La resurrección de los cuerpos
1. Que nuestro Señor Jesucristo resucitó de entre los muertos al tercer día, lo atestiguan los santos evangelios y lo confiesa ya todo el orbe de la tierra al proclamar el Símbolo santo. Los profetas, que no fueron testigos presenciales, lo anunciaron para el futuro; ciertamente no lo vieron, pero lo previeron en espíritu. Y pienso que ya deben ruborizarse cuantos, no atreviéndose a negar la resurrección de Cristo, niegan que vaya a tener lugar la nuestra. Así razonan: «Resucitó él, sí, pero fue el único a quien le estuvo permitido resucitar en la carne que se dignó tomar. Del hecho de que haya resucitado su carne, ¿se sigue que vaya a resucitar también la nuestra? Su poder y su fuerza distan mucho de la nuestra». A éstos se les responde así: «La divinidad de Cristo está lejos de ti, pero se acercó a ti su debilidad. En sí es Dios, por ti hombre; gracias a lo que él era, te hizo a ti; en lo que tú eras sufrió por ti». Si, pues, te hizo gracias a lo que él era, resucitó en lo que tomó de ti. La Palabra, ciertamente, no tenía carne: En el principio existía la Palabra, y la Palabra estaba junto a Dios, y la Palabra era Dios. Ella existía en el principio junto a Dios. Todo fue hecho por ella1. También el hombre fue hecho por ella; pero después se hizo hombre quien hizo al hombre y, para que el hombre no pereciera, murió Cristo. Pero Cristo resucitó. ¿Qué resucitó en él? La Palabra se hizo carne y habitó entre nosotros2. La Palabra asumió lo que no era, sin perder nunca lo que era. Permaneció, pues, siendo la Palabra. ¿Qué se levantó? La Palabra. ¿Por qué cayó? Para levantarse. ¿Por qué murió la Palabra? Para volver a la vida. Pero decimos que murió en la carne que tomó, no en la divinidad en que permaneció. Por tanto, Cristo, al resucitar en la carne, se hizo una afrenta a sí mismo y a ti te dejó un ejemplo; resucitar era para él una humillación, una afrenta. Retorna a la Palabra, retorna a aquello: En el principio existía la Palabra, y la Palabra estaba junto a Dios, y la Palabra era Dios3 y considera qué supone para ella resucitar, pues quien resucitó su propia carne, resucitará también la tuya; si quiso resucitar la suya, fue para eliminar la incredulidad respecto a la tuya.
2. Pero dicen los hombres que piensan lo contrario: «La carne de Cristo resucitó porque sólo estuvo tres días en el sepulcro, sin experimentar la corrupción: ni se consumió, ni se pudrió, ni se convirtió en polvo; de la nuestra, en cambio, cuando se abran los sepulcros, si es el caso, apenas se encontrarán allí los huesos, sólo polvo. Lo que antes fue carne, todo se reduce a podredumbre, todo acaba en polvo. En consecuencia, ¿podrá resucitar lo que ni siquiera pudo conservar su integridad?» Considera, ¡oh hombre que así razonas!; considera -digo- que en el sepulcro están los huesos; aunque no haya nada más, al menos están los huesos. En el sepulcro, lugar en que te recibió el seno de la tierra, se encuentra también el polvo del cuerpo. Vuelve la mente a tu origen e investiga lo que eras cuando fuiste concebido. Lo que era el principio de nuestro ser, lo depositó Dios en el seno materno; recuérdalo. Compara a un hombre sepultado y a un hombre inseminado. Todos, en efecto, lo conocemos, puesto que somos mortales. Del mismo modo que contemplamos las entrañas de la tierra, en las que yace la semilla sembrada para que nazca, contemplemos también a los que han sido sembrados en las entrañas maternas, de donde resucitará este conjunto armónico de miembros. ¿Dónde se ocultaban los cinco sentidos corporales? ¿Dónde estaban en aquel líquido los ojos, la lengua, los oídos y las manos? ¿De dónde procedió la distribución de las funciones de los distintos miembros? ¿Quién creó, quién formó todo esto? ¿No fue Dios? Ese mismo Dios que pudo sacarte formado del seno materno, quiere que deduzcas de lo hecho lo que ha de hacer y creas que tiene poder para sacarte vivo del sepulcro. El que los hombres sean concebidos con estos miembros; el que sean formados -digo- con ellos en las entrañas maternas, es un milagro cotidiano, mas dejó de causar admiración por su excesiva frecuencia, y la misma repetición lo ha hecho vulgar. Ejemplos cotidianos reproducen algo que ha de suceder una sola vez, es decir, la única resurrección futura. La naturaleza clama a gritos, la Escritura nos increpa: créase que ha de suceder. Creamos, hermanos, que nuestro cuerpo resucitará: el de los buenos, para la gloria, y el de los malos, para el castigo.
