SERMÓN 234

Traductor: Pío de Luis, OSA

Los discípulos de Emaús1

1. Durante estos días se lee la resurrección del Señor según los cuatro evangelistas. Es necesaria la lectura de todos, porque ninguno de ellos lo contó todo, sino que uno narró lo que el otro pasó por alto y, en cierto modo, unos dejaron espacio a los otros para ser todos necesarios. El evangelista Marcos, cuyo evangelio se leyó ayer, indicó brevemente lo que Lucas relató con mayor abundancia de datos, sobre dos discípulos que ciertamente no pertenecían al grupo de los Doce, pero eran, no obstante, discípulos2. Cuando iban de camino, se les apareció el Señor y se puso a caminar con ellos. Marcos dijo solamente que se apareció a dos que iban de viaje; Lucas añadió qué les preguntó, qué les replicó, hasta dónde caminó a su lado y cómo lo reconocieron en la fracción del pan. De todo esto hizo mención, como acabamos de escuchar.

2. ¿Por qué nos detenemos en esto, hermanos? Aquí se construye el edificio de nuestra fe en la resurrección de Jesucristo. Ya creíamos cuando hemos escuchado el evangelio; creyendo ya, hemos entrado hoy en este templo y, sin embargo, no sé cómo, se escucha con gozo lo que refresca la memoria. ¿Cómo es que queréis que se alegre nuestro corazón, cuando nos parece que somos mejores que aquellos que iban de viaje y a los que se apareció el Señor? Creemos lo que ellos aún no creían. Habían perdido la esperanza, mientras que nosotros no dudamos de lo que ellos sí. Una vez crucificado el Señor, habían perdido la esperanza; así resulta de sus palabras cuando él les dijo: ¿Cuál es el tema de conversación que os ocupa? ¿Por qué estáis tristes? Ellos contestaron: ¿Sólo tú eres forastero en Jerusalén, y no sabes lo que allí ha acontecido? Y él: ¿Qué? Aun sabiendo todo lo referente a sí mismo, preguntaba, porque quería estar en ellos. ¿Qué? -preguntó-. Y ellos: Lo de Jesús de Nazaret, que fue un varón profeta, grande por sus palabras y obras. Ved que nosotros somos mejores. Ellos decían que Cristo era un profeta, nosotros lo hemos reconocido como el Señor de los profetas. Fue -dicen- un varón profeta, grande por sus palabras y obras. Y cómo lo crucificaron los jefes de los sacerdotes, y he aquí que han pasado ya tres días desde que todo esto sucedió. Nosotros esperábamos. Esperabais: ¿ya no esperáis? ¿A eso se reduce toda vuestra condición de discípulos? Un ladrón en la cruz os ha superado: vosotros os habéis olvidado de quien os instruía; él reconoció a aquel con quien estaba colgado. Nosotros esperábamos. ¿Qué esperabais? Que él redimiría a Israel3. La esperanza que teníais y que perdisteis cuando él fue crucificado, la conoció el ladrón en la cruz. Dice al Señor: Señor, ¡acuérdate de mí cuando llegues a tu reino!4 Ved que era él quien había de redimir a Israel. Aquella cruz era una escuela; en ella enseñó el Maestro al ladrón. El madero de un crucificado se convirtió en cátedra de un maestro. Quien se os entregó de nuevo, devuélvaos la esperanza. Así se hizo. Recordad, amadísimos, cómo el Señor Jesús quiso que lo reconocieran en la fracción del pan aquellos cuyos ojos estaban incapacitados para reconocerlo. Los fieles saben lo que estoy diciendo; conocen a Cristo en la fracción del pan. No cualquier pan se convierte en el cuerpo de Cristo, sino el que recibe la bendición de Cristo. Allí lo reconocieron ellos, se llenaron de gozo, y marcharon al encuentro de los otros. Los encontraron conociendo ya la noticia; les narraron lo que habían visto, y entró a formar parte del evangelio5. Lo que dijeron, lo que hicieron, todo se escribió y llegó hasta nosotros.

