Aparición a los discípulos1
1. A primera vista ayer dimos fin a la lectura de los relatos de la resurrección de nuestro Señor Jesucristo según la verdad de los cuatro evangelistas. En el primer día se leyó la resurrección según Mateo; el segundo, según Lucas; el tercero según Marcos, y el cuarto, o sea ayer, según Juan. Pero como Juan y Lucas escribieron abundantemente sobre la resurrección misma y lo que aconteció después de ella, sus relatos no pudieron leerse en un solo día; de esta manera, ayer escuchamos una parte de Juan, hoy otra, y así hasta que se acabe.
¿Qué hemos escuchado hoy? Que el mismo día de la resurrección, es decir, el domingo, cuando ya de tarde estaban los discípulos reunidos en un lugar con las puertas cerradas por miedo a los judíos2 apareció el Señor en medio de ellos. Según testimonio del evangelista, se les apareció dos veces en el mismo día, por la mañana y por la tarde. El relato sobre la aparición de la mañana ya se ha leído; ahora acabamos de escuchar el referente a la aparición de la tarde. No era necesario que yo os recordase estas cosas; vosotros mismos podíais advertirlas. Sin embargo, pensando en los menos inteligentes y en los más descuidados, me pareció oportuno mencionarlo para que sepáis no sólo lo que habéis oído, sino también de qué evangelio está tomado lo leído.
2. Veamos, pues, lo que nos propone la lectura de hoy como tema para el sermón. Ella misma nos invita y en cierto modo nos dice que digamos algo sobre cómo el Señor, que resucitó en la solidez de su cuerpo, de modo que no sólo fue visto, sino también tocado por sus discípulos, pudo aparecérseles estando las puertas cerradas. Algunos encuentran en ello tantas dificultades que están a punto casi de perecer, al aducir contra los milagros del Señor los prejuicios de sus razonamientos. Argumentan de este modo: «Si tenía cuerpo, si tenía carne y huesos, si lo que resucitó del sepulcro fue lo mismo que colgó del madero, ¿cómo pudo entrar, estando cerradas las puertas? Si no pudo -dicen-, no tuvo lugar; si pudo, ¿cómo pudo?». Si comprendes el cómo, deja de haber milagro y, si no crees que se trata de un milagro, estás muy cerca de negar también su resurrección del sepulcro. Examina los milagros hechos por tu Señor ya desde el comienzo y dame la explicación de cada uno de ellos. Sin contacto con varón, concibe una doncella3. Explica cómo ella concibió sin varón. Donde falla la explicación, allí se levanta la fe. Ya tienes un milagro en la misma concepción del Señor; escucha otro referido al parto: una doncella da a luz y permanece virgen. Ya entonces, antes de resucitar, pasó el Señor a través de puertas cerradas. Me preguntas: «Si entró a través de puertas cerradas, ¿dónde queda la condición corporal?». Y yo respondo: «Si caminó sobre el mar4, ¿dónde queda el peso del cuerpo?». Mas todo esto lo hizo el Señor en cuanto Señor. Entonces, ¿dejó de ser Señor después de haber resucitado? Además hizo caminar a Pedro sobre las aguas5; ¿qué hay que decir de esto? Lo que en Cristo pudo la divinidad, en Pedro lo realizó la fe. Pero Cristo lo hizo porque pudo, Pedro porque Cristo le ayudó. En conclusión, si comienzas a buscar explicación a los milagros con la sola mente humana, temo que pierdas la fe. ¿Ignoras que nada es imposible para Dios? A quienquiera que te diga: «Si entró a través de puertas cerradas, no tenía cuerpo», retuércele el argumento: «Es más, si le tocaron, tenía cuerpo; si comió, tenía cuerpo, y el entrar fue resultado de un milagro, no de la naturaleza». ¿No es digno de toda admiración el curso ordinario de la naturaleza? Todas las cosas están llenas de milagros, pero la frecuencia los ha hecho vulgares. Intenta darme explicación; mi pregunta versará sobre cosas que vemos a diario. Explícame por qué la semilla de un árbol tan grande como la higuera es tan pequeña que apenas puede verse, mientras que la humilde calabaza la produce tan grande. Sin embargo, la semilla de mostaza, tan pequeña y apenas visible; esa pequeñez e insignificancia -se percibe si se aplica la inteligencia y no los ojos- oculta también la raíz y lleva dentro el tallo, las hojas y el fruto que aparecerá en el árbol. Todo está anticipado en la semilla. No es necesario pasar revista a muchas cosas; las cosas de cada día nadie intenta explicarlas, y tú me exiges que te explique los milagros. Lee, pues, el evangelio y cree los hechos maravillosos en él contenidos. Más es lo que ha hecho Dios; la obra que supera a todas las demás no te causa admiración: nada existía y el mundo existe.
3. «Pero -dices- es imposible que un cuerpo voluminoso pase a través de una puerta cerrada». -¿Cuál era su volumen, te suplico? -El normal de un hombre. -¿Era, acaso, igual al de un camello? -De ninguna manera. -Lee el evangelio, escúchalo; cuando quiso mostrar la dificultad que tiene un rico para entrar en el reino de los cielos, dijo: Más fácilmente entra un camello por el hondón de una aguja que un rico en el reino de los cielos6. Al oír esto, los discípulos, pensando que era de todo punto imposible que un camello entrase por el hondón de una aguja, se llenaron de tristeza y dijeron: Si las cosas están así, ¿quién puede salvarse?7 Si más fácilmente pasa un camello por el hondón de una aguja que entra un rico en el reino de los cielos; si un camello no puede en absoluto pasar por el hondón de una aguja, entonces ningún rico puede salvarse. El Señor les respondió: Lo que es imposible para los hombres, para Dios es fácil8. Dios puede hacer que un camello pase por el hondón de una aguja e introducir a un rico en el reino de los cielos. ¿Por qué me pones dificultades argumentando con que las puertas estaban cerradas? Las puertas cerradas tienen, al menos, una rendija; compara la rendija de las puertas con el hondón de una aguja; compara el volumen de la carne humana con la corpulencia de los camellos y no rechaces impíamente los milagros divinos.