La pesca milagrosa1
1. Sabe vuestra caridad que todos los años se celebran solemnemente estas lecturas del santo evangelio, testimonios de la resurrección del Señor. Como la lectura renueva la memoria, también la renueva el comentario de la misma. Con la ayuda del Señor, pues, vamos a decir lo que cada año acostumbráis a oír. Y si para potenciar el recuerdo ha de repetirse la lectura, que puede leerse en el evangelio en cualquier otro tiempo, ¡con cuánta mayor razón ha de repetirse el sermón que no se escucha más que una vez al año! El Señor se apareció a sus discípulos después de su resurrección junto al mar de Tiberíades, y los encontró pescando, pero sin haber capturado nada. Nada lograron en toda una noche de pesca; pero brilló el día y entonces hicieron capturas, porque vieron al Día, a Cristo, y en el nombre del Señor echaron las redes. Dos son las pescas que encontramos haber hecho los discípulos en el nombre de Cristo: la primera cuando los eligió y los constituyó apóstoles; la segunda ahora, después de su resurrección de los muertos. Comparémoslas, si os place, y consideremos atentamente las diferencias entre una y otra, pues tienen algo que ver con la edificación de nuestra fe. La primera vez que el Señor encontró a los pescadores, a los que antes nunca había visto, tampoco cogieron nada en toda la noche; en vano se fatigaron. Él les mandó echar las redes; no les indicó si a la derecha o a la izquierda; solamente les dijo: Echad las redes2. Las echaron... de forma que las dos barcas estaban sobrecargadas, hasta el punto que casi se hundían a causa de la multitud de los peces; más aún, tan grande era la cantidad, que las redes se rompían3. Esto ocurrió en la primera pesca. ¿Qué pasó en la segunda? Echad -les dijo- las redes a la derecha4. Antes de la resurrección, las redes se echan según cuadre; después de la resurrección, ya se elige el lado derecho. Además, en la primera pesca las naves están sobrecargadas y las redes se rompen; en esta última, después de la resurrección, ni la nave tiene sobrepeso ni la red se rompe. En la primera pesca no se indica el número de los peces; en esta posterior a la resurrección se da un número exacto. Toleremos, pues, la primera para llegar a la segunda. ¿Qué he dicho con estas palabras: «Toleremos la primera»? He aquí las redes, las redes de la palabra, las redes de la predicación; he aquí las redes. Diga el salmo: Hice el anuncio y hablé, y se multiplicaron por encima del número5. Es cierto, pues se está realizando ahora: se anuncia el Evangelio, y se multiplican los cristianos por encima del número. Si todos vivieran santamente, no sobrecargarían la nave; si las herejías y los cismas no provocasen divisiones, no se romperían las redes. ¿Por qué en la primera pesca eran dos las naves? Haced memoria, hermanos; las dos naves son las dos paredes, la de la circuncisión y la del prepucio, que se juntan y encuentran el beso de la paz en la piedra angular6. En la última pesca, en cambio, la unidad es perfecta: estamos en la diestra, donde nada hay siniestro. Es la Iglesia santa, que ahora se halla en el pequeño número que se fatiga en medio de numerosos malos y que estará compuesta por aquel número exacto y definido en el que ya no se encuentre ningún pecador: es ya la diestra, en la que nada hay siniestro. Y serán peces grandes, pues todos serán inmortales; todos han de vivir sin fin. ¿Hay cosa más grande que la que no tiene fin? El evangelista se preocupó de traer a tu memoria la primera pesca. ¿Por qué, si no, añadió: Y, aunque los peces eran tan grandes, las redes no se rompieron?7 Como si hubiera dicho: «Recordad la primera pesca, en la que las redes se rompieron». Éste será el reino de los cielos; ningún hereje ladrará, ningún cismático se separará; todos estarán dentro y en paz.
