SERMÓN 230

Traductor: Pío de Luis, OSA

La luz pascual

Hagamos, con su ayuda, lo que acabamos de cantar a nuestro Señor. Todos los días los ha hecho el Señor; pero no sin motivo se ha escrito con referencia a uno en particular: Éste es el día que ha hecho el Señor1. Leemos que, cuando Dios creó el cielo y la tierra, dijo: Hágase la luz, y la luz se hizo. Y llamó Dios a la luz día, y a las tinieblas noche2. Pero hay otro día especial para nosotros que ha de ser tenido particularmente en cuenta, del que dice el Apóstol: Caminemos honradamente como en el día3. Este día común y cotidiano dura desde la salida del sol hasta su ocaso. Hay otro día en el que la palabra de Dios resplandece en los corazones de los fieles y que expulsa las tinieblas no de los ojos, sino de las malas costumbres. Reconozcámoslo, pues, y gocémonos en él. Escuchemos al Apóstol, que dice: Somos, en efecto, hijos de la luz e hijos del día4; no lo somos de la noche ni de las tinieblas. Caminemos honestamente, como en el día; no en comilonas ni embriagueces, no en amancebamientos ni impudicias, no en querellas ni envidias; antes bien, revestíos del Señor Jesucristo, y no os entreguéis al cuidado de la carne satisfaciendo sus concupiscencias5. Si esto hacéis, cantáis de todo corazón: Éste es el día que hizo el Señor6. Si vivís bien, vosotros sois lo que cantáis. ¡Cuántos se emborrachan estos días! ¡A cuántos en estos días les parece poco embriagarse, que hasta se pelean torpe y cruelmente! Ésos no cantan: Éste es el día que hizo el Señor. El Señor les responde: «Sois tinieblas; no os he hecho yo». Si queréis ser el día que hizo el Señor, vivid bien, y poseeréis la luz de la verdad, que nunca se pondrá en vuestros corazones.