Aparición a los apóstoles1
1. Cristo el Señor se dignó convencernos de la certeza y verdad de su resurrección mediante muchas y variadas pruebas para edificar la fe, ahuyentar del corazón la incredulidad y eliminar toda duda acerca de ella. Poca cosa habría sido mostrarse a los ojos de los apóstoles si no hubiese permitido también que le tocasen sus manos. Muchos maniqueos, impíos y herejes, suponen y creen que Cristo no tenía carne verdadera, sino que era un espíritu con apariencia de carne no para edificar la fe, sino para engañar a los ojos; no para ser hombre, sino para aparentarlo; no para ser carne, sino para que así pareciese. Esto que creen los maniqueos, que convirtieron incluso en un dato de la propia fe, confirmando así el error, fue el primer pensamiento que surgió en el corazón de los apóstoles. Los maniqueos no creen nunca que Jesús haya sido hombre: temen dar carne a la Palabra y no temen achacar falsedad a la misma Verdad. Tiene verdadera carne, con la que la verdad muestra la falsedad y edifica la verdad en los corazones de los hombres. Ellos, pues, nunca creyeron que nuestro Señor Jesucristo haya sido hombre; pero los discípulos reconocieron como hombre a aquel con quien convivieron tanto tiempo. Le vieron caminar, sentarse, dormir, comer y beber; conocieron su ser íntegro, supieron que se sentó fatigado sobre el brocal de un pozo2. De este largo trato con él conocieron que era un hombre verdadero; pero, una vez que murió lo conocido por ellos -¿cómo podían creer que iba a resucitar lo que pudo morir?-, se les apareció ante sus ojos tal cual le conocían, y, al no creer que hubiera podido resucitar al tercer día del sepulcro la carne verdadera, pensaron que estaban viendo un espíritu. Este error de los apóstoles se identifica con la secta de los maniqueos.
2. Cuando se les objetan estos datos, acostumbran a responder: «¿Qué mal hay en creer como creemos que Cristo Dios era un espíritu? Creemos que era un espíritu, no carne: el espíritu es mejor que la carne. Lo que es mejor, eso creemos de él; lo que es peor, rehusamos creerlo. ¿Qué hacemos de malo?». Si nada malo hay en esta forma de hablar, deje Jesús que sus discípulos permanezcan en este error. ¿Qué mal había en creer lo que creían? También los discípulos creyeron que Cristo era un espíritu; no creyeron que era él mismo, sino un espíritu. Déjelos ir tranquilos el Señor; confirme que era recta su fe; hallándolos en la falsedad, no les enseñe la verdad. Ved el mal que hay en creer eso. Escuchad al Señor. ¿Piensas que es pequeña la enfermedad que te pone en peligro? Escucha la sentencia del médico. Lo que pensaban los discípulos, a saber, que estaban viendo un espíritu, es lo mismo que piensas tú, ¡oh maniqueo! Llegó entonces el médico hasta los discípulos; los encontró creyendo lo mismo que tú crees. Si los dejó ir sin aplicarles cura alguna, sigue tranquilo en tu error; si, en cambio, se dignó curarlos, ¿por qué te agrada estar enfermo? Escucha al Señor: ¿Por qué estáis turbados y por qué suben esos pensamientos a vuestros corazones?3 ¿Qué pensamientos sino pensamientos falsos, malsanos y dañinos? Si no es verdadera la resurrección, perdió Cristo el fruto de su pasión. ¿Por qué estáis turbados y por qué suben esos pensamientos a vuestros corazones? Es como si un buen agricultor dijera: «Hallaré allí lo que cultivé; no espinas, que no planté». La fe descendió a vuestro corazón, pues procede de lo alto; estos pensamientos, en cambio, no descendieron de lo alto a vuestro corazón, sino que, como hierbas malas, subieron a él; pero no las deja allí; arranca las hierbas nacidas sin ser plantadas, limpia el campo y siembra la buena semilla. Les dice: «¿Por qué estáis turbados?», porque estaban efectivamente turbados, no ordenados. ¿Por qué suben esos pensamientos a vuestro corazón? Ved mis manos y mis pies. Si es poco el ver, palpad; si no dais fe a los ojos, creed a las manos. Palpad y ved que los espíritus no tienen huesos ni carne como veis que yo tengo4.
3. Y cuando aún estaban estremecidos de gozo. Se alegraban y dudaban: lo estaban viendo, lo tocaban, y apenas creían. Gran condescendencia de la gracia para con nosotros: ni lo vimos ni lo tocamos, y hemos creído. Aún estremecidos de gozo, les dice: ¿Tenéis aquí algo que comer?5 Al menos entonces creeréis que estoy vivo, si como con vosotros. Le ofrecieron lo que tenían, una porción de pez asado6. El pez asado son los martirios, la fe probada por el fuego. ¿Por qué una porción? Porque -dice el Apóstol-, si entrego mi cuerpo a las llamas, pero no tengo caridad, de nada me sirve7. Piensa en un cuerpo entero entregado a las llamas como el de los mártires: unos sufren el tormento por caridad, otros por jactancia. Separa la parte de la jactancia, separa la de la caridad. Ésta es el alimento de Cristo; da a Cristo su porción. Cristo ama a los mártires que han sufrido el martirio por caridad. Comió y era él mismo; el mismo que fue visto y colgado, el mismo que estaban viendo y tocando; a él le ofrecieron alimento, que tomaba y comía ante los ojos de sus discípulos. Y todo esto aún era poco. Perdonadnos, apóstoles, pero ¡qué duros erais aun después de esto! La corrección que les hizo es edificación para nosotros. Ved cómo continúa el Señor, cómo eliminó toda duda. Fue visto, tocado, comió: ciertamente era él.