3. ¿Por qué, te suplico, no quieres creer en la futura resurrección de la carne? ¿Qué te lo impide? ¿Qué te desagrada de los cuerpos? ¿Quién jamás ha tenido odio -dice el Apóstol- a su carne?4 ¿Qué te desagrada del cuerpo? Si se describiera la estructura completa del cuerpo, ¿no quedaría pasmado quien la escuchase? ¿Quién bastaría para describirla? ¿Qué te desagrada en el cuerpo? Te lo digo yo: la corrupción, la mortalidad. Pero sólo existirá lo que a ti te agrada y desaparecerá lo que te desagrada. Escucha al Apóstol: Se siembra un cuerpo animal, y resucitará un cuerpo espiritual; se siembra en el oprobio, y resucitará en la gloria; se siembra en la debilidad, y resucitará en la fortaleza5. Escucha, aún más: Conviene que este cuerpo corruptible se revista de incorrupción y que este cuerpo mortal se vista de inmortalidad6. Vuelve a la vida lo que te agrada y perece lo que te desagrada. No seas ingrato para con tu redentor no dando fe a sus promesas; haz, más bien, lo que te ordenó para alcanzar lo que prometió. Tu redentor puede hacer cualquier cosa pues es Dios. Si te desagrada que resucite el cuerpo, desagrádete ya ahora ese cuerpo. ¿Por qué tratas tan bien a ese cuerpo que te desagrada? ¿Por qué lo proteges? ¿Por qué lo nutres? ¿Por qué deseas que permanezca sano? ¿O es que te agrada? Dale, pues, las gracias y cree en la resurrección. Los cuerpos resucitarán, por tanto, puesto que resucitó Cristo; pero carecerán de necesidades, dado que también Cristo, ya resucitado, comió porque pudo hacerlo, no porque lo necesitase. Allí no habrá hambre; ni estaremos en pie, diciendo con temblor: Danos hoy nuestro pan de cada día7: tendremos siempre el pan eterno. Pan siempre a disposición; no desearemos la lluvia pensando en él, ni nos asustaremos ante la sequía del cielo, porque nuestro pan será quien hizo el cielo. Tampoco habrá allí temor, ni fatiga, ni dolor, ni corrupción, ni carestía, ni debilidad, ni cansancio, ni pereza. Ninguna de estas cosas existirá, pero sí el cuerpo. Todos estos males que experimentamos en el cuerpo fueron consecuencia del pecado; no tuvieron su origen en la misma creación. Por culpa del hombre que pecó hemos recibido, ya desde el comienzo, una mala herencia de nuestro padre pecador; pero nos llegó otra herencia de aquel que tomó la nuestra y nos prometió la suya. Nosotros teníamos la muerte por causa de la culpa; él tomó la muerte sin la culpa; fue muerto quien nada debía y borró el acta de nuestras deudas. Esté, pues, vuestra alma imbuida de la fe en la resurrección. Los cristianos tienen prometido no sólo lo que ya se proclama como sucedido en Cristo, sino también lo que, por él, tendrá lugar en ellos.