La alegría pascual
1. No hay día que no lo haya hecho el Señor; no solamente lo ha hecho, sino que continúa haciéndolos desde el momento en que hace salir su sol sobre los buenos y sobre los malos, y llueve sobre los justos y los injustos1. En consecuencia, no hay que pensar que se esté refiriendo a este día ordinario, común a buenos y malos, el texto en que hemos escuchado: Éste es el día que hizo. Al decir: Éste es el día que hizo el Señor2, nos proclama un día más notable y hace que concentremos nuestra atención en él. ¿Qué día es este del que se dice: Alegrémonos y gocémonos en él?3 ¿Qué día sino un día bueno? ¿Qué día sino el día apetecible, amable, deseable y deleitoso del que decía el santo Jeremías: Tú sabes que no apetecí el día de los hombres?4 ¿Cuál es, pues, este día que hizo el Señor? Vivid bien y lo seréis vosotros. Cuando el Apóstol decía: Caminemos honestamente como de día5, no se refería a este que inicia con la salida del sol y termina con su ocaso. Al respecto dice también: Pues los que se embriagan, se embriagan de noche6. Nadie ve a los hombres borrachos a la hora del desayuno; pero acontezca cuando acontezca la borrachera, pertenece siempre a la noche, no al día que hizo el Señor. Pues así como son día los que viven piadosa, santa y devotamente, con templanza, justicia y sobriedad, así, por el contrario, son noche los que viven impía, lujuriosa, soberbia e irreligiosamente; para esta noche, la noche será, sin duda como un ladrón. El día del Señor vendrá como ladrón en la noche7 según está escrito. Pero, después de mencionar este testimonio, el Apóstol, dirigiéndose a quienes había dicho en otro lugar: Fuisteis en otro tiempo tinieblas, mas ahora sois luz en el Señor8 -ved aquí el día que hizo el Señor-; después de haber dicho dirigiéndose a ellos: Sabéis, hermanos, que el día del Señor vendrá como ladrón en la noche9, añadió: Pero vosotros no estáis en las tinieblas para que aquel día os aprese como un ladrón. Todos vosotros sois hijos de la luz e hijos de Dios; no lo somos de la noche ni de las tinieblas10. Así, pues, este nuestro cántico es un traer a la memoria la vida santa. Cuando decimos todos al unísono con espíritu alegre y corazón concorde: Éste es el día que hizo el Señor, procuremos ir de acuerdo con lo que decimos para que nuestra lengua no se vuelva testimonio en contra nuestra. Tú que vas a embriagarte hoy y cantas: Éste es el día que hizo el Señor, ¿no temes que te responda: «Este día no lo hizo el Señor»? Se cree día bueno incluso aquel al que la lujuria y la maldad convirtieron en pésimo.
2. Ved qué alegría, hermanos míos; alegría por vuestra asistencia, alegría de cantar salmos e himnos, alegría de recordar la pasión y resurrección de Cristo, alegría de esperar la vida futura. Si el simple esperarla nos causa tanta alegría, ¿qué será el poseerla? Cuando estos días escuchamos el Aleluya, ¡cómo se transforma nuestro espíritu! ¿No es como si gustáramos un algo de aquella ciudad celestial? Si estos días nos producen tan grande alegría, ¿qué sucederá aquel en que se nos diga: Venid, benditos de mi Padre; recibid el reino11; cuando todos los santos se hallen reunidos, cuando se vean allí quienes no se conocían de antes, se reconozcan quienes se conocían; allí donde la compañía será tal que nunca se perderá un amigo ni se temerá un enemigo? Henos, pues, proclamando el Aleluya; es cosa buena y alegre, llena de gozo, de placer y de suavidad. Con todo, si lo decimos continuamente, nos cansamos; pero como va asociado a cierta época del año, ¡con qué placer llega, con qué ansia de que vuelva se va! ¿Habrá allí acaso idéntico gozo y semejante cansancio? No lo habrá. Quizá diga alguien: «¿Cómo puede suceder que no engendre cansancio el repetir siempre lo mismo?» Si consigo mostrarte algo en esta vida que nunca llega a cansar, has de creer que allí todo será así. Se cansa uno de un alimento, de una bebida, de un espectáculo; se cansa uno de esto y aquello, pero nunca se cansó nadie de la salud. Así, pues, como aquí, en esta carne mortal y frágil, en medio del tedio originado por la pesantez del cuerpo, nunca ha podido darse que alguien se cansara de la salud, de idéntica manera tampoco allí producirá cansancio la caridad, la inmortalidad o la eternidad.