Los sacramentos pascuales
1. El deber de predicaros un sermón y la solicitud, gracias a la cual os hemos dado a luz para que Cristo se forme en vosotros1, me obliga a advertiros a vosotros, infantes, que, renacidos ahora del agua y del Espíritu, contempláis con nueva luz el alimento y la bebida puestos sobre esta mesa del Señor y los recibís con nuevo fervor, qué significa este sacramento tan grande y divino, esta medicina tan célebre y tan noble, este sacrificio tan puro y tan fácil. Sacrificio que ahora no se inmola ya en una sola ciudad, la Jerusalén terrena; ni en aquella tienda construida por Moisés, ni en el templo fabricado por Salomón, cosas todas que fueron sombra de lo futuro2, sino desde la salida del sol hasta su ocaso3, como fue predicho por los profetas. En él se ofrece a Dios una víctima de alabanza apropiada a la gracia del Nuevo Testamento. No se buscan ya víctimas cruentas en los rebaños de ovejas; ya no se llevan a los altares divinos ni el cordero ni el cabrito, pues el sacrificio de nuestro tiempo es ya el cuerpo y la sangre del sacerdote mismo. Los salmos lo habían predicho mucho tiempo antes: Tú eres sacerdote por siempre según el orden de Melquisedec4. En el Génesis leemos, y así lo creemos, que Melquisedec, sacerdote del Dios excelso, ofreció pan y vino cuando bendijo a Abrahán, nuestro padre5.
2. Así, pues, Cristo nuestro Señor, que en su pasión ofreció por nosotros lo que había tomado de nosotros en su nacimiento, constituido príncipe de los sacerdotes para siempre, ordenó que se hiciera el sacrificio que estáis viendo, el de su cuerpo y su sangre. En efecto, de su cuerpo, herido por la lanza, brotó agua y sangre, mediante la cual borró los pecados del mundo. Recordando esta gracia al hacer realidad vuestra salvación, puesto que es Dios quien la realiza en vosotros, acercaos con temor y temblor6 a participar de este altar. Reconoced en el pan lo que colgó del madero, y en el cáliz lo que manó del costado7 En su múltiple variedad, aquellos antiguos sacrificios del pueblo de Dios figuraban a este único sacrificio futuro. Cristo mismo es, a la vez, cordero por la inocencia y sencillez de su alma, y cabrito por su carne, semejante a la carne de pecado8. Todo lo anunciado de antemano en muchas y variadas formas en los sacrificios del Antiguo Testamento se refiere a este único sacrificio revelado en el Nuevo Testamento.
3. Recibid, pues, y comed el cuerpo de Cristo, transformados ya vosotros mismos en miembros de Cristo en el cuerpo de Cristo; recibid y bebed la sangre de Cristo. Para no desintegraros, comed el vínculo que os une; no os estiméis en poco, bebed vuestro precio. A la manera como se transforma en vosotros cualquier cosa que coméis o bebéis, transformaos también vosotros en el cuerpo de Cristo viviendo en actitud obediente y piadosa. Cuando se acercaba ya el momento de su pasión y estaba celebrando la pascua con sus discípulos, él bendijo el pan recibido y dijo: Esto es mi cuerpo, que será entregado por vosotros9. Igualmente les dio el cáliz bendecido, diciendo: Ésta es mi sangre del Nuevo Testamento, que será derramada por muchos para el perdón de los pecados10. Estas cosas las leíais en el evangelio o las escuchabais, pero ignorabais que esta eucaristía era el Hijo; ahora, en cambio, rociado vuestro corazón con la conciencia limpia y lavado vuestro cuerpo con el agua pura11, acercaos a él, y seréis iluminados y vuestros rostros no se avergonzarán12. Si recibís santamente este sacramento que pertenece al Nuevo Testamento y os da motivo para esperar la herencia eterna, si guardáis el mandamiento nuevo de amaros unos a otros13 tendréis vida en vosotros14, pues recibís aquella carne de la que dice la Vida misma: El pan que yo daré es mi carne para la vida del mundo15 y: Quien no coma mi carne y beba mi sangre, no tendrá vida en sí16.
4. Si tenéis vida en él, seréis una sola carne con él. En efecto, este sacramento no recomienda el cuerpo de Cristo en forma que os separe de él. El Apóstol recuerda que esto se halla predicho ya en la Escritura sagrada: Serán dos en una sola carne. Misterio grande -dice- es éste, pero yo lo aplico a Cristo y a la Iglesia17. Y en otro lugar dice también respecto a esta eucaristía: Siendo muchos, somos un único pan, un único cuerpo18. Comenzáis, pues, a recibir lo que ya habéis empezado a ser si no lo recibís indignamente para no comer y beber vuestra condenación. Así dice: Quien come el pan y bebe el cáliz del Señor indignamente, será reo del cuerpo y de la sangre del Señor. Examínese el hombre a sí mismo y entonces coma del pan y beba del cáliz, pues quien come y bebe indignamente, come y bebe su condenación19.
5. Lo recibís dignamente si os guardáis del fermento de la doctrina falsa, de forma que seáis panes ácimos de sinceridad y de verdad20; o si conserváis aquel fermento de la caridad que oculta la mujer en tres medidas de harina hasta que fermente toda la masa21. Esta mujer es la sabiduría de Dios, aparecida en carne mortal gracias a una virgen, que siembra su evangelio en todo el orbe de la tierra; orbe que restauró después del diluvio a partir de los tres hijos de Noé, cual si fuesen las tres medidas antes dichas, hasta que fermentase la totalidad. Ésta es la totalidad, que en griego se dice olon, donde estaréis si guardáis el vínculo de la paz «según la totalidad», que en griego recibe el nombre de cat'holon, de donde viene el nombre de «católica».