El sepulcro vacío y la aparición a María Magdalena1
1. Hoy se ha leído el relato de la resurrección del Señor según el evangelio de San Juan, y hemos escuchado que los discípulos buscaron al Señor y no lo encontraron en el sepulcro. Esto ya se lo habían anunciado las mujeres, creyendo no que había resucitado, sino que lo habían robado de allí. Llegaron dos discípulos, el mismo Juan Evangelista -se sobrentiende que era aquel a quien amaba Jesús- y Pedro con él; entraron, vieron solamente las vendas, pero ningún cuerpo. ¿Qué está escrito de Juan mismo? Si lo habéis advertido, dice: Entró, vio y creyó2. Creyó lo que habéis oído, pero no se alaba esa fe; en efecto, se creen tanto cosas verdaderas como cosas falsas. Pues, si se hubiese alabado el que creyera en este caso o se hubiese recomendado la fe en el hecho de que «vio y creyó», no continuaría la Escritura con estas palabras: Aún no conocía las Escrituras, según las cuales convenía que Jesús resucitara de entre los muertos3. Así, pues, vio y creyó. ¿Qué creyó, entonces? ¿Qué creyó sino lo que había dicho la mujer, a saber, que habían llevado al Señor del sepulcro? Ella había dicho: Han llevado al Señor del sepulcro y no sé dónde lo han puesto4. Corrieron ellos, entraron, vieron solamente las vendas, pero no el cuerpo, y creyeron no que había resucitado, sino que había desaparecido. Ellos, varones, lo vieron ausente del sepulcro, creyeron que lo habían sustraído y se fueron. La mujer se quedó allí y comenzó a buscar el cuerpo de Jesús con lágrimas y a llorar junto al sepulcro. Ellos, más fuertes por su sexo, pero con menor amor, se preocuparon menos. La mujer buscaba con más ahínco a Jesús, porque ella fue la primera en perderlo en el paraíso; como por ella había entrado la muerte, por eso buscaba más la vida. Y, sin embargo, ¿cómo la buscaba? Buscaba el cuerpo de un muerto, no la incorrupción del Dios vivo, pues tampoco ella creía que la causa de no estar el cuerpo en el sepulcro era que había resucitado el Señor. Entrando dentro, vio unos ángeles. Observad que los ángeles no se hicieron presentes a Pedro y a Juan, y sí, en cambio, a esta mujer. Lo que, amadísimos, se pone de relieve porque el sexo más débil buscó más lo que, como dijimos, fue el primero en perder. Los ángeles la ven y le dicen: No está aquí, ha resucitado5. Todavía se mantiene en pie y llora; aún no cree; pensaba que el Señor había desaparecido del sepulcro. Vio también a Jesús, pero no lo toma por quien era, sino por el hortelano; todavía exige el cuerpo del muerto. Si tú -dice- lo has cogido, dime dónde lo has puesto, y yo lo llevaré6. ¿Qué necesidad tienes de algo que no amas? Dámelo -le dice-. La que así le buscaba muerto, ¿cómo creyó que estaba vivo? A continuación, el Señor la llama por su nombre. María reconoció la voz, y volvió su mirada al Salvador y le responde ya sabiendo quién era: Rabí, que quiere decir «Señor»7.
2. ¿Qué significa lo que viene a continuación? No me toques, pues aún no he subido a mi Padre. Ve y di a mis discípulos: Subo a mi Padre y a vuestro Padre, a mi Dios y a vuestro Dios8. Estas últimas palabras no ofrecen dificultad. Subiré a mi Padre, puesto que soy el Hijo unigénito, y a vuestro Padre, puesto que habéis sido adoptados y decís todos juntos: Padre nuestro que estás en los cielos9. Es Dios mío y Dios vuestro. Pero no es mío como es vuestro; es mi Dios porque me he hecho hombre, es Dios vuestro porque siempre sois hombres. Dios es Padre de Cristo en cuanto que se ha hecho hombre, y por eso es su Dios, Dios de la criatura de la Palabra unigénita. Pregunta al Salmo: Tú eres mi Dios desde el seno de mi madre10. Desde antes de entrar en el seno de mi madre eres mi Padre; desde el seno de mi madre eres mi Dios. Así, pues, esto no ofrece dificultad. Lo que causa un poco de turbación a quienes no lo han entendido bien es el significado de las palabras: No me toques, pues aún no he subido a mi Padre11. Si no lo tocaba en la tierra, ¿podría tocarlo en el cielo una vez que hubiese ascendido? ¿Qué significa, pues: No me toques, pues aún no he subido a mi Padre? Recordad lo que dijo a los discípulos cuando se les apareció y creían que era un espíritu. Se leyó ayer. ¿Por qué estáis turbados? Y esos pensamientos, ¿por qué suben a vuestro corazón? Ved mis manos y mis pies; tocad y ved12. A los varones les invita a tocarle antes de subir al Padre, y ¿a la mujer le impide tocarlo hasta que no suba al cielo? ¿Qué significa esto, para que lo entendamos? Aléjese de nosotros para que lo entendamos. María buscaba su cuerpo para verlo; deseemos nosotros su Espíritu para entenderlo. No me toques, pues aún no he subido a mi Padre. ¿Qué significa No me toques? No se pare ahí tu fe; no te quedes clavada en el hombre; hay algo superior que no comprendes. Me ves humilde en esta tierra, me tocas y permaneces en la tierra. Tócame más alto, cree que soy más excelso, cree en mí como en el Hijo unigénito igual al Padre; cuando hayas comprendido que soy igual a él, entonces habré ascendido al Padre para ti. Tocar con el corazón: he aquí en qué consiste el creer. En efecto, también aquella mujer que tocó la orla lo tocó con el corazón, porque creyó. Además, él sintió a la que lo tocaba y no sentía a la multitud que lo apretujaba. Alguien me ha tocado13 -dice el Señor-; me tocó, creyó en mí. Y los discípulos, al no entender lo que significaba ese me tocó, le dijeron: La multitud te apretuja y dices: ¿Quién me ha tocado?14 ¿No sé yo lo que digo con estas palabras: Alguien me ha tocado? La multitud apretuja, la fe toca. Suba, pues, Cristo para nosotros y toquémosle creyendo que es el Hijo de Dios, eterno y coeterno a él; que existe no desde que nació de la virgen María, sino desde siempre. También a nosotros nos hará eternos; no porque existamos desde siempre, sino porque existiremos por siempre. Él es coeterno, igual al Padre, sin tiempo, anterior a todos los tiempos; él por quien fueron hechos todos los tiempos; es anterior al día, él el Día del Día que hizo el día. Creed esto de él y le habréis tocado. Tocadle de manera que os adhiráis a él; adheríos a él de forma que nunca os separéis, antes bien permanezcáis en la divinidad con él, que murió por nosotros en la debilidad.