Los sacramentos pascuales
1. Amadísimos, esto que estáis viendo sobre la mesa del Señor es pan y vino. Pero este pan y este vino se convierten en el cuerpo y la sangre de la Palabra al llegarles la palabra. En efecto, el Señor, la Palabra que existía en el principio, la Palabra que estaba junto a Dios, y la Palabra que era Dios1, debido a su misericordia, que le impidió despreciar lo que había creado a su imagen2, se hizo carne y habitó entre nosotros3, como sabéis. Pues la Palabra misma asumió al hombre, es decir, al alma y a la carne del hombre, y se hizo hombre permaneciendo Dios. Por ello, y dado que además sufrió por nosotros, nos confió en este sacramento su cuerpo y sangre, en que nos transformó también a nosotros mismos. En efecto, también nosotros nos hemos convertido en su cuerpo y, por su misericordia, somos lo que recibimos. Traed a la mente lo que este ser creado fue antes en el campo: cómo lo produjo la tierra, lo nutrió la lluvia y lo llevó a convertirse en espiga; a continuación la fatiga humana lo llevó a la era, lo trilló, lo aventó, lo guardó (en el granero), lo sacó, lo molió, lo amasó, lo coció y en determinado momento lo llevó a convertirse en pan. Volved ahora la mente a vosotros mismos: no existíais, pero fuisteis creados, llevados a era del Señor y trillados con la fatiga de los bueyes, los predicadores del evangelio. Mientras se os mantenía en condición de catecúmenos, se os guardaba en el granero. Disteis vuestros nombres, comenzasteis a ser molidos con ayunos y exorcismos. Luego os acercasteis al agua, fuisteis bañados y hechos unidad; al llegar el calor del Espíritu Santo, fuisteis cocidos y os convertisteis en pan del Señor.
2. He aquí lo que habéis recibido. Ved cómo el conjunto de muchos granos se ha transformado en un solo pan; de idéntica manera, sed también vosotros una sola cosa amándoos, poseyendo una sola fe, una única esperanza y un indiviso amor. Cuando los herejes reciben este sacramento, reciben algo que testimonia en su contra, puesto que ellos buscan la división, mientras este pan les está señalando la unidad. Lo mismo sucede con el vino: antes estuvo en muchos granos de uva, y ahora forma una unidad. Forma una unidad en la suavidad del cáliz, pero tras sufrir la prensa del lagar. También vosotros, en el nombre de Cristo, habéis venido ya como al cáliz del Señor tras pasar los ayunos, las fatigas, la humillación y la penitencia. También vosotros estáis ahí sobre la mesa, también vosotros estáis ahí en el cáliz. Sois eso junto con nosotros, pues lo somos a la vez, a la vez lo bebemos porque a la vez vivimos.
3. Hoy volveréis a oír lo que ya escuchasteis ayer. Pero hoy se os explica lo que ayer escuchasteis y lo que respondisteis, si es que no os callasteis a la hora de responder. En todo caso, ayer aprendisteis qué tenéis que responder hoy. Después del saludo que ya conocéis: El Señor esté con vosotros, escuchasteis: Levantemos el corazón. Tener en alto el corazón: he aquí la vida entera de los cristianos sinceros: no de quienes son cristianos sólo de nombre, sino de quienes lo son en realidad de verdad. ¿Qué significa «tener en alto el corazón»? Tener la esperanza puesta en Dios, no en ti, pues tú estás abajo, mientras que Dios está en lo alto. Si tienes depositada tu esperanza en ti mismo, tu corazón está abajo, no en lo alto. Por eso, cuando oís al sacerdote decir: Levantemos el corazón, respondéis: Lo tenemos levantado hacia el Señor. Esforzaos para que vuestra respuesta sea sincera, pues respondéis teniendo a Dios por notario. Vayan de acuerdo la realidad y las palabras; no afirme la lengua y niegue la conciencia. Y, puesto que este tener el corazón en alto es don de Dios, no logro de vuestras fuerzas, tras haber dicho que lo tenéis levantado hacia el Señor, prosigue el sacerdote diciendo: Demos gracias al Señor, nuestro Dios. Darle gracias, ¿por qué? Porque tenemos el corazón en alto, y, si él no lo hubiese levantado, yaceríamos en tierra. Y a partir de aquí asistís a lo que se realiza en las plegarias sagradas que vais a escuchar para que, al llegar la palabra, se haga realidad el cuerpo y la sangre de Cristo. En efecto, si quitas la palabra, no hay más que pan y vino; pronuncias la palabra, y ya hay otra cosa. Y esa otra cosa, ¿qué es? El cuerpo y la sangre de Cristo. Elimina, pues, la palabra: no hay sino pan y vino; añade la palabra, y se hace realidad el sacramento. A esto respondéis: Amén. Decir Amén equivale a suscribirlo. Amén equivale, en nuestra lengua, a «es verdad».
A continuación se reza la oración del Señor que ya habéis recibido y recitado individualmente en público. ¿Por qué se reza antes de recibir el cuerpo y la sangre de Cristo? El motivo hay que ponerlo en las consecuencias de la fragilidad humana. Si acaso nuestra mente ha pensado algo indecente, si la lengua soltó algo inoportuno, si el ojo se fijó en algo indecoroso, si el oído escuchó algo más sensual de lo conveniente, si por casualidad se han contraído otras manchas fruto de la tentación que representa este mundo y de la fragilidad de la vida humana, todo eso se lava con estas palabras de la oración del Señor: Perdónanos nuestras deudas4. Y ello con el objetivo de acercarnos con la seguridad de que no comemos ni bebemos para nuestra condenación lo que recibimos5. Luego se dice: La paz esté con vosotros. El beso de la paz, ¡qué misterio tan profundo! Sea tu beso señal de amor. No seas Judas. Judas, el que entregó a Cristo, le besaba con la boca6 y en el corazón le preparaba una emboscada. Pero quizás alguien tiene un ánimo hostil contra ti y no puedes ni persuadirlo ni argüirlo: te ves obligado a tolerarlo. No le devuelvas mal por mal en tu corazón7; él te odia, tú ámale y bésale tranquilamente.
Pocas cosas habéis oído, pero son sublimes; no las estiméis sin valor por ser pocas, sino dignas de aprecio por su peso. No se os ha de cargar con mucho al mismo tiempo para que podáis retener lo que os he dicho. [Concluye el sermón sobre el santo domingo de Pascua].