El cuarto día de la creación1
Los evangelistas son los astros, y la Escritura de Dios el firmamento. Los evangelios, en cambio, que cuentan con el testimonio favorable de la ley y los profetas, son astros en el firmamento del cielo. El que es pequeño en la Iglesia no puede tomar aún alimento, pero está contento con la leche, simbolizada en el astro menor y en las estrellas. Y por eso: El astro mayor, para gobernar el día, y el menor, para gobernar la noche2. Mientras los hombres son carnales y no pueden pensar la Sabiduría por la que fueron hechas todas las cosas, se hallan en la noche; pero no abandonó a la noche, le otorgó la fe. En efecto, Dios no abandonó la noche, pues le dio sus astros propios. El día busca el sol, y el sol le es suficiente; la luna y las estrellas se dieron a la noche y la iluminan; y, cuando la luna no luce sobre la tierra, la luz que existe en el aire procede de las estrellas. ¿A qué se debe el que salgamos fuera de noche y veamos los árboles? Aunque no los distinguimos, vemos, de todos modos, la luz de las estrellas. Cuando las nubes son densas, desaparece hasta la luz de éstas, y el hombre se encuentra a sí mismo bajo el cielo como dentro de su habitación. También la noche tiene, pues, cierta luz que le es propia. Veamos lo que dice el Apóstol respecto a aquellos regalos y dones espirituales: A cada uno se le otorga una manifestación del Espíritu para la utilidad común3. ¿Cómo se le otorga? A uno se le otorga, por medio del Espíritu, la palabra de sabiduría; a otro, la palabra de ciencia4. Quien entiende la diferencia que hay entre la palabra de sabiduría y la palabra de ciencia, ha entendido la diferencia que hay entre el astro mayor y el menor. Escuchemos la palabra de sabiduría: En el principio existía la Palabra, y la Palabra estaba junto a Dios, y la Palabra era Dios. Ésta existía en el principio5, etc. Quienes comprenden esto son día, les alumbra el sol; pero no llegaron a la luz sin salir antes de la noche: Pues las tinieblas estaban sobre el abismo, y dijo Dios: Hágase la luz6. Nadie diga que comenzó siendo luz. Todos hemos alcanzado la justificación siendo pecadores. Quienes puedan entiendan lo que dije acerca del evangelio. Pero alguien me dice: «No hemos entendido qué significa: En el principio existía la Palabra»7. Si, pues, aún es de noche, considera que la Palabra tomó carne y creó para ti una como luz nocturna, pues la Palabra se hizo carne y habitó entre nosotros8. También en la zarza habla Dios a Moisés por medio de un ángel. Escucha dónde está la palabra de sabiduría. «¿Cómo te llamas?», le preguntó Moisés. «¿Cómo te presento ante el pueblo? Si me dijeran: "¿Quién te envió?", ¿qué les respondo?». Escucha la palabra de sabiduría: Dirás a los hijos de Israel: «El que es» me ha enviado a vosotros9. ¿Quién puede entender El que es? Las demás cosas no son. ¿Quién es verdaderamente? El que no pasa, el que permanece siempre inmutable. Pero éste es alimento de grandes, éste el sol del día. Y como si Moisés le dijera: «Aún soy noche; ilumina la noche», tengo que decir algo que pueda entender la noche, algo que puedan retener los niños: Yo soy el Dios de Abrahán, y de Isaac, y de Jacob10. Así, pues, para gobierno del día: Yo soy el que soy, y para gobierno de la noche: Yo soy el Dios de Abrahán. La fe dispensada en el tiempo luce en la noche; la sabiduría que permanece por siempre alumbra el día. Nutre en la noche para que amanezcamos al día. Las estrellas son los restantes dones. En efecto, después de haber dicho: A uno se otorga la palabra de sabiduría11, cual sol, para presidir el día; a otro se otorga la palabra de ciencia12, cual luna, para presidir la noche, otorga también las estrellas: A uno el don de curaciones, a otro la profecía13, etc.