serán elegidos y perfectos. Serán miles de millares y más todavía y, sin embargo, están incluidos en este número.
6. Este número tiene su origen en el diecisiete. Lo obtendrá quien quiera sumar todos los números del uno al diecisiete. Puso el uno; añádale dos, y ya son tres; súmele tres más, y son seis; cuatro más, y son diez; continúe así hasta el diecisiete, y obtendrá el ciento cincuenta y tres. Sólo queda que os explique el significado del número diecisiete. Si desciframos el misterio de este número menor, el diecisiete, aparecerá manifiesto el del número mayor, el ciento cincuenta y tres. En el diecisiete está la raíz; en el ciento cincuenta y tres, el árbol. ¿Cuál es, pues, el significado del diecisiete? El diez simboliza a la ley; los diez preceptos de la ley, en efecto, fueron escritos con el dedo de Dios en dos tablas de piedra, como lo refiere la misma ley y lo atestiguan los libros sagrados. La ley, por tanto, está marcada por el número diez. Pero ¿quién cumple la ley sin ayuda? Absolutamente nadie. Si se hubiese dado una ley -dice el Apóstol- que pudiese vivificar, la justicia procedería totalmente de la ley; pero la Escritura encerró todo bajo pecado para que la promesa de Dios se otorgue a los creyentes por la fe en Jesucristo12. Se otorgó la ley. Para no alargarme, entre otros preceptos está éste: No codiciarás los bienes de tu prójimo13. No los codicies; no pases por delante de una finca ajena y comiences a soñar con ella porque es buena. No codicies los bienes de tu prójimo. Del Señor es la tierra y cuanto la llena14: ¿qué no has adquirido, si poseíste a Dios? Por tanto, no codicies los bienes de tu prójimo. Se escuchó la ley; ciertos hombres se abstenían de obrar mal por temor al castigo, pero no se abstenían del mal deseo. Danos, pues, Señor, tu ayuda: He aquí que dará la bendición quien dio la ley15. Como aquí se dice que el que dio la ley dará también la bendición, es decir, el auxilio del Espíritu Santo para que pueda cumplirse la ley, del mismo modo se dijo de la sabiduría de Dios: Lleva en su lengua la ley y la misericordia16. Si se llevase sólo la ley, ¿quién resistiría? Se exigirían las acciones ordenadas por la ley, y todos serían hallados reos. Vino la misericordia, que te ayuda a cumplirla y te perdona lo que no cumples. Esta misericordia procede del Espíritu Santo, Espíritu Santo que en las Escrituras está indicado en el número siete. Cito un único texto. También Isaías dice: Reposará sobre él el Espíritu Santo. Y cuenta: el Espíritu de sabiduría y entendimiento, Espíritu de consejo y fortaleza, Espíritu de ciencia y piedad, Espíritu del temor de Dios17. Se hace presente, pues, el Espíritu, y se obtiene el diecisiete. Cuando los siete se juntan a los diez, ellos hacen a los santos, que no confían en la ley, sino que presumen del auxilio de Dios, hasta decir a su Señor: Sé mi auxilio; no me abandones ni me desprecies, ¡oh Dios!, mi salvador. Porque mi padre y mi madre me abandonaron, pero el Señor me acogió18. También éstos aprendieron a decir con vosotros: Padre nuestro, que estás en los cielos. Se juntaron, por tanto, la misericordia y la ley. No temamos los que nos encontramos en el diecisiete; si estamos en este número, llegaremos al ciento cincuenta y tres; y, si llegamos al ciento cincuenta y tres, estaremos a la derecha, y, si estamos a la derecha, recibiremos el reino.