3. Creamos en Cristo crucificado, pero en el que resucitó al tercer día. Esta fe, la fe por la que creemos que Cristo resucitó de entre los muertos, es la que nos distingue de los paganos y de los judíos. Dice el Apóstol a Timoteo: Acuérdate que Jesucristo, de la estirpe de David, resucitó de entre los muertos, según mi evangelio6. Y el mismo Apóstol dice en otro lugar: Pues, si crees en tu corazón que Jesús es el Señor y confiesas con tu boca que Dios lo resucitó de entre los muertos, sanarás7. De esta salud hablé ayer. Quien crea y se bautice sanará8. Sé que vosotros creéis; seréis sanados. Retenedlo en vuestro corazón y profesad con vuestra boca que Cristo resucitó de entre los muertos. Pero sea vuestra fe la de los cristianos, no la de los demonios. Ved que os presento una distinción; una distinción mía, pero que os la propongo según la gracia que Dios me ha dado. Una vez que la haya establecido, elegid y amad. Yo dije: «Esta fe por la que creemos que Jesucristo resucitó de entre los muertos, es la que nos distingue de los paganos». Pregunta a un pagano si fue crucificado Cristo. Te responde: «Ciertamente». Pregúntale si resucitó, y te lo negará. Pregunta a un judío si fue crucificado Cristo, y te confesará el crimen de sus antepasados; confesará el crimen en el que él tiene su parte. En efecto, bebe lo que ellos le dieron a beber: Caiga su sangre sobre nosotros y sobre nuestros hijos9. Pregúntale, sin embargo, si resucitó de entre los muertos; lo negará, se reirá y te acusará. Somos diferentes.

Creemos, pues, que Cristo, nacido de la estirpe de David según la carne, resucitó de entre los muertos. ¿Desconocieron, acaso, los demonios esto o no creyeron lo que incluso vieron? Aun antes de la resurrección gritaban y decían: Sabemos quién eres, el Hijo de Dios10. Creyendo en la resurrección de Cristo, nos distinguíamos de los paganos; distingámonos, si algo podemos, de los demonios. ¿Qué dijeron, os suplico, qué dijeron los demonios? Sabemos quién eres, el Hijo de Dios. Y escucharon: Callad11. ¿No es lo mismo que dijo Pedro cuando Jesús les preguntó: Quién dice la gente que soy?12 Después de escuchar lo que opinaban las gentes de fuera, volvió a interrogarles, diciendo: Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?13 Respondió Pedro: Tú eres Cristo, el Hijo de Dios vivo14. Lo que dijeron los demonios, lo dijo Pedro; los espíritus malignos dijeron lo mismo que dijo el Apóstol. Pero los demonios escuchan: Callad; Pedro, en cambio: Dichoso eres15. Distínganos a nosotros lo que los distinguía a ellos. ¿Qué movía a los demonios a gritar esas palabras? El temor. ¿Y a Pedro? El amor. Elegid y amad. Lo que distingue a los cristianos de los demonios es también la fe, pero no una fe cualquiera. Dice, en efecto, el apóstol Santiago: Tú crees... Lo que voy a decir se halla en la carta del apóstol Santiago: Tú crees que hay un solo Dios, y haces bien. También los demonios lo creen y tiemblan16. Esto lo ha dicho quien escribió en la misma carta: Si uno tiene fe, pero no tiene obras, ¿puede, acaso, salvarle la fe?17 Y el apóstol Pablo, marcando las diferencias, dice: Ni la circuncisión ni el prepucio valen algo; sólo la fe que obra por la caridad18. Hemos discernido, hemos distinguido una y otra fe; mejor, hemos encontrado, leído y aprendido la fe que nos diferencia.

Como nos distinguimos en la fe, distingámonos de igual manera por nuestras costumbres y por nuestras obras, inflamándonos de la caridad de que carecían los demonios. La caridad es el fuego que hacía arder a aquellos dos discípulos por el camino. Después de reconocer a Cristo y, habiendo desaparecido él de su presencia, se dijeron el uno al otro: ¿No ardía nuestro corazón en el camino mientras nos explicaba las Escrituras?19 Arded, pero no con el fuego que ha de quemar a los demonios. Arded con el fuego de la caridad para distinguiros de los demonios. Este ardor os arrastra a lo alto, os lleva hacia arriba, os levanta al cielo. Por muchas molestias que hayáis sufrido en la tierra, por mucho que el enemigo oprima y hunda el corazón cristiano, el ardor de la caridad se dirige a las alturas. Pongamos una comparación. Si tienes una antorcha encendida, ponla derecha: la llama se dirige hacia el cielo; inclínala hacia abajo: la llama sube en dirección al cielo; inviértela totalmente: ¿acaso se queda la llama en la tierra? Sea cual sea la dirección que tome la antorcha, la llama no conoce más que una: tiende hacia el cielo. Dejaos enfervorizar por el Espíritu y arded en el fuego de la caridad; que vuestro fervor se traduzca en alabanzas a Dios y en inmejorables costumbres. Un cristiano es ardiente, otro frío: que el ardiente encienda al frío y el que arde poco desee arder más y suplique ayuda. El Señor está dispuesto a concederla; nosotros, con el corazón dilatado, deseemos recibirla. Vueltos al Señor, etc..