4. Con todo, para que no pareciese que en cierto modo estaba engañando la sensibilidad humana, echó mano de las Escrituras. Digan los paganos lo que se les antoje: «Fue un mago, y pudo hacerse el aparecido». ¿Acaso pudo un mago, antes de nacer, profetizarse a sí mismo en unas escrituras? Considerad que lo que estáis viendo fue previsto de antemano y lo que estáis contemplando fue predicho con anterioridad. Escucha, hija, y mira8. ¡Oh Iglesia santa! Escucha y mira; escucha lo que fue predicho y mira su cumplimiento. Cristo el Señor era la cabeza que quería convencer; era la cabeza de la Iglesia, que se mostraba de forma convincente a sí mismo vivo, verdadero, íntegro y cierto y conducía a la fe a los creyentes. ¿Qué dijo entonces respecto a las Escrituras? ¿No sabéis que convenía que se cumpliese todo cuanto está escrito de mí en la ley, en los profetas y en los salmos? Entonces les abrió la inteligencia para que comprendiesen las Escrituras. Y les dijo: Porque así está escrito, y así convenía que Cristo padeciera y resucitara al tercer día de entre los muertos9. Ved realizado lo escrito, cumplido lo predicho, a la vista lo leído. Escucha las palabras y observa los hechos; plena es la verdad, cierta la fe; perezca ya de una vez la incredulidad de los herejes. Ved que está escrito: Así convenía. ¿Qué? Que Cristo padeciera: he aquí la predicción. Que resucitara de entre los muertos al tercer día: estaba predicho. Esto lo habían leído los judíos; lo leían y no lo veían, y, para que existiese lo que otros creyesen, tropezaban ellos en la piedra yaciente. Pues, si le hubiesen conocido, nunca hubiesen crucificado al Señor de la gloria10, y, si nunca hubiesen crucificado al Señor de la gloria, los pueblos no hubiesen creído en él que nació y sufrió la pasión. Así, pues, para que estos discípulos se separasen de los judíos, cuyo corazón estaba cerrado a la comprensión de las Escrituras, la gracia del Señor estableció la división. ¡Oh Apóstol, oh Pedro, oh Mateo, oh Tomás, oh vosotros los restantes!, ¿quién te distingue?11 Tal vez digas: «Mi fe». Pienso que, si él no te la hubiera dado, tú no la tendrías. Tu fe te distingue. ¿Qué tienes que no hayas recibido? Y, si lo recibiste, ¿por qué te glorías como si no lo hubieras recibido?12 Ved la gracia; ved que resucita, que se muestra a los ojos de los apóstoles, él que no se dignó mostrarse a los ojos de los judíos. Se da a ver a los ojos, y a tocar a las manos. Poco es esto: lee, saca a colación las Escrituras. También esto es poco: abre tu inteligencia para que comprendas lo que lees.
5. La cabeza les convenció respecto de sí misma. ¿Qué dijo referente a nosotros? ¿Qué respecto a su cuerpo? La cabeza es Cristo; el cuerpo, la Iglesia; los apóstoles estaban viendo la cabeza, pero no veían a la Iglesia futura. Prestad atención: veían la cabeza, tocaban la cabeza, abrazaban la cabeza, trataban con la cabeza, pero no veían la Iglesia futura. ¿Y nosotros? En aquellas como tablas nupciales debió de nombrar e indicar tanto al esposo como a la esposa. Mas como ya mostró al esposo y se calló respecto a la esposa, el matrimonio está aún a medias. Cúmplanse los deseos del cielo: apareció el esposo, aparezca también la esposa. Él está presente, ella es aún futura; él en la resurrección, ella en la predicación. Sea visto él, sea creída ella. ¿Cómo es que fue visto él? Ved que los espíritus no tienen huesos ni carne, como veis que yo tengo13. Luego les abrió la inteligencia. Convenía que Cristo padeciera y resucitase al tercer día. Ya estamos viendo al Señor, ya lo conocemos, lo tocamos, lo escuchamos, creímos. Y de la Iglesia, ¿qué? Se predique en su nombre la penitencia y el perdón de los pecados. ¿Dónde? ¿Hasta dónde? No salga de un rincón una extraña y ocupe el lugar de tu esposa. ¿Dónde? ¿Hasta dónde? Por todos los pueblos, comenzando por Jerusalén14. Has oído designar a la Iglesia. Cuando los discípulos escuchaban estas cosas no veían a la Iglesia en todos los pueblos: veían una cosa y creían la otra. Veían la cabeza y creían lo referente al cuerpo. Nosotros que vemos el cuerpo, creamos lo referente a la cabeza.