2. Todos; pero ¿cuántos serán? ¿Acaso ciento cincuenta y tres? En ningún modo; lejos de nosotros afirmar que serán tan pocos -aunque sólo sea refiriéndome a este pueblo, a los que están ante mis ojos-; tan pocos los que han de estar en el reino de los cielos, donde hay millares; los innumerables millares que vio Juan vestidos de estolas blancas. Esto dijo: Venían de toda tribu y lengua, en número tal que nadie podía contarlos8. ¿Qué quiere decir este número? A unos se lo enseño, a otros se lo traigo a la memoria; quienes nunca lo han oído, apréndanlo; quienes lo oyeron y lo olvidaron, recuérdenlo; quienes mantienen en su memoria lo que escucharon, afírmense en ello al yo recordarlo. El sentido de este número parte del diecisiete: es el emblema de todos los santos, de todos los fieles, de todos los justos que han de estar en el reino de los cielos. Diecisiete: diez en atención a la ley, siete en atención al Espíritu de la gracia. Impón una ley: nadie la observa, nadie la cumple. Añade la ayuda del Espíritu: se cumple lo mandado, porque Dios ayuda. ¿Qué dice la ley? No tendrás deseos perversos9. Encontrada la ocasión, el pecado me engañó por el mandato -dijo- y por él causó la muerte10; y entró la ley para que sobreabundara el delito11. Añade el Espíritu: La caridad es la plenitud de la ley12. Pero, ¿de dónde procede la caridad? La caridad de Dios ha sido derramada en nuestros corazones por el Espíritu Santo que se nos ha dado13. El lector sabe que con el número siete se indica el Espíritu; pero quien lee descuidadamente o quien tal vez no puede leer escuche. Dios recomienda el Espíritu Santo de esta manera por medio del profeta Isaías: Espíritu -dice- de sabiduría y de entendimiento, de consejo y fortaleza, de ciencia y de piedad, Espíritu de temor de Dios14. Éste es el Espíritu septiforme que se invoca también sobre los bautizados. La ley es el decálogo: diez eran los mandamientos escritos sobre tablas, pero aún de piedra en atención a la dureza de los judíos. Tras la venida del Espíritu, ¿qué dice el Apóstol? Vosotros sois nuestra carta, escrita no con tinta, sino con el Espíritu del Dios vivo; no en tablas de piedra, sino en las tablas del corazón de carne15. Quita el Espíritu, y la letra causa la muerte, porque convierte en reo al pecador en vez de liberarlo. Por eso dice el Apóstol: No que nosotros seamos capaces de pensar algo como de nosotros mismos, pues nuestra suficiencia viene de Dios, que nos hizo también ministros idóneos del Nuevo Testamento; no de la letra, sino del Espíritu, pues la letra mata, pero el Espíritu da vida16. Por tanto, si quieres cumplir la justicia, asocia el siete al diez. Cuando la ley te ordena hacer algo, invoca al Espíritu para que te ayude.
3. Hemos dado su valor al número diez y al siete, pero ¡cuán lejos están todavía del ciento cincuenta y tres! Muchos saben ya lo que vamos a decir; soporten que nos detengamos en ello. Cuando caminan dos juntos por un camino y uno es rápido y el otro lento, depende del que es rápido el caminar a la par, esperando al otro. Quien sabe lo que voy a decir es aquí el rápido; espere al compañero lento hasta que también éste sea instruido respecto al número diecisiete. El número diecisiete se convierte en ciento cincuenta y tres si, comenzando por el uno, vas sumando siempre el siguiente hasta llegar al diecisiete. Si comienzas a decir: uno, dos, tres, cuatro..., llegas a diez, y no hallarás en tu mano más que diez. Pero si, en cambio, cuentas de esta forma: uno más dos, son ya tres; más tres, son ya seis; más cuatro, son ya diez; más cinco, son ya quince; más seis, veintiuno; más siete, veintiocho; más ocho, treinta y seis; más nueve, cuarenta y cinco; más diez, son ya cincuenta y cinco. Ved que estamos ya cerca de aquel número y tenemos la esperanza de llegar a él habiéndonos acercado ya tanto. Suma, pues, once, y resultan sesenta y seis, más doce, setenta y ocho; más trece, noventa y uno; más catorce, ciento cinco. Incluso los lentos nos siguen rápidos. Suma quince más, y son ciento veinte; más dieciséis, ciento treinta y seis; más diecisiete, y son ciento cincuenta y tres. En este número estarán incluidos todos los que van de la unidad al diecisiete, es decir, quienes cumplen la ley de Dios con la ayuda del Espíritu.