El sexto día de la creación1
El sexto día dijo Dios: Produzca la tierra un alma viviente2; no reptiles de almas vivientes, sino un alma viviente. Y produjo la tierra todos los animales domésticos, las bestias, las serpientes y cuanto se arrastra sobre la tierra3. Y vio Dios que era bueno4. Y dijo Dios en el mismo día sexto cuando sacó de la tierra el alma viviente: Hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza5, y todo lo que sigue. Dijimos que Dios hizo la luz, es decir, el conjunto de los fieles; que hizo el firmamento en el mundo: el cielo entre unas aguas y otras; el firmamento en la Iglesia: la autoridad de las Escrituras entre los pueblos de los ángeles, que no tienen necesidad de ellas, y los pueblos de los hombres, para que busquen allí a Dios. En el mundo separó Dios el mar de la tierra: en la Iglesia separó de sus siervos a los gentiles. La tierra seca está sedienta de lluvia: en la Iglesia están los hombres sedientos de lluvia celestial. Produjo la tierra hierba de pasto y los árboles fructíferos: también en la Iglesia producen los hombres las obras de misericordia. Aparecen los astros en el cielo; el astro mayor: la palabra de sabiduría; el astro menor: la palabra de ciencia; las estrellas: el don de curaciones, la profecía, la fe, etc. Todas estas cosas están en el firmamento del cielo. Cuando comenzaron a caminar y a recorrer todo el mundo, las aguas engendraron, es decir, surgieron de entre los gentiles los reptiles de almas vivientes, los santos sacramentos y los hombres consagrados, que poseen su forma. La forma del sacramento está en el hombre, y a veces se consigue de inmediato su fuerza, pero esto ya en la tierra que está separada; por eso produce la tierra al alma viviente. Efectivamente, hermanos, es preciso ser alma viviente. Los hermanos han recibido el bautismo; acompañe a la forma la fuerza. No sea un bautismo que lleve a la condenación, sino a la salvación. A Simón lo llevó a la condenación y a Pedro a la salvación6. Veamos, pues, qué es el alma viviente que produjo la tierra. Centrad vuestra atención en un hombre: tiene cuerpo, tiene alma. En la misma alma tiene muchos impulsos semejantes a los de las bestias, y tiene, además, un no sé qué que no tienen ellas. ¿Qué impulsos tiene semejantes a los de las bestias? Comer y beber, dormir y estar despierto y engendrar. ¿No son cosas que tenemos en común con las bestias? Todo el que dirija estos impulsos hacia la desmedida tiene un alma muerta, no un alma viviente. ¿Cómo lo probamos? Escucha al Apóstol: La que lleva una vida de placer, aun viviendo, está muerta7. ¿En qué consiste ese llevar una vida de placer sino en dejar correr hacia la voluptuosidad y concupiscencia desordenada, la gula, la embriaguez, la fornicación y el dormir exagerado, los impulsos que tenemos en común con los animales? Quienes así viven llevan una vida de placer; pero, aún estando vivos, se hallan muertos. Si, por el contrario, se refrenan todos estos apetitos y esos impulsos se contienen con vistas a la castidad y a la continencia, entonces produce la tierra el alma. Sólo queda que la que se hallaba muerta en medio del placer, puesto un freno al mismo, comience a vivir y a poseer la fuerza de la piedad. ¿Cuál es la fuerza de la piedad? La caridad hacia Dios y hacia el prójimo. Quien tiene caridad y, gracias a la fe, refrena todos los deseos libidinosos, todas las concupiscencias, todos los impulsos que su alma tiene en común con los animales, será un alma viviente. Como consecuencia, aparece formado el hombre a imagen y semejanza de Dios. Aparece formado cuando todas las cosas mencionadas tienen por meta ese hombre. Dios hizo la luz; esto se dijo también del hombre en la Iglesia; e hizo el firmamento: la autoridad de la Escritura al servicio del hombre; y separó las aguas de la tierra: los gentiles de los creyentes; y la tierra germinó la hierba de pasto: las obras de misericordia; e hizo los astros en el cielo: los santos evangelistas en el hombre; y produjo la tierra un reptil de almas vivientes: los sacramentos; también esto en los hombres. Luego produjo el alma viviente: el dominio de todos los deseos libidinosos; también esto en el hombre. Añade todas estas cosas a la inteligencia, y tienes el hombre hecho a imagen y semejanza de Dios. Advierte cómo lo probamos. Por eso decía de cada una de las cosas: Y vio Dios que era buena8. Cuando, en cambio, hizo la mejor de todas, no vio que había hecho la mejor; pero en el hombre puso término a cuantas cosas había creado, y se dijo: Vio Dios cuanto había hecho, y he aquí que todo era muy bueno9. Antes iba diciendo, respecto a cada criatura, que era buena; una vez creado el hombre, las nombró a todas. Con lo que da a entender que todas y cada una se encuentran reunidas en el hombre. ¿Buscas la luz en el hombre?: hallas la fe. ¿Buscas el firmamento?: hallas la autoridad de las Escrituras. ¿Buscas la separación de las aguas?: hallas al fiel separado de los gentiles. ¿Buscas el brotar de la hierba y los árboles frutales?: hallas las obras buenas, las obras de misericordia. ¿Buscas los astros del cielo?: hallas a los evangelistas. ¿Buscas los reptiles de almas vivientes?: hallas los sacramentos. ¿Buscas el alma viviente?: hallas la continencia. ¿Buscas al hombre en el hombre?: encuentras la imagen y semejanza de Dios.
Y ahora escuchad. El hombre se halla sufriendo el castigo merecido. ¡Cuán grande es el poder de los restos de la imagen de Dios que pervivieron en él! Por el pecado dañó esa imagen. Borrada por la libido, es reformada por la gracia. Como una moneda pierde la imagen del emperador cuando se la restriega contra la tierra, así el alma humana pierde la imagen de Dios si se la restriega con los deseos terrenos. Pero vino el monedero, Cristo, que volverá a acuñar las monedas. ¿Cómo? Perdonando los pecados con la gracia. Te mostrará también que Dios busca su imagen. En efecto le hicieron la siguiente pregunta, referente a los impuestos que hay que pagar al César: ¿Es lícito pagar tributo al César?10 La intención era tentarle. Si respondía negativamente, le acusarían sirviéndose de los exactores mismos: «Ved aquí uno que enseña que no se debe tributar»; si, por el contrario, respondía positivamente, dirían: «Ved que maldijo a Jerusalén; la ha hecho tributaria». ¿Qué dijo y qué exhortó a hacer? ¿Por qué me tentáis, hipócritas? Traedme una moneda. Y se la llevaron. -¿De quién es la imagen y la inscripción? Respondieron: -Del César. -Entonces dad al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios11. Es decir, si el César busca su imagen en la moneda, ¿no ha de buscarla Dios en el hombre?
Produjo la tierra hierba de pasto y árboles frutales: también los hombres producen en la Iglesia obras de misericordia. Obras que continúan las que mostraron al Señor, cuando aún se hallaba en la carne, no sólo varones -como Zaqueo-12, sino también mujeres que le servían con sus propios bienes13.