SERMÓN 245

Traductor: Pío de Luis, OSA

Aparición a María Magdalena1

1. 1. También hoy se ha leído el relato de la resurrección del Señor según el santo evangelio de Juan. Hemos oído algo que no encontramos en los otros evangelios. Todos tienen en común el predicar la verdad; todos bebieron de la misma fuente2 pero, como he recordado a menudo a vuestra caridad, en el anuncio del evangelio hay acontecimientos que los anotaron todos, otros que sólo tres o dos, y otros que sólo uno lo dejó escrito. Lo que acabamos de escuchar en el evangelio de Juan, a saber, que María vio al Señor y él le dijo: No me toques, pues aún no he subido a mi Padre3, lo menciona solamente ese evangelista. De ello voy a hablar a vuestra santidad. Incluso después de haber visto las vendas en el sepulcro, creyeron no que había resucitado el Señor, sino que lo habían llevado de allí. El mismo Juan, que se designa con las palabras Al que amaba el Señor4, cuando oyó lo que anunciaban las mujeres que decían: Han llevado a mi Señor del sepulcro5, echó a correr en compañía de Pedro, examinó el sepulcro, vio que sólo estaban las vendas y creyó. ¿Qué creyó? No que hubiese resucitado, sino que había desaparecido del sepulcro. Así lo atestigua la continuación del texto. Como acabamos de oír, así está escrito: Miró, vio y creyó, pues aún no conocía las Escrituras: que convenía que resucitase de entre los muertos6. Quedó, pues, claro qué creyó: creyó lo que no era de fe; creyó, pero una cosa falsa. Luego se le apareció el Señor, extrajo lo falso e inyectó lo verdadero.

2. 2. Con todo, el lector y el oyente no desprovisto de curiosidad e interés se suelen preguntar por qué dijo: No me toques, pues aún no he subido a mi Padre7. Veamos ahora, con la ayuda del mismo Señor, el porqué. Les intriga el significado de las palabras: No me toques, pues aún no he subido al Padre. En efecto, ¿cuándo subió al Padre? De acuerdo con el libro de los Hechos de los Apóstoles, a los cuarenta días de haber resucitado, fecha que hemos de celebrar en su nombre. Entonces subió al Padre, entonces lo siguieron con los ojos los discípulos que lo habían tocado con sus manos. Entonces se oyó la voz de los ángeles: Varones galileos, ¿por qué estáis ahí plantados mirando al cielo? Este Jesús que ha sido apartado de vuestro lado volverá como lo habéis visto subir al cielo8. Si subió al cielo entonces, ¿qué podemos decir, hermanos míos? ¿Cómo iba a poder tocarlo sentado en el cielo María, que no podía tocarlo cuando estaba en la tierra? Si no podía aquí, ¡cuánto menos allí! ¿Qué significa, por tanto: No me toques, pues aún no he subido al Padre? Ateniéndonos al significado de las palabras, es como si dijera: «Tócame entonces, cuando haya ascendido, no antes». ¡Oh Señor! Estás aquí y no te toco; ¿voy a tocarte cuando asciendas? Más aún: si antes de subir al Padre aborrecía que lo tocasen los hombres, ¿cómo se prestó no sólo a que lo viesen los discípulos, sino también a que lo tocasen? Fue él quien les dijo: ¿Qué pensáis en vuestros corazones? Ved mis manos y mis pies; palpad y ved, que un espíritu no tiene carne y huesos como veis que yo tengo9. Hasta el discípulo incrédulo, Tomás, tocó su costado perforado y exclamó: ¡Señor mío y Dios mío!10 Cuando él lo tocó, aún no había subido a su Padre. Quizá alguien diga en su ignorancia: «Antes de que subiese al Padre podían tocarlo los varones; las mujeres, sólo después». Pensamiento absurdo y afirmación fuera de lugar. Escuche la Iglesia lo mismo que oyó María. Escúchenlo todos, compréndanlo y háganlo todos. ¿Qué significa, pues: No me toques, pues aún no he subido al Padre? Piensas que soy sólo el hombre que ves; ignoras todavía que soy igual al Padre. No me toques de esta manera: no creas que soy solamente un hombre: piensa que soy la Palabra igual a quien me engendró. ¿Qué significa, pues: No me toques? No creas. ¿Qué? Que soy sólo lo que ves. Subiré al Padre: tócame entonces. Subo para ti cuando me consideres igual a él. Mientras me consideres menor, para ti aún no he subido.

3. 3. Que tocar es sinónimo de creer, pienso que podemos advertirlo fácilmente en el relato sobre aquella mujer que tocó la orla del vestido del Señor y quedó curada. Recordad el evangelio. Iba Jesucristo, el Señor, a visitar a la hija del jefe de la sinagoga, de quien le habían anunciado primero la enfermedad y luego la muerte. He aquí que, cuando él se dirigía hacia la casa, se le acercó de lado una mujer que padecía desde hacía doce años un flujo de sangre y que había gastado todos sus bienes en médicos que inútilmente le hacían curas, pues no sanaba. Dijo ella para sí: Si toco la orla de su vestido, sanaré11 El simple decir esto equivalió a tocarlo. Escucha también lo que dijo el Señor cuando ya se encontraba sana gracias a su fe: Alguien me ha tocado. Los discípulos le contestaron: La multitud te apretuja y tú preguntas: ¿Quién me ha tocado? Pero él replicó: Alguien me ha tocado, pues yo sé que de mí ha salido una fuerza12. De él salió la gracia que la sanó, sin que él sufriera mengua. Le dicen los discípulos: «La multitud te está apretujando, ¿y tú sólo has sentido a uno o una?». Pero él insiste: Alguien me ha tocado. Los otros lo apretujan, ésta lo ha tocado. ¿Qué quiere decir esto? Los judíos lo afligen, la Iglesia creyó.

4. 4. Hemos comprendido que el tocar de aquella mujer equivale a creer. En este mismo sentido se dijo a María: «No me toques13; tócame cuando haya subido. Tócame cuando hayas conocido que en el principio existía la Palabra, y la Palabra estaba junto a Dios, y la Palabra era Dios14». La Palabra se hizo ciertamente carne15, pero permanece incontaminada, inmaculada, inmutable e íntegra. Mas como tú ves únicamente al hombre, no ves la Palabra; no quiero que creas en la carne y dejes de lado la Palabra. Que Cristo se te manifieste en su totalidad, puesto que en cuanto Palabra es igual al Padre. Por tanto -dice-, no me toques ahora, pues aún no adviertes quién soy. Escuche, pues, la Iglesia, simbolizada en María, lo mismo que oyó ella. Toquémosle todos; la sola condición es creer. Ya ha subido al Padre y está sentado a su derecha. La Iglesia entera lo confiesa hoy: «Subió a los cielos y está sentado a la derecha del Padre». Esto escuchan quienes se bautizan; esto creen ya antes de ser bautizados. Cuando ellos creen, María toca a Cristo. Este modo de entender el texto es oscuro, pero seguro; está cerrado para los incrédulos, pero abierto a la fe que llama16. El mismo Jesucristo, el Señor, está allí y está aquí con nosotros; está con el Padre y está en medio de nosotros; no se apartó de él y no nos abandonó a nosotros; como maestro nos enseña a orar17, y como Hijo, nos escucha en compañía del Padre.