La pascua judía y la pascua cristiana
1. Cristo, nuestra Pascua, ha sido inmolado1, y mientras nosotros celebramos estas fechas pascuales, los judíos, enemigos de esta manifestación tan luminosa, realizan, como en la noche, ciertos ritos simbólicos y, ya en el ocaso del día, siguen soñando. Dicen que también ellos celebran la Pascua, y, a la vez que desatinadamente van tras las sombras de la verdad, les ciega la noche del error. Siguiendo el rito de la fiesta antigua, dan muerte cada año a un cordero, pero no conocen lo que tal cordero simbolizaba ni siquiera después que sus padres dieron muerte a Cristo. Leen lo dicho sobre él, pero no advierten su carácter de predicción; escuchan las palabras cuando se leen, pero no las ven cuando se cumple lo predicho. Tienen la ley y los profetas2, y no quieren reconocer por ellos lo que la ley prefiguraba mediante la Pascua. Como lo establecía la ley, el pueblo se alimentó con la muerte de un cordero; como lo predijo el profeta, Cristo fue llevado al sacrificio como un cordero3. Lo que figuraron con esta fiesta los primitivos israelitas, liberados de Egipto, es lo que hicieron después, por maldad, ya cautivos del diablo. Ya estaban celebrando la misma fiesta de la Pascua cuando dieron muerte a Cristo: la impiedad iba en desacuerdo con la verdad, pero no la solemnidad. Mataban el cordero para el propio alimento precisamente cuando con sus lenguas y dientes daban muerte a Cristo. Lo que prefiguraban según costumbre lo realizaban con un crimen. De esta manera, Cristo mismo, figurado en el cordero, manifestado en su ser hombre, les dio muerte a ellos ya saciados, y muerto nos alimenta a nosotros. Y todavía sus hijos, eructando la vieja levadura de sus padres por habérseles indigestado la vanidad, continúan gloriándose de los panes ácimos, sin comprender que aquel alimento, libre de la vieja levadura, significa la vida nueva, que, anticipada en figura, se revela en Cristo.
2. Una vez que Cristo, nuestra Pascua, ha sido inmolado4, celebremos este día de fiesta, como dice el Apóstol, no con levadura vieja o de maldad, sino con los panes ácimos de la sinceridad y de la verdad5, de manera que la celebración cristiana manifieste como ya cumplido lo que la ley antigua anunciaba como futuro, y, viendo que ellos se quedaron en las sombras, nosotros nos alegremos de habernos adherido a la luz.